Amiga separable

Amiga separable

El relato ‘ficcionado’ o ficticio de Inocencio De la Cruz trae pasajes que encajan en la truculencia, imaginaria o posible. Week end de las cinco amigas en modo diversión, que, al final, terminó en separación.

Truculencia ‘ficcionada’ y los alcances
de Erlin Imelda, una ‘amiga diferente’

(Final)

Por Inocencio De la Cruz

Erlin Imelda asimiló el regaño, a regañadientes con ella misma: masculló algo ininteligible, llenó su vaso de refajo, bebió y cerró los ojos como si se propusiera echarse a meditar.

—Con sinceridad, vuelvo a pedirles que perdonen mis altanerías. ¿Puedo continuar? —preguntó y volvió a beber del menjurje.

Sus cuatro amigas asintieron, mientras bebían.

—A estas alturas de mi vida me pregunto por qué diablos Dios permitió lo que yo he sido desde siempre: embustera y hasta malvada, especialmente con los hombres: ‘chica mala’ desde niña. Creo que aprendí mucho de las telenovelas, a las que veía desde los 8 años, cuando ya tenía uso de razón. Me considero una embustera de nacimiento, pero hoy no voy a serlo con ustedes.

«¿Embustera de nacimiento?», se preguntaron para sus adentros Valeria y Sabrina. Y también lo hicieron Danna Martina y Susie.

—¿Por qué dices todo eso? —interrumpió Sabrina.

—Acaso no me vieron anoche —dijo Erlin Imelda—. Me gustó ese viejo, al que no había visto nunca, y como ‘chica mala’, apenas se me acercó, de una me enganché con él. Y muy entrelazados pasamos la noche hasta el amanecer. Pero lo hice solo con el ánimo de burlarme de él, que se cree un adolescente ‘latin lover’ a sus casi 60, nada atractivo ni nada fogoso… En solo una noche, con él pasó de todo, aunque sin muchas emociones, pero fue un rato sabroso. Me burlaba tanto de él, me burlé tanto, que pensé que en algún momento iba a golpearme. Afortunadamente, no lo hizo.

—Erli: recuerda que habíamos acordado que lo muy íntimo que pasó después de salir del rumbeadero se queda con cada una de nosotras, que ninguna de nosotras se va a referir a lo que hicimos o dejamos de hacer —dijo Valeria—. Ni siquiera nosotras mismas compartiremos sobre la ‘noche loca’ de cada una de nosotras en este viaje.

—Déjenme decir algo —anotó Susie—: Danna y yo nos fuimos de avistamiento del horizonte, nos quedamos sentadas en la playa para ver a la madrugada entregándose a la aurora, un plan zanahorio, después de la rumba, en compañía del levante de Danna. Pero a mi mancito no le agradó ese plan sano y se fue molesto —agregó Susie, pretendiendo ser convincente—. Continúa, Erli…

—Siempre he tenido que admitirlo: desde cuando era púber, he sentido cierto gusto por los hombres mayores, así la inmensa mayoría no me haya prestado atención. Pero hay uno, pobrecito, al que le hice maldades a la lata, porque se metió conmigo y me regañó por “cosas malas” que yo hacía. Y no correspondió a mis coqueteos.

—¿Cuántos años tenías?, preguntó Sabrina.

—Tenía doce —respondió Erlin Imelda sin titubear.

—A esa edad, a mí me gustaba un profesor, pero hasta ahí —dijo Susie—. Nunca me le insinué.

—Hoy puedo decir que yo he sido la mata de la maldad —agregó Erlin Imelda—: En el colegio les acariciaba la entrepiernas o el trasero a mis compañeritos y los amenazaba con golpearlos o con decir que eran ellos los que me acosaban si decían algo a los profesores.

A las cuatro amigas no las llenaba del todo lo que comenzaba a contar Erlin Imelda, pero se la aguantaron… Porque… “para contarnos capítulos de nuestras historias estamos aquí”, dijo Martina.

—Pero tú lo estás contando con cipote de orgullo —dijo Sabrina.

—¿Y por qué no? —preguntó. Y corroboró el orgullo que le criticaban.

—¿Alguna vez fuiste al sicólogo? —preguntó Susie.

Las cinco amigas, en otra dimensión de sus fantasías… Tema para otro relato de Inocencio De la Cruz.

—No, no me gustan los sicólogos, yo les digo “sico-locos” o “sico-locas”.

—¿Te has preocupado alguna vez por llegar a ser un persona encantadora? —preguntó Valeria.

—No, solo me ha interesado ser diferente —contestó Erlin Imelda—. En nada me parezco a ustedes… O sí, hay algo: somos amigas, pero yo, ‘la amiga diferente’.

—Bueno, yo también tengo mi guardao por ahí —dijo Martina—, pero no hasta donde has llegado tú, Erli. Lo contaré cuando me toque mi turno.

—Me dirán ‘Chica mala’, sí —dijo Erlin Imelda—, pero no he sido como la Piedad de Murcia, la que, a sus 12 años, envenenó a sus cuatro hermanitos cansada de cuidarlos… Ni como Mathilda en la película ‘Leon: el profesional’, ¿la vieron?

—Y bien, Erli —intervino Susie—: quiero saber más sobre aquel “pobrecito” al que le hiciste maldades a la lata, porque se metió contigo y te regañó por “cosas malas” que tú hacías.

—Era amigo de mi mamá y fue a vivir con nosotros, porque necesitaba ahorrar —iba a casarse— y la casa era grande y tenía muchos cuartos. La pieza de él tenía cama doble. Él tenía una novia que vivía en otra ciudad y lo visitaba cada quince días y ese fin de semana dormía con él. Trabajaba independientemente en cosas de impresión de afiches, calendarios, camisetas y gorras. Durante varios meses, todo estuvo bien, hasta el día en que me vio vacilando con el vigilante de una academia de danza que quedaba al lado de la casa… Yo sí había visto que nuestro huésped no me quitaba sus ojos de encima y pensaba otra cosa… Cuando me pilló en mi cuento con el celador, me regañó como si fuera algo mío y me amenazó con decírselo a mis papás… Le rogué que no lo hiciera y le prometí que yo dejaría de vacilar con el vigilante… Después supe, por boca de él mismo, que se había dedicado a vigilarme porque un tío mío le comentó lo del celador…

—Espera —la paró Susie, quien con sumo cuidado había encendido la grabadora de su celular—: ¡Ya esto suena a truculencia…! ¿Tu tío se lo dijo a él y no a tus papás?

—No quiso contarles. El hombre me dijo que mi tío le había dicho que no lo haría porque no era problema de él, de mi tío…

—¡Vaya!, qué tío —agregó Susie—. Pero antes de que sigas, dime una cosa: en toda esta truculencia ¿está perorando la ‘embustera de nacimiento’? ¿O está fantaseando Erni?

—Ni embuste ni fantasía, la verdad. De mis ‘fantasías púber’ hablaré después.

—Continúa —dijo Susie.

—Una mañana, sentada en un taburete que recosté contra un palo’e mango en el centro del patio de la casa, coqueteaba con un albañil que realizaba arreglos al techo de la academia y me miraba por encima de la paredilla… Lo puse incomodo porque yo, en bata de dormir, hacia frecuentes cambios en la cruzada de piernas y el albañil me cogía punta y se ponía nervioso y yo me la gozaba, la verdad. Tan nervioso se ponía, que se le caían las herramientas… Ese día, el huésped regresó de pronto de la calle, llegó al patio y volvió a pillarme…  “¿También con el albañil?”, me preguntó. “De verdad, voy a hablarlo con tu mamá”. “Díceselo”, le contesté. “Diré que es mentira tuya, que no sé qué es lo que te pasa a ti conmigo. Será tu palabra contra la mía”, le dije, repitiendo algo que le había escuchado en el colegio a una profesora cuando un compañero de salón la amenazó con denunciarla ante sus papás por maltrato.

—Dijiste “díceselo”, Erli, lo correcto es díselo —interrumpió Susie.

—Como diablos sea, pero así fue como le dije —espetó Erlin Imelda, nuevamente alterada porque la habían corregido—. Yo sé, tú eres la profesional.

—¿Y se lo dijo a tu mamá? —preguntó Sabrina.

—Yo creo que iba a decírselo poco después de que mi mamá viera lo mismo que él había visto con el albañil y me regañaba por tales devaneos… Habíamos pasado a la cocina, mi mamá tenía la puerta de la nevera entreabierta y nuestro huésped quiso acomodarse entre esa puerta y mi mamá, como para contarle en secreto mi cuento, cuando ella me grito: “¡Oye, zorrita, pero si apenas te están saliendo pelos en la chucha…!”, perdón, pero así dijo. No fue sutil como lo es Daddy Yankee cuando la llama “chocha”, en su canción ‘En la cama’… El insulto de mi mamá hacia mí como que asustó al hombre porque, desde ese día, nunca más volvió a vigilarme ni a amenazarme con decírselo a mis padres. Pero yo ya había comenzado a odiarlo, y así se lo decía en voz bajita: “Te odio, sapito”. Eso sí, desde el día del albañil, los ojos de mi mamá, debido a lo que vio; y los de mi papá y los de la muchacha de servicio no dejaban de vigilarme a todo momento. Mi abuela, la mamá de mi papá, no dejaba de decirme “mulita retrechera”.

—Aunque las cosas que estás contando desbordan nuestra capacidad de asombro, continúa con tu historia —dijo Susie, que seguía grabando—. Me interesa conocer el final. Pero antes les comento que —no sé por qué— acaba de venirme a la mente la imagen de un tío que no dejaba de meterle ojo a mis senitos cuando el escote de la blusa se me descolgaba hacia el frente. También creo haberlo sentido varias madrugadas dando vueltas por la puerta de mi habitación, si es que no entró algunas veces a fisgonearme. O de pronto a tocarme.

—Deja lo tuyo para cuando te llegue el turno —protestó Martina—. A mí también me interesa conocer el final de la historia de ese pobre hombre.

Danna Valeria y Sabrina asintieron. Y llenaron de refajo los cinco vasos.

—El hombre había truncado mis fantasías, mis caprichos de pubertad. Cualquier día le dije: “No te perdono lo que me has hecho. Me las vas a pagar.… Yo te he oído hablar en voz bajita por celular con una mujer y se lo voy a decir a tu novia cuando venga”. Y comencé a hacerle las maldades. Era como decirle ahora: “Me vengaré de ti, sin importar cómo sea”. Si él pasaba junto mí, le sobaba la cola o me le colgaba de su cuello, lo apercollaba, pero él aplicaba su fuerza y me quitaba de encima… Algunas noches yo dejaba la puerta de mi cuarto abierta y me acostaba con poca ropa, pero él no entraba… A veces me le metía a su cuarto y me le tiraba a su lado, pero él se levantaba y huía y se iba para donde hubiera gente o buscaba a la muchacha que cuidaba a una primita que criaba mi mamá y se ponía a hablar con ella… Un día yo estaba con mi papá y él hacía diseños en su computador, de pronto dejé a mi papá y fui y me le recosté contra un brazo. ¡Quedó como estatua!, pobrecito… Algunas noches nos sentábamos en la terraza de la calle, que era oscura: él, yo, mi mamá y yo comenzaba a sobarle las piernas con mis pies; un día que en tal reunión estaban mi abuela la mamá de mi mamá y una hermana de mi mamá, lo hice con más insistencia y mi pie subía hasta la rodilla de él —es que lo que yo sentía me gustaba mucho—; después salimos a recorrer la casa hasta llegar al patio y durante todo el trayecto, yo le sobaba las nalgas. “Tú eres mi novio”, le decía en voz baja, pero él me apartaba, no podía ocultar que me despreciaba. Y su desprecio, más rabia me daba. Otra noche, él y mi mamá se sentaron en un juego de comedor que estaba colocado en un saloncito que quedaba entre el garaje y mi cuarto, y yo, que estaba en mi cuarto con la puerta cerrada, me desnudé, abrí la puerta y me le mostré, porque él estaba casi de frente y mi mamá de espaldas. No se lo dijo a mi mamá, yo sabía que no iba a hacerlo, temía que hablara con la novia o que yo inventara que me hacía cosas. Una noche soñé que me abrazaba, me besaba y me acariciaba. Era lo que yo quería, pero no… Desde ese día lo odié más. Y entonces le cantaba ‘Ese hombre’, la canción de Rocío Jurado: “Ese hombre que tú ves ahí,/ que aparenta ser divino,/ tan afable y efusivo,/ solo sabe hacer sufrir”… Era el único pedazo de canción que le cantaba…

Todo aparentemente bien entre las cinco, hasta que se dio inicio al recuento de sus historias.

—¿Nadie te veía hacerle todas esas cosas al huésped?

—No, yo sabía hacerlo, me las ingeniaba para que nadie me viera —respondió y continuó—:  Por rabia, yo cogía cosas de él: libretas, cojines, herramientas, plumeros y los mandaba lejos, pero él iba y los recogía y a nadie le contaba que yo le hacía todo eso. Un día le dije que era “un mariquita” porque no se aprovechaba. “Martíllame”, le decía, pero nada. Un día le dije: “Te tengo cogío” y él me contestó que “el que no la debe no la teme” y me dijo que yo era ‘maquiavélica’. No sabía qué quiso decirme con esa palabra. Tres años después escuché la palabra por televisión y recordé aquel momento. Me mortifiqué mucho porque recordaba su desprecio: sabía que yo no era bonita, pero no espantaba, no espanto. Entonces, investigué en internet y supe lo que quieren significar con la palabra ‘maquiavélico’. Leí sobre Nicolás Maquiavelo y por ninguna parte encontré que Maquiavelo fue un hombre malo, por el contrario: que era un teso muy honesto en política y un brillante pensador, autor del libro ‘El príncipe’. Y fue cuando supe también que la frase “el fin justifica los medios” no es de su autoría, como han sostenido. El huésped, tan preparado como él se creía, estaba equivocado sobre Maquiavelo. Cualquier día se mudó, le salió trabajo en otra ciudad y por internet le envié algunos emoticones groseros, quería decirle que lo odiaba, que lo despreciaba más de lo que él me despreciaba a mí… Hace algún rato estuve durante una larga temporada en la ciudad donde él vive ahora y decidí buscarlo, le hice cacería. Tras varios intentos me lo encontré en una estación del servicio masivo de transporte público… Me saludó con normalidad, sin el desprecio de aquellas veces y recordé entonces la vez que me dijo que “el que no la debe no la teme”… No hablamos mucho… Al despedirnos, me le abalancé y le di un beso en un cachete. No me rechazó… Ya voy a terminar esta historia….

Erlin Imelda paró para volver a beber refajo. Cerró esta primera parte de su intervención, diciendo: “He leído mucho sobre figuras de la farándula y sobre viejos pervertidos que acosan a niñas y abusan de ellas y me río. En mi caso, yo acosé a un viejo y hasta fui abusiva con él… Aun quedan muchas más cosas para contarles, maldades en casa ajena, por ejemplo… Más coqueteos con viejos, pero lo haré en mi próximo turno”.

—¡Qué próximo turno ni qué carajo! —gritó Susie, levantándose del piso—. Lo que has contado es muy feo, muy truculento, incluso ¡para no creer!… Y de verdad, ¿el huésped de ustedes no se lo contó a nadie? —preguntó dubitativa.

—Tenía miedo de que yo le dijera a su novia lo de las llamadas de mujer que recibía cuando él estaba en casa, yo sabía que no era su novia oficial —contestó Erlin Imelda—. También creo que él se lo contó a la mujer con la que hablaba por celular … “Dice que yo soy novio de ella”, le oí decir un día… Tenían que estar hablando de mí, sobre lo mío… Les juro que he dicho la pura verdad, que hoy no he sido embustera.

—¿Hay algo bueno en tu vida?, Erli —preguntó Susie.

—No me interesa —respondió Erlin Imelda en modo altanero, una vez más.

—Para mí, el viaje de placer se acabó —dijo Susie, sin poder disimular su repulsión frente a la situación, mientras iba y recogía su ropa y demás cosas suyas y las guardaba en el morral. ¡Qué alcances de “chica mala”… Y desde niñita, ¡por Dios!

—Yo pienso lo mismo —anotó Danna Valeria, y acompañó a Susie en su decisión de arreglar maletas y regresar a casa.

La verdad: Erlin Imelda no esperaba tal reacción de Susie y Danna Valeria. Pensaba que su historia podía resultar tema para un análisis grupal. Y que de pronto podía ser vista como una ‘gran aventura’ de ‘chica mala’.

—No —dijo Susie—. Tú no estudiaste mucho, pero tienes mucha imaginación para hacer o inventar cosas malas. Tienes una mente perversa, eres diabólica… Para mí no resulta agradable seguir aquí.

—¿Pero por qué no me aceptan como soy? No se dan cuenta de que yo soy diferente —trató de defenderse y justificarse Erlin Imelda.

—¿Nos quedamos? —preguntó Valeria a Sabrina—.

—No, nosotras no somos como ella, mejor nos vamos —dijo, decidida, Sabrina… Ella es diferente.

Disgustada, desencantada, Erlin Imelda se echó a llorar: «Solo he dicho la verdad», gimió. “¡Solo dije la verdad!”, les gritó a Martina y Sabrina, quienes, con morrales a la espalda y maletín en mano, también se sumaron al rechazo y se preparaban para salir de la habitación dispuestas a volver a casa y dejar sola a su amiga.

Erlin Imelda se acostó sobre el piso en posición fetal y en ese instante su celular timbró. Contestó de una: “Hola, mi viejito querido… Pasa por mí al hotel”. Tras escuchar las últimas palabras dichas por Erlin Imelda, el otro dúo de amigas se marchó definitivamente.

«Será que me aplico una de Maquiavelo», pensó ahora Erlin Imelda, mientras se miraba al espejo, ahora solo para ella… Se dijo para sus adentros algo que recordó de su investigación sobre el político, filósofo y escritor italiano: «El que no detecta los males cuando nacen, jamás será verdaderamente prudente».

—¡Gracias, Gregorio!, cuántas maldades te hice —recordó al huésped en voz alta—. Perdóname. Ahora quisiera saber ¿Por dónde estarás hoy?

Hablaba sola, al tiempo que sonó la bocina de un auto. “Ya voy, mi viejito lindo”, dijo, y volvió a hablarle a las cuatro paredes de la habitación… Y salió del cuarto.

Cuando la noche rodaba hacia las 9, el encuentro de amigas había de quedar convertido en un desencuentro: Arropadas por la decepción —con razón o sin ella—, Danna Martina y Susie, Valeria y Sabrina retornaban, de dos en dos en flotas diferentes, hacia su ciudad de origen.

Esta noche de sábado decembrino, la “amiga muy diferente” se disponía a rodar hacia otra ‘noche loca’ al lado del cincuentón casi sesentón que, la noche anterior, había aprisionado con sus rodillas el trasero desnalgado de Erlin Imelda… Erlin Imelda, una “amiga muy diferente”.

—No es una “amiga diferente”, es un “amiga separable” —alcanzó a decirle Susie a Danna Valeria antes de que las dos se arriaran a dormir en el bus que las regresaba a su ciudad natal.

FIN