Púber-devaneos

Púber-devaneos

Inocencio De la Cruz y sus relatos ‘ficcionados’ que encajan entre lo imaginario y lo posible: entretenido diálogo de amigos sobre los devaneos de una púber de 13 con hombres adultos, de ahí: ‘El huésped’.

CALIENTES PÚBER-DEVANEOS

‘El huésped’

Por Inocencio De la Cruz

En su smartphone, Ariel recibió un mensaje de texto, vía WhatsApp, de su otrora mejor amigo, con el que se había abrazado por última vez diez años atrás.

—Hola, cordial saludo. Siempre mantuve tu número y hoy te escribo porque, tanto tiempo después, deseo verte, recordar contigo viejos tiempos. Y hablar… ¡Hablar!

—¡No joda, qué sorpresa! Pero ¡qué carajo!: Entre tú y yo, el inexorable paso del tiempo no socaba amistad:  la construimos sobre sólidos cimientos —escribió Ariel—. Amigos, aunque nos hayamos distanciado, que yo diría ¡abandonado!, pero aun así amistad pa’siempre.

—Amigos, sí, aunque durante diez años nos hayamos escrito solo un par de maricadas por este medio.

—Siempre te recordaba. ¡Tantos detalles para recordarte!

—Igual te digo.

—Entonces, ¿qué viene seguidamente?

—Un encuentro presencial, aunque la moda ahora sea lo virtual.

—¿Cuándo? ¿Dónde?

—En el American Bar.

—¿Añoranza inglesa…? ¿Evocar nuestro viaje mochilero al Reino Unido?

—No… Vamos a reencontrarnos para recordar algo de nuestros viejos tiempos, ponernos al día en lo actual y compartir confidencias —un tema muy serio de mi parte—, aterrizados en la tierrita.

—¿Cuándo?

—El jueves te confirmo… ¿Te parece?

—Sí, está bien.

Gregorio cerró el chat y siguió frente al computador, dándole los últimos retoques al brochure que preparaba para presentar el paquete completo de una campaña publicitaria para una campaña política.

«Ariel, ‘León de Dios’», le dijo Gregorio a su yo interior. «Imposible de olvidar nuestras andanzas, siempre dentro de lo correcto».

Llegó el jueves y Gregorio decidió llamar a su amigo, quien había de responder a la primera timbrada.

—Hola, mi llave: buenas tardes —contestó Ariel.

—¿Qué hubo, ‘León de Dios’? Mañana viernes, 5 de la tarde, en el ‘American Bar’, confirmado… Sinceramente, anhelo compartir, al mismo tiempo, tanto con el sicólogo como con el amigo…

—Nada más qué decir… Porque todo lo que haya qué decir lo diremos mañana, a partir de las 5 de la tarde, en el American Bar.

—Perfecto, nos vemos mañana —concluyó Gregorio.

El reencuentro fue puntual. Ariel y Gregorio llegaron en punto, a las cinco. Se fundieron en sentido abrazo a la entrada del bar y abrazados virilmente —una vez que ambos demostraron su sobriedad—, ingresaron al establecimiento, el cual apenas comenzaba a colmarse de parroquianos, que, en tarde-noche de viernes, siempre eran numerosos, para abarrotar el local. De noche, allí no cabía una aguja, mucho menos un alma más.

En trazos de pincel, interior de ‘Tle American Bar’, en Londres, Inglaterra. Según el relato, por allá anduvo el par de amigos.

—¿Y bien?

—Buchannas 18, como en aquellos tiempos —dijo Gregorio—. 750 ML sobre las rocas.

—Sí, solo con hielo, sin ligas, para degustarlo y para hablarlo sin prisas.

Hicieron el pedido y se acomodaron en torno a una mesa para dos. El establecimiento era exclusivo para gente de buen gusto, con cierto caché, sin distingo de género. Solo había una condición para el acceso: antes de ingresar, los clientes debían estar totalmente sobrios, estado demostrable tras el sometimiento a la prueba de alcoholemia.

—¡Salud! —dijo Gregorio al tiempo que chocaban los vasos ‘Old Fashioned’ o ‘Vaso a la antigua’.

—¡Salud! —respondió Ariel.

—Ve: aquí sigue vigente el parón en seco a los que intentan ingresar “en tres quince” —dijo Gregorio.

—Ni tan en seco se quedan los que no ingresan… ¿Y sabes una cosa? Ese decir muy nuestro, ese “en tres quince”, se está extendiendo hacia otras ciudades —dijo Ariel—. Hace poco lo escuché en Medellín. Un lujoso bar al que no podía dejar de conocer, paraba a la entrada a los que ya iban ‘prendidos’.

—Y bien sé —anotó Gregorio— que aquí tampoco dejan pasar prepagos o a chicas que se insinúan como tales.

—Pero eso es discriminación.

—No, es reservarse el derecho de admisión. Y por eso este sitio, que ahorita va a cumplir medio siglo de existencia —las bodas de oro—, no ha bajado su calidad, no se ha ¡perrateado’, por el contrario…

—Bueno y hablando de ‘prendidos’ vamos al tema, antes de que nos pongamos “en tres quince” —dijo Ariel—. ¿Es algo grave? —preguntó.

—Preocupante, diría yo —respondió Gregorio.

—¿De qué se trata? —preguntó Ariel

—Te lo resumo así: Un silencio mío, que pudo haber sido un gran error… Una pequeña de no más de 13 años asumiendo el rol de prodigio en ocurrencias non sanctas, “chica mala”, según ella misma… Y un reciente sueño con la abuela de esa pequeña… Un sueño que no quiero que se me vuelva recurrente.

—¿Tú con la pequeña?

—¡No! Cómo se te ocurre.

—Entonces, ¡‘desembucha’! —apuró Ariel, recurriendo a un término de aquel argot juvenil cuando, el uno por el otro, se interesaban en el fondo de algunas de sus más atrevidas travesuras.

—¿Recuerdas cuando por cuestiones de apretujones económicos debí irme a vivir con una familia amiga que me arrendó una habitación y al principio me hacía sentir como en casa de mis padres?

—Claro que lo recuerdo. Era tu época más crítica desde lo económico.

Protagónistas del enamoramiento púber: Violet, en ‘Pretty baby’ —‘Niña bonita’—, y
Matilda, en ‘El profesional’. Con tan sólo 13 años, la vida de Brooke Shields y de Natalie
Portman cambiaron por completo. Imágenes de las respectivas películas, tomadas de
https://www.fanpop.com/ y https://elfoerrante.wordpress.com/.

—Sí, el rebusque con mis diseños y algunos textos publicitarios apenas daba para cubrir gastos de manutención, aunque de pronto me permitía ahorrar algunos pesitos para mi matrimonio.

—Pero después todo cambió y la pasamos bueno.  En lo tuyo, lograste un buen enganche fuera de nuestra ciudad y hasta nos ganamos aquel viaje y fuimos dar al Reino Unido.

—Inolvidable correría…

—Mochileros y todo, pero nos la jugamos al máximo para poder tener acceso a ‘The American Bar’ del Hotel Savoy, en la mismísima Londres, y pasar una velada para nunca olvidar —evocó Ariel con cierto inocultable goce.

—¡Vaya qué experiencia! Si no estoy mal, el bar iba a cumplir 70 años cuando lo visitamos. Jazz, clásicos de la música y sus cocteles. Un ícono, un emblema, pero… no nos salgamos de nuestro tema.

—Entonces, soñaste con la abuela de la pequeña —dijo Ariel—. Tal sueño debe contener algo muy importante para que decidas arrancar la conversación con ese hecho.

—Sí, porque durante ese sueño me dijo algo que me preocupa. Me dijo que me cuidara de su nieta, que andaba por ahí vociferando que quería vengarse de mí y dañar a mi familia. Todo un rollo, el cual vas a ayudarme a desenrollarlo. La abuela también me dijo algo que asusta: “¡Cuídate, hijo! Aunque ya yo te encomendé al Divino Rostro”, pero me alarmó aun más cuando me dijo que percibía “que ‘mulita retrechera’ llevará a cabo su deseo de venganza, sin importarle los medios a que ella recurra, porque sigue muy molesta por lo que le hiciste con sus enamoramientos de pre-adolescente”.

—¿Pero… ¿qué es lo que hay en el canto de la cabuya? —preguntó Ariel.

—La pequeña debía tener 12 – 13 años. Iba al colegio, pero no era buena alumna. Yo la ayudaba en algunas tareas escolares y observaba sus falencias académicas, nada aplicada, y resaltaba en ella un cierto comportamiento altanero, excesivamente despótico para su edad. Ella no era agraciada, Natura le negó todo cuanto le había dado a Violet, la de ‘Pretty baby’ —‘Niña bonita’—, y a Matilda, la de ‘El profesional’, y creo que esa carencia de atractivos físicos había comenzado a moldearle una malsana personalidad, incluso con matices autodestructivos.

—Visión sicológica la tuya… Y puede ser —dijo Ariel—. Y te lo dice el sicólogo: puede tatarse del síndrome de autorrechazo, darse poco valor, arrastrar por el piso su autoestima. Ahora dime: ¿Esa ayuda que le brindabas era a solas con ella?

—No, ante todos, en la mesa del comedor, a plena luz del día.

Gregorio sirvió el whisky para la segunda ronda y advirtió: “Con este paramos… Después de que te cuente todo el cuento, después de que lo analicemos y después de que saquemos una conclusión, nos vamos con toda contra estos 750 ML de Buchannas 18 sobre las rocas. Hace rato no lo hago.

—Le daremos viaje, pero sin embarrarla, como lo hemos hecho siempre —anotó Ariel.

 —Sí, sin embarrarla, a lo bien hecho —asintió Gregorio.

Ahora, el interés de Ariel por la historia de su amigo era inmenso. Y la charla transcurría en medio de un fondo a medio volumen de notas de jazz, soul, blue, gospel… Esa música inundaba el ambiente, pero permitía que los dos amigos hablaran sin alzar la voz. De vez en cuando, sonaba un pop en este exclusivo American Bar criollo. Algún vallenato, pero de los clásicos, pudiera escucharse allí hacia la media madrugada, cuando surgiera el desorden tipo ‘noche loca’… También una que otra salsa.

La segunda ronda de Buchannas 18 no se movía.

La segunda ronda del Buchannas18, 750 ML deshieló a las rocas. El interés de la conversa pospuso su consumo…
All final de la historia, ‘a beber!

—Sigamos, pues…

—Algunas actuaciones en casa, dejaban denotar que la pequeña tenía el palito para mentir con mucha frecuencia, decía embustes, con la mayor naturalidad del mundo: pedía dinero para material escolar, pero lo gastaba en ociosidades. Algunas cosas que decía de sus profesores me resultaban difíciles de creer. Ella era todo un cúmulo de resabios y los hacía explícitos cuando la orientaba en materias como español y lectura y también en religión. «Rebelde sin causa», me decía para mis adentros. Y yo después se lo comentaba a la mamá, que era maestra. En religión, la pequeña era nula. No le interesaba Dios. Yo me decía: «Terminará, como resultado de su pobreza intelectual y ante todo su comportamiento, convertida en deshonrosa iconoclasta: ni religión ni maestros, ni normas ni paradigmas, sin rumbo fijo. Se me ocurre decir: ‘auto-proscrita’, no sé si está bien dicho…

—Puede que sí —alentó Ariel—. Y dime: ¿qué posición asumía la mamá?

—La insultaba, casi siempre, con palabras de grueso calibre…

—Y era maestra…

—Pasaron varias semanas —agregó Gregorio— y un día terminé andando calles con un tío paterno de la pequeña. Cuando pasamos por el frente de la casa que me hospedaba con destino a la tienda de la esquina para bebernos un refresco —habíamos andado un largo trayecto—, mi acompañante me hizo saber un detalle que tendrá mucho peso en la historia que te cuento.

—¡Suéltalo!, que la actitud de la mamá —maestra—, requería, sin duda, tratamiento sicológico inmediato.

—El tío me dijo que había sorprendido a la nena “vacilándosela” con un vecino muchos años mayor que ella y, al instante, mi contertulio anunció que no se lo diría a su hermano ni a su cuñada, porque no le incumbía. “Ese no es problema mío”, me dijo.

—¿Y tú qué hiciste?

—¿Qué iba a hacer? O sí: sí hice algo: me dediqué a observar a la niña con el propósito de comprobar el asunto con mis propios ojos… Y en efecto, descubrí a la pequeña coqueteando con el sujeto, muy pegadita a la reja que separaba los jardines de las dos casas… La llamé, la reprendí —podía ser una hija mía— y la amenacé con contárselo a la mamá. Me pidió que no la “sapeara” y me prometió que nunca más vacilaría con el hombre… Pero me dejó entrever su creencia de que yo la miraba y la miraba porque tenía algún malsano interés en ella.

—¿Cumplió lo que prometió sobre el vecino?

—Debes recordar que por mi modo independiente de rebusque yo viajaba con frecuencia por algunos pueblos del Caribe, así que no estaba todos los días en casa. Pero una mañana, a mi retorno de una correría, volví, pasé por mi cuarto, dejé mis cosas y me fui hacia el patio, pensando en alcanzar un fruto del palo’e mango que allí se erguía imponente y estábamos en cosecha. No eran más de las 9 y al llegar vi a la niña, en un columpio, ligera de ropa, mal sentada y haciéndole carantoñas de lejos, coqueta, a un albañil que trabajaba en el techo de la misma casa vecina. Volví a reprenderla y a amenazarla con decírselo a sus padres. «Díceselo», me dijo. «Yo le diré que todo es mentira tuya. Y será tu palabra contra la mía»… Vale precisar que semanas atrás, cuando la ayudaba con una tarea de español, me había hablado sobre la expresión “tu palabra contra la mía”, me preguntó qué significaba exactamente y me dijo que se la había escuchado a una profesora cuando esta se la espetó a un alumno que estaba amenazándo a la docente con denunciarla ante sus padres por maltrato físico.

—Muy sagaz la pequeña.

—A pesar de las amenazas, me decidí a llegar hasta donde la madre de la menor, quien, tras un llamado superior, ya estaba en la cocina con su progenitora. Siempre he creído que la mamá había visto lo mismo que vi yo, porque cuando intenté enterarla de lo que yo había visto soltó contra su hija una expresión muy fea, muy subida de tono, que me dejó atónito, mudo…

—¿Qué le dijo? —preguntó Ariel.

—“Oye, zorrita, ¡pero si apenas te están saliendo pelos en la chucha!”. ¡Qué ordinariez… Si por lo menos hubiera dicho en “la cuca”, como dicen los cachacos, no se hubiera escuchado tan feo.

—¿La mamá la reprendía de esa forma? ¡Y eso que era maestra…! Y al parecer, la pre-adolescente pudiera haber estado acercándonde al padecimiento de una precoz sexualidad… Y eso requería atención sicológica inmediata.

—En ese momento tomé la decisión de no meterme más en ese lío, porque, parafraseando mentalmente lo dicho por el tío de la niña, “no era mi problema” —dijo Gregorio—. Así pasarían los días, pero después se vendría el máximo lío para mí. La nena había comenzado a llamarme “mi huésped”.

Gregorio y Ariel decidieron por fin comenzar a beber la segunda ronda, que ya era más agua que Buchannas 18: las rocas se habían deshielado… No se sirvió la tercera tanda, porque había que terminar la historia antes del ingreso al “en tres quince”…

Diálogo de amigos…

—Mi novia, mi actual esposa —de celos irremediables, diría enfermizos—, me visitaba la noche de los viernes de cada quince días y durante todo ese fin de semana se quedaba a dormir conmigo, se iba el lunes a primera hora, vivía en otra ciudad… En días de semana, yo solía hablar full por celular con una leal amiga, amiga desde siempre y sin derechos: nos reíamos, ella me contaba sobre sus cosas y yo sobre las mías e intercambiábamos ideas… La pequeña me había observado en ese plan y un par de semanas después usaría tal situación como contundente amenaza. “Cuando venga tu ‘mari-novia’, le voy a decir que tú le estás pegando los cuernos, que tienes otra novia, que cuando estás aquí te la pasas hablando horas y horas con ella por celular”. Así me amenazó, con esos términos, la muy vergajita, asidua a las telenovelas mexicanas y venezolanas.

—¿Esa amenaza por qué? —preguntó Ariel, cuyo interés por el tema crecía… Cada vez, iba en aumento el material para un aporte a fondo de su profesión… Escurrió en su boca entreabierta el chorrito de lo que quedaba del segundo trago servido y se dispuso a seguir conociendo sobre el berenjenal, el embrollo en que estaba metido su amigo Gregorio. «Gregorio, que significa “Vigilante”, “Alerta”… ¡Uf!», pensó. «¿Por qué no me habias contado antes?», volvió a pensar.

—Comenzó a decirme que no me perdonaba que le hubiera espantado sus devaneos ‘amorosos’ en dos ocasiones… Y no me lo vas a creer, ¡comenzó a ‘caminarme’ a mí…! Imagínate: si hoy vamos para 60, ¿cuántos tenía entonces yo?… ¡40-45! Y vaya que si se las ingeniaba la pequeña para insinuárseme sin que los demás se dieran cuenta, a no ser que se las tiraran los de “la vista gorda”. Me hablaba al oído y me decía: “Mi huésped: no te perdono lo que me has hecho… Me las vas a pagar”.

—¿Cómo así?

—Como lo escuchas, mi amigo… Y sirvámonos la tercera ronda que ya no falta mucho para el cierre de esta historia. Lo que viene se merece, de verdad, un trago, una nueva tanda… Y ahora no voy a parar… Aspiro a que no suene a truculencia.

—Soy todo oídos —prometió Ariel.

—Soy “chica mala”, me decía. “En el colegio toco a mis compañeritos por delante y por detrás y los asusto diciéndoles que si se lo dicen a los profesores los golpeo y yo diría —embustera que soy yo— que eran ellos los que me hacían las maldades”, agregaba, palabras más, palabras menos. Y como comenzó a caminarme, poco a poco sacó a relucir un asombroso arsenal de recursos diría más intimidatorios que erótico-sexuales: me pasaba sus manos por el trasero o la pirula, me apercollaba y yo tenía que usar la fuerza para quitármela de encima… Dejaba la puerta de su cuarto abierta, mientras estaba acostada semidesnuda… Una vez se me desnudó totalmente mientras yo hablaba con una prima de ella, adulta, en torno a una mesa de comedor que se ubicaba frente a su cuarto, la prima estaba de espaldas… Durante muchas noches, la mamá de la pequeña, alguna visita, la prima que frecuentaba la casa y yo nos reuníamos en la terraza de la calle a chacharear… Una noche se sumaron a la tertulia la abuela mamá de la mamá y una tía hermana de la mamá, que llegaron de visita, y la pequeña también se unió y se sentó en una silla muy cercana a la que yo ocupaba: ¡Delante de todos, empezó a sobarme las piernas con sus pies!… Con los ojos, bajando la mirada hacia mis pies, yo le hacía señas a la mamá para que viera el comportamiento de su hija, pero nada… Lo mismo hice con la tía, y tampoco…

Dejaba la puerta de su cuarto abierta, mientras estaba acostada semidesnuda…

…Al final de la reunión —continuó Gregorio—, salimos a realizar el “tour por la casa” y la pequeña decidió andar detrás de mí y me decía, mientras me sobaba las nalgas: “Mi huésped, tú eres mi novio”… Muchas veces se me metía a mi cuarto y se tiraba a mi lado sobre la cama: yo me veía precisado a salir corriendo y a gritar: “¡Cómo jode esta muchachita” y ‘el respetable público’ se reía… Con frecuencia me cantaba la canción ‘Ese hombre’ de la española Rocío Jurado… Una tarde de sábado, en una pequeña habitación que yo usaba como oficina, la última en la distribución de las piezas de la casa, me encontraba frente a mi computador terminando algunos diseños, mientras que la menor se hallaba sentada en las piernas de su padre que se mecía en una mecedora a no más de dos metros de mi ubicación: ellos veían lo que yo hacía a través de una ventana que daba al patio… De un momento a otro, sentí a la chica a mi lado: había dejado a su padre sentado en la mecedora, se vino hasta donde yo estaba y, delante de él, se me pegó al codo… “Mi huésped: tú eres mi novio”, me dijo en secreto. Me ericé… “Y si dices algo, grito que tú me estás tocando”, me amenazó… “Martíllame”, me invitó… Quedé como una estatua, paralizado del horror… Estaba por creer —pero no— que sus ascendentes sí la veían y que aprobaban lo que la pequeña me hacía… Pero también pensé, consuelo de tontos, que la “chica mala” estaba haciendo exagerada reafirmación de su sexo, su género, y que yo era su comodín… Como pude, me escapé y fui a sentarme al lado del papá de la pequeña, inventándome cualquier tema para la conversa.

—Espera, espera —lo paró Ariel—. ¿Aprovechaste y enteraste o alertaste al papá de lo que estaba pasando con su hija?

—Lo conocía de autos y sabía que iba a creerle a ella, no a mí —dijo Gregorio—. A pesar de que me acogían como si yo fuera de la familia, tengo que decir que, en esa casa, en medio de ellos, había vivido situaciones que los mostraba, a padre y madre, como un par de perfectos mentirosos, manipuladores de la verdad… Pero no haber intentado contarselo la tarde de ese sábado, pudo haber sido un imperdonable error mío.

—¿Y por qué no le contabas a tu novia?

—Por sus celos… Un viernes llegó sin avisarme y nos encontró en la terraza de la calle a la mamá de la niña y a mí compartiendo un secreto, rostros casi pegaditos y fue muy grande la que me armó… Si me hubiera decidido a contarle lo de la pequeña, no se habría aguantado y habría salido a confrontarla y, de paso, aludiría la situación en que me encontró y… ¡mejor dicho! Yo prefería no hablar sobre la situación, la amaba full, temeroso de la amenaza por la supuesta otra novia con la que, según la pequeña, le pegaba cachos porque, durante mucho rato, hablaba por celular con ella. De enterarse por boca de la pequeña, una execelente manipuladora de situaciones, mi novia hubiera perdido los estribos y quién sabe hasta dónde hubiera llegado, qué locura hubiera cometido.

Ariel apuró la tercera servida e invitó a Gregorio a que le hiciera la segunda, a que bebiera. Gregorio también apuro su trago.

—¿Algo más de ‘La chica mala’? —preguntó Ariel.

—Para esa época falleció mi padre y ella quiso aprovechar el hecho para besarme en la boca cuando me dio el pésame… Un medio día estaba yo de pie en la oficina re-leyendo algunos textos publicitarios y ella regresaba del colegio. Se me abalanzó de frente, me apercolló y, al mismo tiempo, levantó en L la pierna derecha, como lo hacen las amantes de telenovela o de película y otra vez trató de besarme en la boca… Tuve tiempo de apartarla y volvió a amenazarme: “Mi huésped: si dices algo, digo que fuiste tú el que trató de martillarme” y, enseguida tomó mi cojín, mis agendas, algunos bocetos de afiches, las gorras impresas con el nombre de una candidata a corporación pública y los regó por todos lado, el cojín fue a dar lejos. Volvió a decirme: “Si dices algo, digo que fuiste tú el que trató de martillarme”.

—Huy, Gregory: esa niña crecía con alma para la maldad. Y gente así se obsesiona con ser malvada, en su caso, “chica mala” como se autocalificaba —dijo Ariel, a modo de análisis sicológico—. Adolescdentes así, crecen y si nadie las aguanta y les corrige el rumbo, se vuelven inhumanas, crueles, sádicas y, en ocasiones, masoquistas. ¡Qué será de ella hoy día!

—Afortunadamente para mí, me salió aquel trabajo fijo en esa otra ciudad y hacia allá me fui y creo que a las pocas semanas la familia que me acogía se mudó a casa propia. En esa otra ciudad, que ha sido mi segunda ciudad, me casé y tuve mis hijas. Pero antes, tú y yo nos habíamos ganado el viaje al Reino Unido, gracias al cual estamos apuntados a esta réplica, el American Bar criollo, desde cuando lo conocimos. Hoy, tantos años después, estamos de nuevo aquí. Sirve el otro…

Esa Lolita era linda o, por lo menos, así la proyectaron las actrices Sue Lyon, a sus 13 años en 1962, y Dominique Swain, a sus 17 en en 1997…
Dos versiones distintas para el mundo del cine de la obra del escritor ruso Vladimir Nabokov.

 —¿Has vuelto a saber de “la chica mala”? —interrogó Ariel.

—Hace unos cuatro años la encontré en la ciudad en la que hasta hace poco yo vivía, haciéndome cacería en una estación de transporte público masivo, cerca de mi zona de residencia. Estaba como que medio camuflada. La saludé al descubrirla, me saludó y hablamos un par de minutos, aunque no se refirió al “noviazgo” que se inventó a sus 13 años. Al despedirnos se me abalanzó y me besó en la mejilla. Allí la dejé. Pero mientras me dirigía a mi destino, recordé las palabras de su abuela paterna durante el sueño que tuve con esa señora a la que, en vida de ella, quise como si fuera mi madre “¡Cuídate, hijo! Aunque ya yo te encomendé al Divino Rostro”, me dijo en sueños esa mujer con la que yo hablaba animadamente cada vez que coincidíamos gracias a sus frecuentes visitas a la casa de mis anfitriones. Ella no era ciega y al observar ciertos comportamientos anómalos de su nieta no dejaba de repetir que “esa es una mulita retrechera”. Y respondo a tu pregunta: Al margen de este pasaje, nada más he sabido de ella.

—Estás preocupado y tienes razón —dijo Ariel—. La vida no es un ensayo y esto te pasó. Hoy día, tantos años después, te pesa el hecho de haber preferido el silencio, pensando en eso de que, cuando se les insinuaba, al vecino, al albañil y ti, la pequeña estaba en plena reafirmación de su sexo. Si a ti mismo te decía que tú eras su novio a pesar de tu integridad, a lo mejor, desde su accionar dañino, cruzó la línea y lo compartió con otras personas como si fuera un hecho sucedido, y, a lo peor para ti, esta gente le ha creído. Los embusteros manejan la farsa con facilidad y se vuelven expertos y peligrosos ilusionistas, con amplio dominio de la hipocresía. Embaucan con facilidad. Y es que nadie se imagina qué pasará con el tiempo, cuando alguien actúa como actuó, en su preadolescencia, “la chica mala”. ¿En qué andará hoy?, repito.

—Ni idea… ¿Y te digo una cosa?

—Dímela.

Así es el retrato hablado de Erlin Imelda, protagonista del anterior
relato de Inocencio De la Cruz: ‘Amiga diferente, amiga separable’.

—Si uno, en un rapto de locura y depravación quisiera encochinarse con una chica de 13, lo ideal sería encochinarse como lo hizo Humbert Humbert con la Lolita a los 12 años de Vladimir Nabokov, “una mezcla de candidez delicada y soñadora y una especie de vulgaridad de duende”, según el abusador de la protagonista principal de la novela. Esa Lolita era linda, o por lo menos así la proyectaron las actrices Sue Lyon, en 1962, y Dominique Swain, en 1997, respectivas protagonistas de las dos películas que se han realizado sobre ese personaje de la ficción literaria. Pero si se tiene familia, no se debe —ni se puede— hacer algo que lastime a la familia.

—Has dicho de todo, menos el nombre de tu acosadora. ¿Cómo se llama?

—Si no se ha cambiado el nombre, se llama Erlin Imelda.

—¿Fin de la historia?

—Fin de la historia, sí.

—¿A beber se dijo?

—¡A beber!, sí, pero metódicamente —puntualizó Gregorio.

—Pero antes de entregarnos por completo al Buchannas 18, 750 ML sobre las rocas te manifiesto algo para que por siempre, mi querido amigo, lo tengas pendiente: quién muestra miedo primero es quien pierde… Y agrego algo menos sicológico: quien no la debe no la teme.

—¡A beber!.