En la historia de Colombia hubo un momento en que Uribe acabó con cualquier viso de decencia de la clase gobernante: esta ratificó alianza con el paramilitarismo y se volvió paramilitar. Rememora Alonso Ramírez Campo.
El salto de la liebre
Por Alonso Ramírez Campo
Imagen destacada tomada de https://prensarural.org/
Hace 20 años exactamente el imaginario colectivo fue seducido por la nueva versión de derecha que apareció repentinamente con Uribe en un país asediado por una guerrilla envalentonada con la toma del poder por las armas. Las tomas, los secuestros y las pescas milagrosas de un lado y las masacres, desapariciones y asesinatos de líderes sociales a manos del ejercito y bandas paramilitares, de otro lado, tenían angustiada a la sociedad que se sentía acorralada y pedía del Estado protección y seguridad.
En ese círculo dantesco de violencia, saltó la liebre y, en menos de dos meses, apareció un “don nadie” encabezando las encuestas de favorabilidad por la presidencia que supo leer lo que quería la sociedad promedio colombiana. Así llegó nuestro salvador supremo, Uribe. Hoy, tras 20 años de uribismo, la guerra continúa con su abanico destructor al punto de que cualquier protesta social es catalogada como terrorista bajo el enfoque de la doctrina del enemigo interno. A partir de ese momento Uribe acabó con cualquier viso de decencia de la clase gobernante que no solo se alió al paramilitarismo como ya estaba sucediendo, sino que ella misma se volvió paramilitar. El resultado de todo esto, salta a la vista: corrupción, hambre y violencia
Ahora la cansada y decepcionada ciudadanía, no votó por el que dijera Uribe —además porque ya no estaba en capacidad de decirlo—, su caballo de troya; Duque no pudo resultar peor y las huestes uribistas, al mejor estilo mafioso, sacrificaron a su candidato propio para unirse soterradamente a Fico Gutiérrez, pero este olía a continuismo y no resultó la movida.
Llegado este momento, saltó la liebre por otro lado, y ahora apareció en escena un saltarín al mejor estilo circense, un boquisucio, patán, machista y corrupto, abanderando un sector del cambio, amenazando con darle fuete al ladronismo politiquero del cual él, paradójicamente, es la nueva versión.
Se llama Rodolfo Hernández, el nuevo advenedizo, un sujeto tosco que nunca se ha leído un libro como tampoco se lo han leído muchos de los que votan por él.
El otro grueso de la ciudadanía se inclinó por el pacto histórico encabezado por Gustavo Petro, que ganó con el 40 por ciento y no le alcanzó para ser presidente en primera vuelta. Se sabía que si Petro no ganaba en primera vuelta, la cosa se complicaba en segunda vuelta, mas ahora, cuando el contendor de Petro es el suertudo de Hernández, que cuenta con los perniciosos auxilios de los uribistas y del espíritu santo del pais del sagrado corazón de Jesús que, habiendo matado al tigre, ahora le temen al cuero.
No vaya a ser que la cura resulte más grave que la enfermedad. Todavía tenemos un sector de la ciudadanía muy corto en criterio respecto a comportamiento electoral. Es un sector que dice querer un cambio de boca pa’fuera, pero en lo más profundo de su ser no lo quiere realmente, lo quiere de forma pero le aterra el contenido, se mueve en la apariencia del cambio para no cambiar.
Estamos en un momento inédito de cambio como nunca antes en nuestra historia, donde un sector de la sociedad, en medio del fango, quiere salir adelante y otro que dice “quererlo”, pero en los hechos lo impide atravesándose en el camino.
La sensación que tengo de la sociedad colombiana es la de que, estando todos sumergidos en una laguna de mierda, y si alguien de pronto saca la cabeza y los otros ahí mismo no escatiman esfuerzos para hundirlo.
Así opera el salto de la liebre.