Shhh, él ha muerto…

Shhh, él ha muerto…

Artículo de Alfonso Noguera-Aarón sobre la obligada actuación de la madre de Omar Geles durante el sepelio de su hijo, acompasado con música vallenata. “Guachafita absurda ante el dolor ajeno”.

Imagen de portada: El ataúd con los restos mortales de Omar Geles permaneció en cámara ardiente durante varias horas con el propósito de que miles de admiradores le rindieran tributo. Despedida multitudinaria al ídolo.

¡El silencio ante la muerte!

Por Alfonso Noguera Aarón MD

Pasados ya los llantos, lágrimas y protagonismos frívolos y efímeros del mundo farandulero parroquiano debidos a la súbita muerte del compositor y músico vallenato Omar Geles, quedan en el aire muchas inquietudes que ya son filosofía y reflexiones espirituales. Nadie está preparado para la muerte, y aunque todos queremos ir al Cielo nadie se quiere morir. Una cosa es segura, todos tenemos que morir, pero no sabemos ni el modo ni el tiempo de tan misterioso e inevitable suceso.

Pues bien, vamos al grano. Una cosa son las tristezas y pesadumbres colectivas por causa de sucesos luctuosos de la sociedad humana y otra muy distinta es la guachafita absurda ante el dolor ajeno. A mí en particular me queda el sabor de que a doña Hilda Suárez, anciana madre de Omar Geles, los irredentos metiches de la bulla acordeonera la embutieron de cabeza en su fanfarria irreverente contra su propia voluntad e hicieron de su inconsolable luto una ocasión de mostrarse y de venderse.

La muerte del hijo es de lejos el dolor más fuerte que pueda experimentar el humano corazón, y más la madre que el padre. El dolor por la muerte del hijo es simplemente impensable mientras no sucede tan aciago evento, y es la prueba más amarga e insondable de la tragedia humana. Ese dolor contra natura no tiene testigos ni consuelos, pues, lo apenas obvio es que los padres mueran primero que sus hijos, aunque el mundo esté lleno de este hondo pesar desde siempre.

Se asume con la incredulidad que supone tan inmenso agobio, se enfrenta en silencio, en la soledad y en la oración que trae briznas de consuelos, y ya nada ni nadie lo aminora, y acaso solo el tiempo convierta las espinas en flores de santa bendición.  Doña Hilda fue objeto de un absurdo festival del dolor ajeno. La vida terrenal no es un carnaval. No puede serlo. Es el escenario de expiación espiritual donde las dificultades y pesares son precisamente el modo como saldamos nuestras ofensas contra Dios, nuestro Señor.

Que Dios Todopoderoso acoja en su Santo Reino a Omar Antonio Geles Suárez, y a doña Hilda le prodigue el humilde consuelo que nunca podría darle a nadie la irreverente imprudencia mundana, que solo egos y mezquinos intereses busca, hasta en los amargos tragos del dolor y de la muerte.