Bendito choque cultural

Bendito choque cultural

Por José Orellano
Buenos Aires

Factura, la oferta dulce de la cocina argentina.

Vivo divertido por estos días, disfruto cada momento —hasta recreo folclóricamente la alergia nasal provocada por los gatos de mi hija—, pero solo ahora me referiré al choque cultural.

En un principio, nada fácil resulta adaptarse —a fin de pasarla bien— a un nuevo entorno social totalmente diferente al que se ha experimentado por toda una vida, pero toca acomodarse a las circunstancias.

No son más sino 28 días los que he de vivir en Buenos Aires —ya han transcurrido 17 por estos lares— y debo confesar que el primer choque fuerte de las costumbres argentinas contra mi cotidianidad colombiana se dio el mismísimo día de mi llegada, el lunes 21 de agosto por la mañana.

Tras seis horas de vuelo, el aterrizaje en el aeroparque Jorge Newbery de Buenos Aires, el carrying imantado padre-hija para el encontronazo físico-emocional después de diez años sin verse —abrazo interminable—, el pose-pose para la foto normalita, el video (reel) y la selfie ‘eternizadores’ del instante y, seguidamente, la cobertura en auto de los 17,5 kilómetros, 20 minutos, entre el aeródromo y la residencia de Laura Carolina y Lucas—, tras todo eso, se anunció el desayuno.

Hacía hambre y mi jugo gástrico anhelaba algo salado, algo así como que huevos perico o revueltos, un sánduche o un par de salchichas o de pronto un chorizo argentino o una tajadota de queso con baguete o ‘pan francés’ —qué se yo—, acompañado de un café con leche o de un chocolatico santafereño o un pocillo de agua’e panela hirviendo, que la panela no existe por estos lares… Durante el trayecto, Lucas había bajado del auto para comprar los artículos que habían de ser digeridos durante mi primera experiencia gastronómica en ‘el país de las vacas’ y el asado, y mi ansiedad crecía.

Ahi vamos, vaciando el triturado de la yerba mate en la taza o mate.

Ya en casa de Laura y Lucas, sentados en torno a la mesa y tras escuchar un sonido de tetera eléctrica en ebullición, comenzaron a aparecer los primeros anuncios de que beberíamos mate: un termo con agua caliente y una taza para depositar el triturado de la yerba y la bombilla o pitillo para la posterior absorción de la infusión —exquisito sabor amargo—, producto del agua caliente vertida sobre el canchado, lo molido o el triturado.

Se puso para su uso una sola taza, también conocida como mate, porque lo sociabilizable —hacerse sociable— es que el grupo absorba el líquido, sin prevención alguna, con el mismo pitillo. Algunos extranjeros lo eluden y lo critican por considerarlo “asqueroso”, pero para los argentinos, aunque hay algunos, muy contados, que reniegan de ello, no genera reticencia o molestia alguna. Y estoy haciéndolo sin el más mínimo desagrado.

Cumplido el ritual, se destapó la bolsa de lo comprado por Lucas: ‘medialunas’ y ‘facturas’. Medialuna: un pan dulce, en muchos casos brillante por la mantequilla untada en generosas cantidades —también los hay de grasa—, que se come en el desayuno o a la merienda y que en Colombia se conoce como croissant o cruasán y cuyo sabor no es tan dulce ni destella como la medialuna…

Medialunas, base del dedayuno argentino.

Las ‘facturas’ son los pastelitos dulces —o ‘masas’, como nuestros panderos, aunque en distintos sabores, y otras variedades de confitería— que se quedaron entre los gustos argentinos incorporadas al país por la gran inmigración, entre 1860 y 1930.

Pues bien: a partir de ese lunes 21 de agosto festivo, comenzó para mí el desenvolvimiento en un nuevo estilo de vida, el cual ha de ser muy corto o, quién quita, puede resultar duradero y, a mi regreso, ser instituido en casa en Colombia, si es que nos ponemos de acuerdo.

En estas vivencias y su goce, duermo hasta bien entrada la mañana, gracias al clima de temporada —super frío para exponer estos huesitos­ a la calle—, que ha estado en una oscilación que se ha venido desde los 21 grados hasta los 6… Durante mi estancia, los 21 grados, los de Medellín por ejemplo, se registraron el miércoles 30 de agosto, día que resultó favorable, como los anteriores y los dos posteriores, para mis desplazamientos por Buenos Aires. El domingo 3 de septiembre y este martes 7, han sido de lluvia corrida y bajísimas temperaturas. Y desde el lunes 4, afectación gripal. En medio de un vaivén climático que nos ha afectado a muchos y a algunos nos encerró.

Pues bien, siguiendo con mi actual modo de vida en Buenos Aires, les cuento que tomo mate desde cuando despierto y durante el rato en que voy desperezándome… Me baño con agua supercaliente, como para deshollejar pollo, aunque en Bogotá lo hago con agua fría… Desayuno-almuerzo hacia el mediodía… Algo de picar hacia la hora del ángelus vespertino y… Opípara cena, en casa o en restaurante, después de las 21 horas o 9:00 de la noche o de pronto más tarde. Mi mujer en Bogotá se sorprende cuando a mi medianoche le envío, por WhatsApp, fotos del asado o la hamburguesa o los raviolis o los ñoquis que estamos consumiendo a sus 10 PM.

En cambio, en casa en Bogotá, a las 5:30 am —exceptuando de pronto el domingo— ya hierve el agua para el tinto o la aromática. Y hacia las 7:00, ya se desayuna, salado siempre, muy rara vez, algo dulce, que sería por el bollo de angelito o de mazorca enviados desde Soledad o Barranquilla, pero con ellos siempre habrá una tajada de queso costeño o un huevo frito o un par de salchichas. Que seguidamente ha de venir una picada de papaya o de melón o de pronto de kiwis o mango. Normalmente se almuerza a la una de la tarde y se cena a las siete de la noche, sobre la base de los horarios de trabajo.

Lista la preparación, a tomar el mate reparador.

Ah… Y cómo no trasladar, en este momento, pensamiento hacia las zonas campesinas colombianas y su puntualidad para cada uno de los tres golpes del día —cocinados con leña o carbón natural—, desde cuando se prende el fogón con los primeros cantos del gallo y se pone la olla para que hierva el café con panela y venga el disfrute del humeante tinto. Después, la molienda del maíz para las arepas o el bollo, o de pronto yuca o auyama o ñame cocidos untados de abundante suero, el huevo perico o el ‘calentao’ con los sobrantes del día anterior: desayuno a las 7:00 de la mañana. Y con café con leche. En ocasiones, con una taza de chocolate o de agua’e panela.

Ellos, el patrón —que ya ordeñó a la vaquita—, y los trabajadores de la finca que van llegando, se van de una a laborar en el mantenimiento de los sembrados o a recoger los frutos, si es época de cosecha. Ellas, la patrona, a preparar el almuerzo, la mayoría de las veces sancocho, el cual se sirve hacia el mediodía, casi siempre al meridiano en punto.

De nuevo, después de un breve descanso bajo los árboles que rodean la casa, ellos vuelven a sus quehaceres en las plantaciones o los corrales y así hasta la hora de la cena, 5:00 o 6:00 de la tarde: arroz, fríjol o lenteja guisados, carne frita o guisada, una torreja de bollo o tajada de plátano y agua de panela caliente. Y a dormir, que mañana será otro día. Pero antes, el tabaco.

Muchos de esos usos y costumbres rurales colombianos se replican en lo urbano, con algunos toques de sofisticación. No sé cómo es el comportamiento gastronómico de los agricultores argentinos —concentrados en provincias de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, con un 75,84 por ciento de la superficie para la producción de oleaginosas y un 72,7 por ciento de cereales. Mientras que Mendoza, Tucumán y San Juan se destina un 58 por ciento de la superficie a la siembra frutales—, pero me imagino que por esas regiones priman el mate y el asado.

En la zona urbana, a los argentinos les gusta disfrutar el mate en casa, o el café con medialunas y facturas en algún bar, que aquí los hay por montones, bares que no son sinónimo de cantina.

Continuaré