La noche de este viernes 22 de diciembre, el cantante-pianista soledeño Alci Acosta se presenta, por fin, para su terruño… ¡Y se despide!… José Orellano recrea una crónica al respecto.
DESPEDIDA
Alci: ¡por fin!, de concierto en su terruño
Por José Orellano
Cincuenta y ocho años después de que el influjo de un ‘Odio gitano’ predijera lo victoriosa que había de resultar su misión en el mundo de la música, Alcibiades Alfonso Acosta Cervantes se presenta por primera vez en concierto en su terruño.
Debió pasar todo un larguísimo tiempo entre 1965 y 2023 para que la Alcaldía de Soledad y la Gobernación del Atlántico juntaran acciones —‘Gran pacto social’ por Soledad y ‘Atlántico para la gente’—, aprovecharan el ‘Tour de despedida’ que adelanta el artista por el país y programaran la presentación en su cuna, ¡por fin!, de quien, después de Pacho Galán y su merecumbé, ha elevado hasta lo más alto el nombre de Soledad-Atlántico en el firmamento musical.
En acontecimiento histórico para el pueblo, la noche de este viernes 22 de diciembre de 2023, a los 85 años y 47 días de su nacimiento, Alci Acosta tocará el piano y cantará para sus conterráneos —y para los de otras regiones que decidieron arraigarse aquí—, lo más granado de toda esa gama de boleros y algunas baladas con clásico sello de despecho que, desde su sentimental voz nasal y los dedos de sus manos sacándole notas al piano, paseó por Colombia, Ecuador, al que visitaba, por lo menos, tres veces al año; Perú, Chile, Nueva York, Venezuela, Puerto Rico y otras latitudes extranjeras.
Cómo olvidar aquel tiempo perfecto de Dios, aquellos precisos momentos en que el dial de la radio barranquillera se inundó del ‘Odio gitano’ de Cristóbal Sanjuan en la voz del soledeño, mi paisano. Yo tenía 15 años —es decir: era el año 1965— y vivía en diagonal extendida a la casa en que lo hacía Alci con su esposa Ruth María Agudelo Calvo, casa de sus suegros, misma calle en que había nacido y murió Pacho Galán, misma calle en la cual el pianista y cantante que es homenajeado hoy en su tierra natal vio la luz por primera vez el 5 de noviembre de 1938, en el matrimonio que conformaban Luciano y Sara: la ‘Calle nueva’.
Era la media mañana de un viernes si no estoy mal, cuando, a todo volumen, el disco sonó por primera vez —y así todo el día— en aquella ‘La casa de los Agudelo’, que así se le identificaba y que aposentaba por igual que a Alci y Ruth María, a Nancy, Gloria, María, Wilson y Robinson Agudelo Calvo, y a sus padres y suegros del cantante, Martín y Agustina.
Ese “¿Qué tratas de insinuarme con tus actos, a mí que te saqué de la amargura?”, no dejaba de sonar para que a todo el mundo se ‘le pegara’ como estribillo y así la vieja ‘Calle nueva’ del entonces villorrio se llenaba de fiesta: se celebraba el despunte de un nativo, de nuestro conterráneo hacia la gloria.
De Alci no he sido ni fui amigo o allegado, solo un conocido, un paisano al que siempre se le ha admirado, que más relaciones interpersonales sostuve con su Jr. desde antes de que se convirtiera en el ‘Checo’ exitoso de la música tropical, mismo que, con el acompañamiento de la guitarra de Teódulo Cervantes, me complació en más de una oportunidad y le cantó serenata a Elsita, mi novia soledeña de entonces, albores de los años 70. Una relación, Checo-Orellano, que se resquebrajó —para difuminarse por completo— después de que en una columna en El Heraldo sobre el desarrollo de una edición del Festival de la Leyenda Vallenata, yo escribiera algo así como que la calidad interpretativa de Checo no debía ser desgastada por él mismo, pidiéndole “una bulla” y “otra bulla” y “una bulla más” al público.
En años idos, cuando escuchaba por la radio versiones de ‘Capri c’ets fini’ en español o de ‘El último beso’ o de ‘No renunciaré’ en la voz y el piano de Alci Acosta —aun no conocía sobre cover, el mal usado término de hoy para querer decir que se canta un tema que otro cantante había hecho éxito mucho antes— renegaba de mi paisano. Más tarde cambié de posición: “Está bien que lo haga, siempre y cuando lo haga bien”, me decía, mientras Alci reproducía en su estilo los que eran éxitos de Hervé Vilar, Polo y Lolita, respectivamente. Y lo hacía bien. Y el público se lo pedía. Y lo aplaudía a rabiar.
Me encantaba, sobre manera, cuando escuchaba al extinto Efraín Orozco Araujo gritar, pecho henchido, que Alci “es el mejor bolerista de América”, en especial cuando por el traga-níquel se escuchaba ‘Qué puñalada’ del también autor de ‘El mochilón’, Orozco Araujo precisamente. Recuerdo que Efra me decía, cuando, en torno a una botella de whiskey, departíamos en los billares ‘Rey soy’ con Pepe Bejman —el del restaurante ‘Mi vaquita’—, que Alci, con arreglos especiales, debía grabar ‘El mochilón’ que no deja de tener su grito romántico-poético: “Alumbra luna, alumbra luna, alumbra luna que ya me voy pa’la montaña”…
A partir de las 8:00 de la noche de este viernes de temporada navideña, se materializa, pues, el aguinaldo que la alcaldía de Soledad y la gobernación del Atlántico brindan al pueblo soledeño y a todo aquel foráneo que quiera asistir a este reconocimiento al más grande cantante que ha parido el pueblo que también me parió a mí.
Y, allí en la remodelada plaza principal soledeña, entre todas las canciones que el respetable le pida —‘Odio gitano’, ‘El contragolpe’, ‘Traicionera’, ‘El ultimo beso’, Él preso número 9’, ‘Renunciación’, ‘Capri c’ets fini’ , ‘No renunciaré’, ‘Papel de la calle’, ‘La cárcel de sing sing’, ‘Si hoy fuera ayer’, ‘Amor gitano’, entre otros—, Alci a lo mejor interpreta ‘Eres mi amor’, su única composición, un homenaje que le rindió a su Ruth María, ya fallecida, y con quien estuvo casado por más de medio siglo.
Alci, un auténtico músico de sangre, herencia y legado de familia, que estudió piano en Bellas Artes de la Universidad del Atlántico… Luciano, su papá, tocaba marimba; su tía Rosita Cervantes, grabó boleros, y su tío guitarrista Teódulo —el que acompañaba a Checo a llevar mis serenatas a la ventana verdecita de la casa donde vivía mi novia Elsita— fue del grupo ‘Los soneros costeños…
Hay un trozo de ‘Odio gitano’ —al final— que reza que “Si fuera vil gitano, te dijera/ tres frases que contengan brujería:/ que vayas por el mundo muerta en vida/ y vivas mil años de hechicería…”
Por el rumbo que toma la letra, que llega hasta la brujería y la hechicería en el despecho, y buscando alguna relación con el título del tema musical, siempre entendí que Alci decía que “Si fuera vil gitano, predijera…”. Cuando ‘canto’ ‘Odio gitano’ en el baño o en la cocina de mi casa, grito así:
“Si fuera vil gitano, predijera
tres frases que contengan brujería:
que vayas por el mundo muerta en vida
y vivas mil años de hechicería…”
A raíz de mi concepción sobre la lectura que los gitanos hacen de su tarot —su inquietante oráculo— sigo creyendo que el autor de ‘Odio gitano’ se insinuaba por augurar brujería y hechicería para quien, sacada por él de la amargura, finalmente lo traicionó: “Si fuera vil gitano, predijera…
Alcibiades Alfonso Acosta Cervantes, quien, a raíz de mi condición de periodista, me concedió, por allá por 1990, quince minutos de entrevista para el espacio televisivo ‘Tinto y tema’ que se difundía, diariamente, de lunes a viernes, por el noticiero Telemundo, al cual yo dirigía en Telecaribe y que corría entre las 7:00 y las 8:00 de la mañana, mucho antes de que en la televisión nacional aparecieran, en formato similar, ‘Día a Dia‘ de Caracol y ‘Buen día, Colombia‘ de RCN.
Alci Acosta, el mismo que cantaba ‘El último beso’ cuando, en 1984, en un centro nocturno barranquillero, aprovechando tal fondo musical y en visconversa, le di mi primer beso de amor a mi actual esposa doña Luz, la mamá de Laura Carolina y Claudia Marcela.
Alci, quien por ahí va, caminando lento, como perdonando el viento —¡oh!, ‘Mi viejo’… ¡Oh!, Piero— en su ‘Tour de despedida’.
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