El domingo 15 de mayo se celebró el Día del Maestro, y el pedagogo y filósofo Alonso Ramírez Campo no podía dejar de apuntar desde su arco, y disparar, una flecha académica hacia su pasión.
Ser Docente
Por Alonso Ramírez Campo
Siempre que escribo sobre ser maestro recuerdo a Estanislao Zuleta quien dijo que un docente debe ser ante todo un promotor del deseo, lo cual supone que tenga una ilimitada capacidad de asombro por las cosas más pequeñas, nimias e innecesarias que se presentan en un aula de clase.
En este sentido el maestro es un hombre o mujer que está navegando en estado de alerta en busca de tesoros por los fiordos y costas de los mares del tiempo y del espacio …es el capitán de la nave que traza las coordenadas de navegación y empodera a su tripulación que está dispuesta a emprender la aventura.

Pero promover el deseo en los que “no quieren hacer nada y no esperan nada de la vida” sin duda es un desafío que pasa por un proceso cuidadoso de autoanálisis del alumno, de transformación de la subjetivación en subjetividad como forma de acorralarlo entre las cuerdas y mostrarle que lo que creía no era lo propio, que su llenura e indigestión del ser no le permite tener hambre, es decir deseos de ser y de saber y por tanto que es digno de tomarse un vomitivo para que entonces pueda evacuar las telarañas que lo habitan y pueda acceder a un banquete de conocimientos. En este sentido los griegos antiguos a través de la mayéutica nos enseñaron algo clave al respecto: Que el primer acto de conocimiento es un acto de desconocimiento, es decir, nadie investiga aquello que conoce o cree conocer, así empezó la ciencia, lo mismo sucede en educación con los alumnos cuando creen que todo está escrito y que no hay nada más que conocer, con un agravante y es que eso que suponen que conocen nada tiene que ver con ellos, con sus vidas y con su futuro.
Por eso creo que la docencia es un arte, tal vez el destino superior de las artes que consiste en incorporarlo a la vida cotidiana, el arte de acompañar en su convencimiento al alumno en la búsqueda de un sentido de vida, en un proyecto que se sienta como en casa, apreciado y valorado.
Por lo mismo, una clase ideal debe parecerse a un taller de cine, donde asisten guionistas, directores, productores y actores, a la vez, en la elaboración colectiva “del producto”. En su elaboración se recoge la voz más elemental de los colegios hasta convertirla en guion colectivo, sacándole brillo y filo a las palabras para después montarlas en imágenes. Si eso no es arte, entonces, ¿qué es? Lo otro, es decir, el componente teórico de la pedagogía ya está en la internet, en los dispositivos tecnológicos y en los textos escritos. Bastaría con citarlo como fundamento teórico siempre y cuando ayuden a entender la realidad, pero no es así cuando se constata que las tesis de grado de estudios pedagógicos en pregrado —y aun en posgrado— con frecuencia tienen mucha marquetería y citología y poca originalidad, porque nos complace más que la realidad se parezca a las teorías que nos llegan empacadas de otros contextos y que nuestra realidad termine por parecerse a la fuerza a esas teorías so pena de ser invalidada.
Con perdón de la academia —a la que le debo tanto—, establezco la siguiente distinción entre academia y docencia. Un académico puede leernos en un auditorio 20 páginas de su investigación, sin mirarnos siquiera a los ojos, sin duda es una persona brillante, pero frecuentemente solo le interesa ser reconocido —lo cual es válido, porque nadie investiga y publica sus resultados para guardarlo debajo del colchón—. Un docente, por el contrario, es “un chismoso” que tiene los ojos puestos en todo y sabe lo que ve, anda con el oído fino cual radar, pendiente de lo más nimio y pequeño porque presiente que allí está el tesoro, sabe que la realidad no termina donde dicen los textos, sabe que estos son una realidad congelada de algún momento como las fotos de los álbumes que aun algunos guardamos para la nostalgia, y es verdad que todas las ciencias del mundo aun no logran desentrañar los misterios de la realidad y la vida. Que la realidad siempre la estamos aprendiendo y, al tiempo, la estamos perdiendo, que es un libro que nunca se cierra y que es preferible no hacerlo.

Si de veras, defendemos la autonomía y la libertad de cátedra, esta pasa por hacer en el aula de clase, un laboratorio que pase por lo que queremos hacer y no solo lo que nos toca hacer. Siempre tengo presente la definición de Schopenhauer sobre la libertad, donde define que ella está en el ser y no en el hacer, aunque siempre se hace lo necesario. ¿Qué significa esto? Significa que, necesariamente, tenemos que llevar un programa, cumplir un horario, llenar actas, mandar evidencias, responder requerimientos… etc., pero somos libres más allá de lo que toca hacer y ahí aparece la libertad del ser por otras cosas, por otras experiencias que de pronto son infinitas y no nos damos cuenta.
Existe un pasaje llamado “De los tres espíritus” de Nietzsche en el Zaratustra, donde está el camello llevando la pesada carga del deber por el desierto, este vive en lo que toca hacer, doblando el lomo, no más… Pero, de pronto, cansado de esa carga dice: “Yo no debo, yo quiero”, y su espíritu se transforma en león adquiriendo el espíritu de rebeldía del rey de la selva, pero también hay un momento, en el que el león de tantas batallas contra el dragón del deber queda cansado y resentido, entonces su espíritu se transforma en niño, es decir en juego y olvido de todo lo pasado vivido como resentimiento y deber y adquiere el espíritu del homo ludens como máxima expresión de la humanización.
Para terminar y no para acabar, esto me permite decir hoy, en el día del maestro, que más allá de la pesada carga que con frecuencia nos impone llevar una vida gris de deberes, siempre debemos apostar por una educación agradable, significativa, critica, innovadora, alegre y de tono festivo por la vida … Así es la docencia y ella es una dama que ama siempre únicamente a un guerrero.