“No mereces sufrir…”

“No mereces sufrir…”

José-Orellano vio al acordeonero Omar-Geles coronarse Rey de Reyes Aficionado en el Festival Vallenato de 1987 y ante la muerte del compositor se sintió obligado a escribir la presente adaptación-acronicada.

Imagen de portada: La mamá de Omar Geles doña Hilda Suárez y su otro hijo Juan Manuel en las honras funebres del acordeonero y compositor.

DESTINO CRUEL

“Por ella no me quiero morir”,
deseos que no se cumplieron

Por José Orellano

“… Tú no mereces sufrir más”, le cantaba Omar Geles a su madre, pero el cruel destino, contrariando aquel sentir, reservó para Hilda Suárez el sufrimiento más desgarrador, devastador y traumático que pueda padecer el ser humano.

A sus 94 años, la inspiración de ‘Los caminos de la vida’ ha tenido que enfrentar una experiencia contra natura en un cruel episodio que ha hecho trizas el orden natural de la vida: doña Hilda ha tenido que asistir a la muerte de su hijo antes de que ocurra la suya propia.

Omar Geles y su madre Hilda Suárez, la inspiración para ‘Los caminos de la vida’.

En su extensa composición ‘Los caminos de la vida’, Geles Suárez —quien había visto la luz por primera vez el 15 de febrero de 1967 a 420 kilómetros del lugar donde sus días llegaron a su fin en mayo de 2024— aludió irónicamente a su propio destino cuando, en una danza cruel con ‘La Parca’, escribió los siguientes versos: Un amigo me decía/ ‘recompensaré a mis viejos/ por la crianza que me dieron’/ y no le alcanzó la vida”. Para entonces, 1992, los viejos del ‘Rey vallenato’ categoría profesional en 1989, doña Hilda y don Roberto, andaban por los 60 y, de una u otra manera, forjaban ‘caminos de la vida’.

Una danza irónica con ‘La parca’, sí —y con contraposiciones a futuro—, cuando Omar mecía pensamientos creativos escribiendo que “Por ella lucharé hasta que me muera/ y por ella no me quiero morir/, tampoco que se me muera mi vieja, pero, qué va, si el destino es así”. El sino de él era morir primero que su vieja… que el viejo había de irse antes, hace tres años, también en mayo —2021—, víctima del Covid-19.

Eran pensamientos creativos sobre la base de las dificultades que, durante su crianza y un bastante más allá, había padecido su familia —Geles Suárez—, a la cual complementaban Juan Manuel y Naiduth, hermano mayor y la menor.

Madre e hijo en épocas repletas de felicidad.

Omar Antonio había crecido en medio de la pobreza, había obtenido un pedazo de acordeón solo cuando su hermano mayor se cansó del que su padre le había regalado a este y no al menor de los hermanos —apenas de 5 años—, a quien quiso darle contentillo obsequiándole un tambor.

Sobre la membrana del instrumento de percusión —de cuero o material sintético usado en radiografías—, Omar Antonio, que recién llegaba como residente a Valledupar, desfogaba, con persistencia rítmica, sus rabietas de insatisfacción. Pero ahora, con el acordeón entre manos, comenzaba no solo a estirar y cerrar fuelle, sino a digitar pitos y bajos y se preparaba para convertirse, primero, en una figura prominente, de relevancia, en el Festival de la Leyenda Vallenata.

Se asomó por primera vez al tradicional certamen valduparense en 1981 y obtuvo el segundo puesto en la categoría de acordeón infantil. Volvió en 1985 para coronarse rey aficionado, triunfo que lo llevaría de nuevo a la tarima ‘Francisco El Hombre’ en la plaza Alfonso López en 1987 con motivo de la primera edición del concurso Rey de Reyes. Como acordeonero aficionado, Omar Antonio obtuvo el título. Y yo estuve allí.

Excelente acordeonero, Rey de Reyes aficionado-1987, y Rey Vallenato profesional-1989.

Dos años después se coronaría rey vallenato en la categoría profesional, tenía 22 años, 8 de ellos dedicados a cimentar lo que sería un futuro promisorio. En 1985, sobre su condición de acordeonero Rey Aficionado, había de crear el conjunto ‘Los diablitos’, en el cual la voz era Miguel Morales.

La pobreza y las dificultades de familia comenzaban a amainar, pero en 1986 la espada del dolor le dio una sentida estocada a su corazón. Con la imagen de la mujer de sus sueños dándole vueltas en la cabeza, se le apareció por primera vez la divinidad que inspira creación literaria, ‘Doña musa’. Así, escribió su primera canción: ‘Te esperaré’, que, en la voz de Miguel Morales, era dedicada a ‘La mona linda’, el apelativo de su autoría para su enamorada, esa a la que mandaron a estudiar en otro país.

Pero ‘La mona linda’ “… yo te esperaré/, aunque esperar me cueste/, tú te lo mereces/, yo te esperaré”— volvería a ‘El Valle’. Respondía al nombre de Liliana Carrillo y, correspondiendo a la promesa de su enamorado hecha canción —‘Te esperaré’—, se casaría con Omar. Tendrían dos hijos: Omar Yesid y José Jorge.

La extinta Liliana Carrillo y la viuda Maren García, madres de cinco hijos de Omar Geles: dos con ‘La mona linda’ y tres con Maren. Hay una sexta hija, Stephani.

Se abre aquí un paréntesis para precisar que son siete los descendientes que deja Omar Geles: los otros cinco responden a los nombres de Isabella, José Juan y José Mario —nacidos de la unión con su actual viuda Maren García— y Daniel y Stephani, quienes pueden ser considerados como transicionales: vinieron al mundo entre un matrimonio y el otro, entre los dos primeros y los tres últimos hermanos, sin que se sepa mucho sobre sus correspondientes progenitoras.

Cierro paréntesis y continúo: Liliana Carrillo —que había sido inspiración para varias letras de Geles Suárez— se separaría del compositor, pero… demos vuelta a la página sentimental de Omar Antonio, y sigamos recreando esta historia con líneas de la canción ‘Los caminos de la vida’, cuya inspiradora, considero yo, debió de representar para el acordeonero-compositor —de verdad verdad— ‘El amor más grande del planeta’: Hilda Suárez, aunque ella no sea el tema central de esta otra exitosa creación de su hijo y que es interpretada por ‘Pipe’ Peláez.

Cuando Omar Geles frisaba los 25 años, sintió que había llegado el momento de cantarle al mundo aspectos de su desventurada infancia junto con su familia, tiempo para expresar la fortaleza de su amor filial por Hilda Suárez, para confesar su errada concepción de las rutas de la existencia y para anunciar su compromiso, durante el resto de sus días, con la mujer que lo parió: su heroína, esa a quien él le cantaba: “Viejita linda, tienes que entenderme/. No te preocupes, todo va a cambiar/. Yo sufro mucho, madrecita al verte/, necesitada y no te puedo dar”, la misma mujer que hoy enfrenta el indescriptible dolor de una madre casi centenaria ante el cadáver de su hijo, joven aun, de 57 años.

En cruel episodio que ha hecho trizas el orden natural de la vida, doña Hilda ha tenido que asistir a la muerte de su hijo antes de que ocurra la suya propia.

En medio de una mezcla desgarradora de tristeza, incredulidad y desolación, frente al ataúd de su hijo en el cementerio Jardines del Ecce Homo, en Valledupar, Hilda Suárez ha cantado su canción preferida, esa que su hijo compuso para ella, mientras de sus ojos —espejos de sabiduría y vivencias, rodeados de arrugas que grafican el paso implacable del tiempo—, corrían vacilantes riítos de lágrimas como hilos de cansino consuelo ante lo irremediable: la muerte.

Él le había pedido a su progenitora que si moría primero que ella no fuera a cargarle luto, pero Hilda Suárez no está dispuesta a complacerlo. Y ha anunciado que llevará hasta el último día de su vida —la tradición es la tradición—, luto de negro cerrado.

“Uno sabe que la vida/ de repente ha de acabarse/, y uno espera que sea tarde/, que llegue la despedida”, cantaba él, pero a Omar Antonio la despedida había de llegarle temprano, a los 57.

“Amaba la vida”, dicen sus amigos. Y le fascinaba ‘espantar’ a la muerte: Y por ella no me quiero morir/, tampoco que se me muera mi vieja”. Pero dejaba un tris para lo abrupto e inesperado que pudiera llegar el final de la vida: de repente ha de acabarse…”.

Amaba la vida, pero todo indica que, quizá confiado en el vigor que suscitan 57 años, comenzó a retar, inconscientemente, a Thanatos y su guadaña al desestimar la sintomatología de la afección de salud que cargaba: la hipertensión arterial, misma que, tras haberse desplomado en tarima con fuertes dolores en el pecho y su brazo izquierdo, obligó a que se le internara de urgencia en un centro médico en Miami el día en que Valledupar se preparaba para desarrollar la quincuagésima séptima edición del Festival de la Leyenda Vallenata. Era el 29 de abril pasado.

El tenis, un deporte que apasionaba a Omar Geles.

Sufría de presión alta, enfermedad muy común que, según la Organización Mundial de la Salud-OMS, padecen alrededor de mil millones de humanos en el mundo, aproximadamente el 20 por ciento de la población adulta en la Tierra.

Diecinueve días después del evento de salud que padeció en Miami, el 18 de mayo —ese gran señor que 57 años atrás había nacido en Mahates-Bolívar—, hacía presencia y actuaba en el concierto de Silvestre Dangond en el estadio ‘El campín’.

Tres días más tarde, con su espíritu dinámico, Omar Antonio iría hasta la cancha de tenis del Club Campestre de Valledupar para jugar el que sería su último partido de un deporte que exige al practicante resistencia cardiovascular, de la cual requiere para mantenerse activo durante los rallies prolongados, no solo corriendo de un lugar al otro, al frente, a los lados, en diagonal y retroceder, sino haciendo —mediante reacciones rápidas— permanentes y enérgicos swings con la raqueta, en la mano derecha, en la izquierda, en medio de intensos esfuerzos para darle a la bola, para abrir el set o para responder a los golpes del contrincante.

(De repente ha de acabarse…”). Jugaba contra su amigo el cantante Osmar Pérez, iban para el segundo set y, de un momento a otro, Omar pegó un grito, se desplomó y cayó de espalda: de repente, la vida se le acababa a quien no dejaba de ejecutar una cruel danza con la muerte.

“Los caminos de la vida/ no son como yo pensaba/, como los imaginaba/, no son como yo creía/. Los caminos de la vida/ son muy difícil de andarlos/, difícil de caminarlos y no encuentro la salida”, escribió Geles Suárez al inicio de su canción icónica.

—Irremediablemente, el sendero a la eternidad es uno de ‘Los caminos de la vida’. Buen viaje, Ómar —escribí yo para las redes sociales un día después de su muerte.

Para mitigar el dolor, doña Hilda Suárez entona ‘Los caminos de la vida’, su canción, la canción de Omar para ella.

Pudiera haber cerrado esta crónica con mi reflexión, pero prefiero extenderme hasta la estrofa en la que el segundo hijo de Hilda Suárez sentenciaba que su madre ¡no padecería más! y de la cual sustraje el verso con el que di inicio a esta crónica: “A veces lloro al sentirme impotente/, son tantas cosas que te quiero dar/, y voy a luchar incansablemente/, porque tú no mereces sufrir más”.

“… Tú no mereces sufrir más, deseo no cumplido, porque al haber sido él a quien temprano le llegó la muerte, deja a su adorada madre sumida en el sufrimiento, sufriendo un dolor abrumador y una tristeza intensa, difícil de sobrellevar a edad tan avanzada —94 años—, con la necesidad de apoyo, acompañamiento y comprensión por parte de sus seres queridos, porque ha de resultar muy difícil encontrar consuelo en medio de tan dolorosa pérdida.

El ataud de Omar, cubierto con la bandera de Sayco.

Ya no está entre nosotros, pero más allá de haberse convertido en una figura prominente del Festival de la Leyenda Vallenata cuando andaba por los 22 años, Omar Antonio Geles Suárez, como compositor, acordeonero y cantante, llegó a ser —y lo será imperecederamente— un emblema en el ámbito artístico internacional. Con más de mil composiciones, su creatividad ha dado origen al mito de que un álbum que incluya una de sus canciones es sinónimo de éxito asegurado.

Aun muerto, Omar Geles ha de ser por siempre figura prominente en la escena musical vallenata, la colombiana y la internacional.

Ha muerto Omar Geles, ¡Viva Omar Geles!

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