Interesante reportaje del cronista Guillermo Romero Salamanca con el maestro Octavio Martínez Charry, “consagrado colombiano, con más de 55 años de experiencia artística”, como dice él mismo. Un recorrido por su producción, que es polifacética.
OCTAVIO MARTÍNEZ CHARRY
Genio silencioso, perfeccionista y curioso
Por Guillermo Romero Salamanca
Luego de una mañana de acalorado trabajo, moviendo cuadros, embalando, cargando cajas para enviarlas a su amigo, el fotógrafo suizo Marcel Dousse, y hablando sobre sus proyectos, arribó al restaurante chino, solicitó su plato preferido, pero les hizo un fuerte reclamo a las administradoras: “En estos días pedí un plato con carne y sólo me enviaron las verduras, ¿qué hago en ese caso”, les dijo airadamente.
—Debió presentar la queja ese mismo día —le refutó la agraciada dama.
—O sea que me jodí —le respondió el maestro mientras lanzaba salsa negra en abundancia a su plato del día.
—Ese es el problema de nuestro país, nadie responde por sus hechos, todo el mundo hace lo que se le da la gana, no hay servicio, no hay cuidado con nada, decía y les pidió entonces palitos para consumir su arroz con verduras y carne.
—Pida palos, me dijo, en tono fuerte.
—Yo como con tenedor.
—Pídalos, carajo, volvió a decirme.
La mesera nos trajo los palos.
—Es que estos palos me sirven para trabajar en mis obras. Yo reciclo muchas cosas, manifestó, pidió más pan y más salsa negra.
El maestro Octavio Martínez Charry se identifica como un “consagrado colombiano, con más de 55 años de experiencia artística”.
Mide un poco más del metro con 70, posee unas alargadas manos, sonríe mientras cuenta sus historias, se mueve acá y allá, pero también su curiosidad.
Sus obras son famosas, cada año hace una exposición individual y su tiempo lo reparte entre sus talleres en Usaquén, al norte de Bogotá y en Mavi, en la carrera 6 No. 10-49 del barrio San Francisco en Villa de Leyva en Boyacá.
El maestro de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Colombia, con especialización en escultura, ha sido también profesor, recibió el Honoris Causa en Administración Empresarial con énfasis en Gestión Cultural de la Fundación Instituto Tomás Moro, cuando cumplió los 50 años de vida artística.
Cuenta entonces que además de su exposición permanente en Villa de Leyva —el pueblo que ama con especial cariño— ha mostrado sus trabajos en Bogotá; Sarasota, Estados Unidos; San Petersburg, Florida; en Ginebra, Suiza; Francia, Viena, Pereira, Santa Marta, Málaga España, Barranquilla, San Francisco y otras doce ciudades.
El listado de premios que ha recibido —especialmente en Colombia— es extenso: premio Excelencia, Universidad Nacional; premio Talentos Diners de Colombia; Premio Seguros Sociales de Colombia; Premio Forjadores Xerox; premio Ictiosaurio, Agustín Codazzi; premio Shoffar, Centro Israelita; premio Deportivo Bavaria; premio bienal del Amor y el Éxtasis, premio Gutenberg, Andigraf Gutemberg; premio Jesús Maestro, Confederación Interamericana de Educación Católica, y premio Cazador de Estrellas, ICI.
Un día llegó a Usaquén, un pueblo conservador, ubicó su taller frente al cementerio y descubrió en “Puerto Cocuy”, una tienda donde aprendió historia, cultura, oyó miles de anécdotas, mientras degustaba más de una cerveza con los artesanos, albañiles, plomeros y demás habitantes del sector.
Se hizo amigo de ellos. Los vecinos lo llaman “El maestro escultor”.
En una oportunidad sembró cinco árboles en el cementerio. Cuando ya estaban grandes, por disposiciones de la parroquia, los cortaron.
Entonces, el genio silencioso, perfeccionista y curioso, fue hasta el despacho parroquial y se despachó con un sermón ecologista que lo oyeron hasta los obispos.
No podía creer que le hubieran cortado sus arbolitos.
—Ole, ¿y entonces no me van a reponer el plato con carne que les pedí? —volvió a preguntarles a las agraciadas damas del restaurante chino.
Ellas permanecieron como sus esculturas: en silencio.
Pidió más pan y salsa negra.
Y a bien que ha sido un gran escultor. Sus obras han desfilado por calles, salones, clubes, bancos, en más de 20 ciudades.
Sus vitrales adornan espacios en capillas, salas de velación y hasta joyerías. “Me quedaron muy bonitas las de la capilla del ancianato de Choachí y la de la sala de velación de la Escuela de Cadetes General Santander, pero a la gente también le gustan las de las joyerías Akel y los de la Iglesia El Divino Salvador de Sopó”, cuenta ahora el maestro.
Sus monumentos también recorren la geografía nacional. Por citar algunos: ‘Vuelo libre Montearroyo’ en Bogotá, ‘A la naturaleza’ en Neiva, ‘A la Virgen de la Paz’ en el Cantón Norte en Bogotá, ‘Al cartógrafo Américo Vespucio’, ‘A la mujer’, ‘Al niño’ y ‘Al escudo de Colombia geométrico’.
Grafitis en su obra
Un momento en el cual el genio silencioso, perfeccionista y curioso, se sintió triste ocurrió en el 2016. Una de sus obras, la de Américo Vespucio, fue pintada con grafitis y, además, le cortaron la cabeza al cartógrafo y el astrolabio que llevaba en una de sus manos, fue hurtado.
«En 1987, la estatua de Américo Vespucio era la primera que se levantaba en su honor en la amplia extensión de un continente que tomó su nombre. Bogotá a la vanguardia. En la calle 97 con carrera 7ª se erigió el monumento, con jardines, caída de agua y una reproducción del cartógrafo italiano de dos metros con cincuenta centímetros, el astrolabio en una mano y la mirada hacia el horizonte del descubrimiento», había apuntado El Espectador.
El maestro recuerda que entristeció y, además, no comprendía por qué ocurría un hecho de esa magnitud.
«No estoy en desacuerdo con el grafiti mientras obedezca a una lógica. Pero estos rayones (los del Vespucio) son un indicador del vacío educativo de Bogotá. Es como decir, ‘lo que está enfrente mío no lo entiendo ni me lo enseñan en el colegio, y por eso lo daño’», respondió al ser consultado por El Tiempo sobre el hecho.
Y agregó que los responsables de este acto de vandalismo, que al parecer está relacionado con una manifestación indígena realizada durante las marchas por la paz de octubre, no tienen mucho interés por la historia de Colombia.
«Es chistoso, porque pintaron unos símbolos étnicos, como si Vespucio tuviera que ver con los ultrajes de la Colonia. Él era un cartógrafo educado que jamás maltrató a nadie», añadió.
El maestro Octavio considera que todo hace parte de la vida, de la brutalidad de la gente inculta y considera que es necesario volver a los libros, aprender de historia y conversar amablemente con las personas.
Se desvive por su taller Mavi, donde ahora pasa la mayor parte del tiempo, hablando con los campesinos, los despistados turistas y los futuros artistas. «En Colombia podemos hacer algo más cada día», comenta al terminar su plato de arroz, con verduras y carne.
—Ole —dice—: ¡cómo caería de bien una cerveza fría, porque aumenta la sed, en “Puerto Cocuy”, donde mi amigo Eulises Díaz. De pronto voy hoy.
Y salió caminando por la calle observando cómo rellenan con icopor las paredes de los nuevos edificios. “Ahora no quieren ni hacer las cosas bien y se “rompen” el cerebro llenando todo de vidrio”… Y se despidió, en silencio, mientras curioseaba la construcción.