Ina e Ico

Ina e Ico

Tienes que leerte esta historia, cuyo contenido es avalado por medio centenar de comentarios desplegados en el módulo ‘Ego-metría’… No te quedes sin leerte esta “crónica de recuerdos de mucho significado” escrita por el director.

Imagen destacada: Beso de amor, tras 50 años de matrimonio.

En amor y amistad: exaltar a papá,
gracias al cumpleaños de mamá

Por José Orellano

Es septiembre y, en plena celebración del mes del Amor y la Amistad, el próximo domingo 18 se cumplen 109 años del nacimiento de mi madre, Evelina Dolores Niebles Monsalvo.

Sin engaños ni mentiras, sin traiciones, sin escándalos ni shows públicos, sobre la base de la moral y las buenas costumbres, ella nos enseñó a respetar, amar y ver en su amadísimo esposo, Francisco Javier Orellano Hernández —nuestro orgulloso padre—, un genuino símbolo de autoridad, merecedor de todo nuestro cariño. ¡Ah! ¡Mamá Ina!

Como de película: El día del matrimonio a sus respectivos 24 años, en 1939…
Y en 1989, primero de mayo, 50 años casados, celebrado sus bodas de oro…

En nuestro núcleo familiar Orellano-Niebles conformado por siete personas: cinco hijos —cuatro mujeres y un varón— más papá y mamá, siempre imperó la unidad, cultivada y regada a todo momento por madre en un terreno abonado de amor, su amor a padre y a sus descendientes-por igual, una unión que aun perdura resplandeciente, hasta más allá de la muerte de ambos y de dos de mis hermanas…

Papá, ‘El coloso’, mismo que, la tarde de aquel 14 de octubre de 2002, agonizante, esperó hasta que yo llegara frente a él, me habló sin palabras con los ojos bien abiertos —en los que hubo de imperar, fugazmente eterno, un último estallido de brillo—, me sonrió y, con tenue movimiento de su mano derecha, me dijo adiós. Cerraría para siempre sus ojos y expiró. ¡Ah! ¡Papá Ico! Y sería yo quien había de ir hasta las afueras de la clínica a informarles a mis hermanas Ena, Maritza, Sol y Evelina y demás familiares y allegados que esperaban, que papá acababa de fallecer.

¡Cuántos recuerdos hermosos e inolvidables al lado de papá puedo evocar y recrear ahora! Me veo a su lado, al comenzar diciembre, internados en la zona boscosa del pueblo escogiendo el arbusto que había de convertirse en el arbolito de Navidad de la casita de paja de la carretera…

Aquellos años: Evelina Dolores y Francisco Javier…

Es sábado de Carnaval y corro a su lado, manos bien asidas, para llegar al sitio perfecto desde el cual apreciar, de principio a fin, la batalla de flores por la avenida 20 de julio… Me siento compartiendo en familia, y mamá-papá guiando nuestro comportamiento, sentados alrededor de una mesa del Mediterráneo en la calle 72 con carrera 48 de Barranquilla saboreando los inigualables tornillos rellenos y rebosantes de crema, esa a la cual ninguna otra crema ha igualado jamás… Ahora estamos en la heladería Americana de la calle San Blas —la 35 de Barranquilla— disfrutando un frosomalt y un sanduche inigualables… Revivo aquel ceremonial de fe que, como creyentes sin fanatismo, nos hacía caminar juntos, con recogimiento, las procesiones de Semana Santa o de San Antonio de Padua, el patrono del terruño o de La Virgen del Carmen, en cuyo día, 16 de julio, me llevaron, él y mamá, a hacer la primera comunión… Me siento montado sobre los balcones de la alcaldía de Soledad —hoy Museo Bolivariano— discurseando porque es 20 de julio Día de la Independencia o en la plaza del cementerio del pueblo, día del Maestro, declamando un poema de don Pedro Cervantes dedicado a la insigne pedagoga María Dolores Ucrós, ‘La seño Lola’, o en el día de la Madre recitando poemas de Julio Flórez y Rafael Pombo y ‘El indio’ Duarte o en el salón de clases despidiendo año escolar con la narración, de memoria, del relato ‘Soy diputado’, investidura a la cual, a Dios gracia, jamás aspiré… A todo eso —pura niñez y tránsito a la adolescencia— me exhortaba, amoroso, papá… Y, en fin: ¡Me haría interminable si decidiera contar tantos gratos recuerdos! ¡Qué hermosa relación padre-hijo, consolidada por medio de los latidos amorosos del corazón inmenso de esposa y madre de Evelina Dolores Niebles Monsalvo…

Papá Ico, orgulloso papá, rodeado de nietos y nietas.

Y cómo olvidar la mano de ‘fajonazos’-correctivo que me dio papá —sí: alguna que otra vez— sin que eso me traumara o despertara malquerencias o resentimientos hacia él… ¡Tantas lecciones de papá! Ojalá yo hubiera podido ser, en un 90 por ciento, como él, seguir su ejemplo, hombre siempre leal, que eso sí lo he sido, y portentosamente fiel a su compromiso de amor eterno hacia mamá. Que una cosa es la lealtad y otra la fidelidad, que un buen tramo va de la una a la otra…

Y debo evocar, ahora, para finalizar, la más grande demostración de amor de papá hacia su hijo, de ‘Papá Ico’ hacia mí, hecha manifiesta cuando yo era jefe de redacción de El Heraldo… «Ese cargo debes refrendarlo con un título académico», me decía cuando visitaba a mi viejo en la casa de la calle Nueva y nos sentábamos a hablar y beber tinto bajo el cocotero y los árboles de guayaba, guanábana, anón, chirimoya y la enramada de maracuyá. «Vuelve a la universidad, yo pago los semestres», redondeaba su aspiración paterna, a pesar de que yo ya “era grande”, con tres o cuatro hijos. No regresé a la Autónoma del Caribe y esa fue, quizá, la única vez que desobedecí un deseo-mandato de papá.

Celebración de las bodas de oro: Francisco Javier Orellano Hernández y Evelina Dolores Niebles Monsalvo
—sin el de, “yo amo a Francisco pero no soy propiedad de nadie”, decía ella—, rodeados por la hija mayor
Ena Isabel y las nietas Aymee e Ingrid Abdo Orellano.

¡Qué hermoso, Dios!…

—Evelina Dolores Niebles Monsalvo, septiembre 18 de 1913–Mayo 1º de 1992…

—Francisco Javier Orellano Hernández, julio 24 de 1913–Octubre 14 de 2002…

Evelina Dolores y Francisco Javier, 53 años de matrimonio al momento de morir ella, precisamente el día en que se arribaba al quincuagésimo tercer aniversario de unión en cuerpo y alma de ese par de seres, mis padres…

Allá en el Cielo tienen que estar los dos, tras la espera de ella durante diez años, ese lapso entre la muerte de ella, 1992, y la de él, 2002…

Evelina Dolores Niebles Monsalvo, hasta la sepultura.

Acá en la tierra, añorando el tinto con panela preparado por ‘mamá Ina’, con la boca hecha agua pensando en su exquisita boronía, y añorando por igual las conversaciones con ‘papá Ico’ girando casi siempre alrededor de sus ‘causas’ —la Federación de Padres de Familia de Soledad, FEPAFASOL; la Biblioteca Melchor Caro; la Junta de Acción Comunal, sus barquitos elaborados por él en las conchas protectoras de las flores y el coco tierno, y en fin— y desde mi fe de creyente sin fanatismos, me los imagino tomados de la mano allá en la Eternidad amándose, el ojo de Dios puesto en ellos, tal cual se amaron y amaron en la tierra… Pero, además, refrendando, explayados, ¡su amor eterno!

Post Data (necesaria): No sobra precisar que hace más de 32 años, y durante un largo lapso, había causado dolor y angustia a mis padres por mi inclinación a la rumba y todos sus convocados, pero ellos, ‘papá Ico’ y ‘mamá Ina’, seguían, filiales, amándome… Gracias al amor de ellos, al de mis hermanas y al de Luz Amparo, la madre de Laura Carolina y Claudia Marcela, pude dejar atrás aquella horrible noche, durante la cual se fueron por la borda mucho prestigio, excelentes empleos e infinidad de sueños. Gracias a Dios, ya todo pasó…

Nota: Las fotos que ilustran estas líneas las enviaron Maritza Orellano Niebles, Aymee Abdo Orellano y Erika Nieves Orellano.

Bogotá, septiembre 4 de 2022.