El médico samario, poeta y escritor Alfonso Noguera Aarón visitó Aracataca durante la celebración del natalicio del Nobel Gabriel García Márquez… Fue jurado de concurso de cuento y declamó ‘Soy-samario’.

ANIVERSARIO 97 DE GABO…
‘Macondismo’ grato y delicioso

Autor:
Alfonso Noguera Aarón
Para el libro:
Crónicas y Ensayos
Fecha de creación:
Marzo 7 de 2024
Primero que todo, deseo dar las gracias por la cordial invitación que me hizo la Fundación ‘Tras la huella de Gabo’ como jurado del Concurso de Cuento y Poesía infantil de dicha entidad educativa para fomentar la expresión cultural entre los niños, y a la agradable acogida de don Apolinar Venecia Bustillo, secretario de Cultura de Aracataca.
Desde el año 2005 no participaba en estos actos conmemorativos del natalicio de nuestro premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, cuando inauguraron el Auditorio de la Casa Museo y por video llamada a Gabo le declamé mi poema El Laurel de Cataca, que también tuve la ocasión de presentar esta vez.
Encontré en Cataca el mismo aire detenido en el tiempo que dejé hace casi 20 años, y también descubrí la alegría de decir y cantar mil cosas en los niños, la secular decepción de la gente con la politiquería parroquiana y las ganas de volver a nacer ahí mismo de los viejos.
Una vez le escuché decir al profesor Rafael Guerra Maestre que si él temía a algo, era a la ignorancia, y Sócrates mismo dijo que el mal mayor del hombre es la ignorancia, puesto que si supiéramos que de ella proceden todos nuestros males y pesares, la evitaríamos siempre, siquiera con la sabiduría del discernimiento normal.

Pues bien, fueron dos días llenos de ese macondismo tan grato y delicioso que hierve en el aire cálido de Aracataca, bien sea entre sus calles repletas de vendedores y caminantes que le arrancan a cada instante el valor de su propia vida, o bajo la sombra rala de sus almendros ‘enmaicenados’ por el polvo callejero, o en la cristalina y fresca acequia que serpentea invicta aquel pueblo encantado, o entre los personajes que parecen surgir de los libros de Gabo y te conquistan con su disfraz macondiano y una mirada o una sonrisa. Aracataca no es que huela a Gabo. No. Es al revés. La obra de García Márquez está impregnada del aroma milenario de Cataca, y tan solo refleja la parte intelectual de la poesía ingénita del Caribe. “Alguien tenía que escribir toda esta vaina, y no podía sino nacer en Cataca”, diría más tarde en el conversatorio el profesor Robinson Mulford, enjundioso gabólogo de oficio, quien propone la feliz creación del Parque Temático GGM, con la apertura de la Casa del Hielo y demás artilugios de la cultura macondiana.

En efecto, al respirar ese aire callejero cargado de recuerdos y nostalgias contagiosas, cualquiera se convierte en poeta y escritor de lo que sea. Dan ganas de referirle la vida al primero que encuentres y perderte en los detalles que la rutina diaria te hace pasar por alto. Mucho va de lo bello a lo mágico, y no es que Cataca sea el emporio de la belleza estructural y natural que derrocha un pueblo andino o un puerto griego o italiano; aunque todo es relativo según el cristal que veamos las cosas; puesto que la fantasía no suele entrar por los sentidos externos, dado que esos a menudo nos traicionan en las percepciones contraintuitivas, como cuando vemos que el sol se mueve, sino por la inteligencia, por ese misterio mental que cuando conviene troca lo trivial en maravilloso.
Caminar por esas calles quietas donde ni el viento ni el tiempo existen, te hace sentir como si fueras un personaje más de la leyenda macondiana, y entonces reparas el encanto que tiene el otro lado de las cosas, y acaricias con la vista aquel tractor fosilizado entre el monte desde hace más de 80 años, aquella bodega antigua donde por sus boquetes destablados puedes ver lo que pasaba allí mismo hace 100 años; de pronto te asaltan olores a matamalezas de cuando fumigaban el algodón o el banano desde tiempos insepultos, que todos refieren como si fueran de hoy mismo; quizás, escuchas voces que salen de las ventanas oscuras como si nadie las dijera, pues resulta incomprensible que entre aquel calor mudo y esa soledad sin testigos, pueda vivir alguien; los contrastes poéticos de ver un niño que su tatarabuelo lleva al colegio por el centro de la calle, o el esqueleto retorcido de un árbol abrazado por una trinitaria florecida de varios colores.
En fin, solo los tontos y lunáticos que reparamos en las minucias inútiles de la realidad, vemos esas cosas que de otro modo resultan incómodas y hasta peligrosas. Pero lentamente fuimos llegando a la Casa Museo de Gabo y ahí sí que estallaron en la realidad las fábulas que ya presentíamos a medida que llegábamos. Todo giró en torno a la leyenda macondiana, y siendo el color amarillo uno de los menos apreciados por la moda, por aquello de que “el que de amarillo se viste a su belleza se atiene”, por cuenta de las mariposas de Mauricio Babilonia, aquella mañana se pintó de mil atuendos de distintos tonos de amarillos, y las fanfarrias y comparsas de niños y adultos nos deleitaron hasta que llegó el concurso infantil de cuento y poesía. Para mí todos merecían ganar, pero es que resulta inaudito, increíble, ver a una niña de 5 o 6 años declamar, digo, ametrallar, una larga y bella poesía alusiva al Nobel cataquero, respirando hondo para contener el llanto que al final explotó en júbilo y aplausos unánimes.

Por la tarde, en el Auditorio, en el conversatorio de la Casa Museo, pudimos lucubrar por enésima vez, de dónde pudieron proceder las singulares dotes literarias de Gabriel García Márquez, para pasar a ser, de aquel niño desnudo que escuchaba absorto los cuentos y leyendas de sus abuelos, y en adelante confundir la realidad con la fantasía, a ser nada menos que el Premio Nobel de Literatura más leído de todos los tiempos.
Después de destripar los intríngulis de su errante vida, los panelistas coincidieron con los asistentes en que el genio de Gabo surge de ese tutifrutis intelectual y poético que resulta de la mezcla de las altas luces de Kafka, Faulkner o Joice, y los poetas piedracelistas, con las sublimes musas provincianas de Leandro Díaz y Rafael Escalona. Ese prodigioso coktel de letras y de creaciones sin fronteras no podía dar otra cosa diferente que ese fantástico Pegaso colombiano que corre y vuela por el mundo hasta el fin de los tiempos.
Muchas gracias.
Alfonso declama… “Soy samario”