Internet: campo de batalla donde deseo y atención son moneda de cambio. Alonso Ramírez Campo revela cómo los algoritmos raptan nuestra libertad y propone pedagogía para enfrentar estas máquinas deseantes.

Deseo y delirio en internet

Por Alonso Ramírez Campo
“La trampa no tiene la culpa de que tú te hayas metido”
El deseo es como un potro salvaje que no se deja ensillar, mucho menos cabalgar, a menos que el jinete que pretende hacerlo sea invisible.
Existe un mercado invisible en internet que desvela, preocupa y ocupa a todas las plataformas: el mercado de la atención. Se trata de un espacio en el que se ofrece contenido a una constelación de usuarios de todas partes del mundo, quienes, aunque no siempre saben lo que quieren, sí saben lo que les gusta. Precisamente de eso vive este mercado invisible: de mantener activa la “economía de la atención”, cuyo objetivo es cautivar a los usuarios el mayor tiempo posible en una labor de seducción que bien podríamos aprender los profesores de los vendedores.
Estas plataformas funcionan a partir de dos grandes instancias: la venta de publicidad comercial y de campañas públicas provenientes del mundo político, así como del uso de los datos de miles de millones de usuarios para ofrecer otros servicios. ¿Qué datos recolectan para atrapar a las personas? Veamos: preferencias temáticas, estados emocionales, imágenes predilectas, música que sublima, narrativas que cautivan. Esta recolección de información ocurre constantemente, segundo a segundo, mientras el usuario navega. Con estos datos se construye un algoritmo personalizado que nos bombardea con nuestras propias predilecciones. Basta con ingresar a la red para que el algoritmo nos lea y dirija nuestra mirada hacia la “zona de la fijación del gusto”. Ahí es donde comienza a operar la máquina deseante.

A partir de este proceso se activa lo que la semántica de esta tecnología denomina “el rapto digital”, en el que el gusto juega un papel central: si un usuario busca recetas de cocina, verá contenido sobre gastronomía; si busca historias de guerra, será expuesto a relatos y documentales de conflictos; si prefiere páginas políticas, se le mostrará información afín; si busca pornografía, su feed estará inundado de contenido erótico.
La clave radica en el principio de “cascada”: el usuario recorre a gran velocidad una enorme cantidad de imágenes y videos, lo que propicia una dinámica de “stalking” o acecho, donde una persona sigue, vigila o controla a otra de manera repetida. En este contexto, la publicidad y las campañas políticas encuentran su espacio idóneo; a mayor velocidad en la cascada, mayor impacto de los mensajes deliberados.
Como dice Lacan, el principio del goce liberado opera ahora en la zona de la fijación del gusto, funcionando como una máquina deseante que nos conduce por una escalera hacia la estructura profunda del deseo.
Sin embargo, esta situación no implica necesariamente que seamos manipulados por un agente externo, sino que simplemente ya nos hemos convertido en extensiones del sistema. La supuesta libertad que nos ofrece internet, con sus innumerables recorridos y trayectorias, en realidad se traduce en la privación de la libertad civil y social.
Si, como afirmó Baruch Spinoza, “la libertad no está en el hacer, sino en el ser, solo que se opera necesariamente”, entonces debemos admitir que, incluso desde nuestra esencia, hemos sido colonizados por estas máquinas deseantes.

En este contexto, el aula escolar se encuentra raptada por estos dispositivos digitales, que desprestigian los contenidos de las asignaturas que enseñamos los profesores. Esto genera un combate desigual, comparable al de “un burro amarrado contra un tigre”.
Para enfrentar este desafío, es necesario crear estrategias pedagógicas que operen en la misma lógica de estos algoritmos. Solo así podremos combatir a este enemigo invisible que cautiva la mente y el corazón de niños y adolescentes, presas fáciles de un voyerismo vulgar y descarado que los seduce con la promesa de convertirlos en espías privilegiados de espectáculos privados.
Ante esta última farsa, es urgente desarrollar una pedagogía del deseo que confronte a estas máquinas deseantes. Pero esta pedagogía debe construirse desde una ética refinada, sin trampas, aunque con una buena dosis de seducción, tal como lo hacen los vendedores y los Don Juanes.