El médico samario Alfonso Noguera Aarón publica en diversos medios y comparte textos en Facebook. Ahora, por El Muelle Caribe, va una ‘Crónica decembrina’ de su libro ‘Crónicas y ensayos’.
CRÓNICA DECEMBRINA
24 a 31 de diciembre: días atípicos
Por Alfonso Noguera Aarón
Luego del día 24 de diciembre, con su interminable noche repleta de eventos que van de alegres y divertidos a los ingratos y hasta trágicos, viene un 25 de diciembre desértico, donde solo se ven los insomnes borrachos en los pretiles bailando a tumbos y diciendo nada en medio de altos volúmenes de ruidos musicales que impiden hablar unos con otros y fastidian a los vecinos.
No hay periódicos ni noticias y creo que ni misas, y ni los aleluyas arriman a sus templos, pues como que el mundo se detiene en la seca brisa fantasmal del 25. Pero ya vendrán las noticias de lo que el diablo hizo en otros lares y solo hasta el 26, si no cae sábado o domingo, todo parece empezar perezosamente de nuevo.
Esos días entre el 24 y el 31 de diciembre son los más atípicos de todo el año, pues, después de tan suculentas comilonas y esas efusiones contagiosas de parrandas y guachafitas, vuelve uno a la vida cotidiana, y entonces come cosas corrientes y hasta las disfruta como compensando con las simplezas las francachelas del 24 de diciembre. De niño me llamaba la atención que por esos días vuelve uno al arroz blanco con lentejas y carne guisada o desmechada, mote de guineo y hasta bocachico frito con yuca, ya que esos días coinciden con la ‘subienda’ del apetecido pez ribereño.
A fines de diciembre suelen casarse los novios, hay paseos locales, despedidas tristes, pero también la llegada de más familiares que suelen venir con invitados, no siempre gratos; pues, al contrario de lo que se supone, ocurren desencuentros entre familiares irreconciliables y no pocas trifulcas familiares o entre los vecinos. En esas, después de esos días de altibajos sentimentales y como pasando por un frenético paroxismo, llega el 31 de diciembre, anunciando que el año viejo se va.
En astrofísica, al menos, el recorrido elíptico de la tierra alrededor del sol en 365 días se cumple en cada punto de su órbita, pero a alguien se le ocurrió que el día 31 se termina cada vuelta. Ojalá hubieran tomado al 21 de diciembre como referente, ya que es el solsticio de invierno en el norte y de verano del sur, y la tierra llega justo al perihelio en ese día.
En cualquier caso, aunque todo en el ser humano es mental, para entonces, y menos mal, ya diciembre y el año están a punto de terminar, pero con un endiablado frenesí mayor que el 24, pues como que se desatan unas habilidades emocionales que desnudan la condición frágil y efímera del hombre, y entre la ignorancia y las sensaciones de júbilo, se liberan conductas histéricas que entonces nos resultan sublimes o ridículas según las veamos. El 31 de diciembre se acaba el año occidental, pero es en cada persona donde habitan las decisiones de su vida, sin embargo, enmarcadas en un contexto cultural y político que siempre debemos analizar. El frenesí callejero aumenta con las horas y el aire tiembla en la noche que transcurre. Las francachelas son parecidas a las del 24 y muchas comilonas se reciclan para el 31, pero al cabo de la media noche, el grito aguantado durante todo el año, rompe el fragor de las fiestas: ¡Son las 12! ¡Feliz Año…! ¡Feliz Año Nuevo!
Y entonces, el estruendo prosigue a la bullanga y se escuchan las sirenas desbocadas, los gritos, los tiritos, los tiros de pistola, revólver, fusiles y hasta de cañones y bombas, y la matraca del diablo cruje entre aquellas almas livianas hasta el amanecer del primero de enero, que viene terminando para muchos el día 2 o el 3 de enero, si no caen sábado o domingo; y el mundo, o lo que queda de él, vuelve a girar hacia ninguna parte en un enero fantasmal que como un largo lunes nadie quiere volver a empezar y, como un borracho herido, se enrumba a los carnavales, que desde septiembre ya venían reventando por debajo de las alfombras, esperando que pasaran las festividades decembrinas para soltar al diablo a desgarrar la carne del mundo.
El hombre, por su doble naturaleza corporal y espiritual, tiende a encorvarse hacia la tierra o elevarse hacia los cielos, pues su alma tiene sed del infinito y su cuerpo lo hace esclavo de sus deseos y lo angustian y lo fustigan en medio de sus hondas insatisfacciones existenciales, pero solo Dios le puede prodigar la bendición que lo colme de paz, de amor y de verdad.
Muchas gracias.
Feliz año Nuevo a todos mis amigos y conocidos (ANA).