Inocencio De la Cruz nos trae un relato que retrata situaciones que bien pueden mecerse entre lo imaginario y lo posible. Week end de cinco amigas en modo diversión y que no terminó nada bien.
RELATO EN FÍSICA FICCIÓN
Entre 5, una amiga muy diferente
Por Inocencio De la Cruz
Vía WhatsApp habían acordado “los temas importantes de conversación” que, “entre una y otra trivialidad”, abocarían durante su encuentro tras varios años sin reunirse.
Danna Martina, Susie, Valeria, Sabrina y Erlin Imelda eran contemporáneas y fueron amigas desde niñas, pero a pesar de seguir viviendo en la misma ciudad habían dejado de frecuentarse como lo hicieron hacía casi diez años.
Más allá de la mayoría de edad, con estilos de vida definidos y sus correspondientes futuros en “ruta de definiciones”, se convocaron para pasarla juntas durante un fin semana que —aprovechando las vacaciones de temporada navideña—, debía iniciarse la tarde-noche de un jueves y finalizar después del mediodía del domingo.
Lo planeado: tres días de libre albedrío compartido entre cinco, ‘sueltas de madrina’ —como si alguna de ellas requiriera de ese tipo de compañía—, juntas para arriba y para abajo, gozándola y hablando de lo que se les viniera en gana en días que no coincidieran con los de las Velitas, la Navidad y el Año Nuevo.
—Podemos repetirlo para Semana Santa —había de decir Danna Martina, uno y hasta dos años mayor que las otras, y quien había de fungir como una especie de líder del grupo.
Se encontraron en la terminal de transporte, tras haber llegado de a dos, dos y una.
—¿Por qué preferiste venirte sola? —preguntó Danna Martina a Erlin Imelda.
—Porque yo soy diferente —respondió a secas.
Abordaron la flota y, concordantes con los tiquetes adquiridos semanas antes, ocuparon asientos de numeración seguida, a lado y lado, acomodadas en el orden en que lo hicieron al llegar. Dos se sentaron a la izquierda, dos a la derecha y una en silla que daba hacia el pasillo, delante de las otras. De manera que, con un pequeño giro de cabeza o de medio cuerpo, Erlin Imelda —que ya asumía como la relegada del grupo— pudiera participar en parte del parloteo de viaje con Danna Martina y Susie, Valeria y Sabrina.
Llegaron a su destino y mientras la noche, noche de jueves, avanzaba hacia las diez, entraron al hotel 3,5 estrellas reservado y pagado con anticipación —tres noches, tres días—: confortable habitación múltiple, una cama sencilla y dos camarotes, repartidos entre las cinco por medio de una rifa: a Erlin Imelda le tocó la cama. Y en esa pieza compartida, se sintieron a gusto, porque querían estar muy juntas durante la excursión.
Sin cambiarse de ropa, saldrían después a buscar comida rápida para la cena. Mientras digerían perros calientes o hamburguesas con jugos en leche de zapote, mango y níspero, acordaron que, al día siguiente, la primera jornada diurna en tan hermoso balneario sería para dorar piel a orillas del mar. Y dejaron aflorar que la disposición para la primera rumba con grandes posibilidades de desinhibición, de pronto con un toque de ‘noche loca’, estaba puesta en los nocturnales Caribe del viernes y el sábado en ese centro turístico, pero con la promesa de que la ingesta de licor sería sometida a un permanente control del colectivo.
Capa social 3,5, con crianza, crecimiento, desarrollo, adolescencia, juventud, carente de lujos, las cinco habían contado con todas las posibilidades de estudios —preescolar, primaria, secundaria, media y superior—, gracias a ingentes esfuerzos paternos, pero de las cinco, una, a pesar de los muchos empujones que le propinaron sus padres, apenas si pudo llegar al noveno grado… Otra comenzó la universidad, pero no terminó… Dos graduaron en estudios técnicos y una sola, la más brillante en las lides académicas, se hizo profesional en una universidad privada gracias a una beca y a sus aptitudes: ¡diez semestres, en ocho!
Para el encuentro, con el visto buenos de sus padres, habían acordado “cero discriminación” entre ellas, todas se moverían bajo el mismo rango: amigas, nada de títulos, pero una de ellas no era tan agraciada como las otras que, sin ser beldades para concurso de belleza, a donde llegaban atraían, física y hasta emocionalmente, numerosas miradas de género opuesto. Ninguna tenía novio oficial, solo amigos en proceso de “conocernos”, un par de ellos “, sí, con derechos”. Y durante el week end todas había de rendir raptos de pleitesía a llamadas entrantes, eso sí: ninguna llamó. “Los interesados son ellos”, decían.
Una ‘echada a un lado’ de la avidez contemplativa de los admiradores, comenzó a sentirla Erlin Imelda hacia el meridiano del viernes, en medio de tres horas de mar y playa… Era como una puñalada a su alma… Erlin Imelda, nombre compuesto tanto para el bullying escolar como para el social, obedecía a una gracia que habían decidido sus padres: mamá, como admiradora de la expresidenta filipina, y papá, por su fascinación hacia el nombre de su abuela fallecida doña Erlinda… Erlin Imelda pensaba en su nombre y lo maldecía —«un día de estos me lo cambio», masculló, como mascullaba siempre—, mientras los hombres seguían sin mirarla a ella con la fruición con que se deleitaban recorriendo, visualmente, las figuras en bikini de sus cuatro amigas. Para remate, el dos piezas que Erlin Imelda había escogido para la ocasión no eran las mejores prendas para impresionar. Entonces, un ligero sabor a disgusto comenzó a recorrerle todo su organismo, su cuerpo sin curvas se estremeció por completo.
Se broncearían al gusto —el sol no las había maltratado, se habían aplicado un excelente y costoso protector solar, el más grande, comprado en el mejor CC de su ciudad mediante una ‘vaca’ entre las cinco— y hacia las tres de la tarde decidieron dejar la playa para ir a almorzar. Ingresaron a un concurrido restaurante en inmediaciones del malecón y trataron de ser refinadas en lo que pidieron: tras las entradas, muy variadas, todas se inclinaron por frutos del mar, entre pescados y mariscos.
—Somos Caribe, comamos Caribe —había dicho Susie.
Treinta minutos de espera, una hora para el consumo de lo pedido amenamente conversado sobre trivialidades, y otro tiempo largo para superar el chasco surgido entre el cobro y el pago —revisión de la factura, confirmación de la lista de precios, la suspicacia de cinco mujeres para establecer que la coincidencia entre lo consumido y lo cobrado no existía, y la resta de todo cuanto se ‘enclavijó’, mucha resta, casi el doble, y el pago final de la cuenta— acercaron lentamente a Danna Martina, Susie, Valeria, Sabrina y Erlin Imelda a su planeada primera noche de “desenfrene moderado”.
—¡Qué hijueputas!, querían tumbarnos —dijo Erlin Imelda, misma que no había alcanzado a graduarse ni siquiera de bachiller. Pero que se volvió gran lectora de novelas sensibleras, de Vanidades y Cosmopolitan, y algún número de buenos libros sobre temas diversos.
—Eso perjudica el turismo —agregó Martina, quien tenía grado de técnico óptico.
—Tienen huevo —puntualizó Erlin Imelda, mientras hacían su ingreso a la habitación—. Nos vieron cara de huevonas. Son unos perfectos malparidos.
Una a una se enjuagaron, Erlin Imelda sería la última en hacerlo… Revolvieron maletas y morrales y mientras se arreglaban para la gran noche —yin, camisetas, minifaldas, calzado apropiado para bailar— hablaron de gustos musicales: Bad Bunny, Rosalía, Maluma, Karol G., Kevin Roldán, Farruko, Yatra, Wisin y Yandel, Don Omar, Tito El Bambino, Shakira.
—No importa lo que digan las letras de sus canciones, pero Bad Buny me mata —dijo Danna Martina, quien tenía grado de técnico en nutrición.
—Yo me voy con Daddy Yankee y su canción ‘En la cama’: “A ella le gusta que le den duro y se la coman… Yo quiero la combi completa… ¿Qué?… Chocha, culo, teta… —intervino canturreando y bailando Erlin Imelda, al tiempo que chocaba las palmas de sus manos contra ciertas partes de su cuerpo.
—Los escucho a todos, porque es lo que se oye, lo que ponen las emisoras, lo que promueve la televisión, las recomendaciones de las aplicaciones, pero hay letras que me dan asco, ganas de trasbocar —anotó Susie, la profesional—. Pero es la moda. También oigo salsa y uno que otro vallenato.
—Sí, reguetoneros y raperos son obscenos, diría puercos, pero son una bacanería para la recocha, para el perreo —dijo Sabrina, mientras Martina las apuraba a todas para irse ya de rumba, porque la “noche es virgen, que no nosotras”, dijo.
—Yo sí —aclaró Sabrina, riéndose. Sabrina, la que, por un chasco con su novio de salón de clases en el mismísimo salón de clases, había abandonado sus estudios universitarios. Estudiaba sociología.
Todas seguían viviendo con sus papás, todas trabajaban en cargos concordantes con el nivel de sus estudios, un par de ellas había tenido deslices sentimentales que las sacaron de casa, se habían ido por un tiempo, solo por un par de meses, una; casi un semestre, la otra… Sí, muy pronto estuvieron de vuelta… En medio de cantaletas por la llegada tarde en las noches de fin de semana, las cinco se sometían a la autoridad paterna, pero gozaban de una muy relativa libertad en sus hogares. Gozaban de permiso para muchas cosas, pero también les cometían una que otra pilatuna a sus abnegados padres.
Los temas acordados por WhatsApp no eran muchos ni nada profundos: recuerdos, paso por jardín, escuela, colegio y universidad… pilatunas, amores, sueños, tristezas, gustos musicales… Este último tema, por lo que dijeron las cinco a la hora de prepararse para la salida nocturna, había quedado superado… En esos gustos no figuraría para nada el tenor mexicano Javier Camarena, mucho menos el cantante lírico vallenato Ernesto Fabio, único colombiano seleccionado, entre centenares de aspirantes, para el Coro Mundial de la Juventud…
Al compás del contoneo de las cinco al andar, luces multicolores titilaban por doquier: arreglos y arbolitos navideños, como muestrarios de gustos refinados o corronchos, arropaban otra agitada noche de viernes en el balneario, noche que, por medio del rumbeadero situado a pocas cuadras del hotel, se tragaría a las cinco. Tanto afuera como adentro había más mujeres que hombres, por lo cual se vislumbraba que la competencia en el interior del local para hallar parejo al instante a lo mejor se pondría dura.
Desde la piel de sus emociones, Danna Martina, Susie, Valeria y Sabrina se presentían exitosas, mientras Erlin Imelda se achicopalaba. Las cuatro atractivas amigas habían ingresado animadas bailando sin parejo, mientras Erlin Imelda se arrellanaba, cuan pasadita de libras era —y sin mucha motivación—, en una de las butacas del cubículo que había alcanzado a ganar para el grupo, que, rato después, había de multiplicarse por dos. Ella pidió un litro de ‘guaro’, con servicio inicial para cinco.
—No vayas —le había sugerido una tía—. Temo que sufrirás algunos disgustos y desencantos.
—Voy porque voy —respondió, altanera, como solía ser, Erlin Imelda—. Y nadie va a ponerme de ruana. Yo veré…
Bad Bunny, Rosalía, Maluma, Karol G., Kevin Roldán, Farruko, Yatra, Wisin y Yandel, Don Omar, Tito El Bambino, Shakira y algún acordeón reguetonero llenaban el ambiente de ‘música’ mientras la pista se desbordaba de contorsiones, dancísticas, eróticas, vulgares, perreo, sexo abiertamente insinuado, esperma chorriada, humores de diversos aromas y muchos besos boca a boca con pases de lengua, sin distingo de género: hombre con hombre, mujer con mujer, gay con lesbiana, hombre con gay y lesbiana, mujer con hombre, transgénero con… ¡La diversidad, sus derechos! Y Danna Valeria, Susie, Martina y Sabrina, por el ladito, pero dispuestas a probar, a experimentar, comenzaron a bailar sin parejos.
De pronto, Erlin Imelda —repuesta de su down—, extrañamente super animada, también saltó a la pista de la mano de un hombre dos veces mayor y vez y media más alto que ella: en la zona de baile, Erlin Imelda era una máquina perreando. Y en una de esas, su plano trasero terminó atenazado por las rodillas de su ‘perreador’ acompañante. Se la gozaban en la pista, un preludio de lo que vendría.
A las pocas, todas habían cuadrado parejo, era como si sus feromonas hubieran funcionado como red de pesca, pesca de jóvenes buen mozo, en el caso de Danna Martina, Susie, Valeria y Sabrina, que Erlin Imelda iba prendada de su cincuentón, casi sesentón. Un par de ellas actuaba con estudiado recato, las otras tres tendían a ‘espelucarse’, las cinco impusieron cierta gracia moderna en el rumbeadero, su forma de bailar —como se baila ahora— encantaba.
A mitad del cachondeo, durante un pare musical, el cubículo ya era compartido por diez, cinco parejas hombre con mujer: ellos bebían y bebían guaro en un carrusel casi imparable, mientras ellas, alternadamente, arrojaban el trago bajo su butaco. Funcionaba el cierto control a la ingesta de alcohol planificado… Aparentemente, no había prevención alguna contra los otros estimulantes muy de moda.
Solo hacia la media madrugada fue cambiado el tipo de música: una que otra salsa, dos merengues, alguna bachata, un par de vallenatos y muchas canciones románticas, el momento preciso para el baile pausado, apretaditos, para que, con plenos consentimiento, las manos masculinas recorrieran hombros, senos, glúteos, entrepiernas femeninas… Y las manos de mujer apretaran cuello, espalda, aferraran sus uñas a las camisas del parejo, bajando veloces a sus nalgas, estrujando musculosos muslos cubiertos, y ellas sintiendo bulto sobre su prenda: el ad portas a la noche loca y… ¡que viva el rap de Myke Towers!: Y sólo pido una noche loca,/ decirte al oído todo lo que te provoca,/ que aumenten tus latidos y así beses mi boca,/ a ver si así recuerdas que nadie mejor te toca…
Y así… ¡lo que debía pasar había de pasar…! Y pasaría… ¡Y pasó!…
Ahora, ya era sábado decembrino al alba y el balneario despertaba con la consabida agitación de alta temporada. La informalidad multiplicada hecha servicios comenzaba a ubicarse en el malecón, en la playa, en las aceras, en los callejones: comida callejera, vendedores de gafas y de aceite de coco “para que se dore perfecto, poco a poco”, salvavidas, pala y balde de plástico pequeños para que los niños jueguen con la arena, arrendadores de carpas, masajistas y elaboradoras de trenzas, vendedores de suvenires, el ambulantaje en todo su apogeo, los tríos vallenatos —caja, guacharaca y acordeón—, el guitarrista solitario, el contorsionista, la bailarina, el mago, todos preparándose para otra jornada de rebusque.
Poco a poco, las amiguis fueron regresando al cuarto del hotel: Susie y Danna Martina, coincidentes, minutos después del ángelus de la aurora… Valeria, pasadas las siete… Sabrina, media hora más tarde… Erlin Imelda sería la última, llegó a las 8…
Embotadas, sumergidas aun en los efluvios del aroma del guaro y sus consecuencias, ni Susie con Danna Martina, primeras en retornar al hospedaje, ni Valeria, mucho menos Sabrina, se habían atrevido a intentar, tan siquiera, dormitar… Por celular —recurriendo el grupo de tenían armado las cinco— habían venido diciéndose cómo marchaba el asunto: “Todo bien, todo bien, como ‘El pibe’”… “Somos tres y ni se imaginan”… “Estoy de lo mejor, en pleno goce…”. “¿Y tú qué? ¿Cómo te va con tu mancito?”… “Bacano, todo un caballero”… “Y qué tal el anciano?”… “Uf, sabroso”…
Solo con el arribo de Erlin Imelda, las cinco fueron y se tiraron sobre sus respectivos lechos… Y habían de dormir a pierna suelta hasta cuando el meridiano se situó, irónicamente, en la hora del sopor: las 2 – 3 de la tarde…
Fueron abriendo los ojos lentamente, una a una, y cuando ya todas habían recuperado algo de lucidez, apenas se enjuagaron la cara, se cepillaron los dientes y se restregaron con fuerza los ojos, acordaron salir a “pasar algo que el estómago aguante”.
—¿Guayabo moral? — preguntó Danna Valeria.
—No, totalmente físico —respondió Erlin Imelda—. Mi madrugada hasta el amanecer, fue muy rica. Lo hecho, hecho está.
—¡Quién se crea fuera de culpa, que tire la primera piedra! —gritó Susie.
Sabrina y Martina prefirieron callar.
—Yo digo: lo hecho por cada una de nosotras fuera de la discoteca se queda con cada una de nosotras. Nada será historia para contar o compartir —dijo, casi como dando una orden, Danna Valeria. Por algo era la mayor—. Nada de fotos y veo que no nos hemos tomado selfies, mejor.
Como buitres sobre su presa, las cinco amigas le cayeron a la vitrina repleta de deditos o ‘palitos’, como los llaman los cachacos… Y a gritos pedían jugos de naranja y de mandarina o agua’e panela con limón… ¡Tenían full hambre!, y también sed, aunque no tenían organismo para comida pesada.
—Como estoy, no soporto huevos revueltos ni en perico —exclamó Sabrina—. Mucho menos pasados por agua.
—Cómo deseo con ganas una sopita de costilla de las de mi mamá —dijo Valeria—. ¡Ay!, ojalá y mi vieja estuviera aquí, con nosotras. Le aguantaría la lora, con tal de que me diera su sopita ‘levanta muerto’… ¡Me la empujaría de una!
Ya con algo en el estómago, buena digestión, caminaban por el malecón cuando Danna Valeria dijo: “Ahora nos vamos de mar y playa, ese es el plan para lo que resta de día… Y esta noche no habrá rumba, nos quedaremos en la habitación”.
Entraron al hotel y salieron listas para meterse al agua.
—Esta noche, beberemos refajo, no ‘Pola y cola’… Buscamos un par de jarras, compramos Colombiana y media docena de ‘six pack’ de Corona y nosotras mismas hacemos el revoltillo, refajo a lo bien —dijo Valeria—… Esta noche, ¡cuarto mar…! ¡Reclutadas!
—Y hablaremos toda la burundanga del mundo —dijo Susie…
Compraron en supertienda y a la bebida le sumaron dos bolsas gigantes de hielo, vasos desechables, mecato, paquetes grandes de chatarra, y una cajetilla de Kool, por si daban ganas, a sabiendas de que las habitaciones estaban dotadas de sensores y que para fumar tenían que salir del hotel … También compraron dos jarras de plástico, de litro y medio.
No se sacaron la sal marina, se quedaron en vestido de baño y se sentaron en ronda, sobre la alfombra… Valeria preparó los primeros refajos… Y en dos vueltas, las jarras quedaron secas… No se podía negar: estaban en modo ‘desenguayabe’.
—Vamos a compartir experiencias, vamos a contarnos cosas, pero que sean verdad, hablemos absolutamente sobre la base de la verdad —precisó Susie. Y alguna mirada pareció nublarse…
—Comienzo yo —dijo Danna Valeria.
—¿Y por qué tú, no joda? —protestó Erlin Imelda—. ¿Acaso porque eres la mayor? He sentido que a mí siempre me relegan, pero esta vez, ni pa’l putas. Voy de primera —y tiró contra el piso el vaso con refajo a medio vaciar.
El ambiente se enrareció por un momento. La misma Erlin Imelda lo notó cuando sus amigas se revolvían en sus sitios de asiento.
—Perdón —trató de disculparse Erlin Imelda.
—Arranca, pues —le dijeron en coro, pero las cuatro ‘coristas’ se levantaron a distender cuerpo. Dos de ellas salieron del hotel a fumar: darían tres chupones cada una a un solo cigarrillo y pronto regresaron.
Erlin Imelda había ido a la mesa de dotación de la habitación y al lavamanos del baño, donde estaba el hielo. Preparó las dos jarras de refajo y regresó a la ronda. Se sirvió y bebió su vaso de un tirón. Habían preferido no recurrir a la pequeña nevera de dotación, cuyo contenido estaba intacto y no se justificaba guardar ahí en hielo. El refajo no dejaría de faltar, había suficiente Colombiana y Corona. Y muchas ganas de consumirlas.
—Voy a hablar con la verdad, porque, desde siempre, yo he vivido una mentira. Soy embustera de nacimiento.
Aunque algo habían escuchado sobre tal característica de Erlin Imelda, sus cuatro contertulias se miraron asombradas. Y no pudieron ocultar cierta extraña inquietud… «¿Embustera de nacimiento?», corearon en voz inaudible.
—Pido que me escuchen, sin interrumpirme —dijo—. O no, cambio de voz: pueden hacer preguntas, a medida que avance con mi historia.
—Dale, y déjate de tanto misterio —regañó Danna Valeria.
Continuará