Ante mensajes nada constructivos ni mucho menos respetuosos de un internauta con el que comparte chat, Eduardo García Martínez comenta su reacción y exhorta a elevar, con buen juicio, la calidad de la controversia política.
¿Dios vs. el diablo?
Por Eduardo García Martínez
Hace días comenté sobre los contenidos que de manera reiterativa expone un miembro de un chat al que pertenezco, advirtiendo sobre improperios, señalamientos sin prueba y la manera fanática como asume las contradicciones políticas e ideológicas, lo que muestra una especie de dañina perturbación. Contestó diciendo: “Sí… Tiene razón, es una aberración enfermiza que me la han despertado los izquierdistas a ultranza que desconocen la historia y le atribuyen a un hombre todos los males de este país…”.
Los mensajes del mencionado internauta no son para nada constructivos ni mucho menos respetuosos. Por el contrario, muestran una irritación que preocupa, una crispación que anula el buen juicio. Si no hay argumentación ni razonamientos inteligentes sino rabiosas elementalidades que rayan en el absurdo y la ordinariez, se puede generar todo lo contrario de lo que buscan esos ácidos comentarios: ganar para una causa.
La crítica política, por muy subjetiva que sea, debe estar bien estructurada. Descalificar al contrario solo con cargas emocionales edificadas en la aversión ideológica y la defensa a ultranza de “verdades” que no admiten otros puntos de vista, deja mucho que pensar. El debate de ideas debe contribuir a elevar la calidad de la controversia política, no la imposición de criterios construidos sobre la base de la coerción, como se advierte hoy en el país.
En las elecciones presidenciales de este 29 de marzo no se iba a escoger entre Dios y el diablo. Había que elegir a un ser humano con virtudes y defectos para que, gobernando, contribuya a enderezar la democracia que tenemos, desvertebrada por la corrupción, la ingobernabilidad, la impunidad, el narcotráfico, la política mal orientada, una democracia llena de imperfecciones pero susceptible de mejorar, que sea garantía para todos, no solo para quienes la ponen a su particular servicio.
Mantenernos en el odio y la descalificación del otro utilizando zancadillas, mentiras y amenazas es equivocado y malsano. Crecer en política es dejar a un lado esas manifestaciones de irracionalidad que no dejan avanzar nuestro ser social y nos mantienen en un estado de violencia permanente. Ya está bueno de frenar la construcción de un país en paz, de creer que los colombianos están obligados a tener los mismos dirigentes de siempre, de pensar que la única democracia posible es la que permite mantener privilegios y exclusiones, cuando es todo lo contrario.
La tapa de la olla de la animadversión ocurrió la semana pasada en Medellín, donde padres de familia de prestigioso colegio “exigieron” que las dos hijas del alcalde Quintero, de dos y cuatro años, fueran retiradas del plantel. “Razón”: cuestionan su accionar político. Absurdo, repugnante.