Adiós, hongos de Uribia

Adiós, hongos de Uribia

Tras doce años de haberlos contraído en Uribia, La Guajira, hongos en los pies del director han desaparecido. No hubo medicina capaz de extinguirlos. Lo ha logrado el bicarbonato, diluido en limón y vinagre blanco.

DOCE AÑOS DESPUÉS…

Bicarbonato, diluido en limón y vinagre
blanco, eliminó ‘mis hongos de Uribia’

Por José Orellano

Entrada a la capital indígena de Colombia y a su cultura wayuu: Uribia.

Fue por allá por 2011 y eran tiempos de campaña electoral.

Y en esos tiempos de proselitismo político —a Presidencia, Congreso, Asamblea, Gobernación, Concejos, Alcaldía y hasta JAL—, costumbre guajira es aprovechar ferias y festivales de concurrencia masiva para promocionar aspiraciones.

Era fin de semana de mayo —o quizá de junio— y en Uribia, La Alta Guajira, transcurrían días de Festival de la Cultura Wayuu.

En su recorrido por toda la península septentrional, la caravana de aquella campaña —que era a Gobernación— había de llegar a ‘La capital indígena de Colombia’ para pernoctar, en su zona urbana, durante los días del certamen, el cual está instituido desde 1985 con el propósito de integrar todos los aspectos culturales, tradicionales y folclóricos de una etnia que se asienta tanto al norte de La Guajira como en un vasto territorio fronterizo venezolano.

Aquella vez, las 790 mil 400 hectáreas de superficie de Uribia —7.904 kilómetro cuadrados— debieron soportar, durante un día de festival, que el cielo se les viniera encima a lo largo de interminables horas, desparramado en forma de diluvio. Mientras tanto, en la cabecera municipal se formaba una inmensa laguna tras el paso de una corriente que antes había entrado sin pedir permiso a las casas, había hecho desbordar las alcantarillas y sacaba hacía calles, carreras y callejones, la mierda acumulada tanto en el alcantarillado como en las pozas sépticas, que allí eran numerosas.

Los integrantes de aquella expedición política se hospedaban en casa de un excelente anfitrión, seguidor y entrañable amigo del candidato, residencia de amplios espacios que tampoco escapó a los estragos ‘inundantes’ de aquel mayúsculo aguacerazo.

Se hacía proselitismo —no era permitido parar— y había que aprovechar la estancia en Uribia para no dejar, en momento alguno, de promocionar e impulsar la candidatura y sus propuestas, lo programático y lo que había que prometer, con compromiso, entre la población real y la flotante del municipio que nos acogía. Por allí nos movíamos centenares de foráneos como huéspedes del pueblo, debido a las festividades.

Propios y extraños habíamos de chapalear por entre calles y carreras —mesas de juego, saltimbanquis, kioscos-venta de licores, sitios de exposiciones culturales—, con el agua’e mierda hasta más arriba del tobillo. A nivel de la campaña, a eso nos dedicamos, sin discriminaciones, tanto candidato como comitiva y, como es de suponer, los pies soportaban toda la inmundicia infecciosa que arrastraban aquellas aguas literalmente negras. Y cubierta su superficie por ese liquido maloliente —y finalmente estancado— había de permanecer el poblado por varios días.

Hongos como callos en toda la planta de los dos pies… Delicada situación.

Entre gente de piel fuerte y dermis ‘delicada’ se divide y a la vez se integra la humanidad. Y yo he pertenecido al segundo grupo. Razón por la cual, tan solo un fugaz ataque de insectos ponzoñosos hace casi irremediables y dolorosos desastres en mi cuerpo. Y los pies no han escapado a ello.

De adolescente, cuando las travesuras de la edad me llevaban a atravesar charcos de agua estancada —rumbo a la isla de Cabica, por ejemplo; o cuando devorabamos zona rural y boscosa tratando de cazar conejos con caucheras y bolas de barro—, una fétida purulencia aparecía, días después, por entre los dedos de los pies. La llamábamos ‘mazamorra’ y era asquerosa. La ciencia la identifica como ‘pie de atleta’, que también se le dice ‘tiña podal’ o ‘tínea pedis’. Gracias al médico del pueblo, el inolvidable doctor Noguera, la curábamos con un ungüento o crema llamado ‘Locortén vioformo’, que también usé en el Ejército cuando, precisamente, era blanco de la ponzoña de insectos que solo los he visto, y sentido, en Socorro, Santander, sede del batallón quinto de artillera Galán, donde presté el servicio. Con ‘Locortén vioformo’ curaba esos picotones que se infectaban y también las escaldadas que surgían por el roce del uniforme con la entrepierna. E igual usé el ungüento contra algún amague de ‘mazamorra’ por el agua en las botas cuando nos íbamos de orden cerrado al monte.

Retorno ahora a Uribia para precisar que más allá de la media noche se suspendió nuestro proselitismo en equipo de aquel día festivalero y lluvioso, sábado uribiero o uribiano. De una, nos fuimos para el lugar de hospedaje. Después de cenar —como es de suponer, a deshoras—, nos dirigimos a nuestras camas con el propósito de dormir y recuperar fuerzas, que “mañana será otro día de mucho festival, de mucha lluvia y de mucha política”. Cuando quise descalzarme las botas enchumbadas, descubrí que mis chancletas no estaban donde las había dejado en la mañana, debajo de la cama, a mi izquierda de la cabecera. Después supe que una candidata a corporación pública que hacía parte del movimiento y la comitiva me las había ‘robado’ porque, me dijeron, se había dizque enamorado de aquellas ‘tres puntá’ de plástico que, un día antes, me costaron no más de tres mil pesos en el mercado público de Uribia. Mis chanclas oficiales las había dejado olvidadas donde me hospedaba al sur de La Guajira.

Por ello, hasta cuando por fin decidí meterme a la cama, seguí con mis zapatos enchumbados puestos, me los quitaría para arriarme a dormir. Sin enjuagarme los pies —no quería andar descalzo por la casa— me acosté. Al día siguiente, tras el baño, la prevención desodorizante de los pies con un espray y su cubrimiento ‘protector’ con calcetines, volví a ponerme las mismas botas, que parecían secas. Ese día no llovió, seguimos haciendo proselitismo y, finalizada nuestra misión en Uribia, regresamos a Fonseca.

Semanas después no sería ‘mazamorra’ lo que aparecería por entre los dedos de mis pies, sino una extraña callosidad en las plantas. De vuelta a mi casa en Bogotá, la callosidad no dejaba de crecer y extenderse. Acudí a mi EPS y… “¡Hongos!”, me diagnosticaron… Conté lo ocurrido en Uribia y… “He ahí el origen”, determinaron… Y de todo eso hace once-doce años.

Sanos, sin hongos como promontorios callosos, lucen hoy día los pies del autor de esta nota… Obviamente,
queda algún vestigio de lo que pernició por casi doce años en tales extremidades.

Me mandaron pastillas, ungüentos, pomadas, cremas y nada que amainaba la callosidad. Acudí a especialistas y hasta me sometí a una biopsia… Nada de cáncer en los pies, pero las erupciones cutáneas seguían… Me recetaron entonces una costosa ‘fórmula magistral 004’, fuera del POS —que la compré muchas veces– , pero nada hizo desaparecer de las plantas de mis pies a “mis hongos de Uribia”, como bauticé a tan fastidioso y anti-estético promontorio calloso… “Cayo callos”, también les decía a mis pies, más el derecho que el izquierdo. … En ocasiones, mis “hongos de Uribia” se abrían y hasta me hacían cojear… Finalmente, ¡a convivir con ellos!, sometiéndolos continuamente a la piedra pómez para bajar el promontorio. Debí acostumbrarme a cargar con ellos, porque a la postre son múltiples seres, microscópicos, sí, acumulados, que se vuelven difíciles de eliminar debido a que poseen un alto grado de supervivencia.

Con “mis hongos de Uribia” pieseros alcancé a conviví durante casi 12 años, hasta hace apenas un par de semanas cuando se me dio por pararles bolas a unas recomendaciones en la web y frené la aplicación de toda la formulación médica.

De un par de meses para acá, nochemente, baño mis pies, en especial sus plantas, con el diluido de bicarbonato en limón y vinagre blanco, que el vinagre se lo agregué motu proprio, recordando que mi abuela Ñaña lo utilizaba como efectivo antiséptico. Tal menjurje va haciendo soltar las costras callosas. Y apoyado en las uñas de las manos, las desprendo, poco a poco, hasta hacerlas desaparecer.

Pastillas, ungüentos, pomadas y hasta una fórmula magistral no pudieron con los
“hongos de Uribia”. Bicarbonato en limón y vinagre blanco, los pusieron out.

De unos días para acá, las plantas de mis extremidades inferiores han vuelto a ser como las que lucía antes del festival wayuu de 2011, mis pies han vuelto a mostrarse como aquellos pies que, por su forma, su puente —en especial su puente—, sus dedos y su higiene, ‘enloquecieron’ a más de un par de ellas.

“Tus pies, junto con tus labios, son tus principales atractivos”, me dijeron algunas. Otras elogiaron mi abdomen sin promontorios, lo cual hoy es solo un recuerdo.

El bicarbonato, diluido en limón y vinagre blanco, pues, ha eliminado, tras casi doce años de sufrimiento —y para dicha total mía—, mis ‘hongos de Uribia’. El proceso debo sostenerlo por largo rato, aunque sin necesidad de esclavizarme, hasta cuando logre tersura plena en las plantas de mis pies “bellamente puenteados”, según apreciación sentimental de más de un par de ellas, mis amores de mi amor al amor.

Y así, pues, hoy me veo precisado a extenderles un alegre adiós a “mis callos de Uribia”.