Primera final

Primera final

Por fallas en la comunicación, una nota de José Alfredo Meza Casadiego —exalumno del director— dormía en las redes de las nuevas tecnologías… Se recupera para que, extemporáneamente, la disfrutes.

Imagen de portada: Sin expresar emociones, el director técnico de Junior Arturo Reyes —¡Arturo campeón!— pasa al lado de la Copa Bet Play, de cuyo logro él es gran artífice.

ATEMPORALIDAD

Primera final… ¡Después de la décima!

Por José Alfredo Meza Casadiego

Como un inmenso mamífero marino atascado y moribundo en la playa, flanqueado por miles de hormigas que —aficionadas al fútbol— quieren devorarlo, se levanta enhiesto el estadio Metropolitano de Barranquilla-Colombia: se embucha todo lo que se mueva a su alrededor, lo deposita interinamente en su estómago del gigante y descose una digestión turbulenta con la carnada de contemplar un partido… Y así, refunde sus alrededores en una soledad envejecida desde tiempos inmemoriales, que se puede tocar, solo espantada, repentinamente, cuando vomita al público, una vez finalizado el juego.

De nuevo el Metropolitano fue escenario del primer encuentro de la final del fútbol profesional colombiano, entre Junior de Barranquilla y Deportivo Independiente Medellín. La fanaticada aposentada en los intestinos del gigante, en las gradas, se preparó para presenciar la disputa.

Apenas una leve sonrisa de Arturo Reyes cuando el presidente de la Dimayor Jorge Perdomo se dispone a colocarle la medalla de campeón al DT tiburón.

Minutos después de los actos protocolarios, ya se gritaba el primero… el primer gol del local: Junior de Barranquilla-Colombia… En jugada brillante, desflecando contrarios, se ubicó en posición para marcarlo y así fue: goooooooollllll por el de siempre… de nuevo Bacca cumpliendo el pacto con la red sin saber en qué época lo firmó. Arturo lll no lo celebró, parecía ser que por sus venas no corre sangre, ni que su corazón manifiesta emociones. Da la impresión de que en su circuito sanguíneo corrieran hilillos de plomo derretido, ni las pestañas se le mueven.

El Junior, como el Titanic, antes de entrar en su faceta crítica, navegaba con buen tiempo y buena mar, la melodía tocada por los jugadores, por ratos era sinfónica, otras veces estridente, lanzando pelotazos. Medellín no se permitió perder la brújula de su buen juego de equipo y, desprendiéndose a un solo toque del balón, fue adueñándose de la esférica, tejiendo una red de pases que grababa el público en sus pupilas y la televisión en su podcast. Los jugadores del Junior eran meros espectadores. Como fantasmas adormecidos, veían al DIM recrearse con la pelota de un lado al otro… Con un idílico romance con la grama, se hacía difícil impedir ese casamiento. El visitante empató imponiendo su juego sereno y, como muñequito de cuerda, entró en movimiento Arturo lll… Y cuando se le agotó el impulso, volvió a su comportamiento huérfano de emoción.

Junior no podía zarandearse del dominio contrario, lo habían anestesiado. Con la consciencia dormida, solo oía voces de apoyo, sin que fueran suficientes para generar una reacción. Se fue erigiendo figura el arquero Mele, las opciones de tiro al gol, provocadas por Deportivo Independiente Medellín eran ineficaces o atajadas por el guardameta local, venido de Uruguay.

Inquieto, Arturo lIl, volvió a tener cuerda, tomó decisiones y retomó su posición de estatua. Los cambios efectuados, produjeron los resultados esperados: como si les hubiesen lanzado agua helada, despertaron del adormecimiento prolongado: goooooolllll de Bacca, otra vez. El soldadito de cuerda, Arturo lll, festejó, hasta que se diluyo el impulso y había de recuperar su posición de estatua.

Llenos a reventar en el Metropolitano en la final a la gran final y en la primera parte de la finalísima. A la final, la Copa, la décima y el botín de oro. ¡Qué final!

Con maravillosa jugada de doble cabeza, descontó el visitante: Junior 3–Independiente Medellín 2.

Finalizado el juego, la televisión hizo un paneo al intestino del estadio, para mí, como un “inmenso mamífero marino atascado y moribundo en la playa”. Las decenas de miles de hormiguitas que lo ocuparon, lo abandonaron como si el escenario se desparasitara.

La soledad de los alrededores huyó en estampida con la salida de la hinchada, soledad que retornó cuando los espectadores dijeron: “Calabaza, calabaza, ¡todo el mundo pa’la casa!

Se había ganado la primera final… Después, desde la visita, la décima había de venir…

José Alfredo Meza Casadiego-Colaboradora Betty Paruma