Ese Gabo no es Gabito

Ese Gabo no es Gabito

«¡Oye! ¡En Buenos Aires fue donde vio la luz ‘Cien años de soledad’!»… Así concluye la crónica de José Orellano sobre el bello entorno para un busto-adefesio, ‘honor’ a GGM.

Fea efigie entre infinita belleza

Por José Orellano

Fotos de Laura Carolina Orellano Silva

Panorámica del parque ‘Tres de febrero’, en Palermo, Buenos Aires. Imagen de weekend.perfil.com

Abundantes son las razones para que 370 hectáreas con prevalencia de una fronda verde de especies variadas, al norte de Buenos Aires, maraville hasta al más insensible de los humanos.

Ícono bonarense, el barrio Palermo, con sus más de 15 y medio kilómetros cuadrados de superficie —extendidos de este a oeste—, acoge tal portento: una obra concebida por la propia naturaleza y la mano del hombre y su concepto sobre diseño paisajístico y que el común de la gente en Argentina identifica como ‘Bosques de Palermo’.

Lo cierto es que se trata del gigantesco parque ‘Tres de febrero’ —con su rica historia patria argentina a cuestas—, que alberga un planetario, cuatro lagos artificiales, 29 plazas, o parques dentro del gran parque; senderos, el ‘Jardín de los poetas’ y un inmenso vergel de rosas llamado ‘Rosedal’: 12 mil, 15 mil, 20 mil rosas rojas, rosadas, amarillo claro y blancas que centellean frente a los ojos, entre septiembre y octubre.

El cronista simula un diálogo con esculpido adefesio.

Afluencia de picnics, caminatas en parejas o entre amigos o en familia, recorridos en bicicleta, boat ride o water bike ride: paseos en botes o en bicicletas de agua; entregas al sueño al aire libre o a la solitariedad y la meditación tirados boca arriba o sentados sobre la yerba —instante para un rapto de inspiración—, voces mil de grandes y chicos, ellas y ellos, y largos ratos para un interminable coro de aves es el ambiente que se vive casi a diario en tan encantador entorno paisajístico. Aves mil —un común decir—, fáciles de ser avistadas en el mismísimo corazón de Buenos Aires: 170 especies autenticadas, más las rapaces, los loros, los carpinteros y las garzas, en permanente vuelo, con nidificación de especies raras como el ñacurutú o ‘gran búho’, habitante de la noche.

Los propios bonarenses, el resto de argentinos, sus vecinos transnacionales del cono sur, gente colombo-venezolana y de la franja centroamericana, estadounidenses, canadienses, europeos, asiáticos, oceánicos y africanos surcan con inusitada frecuencia y en número respetable tal entorno —multiplicado en fines de semanas, más si se vienen con lunes festivos, y en temporadas turísticas— con el solo propósito de sentir a plenitud la fascinación frente a lo inaguantablemente bello. Es un movimiento humano de continuo acontecer por tales inmediaciones.

José Orellano al lado de Gabito, en el interior de un avión de Iberia, en el aeropuerto de Soledad-Atlántico, foto tomada por Neyía Vargas. Y con el Gabo que no es Gabito, en exteriores, en el ‘Jardín de los poetas’, en Buenos Aires…

Y en medio de tan diversa romería que cae rendida ante el espacio verde más emblemático de Buenos Aires, va este cronista, en compañía-guía de su hija Laura Carolina y su yerno Lucas. En esas ando para asegurar, sin exagerar, que toda esta infinita belleza natural ha sido vilmente profanada, desde lo cultural, por el ‘esculpido’ adefesio que supone un busto de Gabriel García Márquez, valioso intento de homenaje póstumo argentino a quien, el 5 de junio de 1967, publicó en Buenos Aires la primera edición de su obra cumbre ‘Cien años de soledad’, impresa por la editorial Sudamericana. Un homenaje que, a la postre, resultó ser —repito— solo un valioso intento por parte de la cultura argentina, una aplaudible buena intención, pero que había de terminar como un pasaje macondiano, genuino acontecer del realismo mágico: una muy pésima escultura que —fea cosa y sin firma de autor— pretende resaltar la cara del mejor fabulador literario universal de los últimos tiempos.

He deseado dialogar con su perpetrador, el escultor argentino Fernando Pettinato, pero tres mensajes que le he dejado en sendos sitios Facebook suyos —dos desde Buenos Aires, uno desde Bogotá—, no han sido respondidos, mejor dicho: no han sido abiertos por él. En Buenos Aires deseaba reunirme presencialmente con Pettinato para que me precisara, mirándome a los ojos, en qué se ‘inspiró’ para producir tan impresionante tergiversación facial. En qué se basó para convertirse, cincel y piedra caliza o arenisca o alabastro en mano —¡qué se yo!—, en un ‘trastrocador’, en un literal trabucador. Porque en esa cosa que él hizo no existe el más mínimo rasgo de Gabriel José de la Concordia García Márquez ​​en ninguna de sus etapas de vida, detenida a sus 87 años de nacido: vivió entre el 6 de marzo de 1927 y el 17 de abril de 2014… Pettinato, un genuino trabucador porque descompuso todo el orden de las facciones del Nobel de literatura para no atinar con alguno y lo que ‘esculpió’ no es más sino un monumental esperpento.

Fernando Pettinato y una de sus obras. Imagen tomada del Facebook del esculpidor.

Lo extremadamente real es que mi embeleso, mis ojos que no se cansaban de mirar y el regocijo de mi alma mientras avanzaba por los entornos de los bosques de Palermo se fueron directo al enfado cuando, tras ingresar al Parque ‘3 de febrero’ y llegar a ‘El jardín de los poetas’ chocaron —tanto ojos como alma— contra esa supuesta representación artística del rostro de nuestra más grande figura cultural ante el mundo y de la cual ya había oído hablar. Ahora pudiera ser el embeleso de lo feo deslumbrante.

Desde la perspectiva de este mortal visitante, orgulloso compatriota del Nobel de Literatura/21 de octubre 1982, tal adefesio hasta pudiera constituir sostenida falta de respeto en el tiempo y el espacio —y a la distancia— hacia la memoria del glorioso hijo de Aracataca-Magdalena, cuyo alcalde en aquel momento, Pedro Sánchez Rueda, paseaba por allí, aquel nefasto 30 de mayo de 2019, cuando, en medio de pomposa ceremonia, se develó la ‘obra’. Y con el funcionario cataquero, diplomáticos, artistas y periodistas de Colombia y varios países invitados al acto. De cuerpo y mente presente, el burgomaestre conterráneo de García Márquez acogió sin rechistar tan fea y ridícula escultura, a la final, un dudoso honor al más grande hijo del pueblo que Sánchez Rueda gobernaba, dudoso honor flanqueado por los bustos del poeta Pérez Ayala y el cronista Benito Pérez Galdós y… el del dramaturgo y poeta William Shakespeare, un poquito más allá.

Bustos para el reconocimiento fácil de los personajes a que pertenecen sin necesidad de leer las placas: Shakespeare, Borges, García Lorca, Tagore… Si no fuera por la placa, nadie imaginaría que allí también ‘existe’ una ‘efigie’ de Gabo.

En ‘El jardín de los poetas’ figuran los bustos de Miguel de Cervantes, William Shakespeare, Dante Alighieri, Jorge Luis Borges, Rubén Darío, José Martí, Gibran Khalil, Rabindranath Tagore, Amado Nervo, Antonio Machado, Federico García Lorca, Taras Shevchenko, Alfonsina Storni, Giaccomo Leopardi, Alfonso Reyes, Olegario Víctor Andrade, Ramón Pérez de Ayala, Miguel Ángel Asturias, Augusto Escobedo, Alejandro Casona, Miguel Hernández, Julián Aguirre, Rosalía de Castro, Paul-Francois Groussac, Fernán Félix de Amador y Schólem Aléijem, casi una treintena de cultores de las bellas artes, entre super reconocidos, reconocidos, conocidos y desconocidos, pero todos muy bien tratados por quienes los esculpieron.

Y entre tales efigies —de escritores, cronistas, poetas y hasta escultores, argentinos y de otras nacionalidades—, la de Gabo, desentonando. Pero nadie, desde los burocráticos aposentos de la cultura colombiana, se ha dignado exigir que de tan hermoso jardín se corte de un tajo esa especie de flor de loto de la autoría de Fernando Pettinato, esa ‘flor de fango’, ese Gabo que, emplazado en tal lugar, no es Gabito. Si no fuera por la placa, nadie se daría cuenta de que por allí también ‘existe’ una efigie de García Márquez. La placa reza: «Gabriel García Márquez, GABO… Del ICAC, Instituto Cultural Argentino-Colombiano, a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, cuna de la primera edición de ‘Cien años de soledad’ (30 de mayo de 2019)». Pero no hay tal Gabo.

Sobre este sitio —‘El jardín de los poetas’—, la periodista argentina Alicia Gracia escribió alguna vez que era un paseo oculto del parque ‘Tres de febrero’, “un lugar tan desconocido que ni siquiera es visitado por los nuevos escritores en busca de inspiración”.

Yo pudiera haber escrito —figuradamente— que en el sector de ‘Los bosques de Palermo’ de Buenos Aires-Argentina, dentro del parque ‘3 de febrero’, exactamente en ‘El jardín de los poetas’, volví a estar al lado, hombro con hombro, de Gabriel García Márquez. ¡Pero no!

Y ahí va el cronista en busca de las rosas rojas, amarillo claro, rosadas y blancas que centellean frente a los ojos, entre septiembre y octubre. En el parque ‘Tres de febrero’, un inmenso vergel de rosas llamado ‘Rosedal’.

¡Este Gabo de aquí no es ni por allí aquel Gabito! a cuya izquierda me senté dentro de un avión de Iberia en el aeropuerto internacional Ernesto Cortissoz de Soledad-Atlántico, años antes de que él llegara a ser Nobel… «Gabito», como me enseñó a llamarlo el doctor Juanbé Fernández Renowitzky desde aquella vez en que recurrí a la palabra ‘Gabo’ para hacer caber en apretada columna un título ‘letra grande’ para portada de El Heraldo cuando los periódicos eran de ocho columnas. «Gabo para los cachacos… Gabito para nosotros, sus amigos Caribe», me dijo en aquel entones el doctor Fernández, mi director, pero yo siempre, en mis textos periodísticos con el cataquero como protagonista, he escrito Gabriel García Márquez o García Márquez. Solo en esta ocasión lo llamo «Gabito» por lo connotativo que resulta para el titular que he escogido para esta nota. Y «Gabo», porque al fin de cuentas es el apelativo que —más allá de lo ‘cachaco’— se instituyó mundialmente para exaltarlo con admiración y cariño.

Y, en fin: mientras el alma de Gabo o Gabito habita inmortal la Eternidad, acá, en ese sitio que respira primavera al tiempo en que los argentinos se preparan para la calurosa llegada en breve del verano —noviembre, diciembre—, una fiel interpretación artística del rostro del hijo del telegrafista, fidelidad para sus rasgos genuinos a la edad que fuere, debe llegar a ser un permanente, serio y refulgente recuerdo del Nobel entre el resplandor verde de un césped meticulosamente cuidado, hora a hora, como lo es ese césped que se explaya, ornamental, en el ‘Tres de febrero’ bonarense.

¡Oye! ¡En Buenos Aires fue donde vio la luz ‘Cien años de soledad’!

Soporte: reportería pura en el sitio y algunos datos tomados de la web.

Primavera

Es primavera en Buenos Aires. Las hojas de los árboles comienzan a caer. El cronista pensaría que es otoño. Y en el avance de la estación, mientras llega el verano, las hojas de los árboles cubrirán el parque.