Inocencio De la Cruz creía tener una historia real, pero, a falta de una información relevante, se fue a la ficción y ‘escribió’ un cuento ligero sobre el tema. Está bien ‘jalao’, para ser leído.
CUENTO LIGERO
‘El loco’ borracho
Por Inocencio De la Cruz
Como todos los viernes, el hombre llegó ‘en tres quince’ a la cantina ‘Las quince letras’…
A medio camino entre sobriedad y borrachera —‘en tres quince’, sí—, pidió “lo de siempre”: una canillona de Ron Blanco y se sentó, solo, cerca del traganíquel, que no dejaba de sonar en alta fidelidad en los albores del siglo XXI.
Avanzaba la noche y el hombre, con la sobriedad al mínimo, se paró, trastabillante, y fue directo a esa máquina de música que se activa automáticamente apenas se traga una moneda de mil pesos… Tras insertar la pieza redonda de bronce y aluminio, el recinto se llenó de la voz de Darío Gómez gimiendo ese otro himno nacional de Colombia —más himno aun, tras la muerte del cantautor—: «Nadie es eterno en el mundo/ ni teniendo un corazón,/ que tanto siente y suspira/ por la vida y el amor…».
No fue una sola moneda, fueron veinte las que, de un solo, le embutió el hombre al aparato, y la canción se repetía y repetía mientras el sujeto —al que todos llamaban ‘El loco’— ya iba rumbo a la borrachera…
Cuando esta llegó a su tope, ‘El loco’ fue a sentarse nuevamente, mientras refunfuñaba: “Esa mujer mató a mi tercer hijo, el que venía primero que la niña… Esa mujer viajó a la capital y mató a mi tercer hijo”…
Ya sentado, mientras seguía bebiendo y bebiendo, el sujeto no dejaba de repetir su declaración pública de ajumao, al tiempo que avanzaba en una lucha con él mismo para vaciar hasta el fondo la botella de licor, con la esperanza de volver a pedir servicio, pero ahora “que sea una media, que esa mujer mató a mi tercer hijo, el que venía primero que la niña… Esa mujer viajó a la capital y mató a mi tercer hijo”…
Aquella noche, una patrulla de la policía irrumpió en la cantina y, al tiempo en que el disco decía que «Cuando ustedes me estén despidiendo,/ con el último adiós de este mundo,/ no me llores que nadie es eterno,/ nadie vuelve del sueño profundo», uno de los patrulleros alcanzó a escuchar el lamento acusador de ‘El loco’ borracho…
—¿Qué es lo que dice el borracho? —le preguntó el uniformado al cantinero…
—Dice la misma historia que viene diciendo aquí desde hace más de cinco años —respondió el tabernero.
—Up —expresó inquieto el policial, que se dispuso a ir a hablar con ‘El loco’… Cuando llegó a la mesa, este ya roncaba, pero ‘Nadie es eterno’ había de sonar para rato largo…
—De aquí para dónde coge —preguntó el policía.
—Ahí amanece —dijo el cantinero. —Despierta como a las ocho de la mañana, paga lo que se bebió, se levanta sin decir nada y se va—. Nadie se mete con él y él con nadie se mete…
—¿Cómo se llama? —nueva pregunta del uniformado.
—Todo el mundo aquí le dice ‘El loco’, pero ojo: es un loco borracho -un loco bien-, pero no un borracho loco… Él no se mete con nadie, vuelvo y le digo, no se mete con nadie, beba la cantidad que beba —nueva respuesta del cantinero.
—¿Adónde vive?
—Ni idea.
—Cada cuánto viene —siguió el interrogatorio del gendarme.
—Todos los viernes, sin falta.
—Voy a salir de esto mañana mismo —concluyó el policía su diálogo con el cantinero. Y antes de que cerraran el negocio salió a la calle decidido a hacer un turno extra, a madrugar-amanecer, porque quería resolver este caso: “Esa mujer mató a mi tercer hijo, el que venía primero que la niña… Esa mujer viajó a la capital y mató a mi tercer hijo”…
En efecto, un poco después de las 8 de la mañana, ‘El loco’ salió de la cantina en inocultable estado de guayabo, una resaca que pedía a gritos un caldo y una limonada de panela… El policía, somnoliento, lo abordó y, sin mediar palabras, le espetó: “¿Quién es la mujer que mató a su tercer hijo?”
—¿Cómo así? —dijo el enguayabado.
—Anoche, en medio de su borrachera, usted lo gritaba…
—¿Que gritaba qué?
—Esto: “Esa mujer mató a mi tercer hijo, el que venía primero que la niña… Esa mujer viajó a la capital y mató a mi tercer hijo”… Deseo saber quién es la mujer…
—¿Y usted le para bolas a un borracho, señor agente? —preguntó el hombre—. Recuerde que borracho no vale, ¡Ay Dios!
—Bueno… Pero los borrachos siempre dicen la verdad…
—En mi caso, la borrachera ya se me pasó… Y en medio de este guayabo, no tengo ninguna verdad qué decir.
Y el hombre se fue caminando sin temores, con la certeza de que lo que cargaba era otro guayabo de sábado… Y de que cuando llegara a su casa, allá en el quinto infierno, iba a encontrar el caldo de pollo y la limonada de panela preparada por su mujer, quien le permitía, amorosa, ese escape alcohólico de viernes por la noche a sabiendas de que él, su marido, regresaría al día siguiente, todo-todito de ella.
Mío y de nadie más —se pavoneaba ella ante sus amigas.