CRÓNICA DE VIAJE(II)

CRÓNICA DE VIAJE(II)

Acolitado por su hija Laura Carolina y su yerno Lucas Touriño, el director de El Muelle Caribe ve todo en Buenos Aires como con ojos de niño, descubriendo un mundo nuevo para él: esa metrópoli latinoamericana que visita por primera vez… En el shoping UniCenter de esta capital se ‘solló’ como un pequeño y posó, flanqueado por sus dos acompañantes, para la ‘selfie’, proyectada desde un costoso espejo para las fantasías… lo hizo también como si hablara desde un teléfono público, especie de anticuario… y hasta se retrató enmarcado por un cartel de ‘se busca’, sacado de Harry Potter: «¿Han visto a este mago?».

Amabilidad con mate

Por José Orellano

Publicación original en ‘Plaza’ web de Cartagena
que dirige Eduardo García Martínez.

Buenos Aires, Argentina.

Los míos son, hoy día, como ojos de niño descubriendo un mundo nuevo: Buenos Aires, metrópoli a la que llego por primera vez.

Estoy viéndola, y viviéndola, quizá con percepciones de los mejores maestros que podemos tener los mayores —los niños—, especialmente nosotros los septuagenarios, así tanto la recepcionista treintañera del cementerio de La Recoleta, como la piba de 20 años que se contorsionaba en la pista de baile en la cual yo también bailaba y hasta el exjuez de 62 que entregó a su hija en matrimonio, me indujeran a recurrir a mi cedula de ciudadanía para que ellos mismos establecieran que estoy ad portas de los 73.

Había que posar al lado de Messi, así sea el de un poster en
‘IL capo’-Bar, sitio desde donde se despacha una de las mejores
hamburguesas de Buenos Aires. Sin exagerar.

Aun no he perdido mi capacidad de asombro y mientras me lleno de requisitos y experiencias con mucha presencia juvenil para intentar —ojo: intentar— una crónica que mi hija Laura Carolina y yo hemos titulado ‘Cultura cannábica-¡El despertar!’, mi atención tropieza, en la capital del país actual campeón mundial de futbol, con un chiste que comienza a hacer carrera: “Las nuevas generaciones de argentinos no juegan fútbol, sino soccer”. Y todo porque el capo de la Selección Leo Messi ahora juega en Inter Miami de la MLS, en los Estados Unidos. Un chiste que, como dicen los propios argentinos, “puede llegar muy lejos”.

Me maravilla y sensibiliza la amabilidad del argentino sin distingo de género ni de edad. A mi séptimo día de estancia en Buenos Aires, Laura Carolina y mi yerno Lucas me soltaron las riendas y me echaron a rodar solo por Capital. Por mi cuenta y riesgo, cogí tren y subterráneo, visité sectores y sitios icónicos que quería conocer, hice compras para el hogar y me he abstenido —aceptando recomendaciones de mi entorno familiar acá— de entrar a las villas de miseria, así la denominada ‘La 31’ haya sido elevada, por acciones untadas de politiquería entre lo social, a ‘Barrio 31 padre Carlos Mugica’. “Más que interés electoral, se trató de una campaña promocional del alcalde de turno”, se afirma. “Solo publicidad para él”.

Contraste: imponente ciudad arquitectónica y deplorable villa de pobreza. Imagen tomada de blogs.iadb.org

Son muchos más de 40 mil los habitantes de ‘La 31’. Según datos oficiales, son 51 por ciento argentinos, 25 por ciento paraguayos, 13 por ciento bolivianos, 11 por ciento peruanos y los venezolanos que asoman y suman: la P. P., Pobreza Pura, miseria absoluta, una importante mina electoral —susceptible de ser explotada—, entre nativos y votantes por opción desde los 16 años y los naturalizados desde los 18. Se apretujan en un vasto sector que, como ‘Villa 31’ o ‘31 bis’ y ahora barrio, ha crecido desde 1932 —considerado como uno de los sectores más peligrosos de Buenos Aires— y en estos momentos es sede de varias oficinas públicas y tiene categoría político-administrativa para recibir alta inversión oficial en el maquillaje de su cara. Porque por dentro, sigue siendo un hervidero de inseguridad. “Si entras, te pelan”, me previenen.

La amabilidad a la que me he referido ha sido fundamental para lograr mis cometidos de turista y observador-preguntón insaciable. Aquí no me ha pasado lo que constantemente me sucede en Bogotá: los consultados para que me ayuden con una dirección que desconozco suelen enviarme a un punto bien distante del que busco.

Como lo son la carne y el futbol, el mate ese otra orgullosa pasión del sufrido pueblo
argentino. Juego de palabras y… la situación indica que mate mata hambre que mata.

Pues bien: ante mi expectativa receptora, apareció durante uno de mis recorridos la palabra ‘Matear’, la cual no conocía y vi por primera vez a la entrada del recinto ferial ‘La rural’ —acá le dicen predio—. Me interesó la palabra, la busqué en el diccionario y hallé cuatro acepciones. Las tres primeras van ligadas a las matas, a la siembra de trigo y a la acción del perro de registrar por entre esas matas en busca de presa. La cuarta figura como “tomar mate con bombilla” en Argentina, Praguay, Uruguay, Bolivia, Perú… En el caso de ‘La rural’, connota un evento, instituido ya con carácter de anual: una feria temática para exhibir un producto vegetal arraigado desde siempre en las costumbres consumidoras argentinas. Y a ese certamen asistí con mi hija y mi yerno.

‘Matear’ —Mate-Argentina—, en su tercera edición, nos paseó a más 100 mil asistentes durante los días sábado 26 y domingo 27 por entres actos competitivos entre ‘materos’, exposición de las diversas variedades de yerba mate y de accesorios como mates o recipientes donde se sirve la infusión, bombillas o pitillos, termos para el agua caliente y un puñado de charlas científicas cuya finalidad fue la de demostrar que la yerba mate hace bien a la salud hasta en casi el ciento por ciento de sus aplicaciones, concomitantes con su consumo.

Comentario de Quique Muñoz, importante investigador académico,
escritor y filósofo cartagenero. Autor de notas sobre músicos cubanos en
Cartagena desde el siglo XIX que se publican en La Plaza. (Tomado
de La Plaza)
Keki García y Sofía Bournissen, unidos para siempre en matrimonios civil
y católico celebrados en Buenos Aires. Jóvenes en acción.

El mate es amable con el organismo y la testa de los humanos, como afables, afectuosos desbordados, son estos latinoamericanos que, henchidos de orgullo, se declaran ‘materos’ o “fans del mate”, argentinos con los que, de una u otra forma, he interactuado por largos días.

Y, en ese sentido, resalto el intenso derroche de empatía que me prodigó un nutrido grupo de jóvenes entre los 20 y 35 años —entre estos Roni, el mayor—, grupo con el cual yo, con casi 73, compartí por dos ocasiones asistencia al matrimonio, tanto por lo civil como por la Iglesia, de los jóvenes Sofía Bournissen y Keki García. Me acoplé con todos ellos en las respectivas recepciones, una en horas diurnas de jueves, en casa del matrimonio, y allí Joaquín, el niño de dos años, y la otra por la noche de viernes en el emblemático salón de evento Jano’s.

En tal entorno fiestero fue donde una chica de 20 y un exjuez de 62, José Luis Bournissen, coincidieron con el escepticismo en tormo a mi edad y entre ellos llegaron a plantarla en 60. Mi tocayo fue quien entregó a su hija Sofía a Keki para que este la desposara. La ceremonia eclesiástica fue hermosa, oficiada por un diácono, Hugo, casado y padre de un hijo, fundamentos para la expresión de un emotivo sermón matrimonial. Con todo ese combo me sentí a mis anchas panchas en una fiesta doble en la cual el exjuez fue el anfitrión.

En el cementerio de ‘La Recoleta’, al lado de la tumba de Evita Perón.

En Cementerio de La Recoleta había sido la recepcionista quien quería confirmar mis casi 73 para permitirme entrada como jubilado, ¡gratis!, y poder posar al lado del mausoleo en el cual reposan los restos de la actriz y ex primera dama argentina Evita Perón, depositados allí en 1974 tras haber sido puestos a dar vueltas por el mundo hasta encontrar su descanso definitivo en este camposanto, 22 años después de su fallecimiento.

Por todos estos días, pues, Cementerio de La Recoleta, Caminito, Barrio Chino, Obelisco, Costanera Norte a orillas del Río de la Plata, Puerto Madero, Plaza de Mayo, los hipódromos, Casa Rosada, Jardín Japonés, Museo Histórico Nacional del Cabildo y la Revolución de Mayo, Museo Nacional de Arte Decorativo y otros sitios emblemas de Buenos Aires —y Argentina— han penetrado, van penetrando y penetrarán mis ojos que no se cansan de mirar. Ojos que, durante mi estancia de un mes en CABA, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, miran como si fueran ojos de niño.