Este viernes 13 de mayo se celebró el Día de Nuestra Señora del Rosario de Fátima. Inocencio De la Cruz adaptó una nota sobre la apasionante historia que rodea a la figura de esta advocación.
13 de mayo: aparición de la Virgen de Fátima
y fallido atentado contra el Papa Juan Pablo II
Adaptación de Inocencio De la Cruz
Exactamente, 64 años después de que en la Tierra apareciera su anunciadora, aquella predicción había de hacerse increíble realidad.
El 13 de mayo de 1981 — a las 17:17 horas—, una profecía de Nuestra Señora del Rosario de Fátima o la Virgen de Fátima impactaba en la corpulencia del Papa Juan Pablo II, el polaco Karol Józef Wojtyła, cuando este, en un jeep descapotable, cruzaba por entre una multitud de 20.000 fieles en la plaza de San Pedro, Ciudad del Vaticano.
El 13 de mayo de 1917 — a las 17:17 horas—, los primos Lucía Dos Santos y Francisco y Jacinta Marto, pastores de ovejas, habían de asistir, en Cova de Iria, Fátima, Ourém, Portugal, a la primera aparición, solo ante ellos, de la Virgen María, quien había de determinar que, durante un lapso de seis meses, cada mes seguido, en día 13, a igual hora, había de seguir ocurriendo tal portento.
De acuerdo con la historia y muchos testimonios desde la presencialidad, todas esas fechas se cumplieron al pie de la letra, en medio de conflictos familiares y comunitarios —creyentes, escépticos, fanáticos y no creyentes, la incredulidad de la autoridad administrativa y la curia—, la última fase de la primera guerra mundial y la ocurrencia final de ‘El milagro del sol’, el 13 de octubre, cinco meses después de la primera visión santa de Lucía, Francisco y Jacinta.
Aquel 13 del décimo mes del año 1917 —muchísima gente en Fátima, deseosa de milagros y atraída por los rumores sobre tres niños videntes—, aquel 13 del décimo mes del año 1917, decíamos, había sido un día torrencialmente lluvioso, mucha agua caía del cielo; pero con el acercamiento de la hora de la última aparición de la Virgen, solo visible para los tres pastorcitos, la lluvia cesó, aunque los nubarrones negros persistían en el cielo, pero después —de acuerdo con el periodista allí presente Avelino de Almeida del diario portugués ‘O Século’— las oscuras nubes se abrieron y dejaron ver el sol, que parecía un transparentado disco de plata, que se movía de un lado a otro, hacía el frente y hacia atrás.
Entonces —se cuenta como verdad irrebatible—, sus rayos tomaron diferentes colores y el astro rey no solo parecía temblar sino también caer sobre las atónitas y nerviosas decenas de miles de personas allí congregadas, puestas de rodillas: 40.000, dicen unos; 70.000 afirman otros, y los menos hablan de 100.000. Habían asistido al llamado también ‘Milagro de Fátima’ o ‘La danza del sol’.
Cuatro meses antes, en junio, durante su segunda aparición, la Virgen les había anunciado a los niños que Francisco y Jacinta habían de morir tempranamente e irían al cielo, mientras que Lucía sobreviviría para que, más allá de Fátima, Ourém y Portugal, diera al mundo testimonio de las apariciones.
Un mes después, 13 de julio, se daba en efecto la tercera aparición de María madre de Dios y a Lucía se le reveló el secreto y supo, bajo el compromiso de no contárselo a nadie, de tres premoniciones. Esta vez, Lucía, asustada, había de gritar el nombre de Nuestra Señora del Rosario, segundos antes de la escucha de un fuerte trueno y el final de la visión.
A la cuarta vez, el 13 de agosto, los tres niños no pudieron llegar a Cova da Iria porque habían sido retenidos por el alcalde de la ciudad de Ourém, quien, enemigo acérrimo de la situación que involucraba a los tres niños —la fe asediada por la perniciosa incredulidad—, aspiraba recluirlos en un sanatorio mental y los sometió a exámenes siquiátricos, pregonando que estaban desquiciados, que todo cuanto contaban se trataba de una fantasía infantil originada en mentes calenturientas. Ante la angustia de los padres de Lucía, Jacinta y Francisco y hasta la misma esposa del alcalde, el diagnóstico científico había de descartar problemas mentales en los niños y mandaría para el traste el deseo del prepotente gobernante de confinarlos quién sabe adónde.
El cuarto encuentro de Lucía, Jacinta y Francisco con la Virgen había de darse dos días después, el 19 de agosto, en el sitio llamado Valinhos. Y los niños volverían a verla el 13 de septiembre, otra vez en Cova da Iria.
El número de fieles seguidores del especial trío infantil crecía exponencialmente. Y la muestra es el lleno total de las inmediaciones del sitio de las apariciones durante la sexta y última, el 13 de octubre, día de ‘El milagro del sol’ ya relatado.
La historia cuenta que, el 13 de junio de 1929, Lucía tuvo otra experiencia mística por medio de la cual vio a la Santísima Trinidad y a la Virgen María en la capilla del convento en Tuy, España. El 13 de octubre de 1930 —13 años después de ‘El milagro del sol’—, el Obispo de Leiria, en la provincia de Beira Litoral, Portugal, proclamó las apariciones de Fátima como auténticas.
Como “revelaciones privadas” que han de llevar el propósito de ayudar a la humanidad “a vivir más plenamente” de acuerdo con las enseñanzas de Cristo, fueron considerados por el Papa Benedicto XVI los tres secretos de María a Lucía. “Significaron la movilización de las fuerzas del cambio en la dirección correcta”, puntualizaría. Pero los tres misterios jamás tocaron el texto de la Biblia, que fue descrito por Benedicto XVI como una “revelación pública”.
Los relatos periodísticos han precisado que el primer anuncio de la Virgen de Fátima describía “una terrorífica visión del infierno con un gran mar de fuego que parecía estar debajo de la tierra y allá había demonios y almas humanas”. El segundo ha sido interpretado como una predicción del final de la primera guerra mundial —que había de ocurrir el 11 de noviembre de 1918— y el anuncio del comienzo futuro de la segunda, 1939, durante el papado de Pío XI, como en efecto sucedieron. Tanto, que la Iglesia sigue teniendo en su contra la caca de que Hitler tuvo su propio Papa: precisamente Pío XI, su comportamiento ante el nazismo, inclusive ante el holocausto contra los judíos, entre aquellos 1939 – 1945.
“La guerra va a acabar, pero si no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará otra peor”, habrían sido las palabras de la Virgen, de acuerdo con lo escrito en 1935 por Lucía —hecha monja en el convento de las Hermanas Doroteas, con el nombre religioso de Hermana María Lucía de Jesús y del Inmaculado Corazón—, mientras que Francisco y Jacinta habían muerto en 1918, durante la pandemia de ‘La gripa española’.
18 años después de las apariciones, Lucía escribió su testimonio que había de mantenerse en secreto durante muchos años. Algunos textos vieron la luz en 1942 y hablaban del arrepentimiento, de la oración y daban desoladoras visiones del infierno.
Ella decidió guardar el tercer secreto en un sobre que había de entregar al Vaticano en 1957. Sor Lucía Dos Santos había de morir un 13, también un 13, el del mes de febrero de 2005. Pronto será santa, como sus primos Jacinta y Francisco, canonizados por el Papa Francisco el 13 de mayo de 2017, al cumplirse cien años de la primera visión. Ahora son san Francisco Marto y santa Jacinta Marto, mientras Sor María Lucía, beatificada, está a la espera de su canonización.
El más sorprendente de los anuncios, el tercero —publicado en 2000—, «describía un ángel con una espada de fuego en la mano izquierda pidiendo penitencia con una fuerte voz. Y al Papa con varios clérigos escalando una montaña y siendo matados después por las balas y flechas de soldados. Debajo de los dos brazos de la cruz estaban dos ángeles. Cada uno con una jarra de cristal en las manos, recogiendo en ellos la sangre de los mártires», precisan los relatos al respecto.
El 13 de mayo de 1981 — a las 17:17 horas—, esta profecía de Nuestra Señora del Rosario de Fátima o la Virgen de Fátima impactaba en la corpulencia del Papa Juan Pablo II, cuando este, en un jeep descapotable, cruzaba por entre una multitud de 20.000 fieles en la plaza de San Pedro, Ciudad del Vaticano.
Juan Pablo II —sumo pontífice desde el 16 de octubre de 1978 hasta su muerte el 2 de abril de 2005— había de ser blanco de una bala disparada por el turco Mehmed Alí Agca, que impactó en el abdomen, lo atravesó, salió y terminó hiriéndolo también en el codo y el dedo índice derechos. El sumo pontífice cayó hacia atrás en brazos de su secretario, monseñor Stanislaw Dziwisz.
Cumplido su propósito asesino, Agca trató de huir, pero fue retenido por fieles que lo entregaron a las autoridades competentes. Después sería condenado y enviado a la cárcel, donde, en 1983, fue visitado por Juan Pablo II, quien no tuvo reparo alguno al concederle el perdón a su victimario.
Juan Pablo II había de morir 24 años después sin que él ni el mundo —a pesar de la infinidad de investigaciones— conocieran a ciencia ciertas las reales razones para la acción de Agca, quien dio numerosas versiones tratando de explicarlo. Es más: aun no se conocen.
En su último libro, ‘Memoria e identidad’, publicado antes de morir, Juan Pablo II afirmó estar convencido de que alguien encargó el atentado a Agca.
El periodista Antonio Preziosi, en su libro “Il papa doveva morire” —‘El papa tenía que morir’—, sostiene, sobre la base de un testimonio médico, que la bala que impactó a Juan Pablo II «entró a la altura del ombligo, por el lado izquierdo, perforó el colón y el intestino delgado en cinco lugares, pero cambió su trayectoria frente a la aorta central. Si la hubiera tocado, el Papa habría muerto instantáneamente. Además, la bala atravesó la columna, evitando los principales centros nerviosos por muy poco. Si los hubiera dañado, Juan Pablo II habría quedado paralítico…
«Incluso el 27 de diciembre de 1983, cuando Juan Pablo II visitó a Agca en la prisión de Rebibbia para mostrarle públicamente su perdón, el turco preguntó al papa polaco: “¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo te las arreglaste para salvarte?”.
«El pontífice siempre estuvo convencido de que había sido salvado por una intervención directa de Nuestra Señora de Fátima, cuya aparición se celebra justo el 13 de mayo y que su salvación fue el cumplimiento del Tercer Secreto.
—Una mano disparó, otra mano desvió la bala —aseguraba Wojtyla».
La bala, después de atravesar el abdomen de Juan Pablo II y herirlo en un codo y el dedo índice, quedó en el piso del automóvil y hoy día se encuentra empotrada en la corona de la imagen de la Virgen de Fátima en su santuario en Portugal. Juan Pablo II la regaló a esa institución, como agradecimiento y exvoto u ofrenda, tras el milagro de su salvación.
Ese Papa es santo —san Juan Pablo II— desde el 27 abril 2014, cuando fue canonizado, en un marco relievado por los retratos enormes de Juan XXIII y de Juan Pablo II, en ceremonia presidida por el Papa Francisco y el Papa emérito Benedicto XVI, en presencia de miles de fieles, que cantaron y rezaron y guardaron silencio bajo una lluvia fina.
Nota: Como es de suponer, la ciencia ha tratado de desmitificar estos acontecimientos, incluida ‘La danza del sol’. Pero la fe sigue admitiéndolos, con devoción, como hechos reales, ocurridos.
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