Clamor de amigo

Clamor de amigo

Texto profundo, género crónica, de Alfonso Noguera Aaron para orar por la recuperación de la salud del laureado periodista Juan Gossain. Exhorto a una lectura atenta para la plena compenetración.

Imagen de portada: Juan Gossain arrellanado en un bote de mar, en alguna playa del mar Caribe, en su Caribe de siempre. Juan, viendo y viviendo la Vida.

CRÓNICA

Por la salud de don Juan Gossain

Por Alfonso Noguera Aarón

«La realidad está hecha del mismo material que nuestros sueños»: William Shakespeare.

Estimado Juan, ante todo elevo mis plegarias al Cielo para que el Dios amantísimo de la Vida te devuelva tu férrea salud de antaño, cuando los carruajes de tu corazón errante se desbocaban en la dirección de tus sueños; o cuando tenías que recorrer descalzo los espinosos caminos aledaños a tu natal San Bernardo del Viento, Córdoba, y luego te abatías en insomnes duelos en una mesa de dominó con el boticario del pueblo; o cuando por largos años tuviste que  madrugar en el tóxico frío de Bogotá, para estar antes de las 5 de la mañana y bombardear de noticias gratas e ingratas, a través de las ondas hertzianas a un inmenso país que, como Colombia, tiene decenas de regiones donde los dialectos idiomáticos cambian solo con el clima.

Juan Gossaín.

Sí, ruego a Dios porque te devuelva tu fuerza ciclónica de expresar y decir lo que las ansiosas muchedumbres esperan que alguien les explique sobre la vida, con ese acento erudito y a la vez bucólico que por tantos años nos entregaste en tus comentarios, salpicados, ya no con la actual consulta frívola del internet, sino con la añeja sabiduría que solo se acrisola entre los libros. Y ahora me resulta cruel e inadmisible que no puedas hablar ni escribir, aunque ahora comprendas más de lo que muchos quisiéramos entender; como bien lo demostró Stephen Hawking, quien, apenas moviendo sus ojos, nos enseñó con abstrusas ecuaciones los cósmicos huecos negros donde se aniquilan el espacio y el tiempo. Pero hay algo misterioso en la voluntad, que proyecta nuestros deseos a la realidad, por ello imploramos a Dios tu pronta recuperación.

Juan, si bien somos seres en construcción permanente, como lo admite Plotino, también, dice Dante, somos como el gusano que después volará como mariposa en los jardines florales. Somos seres temporales que flotamos entre el átomo y las estrellas, y cuando las fuerzas y las pasiones se marchitan, empiezan a relumbrar los seres invisibles, pero eternos y divinos. Sí, somos finitos y pasajeros. Al fin y al cabo, como dijo el buen Séneca: «Cada día morimos un poco»; y hasta encajaríamos en el pesimismo existencialista de Martín Heidegger: Sein sum tod: «Ser para la muerte», si no fuera porque la pluma milenaria de San Pablo nos promete un cuerpo sutil y eterno allende la miserable vida terrenal.

Juan Gossain cuando, residenciado en la “tóxica Bogotá”, dirigía Noticias RCN.

Juan, aún vive en mi memoria la voz telefónica de aquella mañana de mayo del año pasado cuando me llamaste a felicitarme por mi libro ‘Canto del Mar’, y me dijiste que solo un tonto o un genio podían escribir un poema al Delfín, al Sábalo o al Atún, al Pargo o un relato picaresco a los picaflores del amor playero o una fábula al Tiburón y la Medusa. Yo te dije que siempre he preferido ser un lunático que no ha perdido la capacidad de asombrarme ante las maravillosas cosas de nuestra realidad diaria; a lo que insististe en alentarme por el logro de dejar plasmado en unos versos, que con una sola gota de mar que sobreviva en este mundo al cabo de una hipotética y absurda auto destrucción, la Vida en el universo queda garantizada y seguirá su marcha triunfal hacia el Cielo bendito de donde seguramente proviene. Ya sé que mucho va del delirio poético de anhelar la concordia de la raza humana, y los desencuentros se difuminen en  palabras tiernas y benévolas, a las cruentas realidades de las noticias que tan febrilmente a diario esparcías por los micrófonos radiales y en los mil foros y festivales que amenizaste con esa pedregosa voz que según tú mismo apenas te alcanzaba para hablar, y por esos raros designios del destino fue la llave mágica que te abrió las puertas del éxito en tu periodismo original y escueto, pero verás, acucioso y vertical.

Luego, quedamos en vernos en Cartagena al cabo de tu viaje con tu inseparable esposa Margot, para realizar a tu regreso aquel conversatorio que me prometiste hacer sobre la vida marinera planteada en mi modesto libro. Por cierto, también te dije que los libros no son como los buñuelos, que si no se venden calientes ya no se venden fríos y pasmados, sino que son como huevos que se empollan en el tiempo. Después te disculpaste porque surgieron imprevistos y me escribiste: «Ay, estimado Alfonso, como lo lamento. Margot y yo vamos a viajar el 20 (junio-2022) para Miami y volveremos el 6 de julio. Ay, caramba, y tan lindo que está eso de hablar del mar y la literatura marina con usted. Apenas yo vuelva hablamos y fijamos fecha para vernos. Así es la vida, Alfonso».

Y así es la vida, don Juan, la vida es como un río repleto de trechos traicioneros que a veces nos llevan a la orilla opuesta del puerto anhelado, y  esa vez  terminaste en una delicada cirugía en otra ciudad de Estados Unidos, y al parecer sobrevino una  tórpida evolución post-quirúrgica, motivo por el cual hoy te impide expresarte libremente; la misma afección que al final del siglo 19 sufrió don Rafael Núñez, ‘El pensador de El Cabrero’, honorable cartagenero, varias veces presidente de la República de Colombia, quien tras ser un elocuente orador y el genial escritor que nos dejó una Constitución política que duró más de 100 años y un Himno Nacional con vigencia aun diaria, terminó rumiando sus pensamientos sobre el horizonte gris del mar de Cartagena sin poder explicar ni escribir sus sentimientos; aunque la fuerza del silencio expresa más cosas de las que decimos. Don Juan, somos seres inconclusos, frágiles y efímeros, y solo intentamos hacer algo con los retazos existenciales que encontramos, según alguna sabia reflexión de Sartre.

Gossain entrevista a su amigo Gabriel García Márquez.

Sobre esas extrañas ironías del destino, muy tangibles en la propia condición humana de ansiar volar con nuestras propias alas, y no poder hacerlo por quedar reducidos a ser  tristes ángeles caídos que se arrastran por la tierra, quisiera explayarme sin treguas, para tratar de consolar con nimias palabras las hondas decepciones que a veces nos embargan; pero más puede la resignación y la prudencia, que los inútiles ímpetus de nuestras insatisfacciones; por lo cual, mejor me voy por los caminos de las anécdotas y recuerdo aquel lejano día de 1978 cuando te conocí en persona.

Esa ya lejana mañana de mitad de semana, no sé por qué estábamos libres, quizás una huelga universitaria más, nos fuimos para la playa de La Cabaña, en Bocagrande, Julito Naar, ‘El pato’ Salcedo y yo, quienes por entonces éramos unos tímidos estudiantes de medicina en la Universidad de Cartagena. De pronto, desde la orilla del mar vimos venir al rancho de palmas donde estábamos haciendo nada, a tres hombres que sin parar de platicar lo que traían en andas, se sentaron a nuestro lado. Se trataba del escritor Gabriel García Márquez, el cantautor Mario Gareña y tú, el ya famoso periodista Juan Gossain. Ante aquel cuadro inesperado de personajes, nos sentimos como si se nos hubieran aparecido Superman, Batman y el Zorro, o a un niño de ahora le saliera en su propio cuarto Harry Potter.

Terminamos hablando los seis acerca de la medicina, la literatura y sobre el mar. Recuerdo que ya a esa edad ‘El Pato’ Salcedo se había leído los libros de Borges y yo engullía los clásicos grecorromanos y la filosofía universal, que analizábamos mientras bebíamos cervezas en las tiendas del Centro o de Manga. Gabo se frotaba los ojos para amainar las areniscas que la brisa marinera azotaba en su cara, y hablaba algo sobre el mar picado de Cartagena y de las abundantes pescas de antaño. Unos cuatro años después, habría de ganar el Premio Nóbel de Literatura, y con ello quedaría a merced de su éxito terrenal por el resto de su vida, hasta que murió prisionero de su propia gloria en Ciudad de México. A Mario Gareña le seguiría escuchando su eterna e insuperable canción, ‘Yo me llamo cumbia’; y a ti, Juan, te seguí por la radio, como aquella inolvidable mañana, cuando comentabas cosas corrientes que en tu voz sonaban fantásticas; y desde entonces descubrí, que no hay mayor maravilla que cada instante de nuestra vida, pero sin perder nunca la sorpresa de los niños, como bien lo entendió Charles Baudelaire, cuando asociaba la capacidad de asombrarse con la genialidad de crear nuevas cosas y mejores escenarios humanos. Algo de eso también dijo Neruda: «No dejes de asombrarte, porque entonces matas al niño que llevas dentro».

Plegarias al Cielo para que el Dios de la Vida le devuelva a Juan Gossain su férrea salud de antaño.

De modo, pues, don Juan Gossain, que por aquí avivo aquel conversatorio que quedó pendiente frente a la bahía de Cartagena, y hoy, desde Santa Marta, reinicio con una esperanza fructífera; pues, milagro no solo es cada latido del corazón que enciende la conciencia, sino apurar las ganas de vivir para arrancarle a los sueños los pedazos de felicidad que nos justifiquen la vida. Te saludo desde esta misma bahía que inspiró el 6 de diciembre de 1830 a un Simón Bolívar moribundo, escribirle a su prima Fany du Villars en París: «Tengo al frente al Mar Caribe, azul y plata, agitado como mi alma por grandes tempestades… ». Y a mí, don Juan, me arden los ojos de tanto verlas, y con el efluvio marinero que nos induce a ser optimistas, te deseo una pronta recuperación, para seguir escuchando tu romántica forma de ver y decir la Vida. Y así lo cantaba el poeta argentino Horacio Guaraní:  «Qué ha de ser de la vida, si el cantor se planta con su grito, y mil guitarras desangren en la noche, una inmortal canción al infinito».

 Dios te bendiga por siempre, Juan.

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