Vuelve a los módulos de El Muelle Caribe ‘El escritor de la Arenosa’ Esteban Herrera Iranzo publicando el cuento ‘El reto de hoy’, el cual gira sobre la relación de una pareja y sus diferencias.
El reto de hoy
Por Esteban Herrera Iranzo
Esa noche David Miguel caminaba por una calle de la Arenosa con aquel interrogante que desde hacía meses venia destrozándole a pedazos una existencia que, según sus propias palabras, más desafortunada no podía ser: ¿Qué era lo que había provocado que su matrimonio de cuatro años con quien fuera la mujer de su vida hubiera caído en aquel ámbito de discusiones y peleas tan insoportables que los había llevado a divorciarse?
—De haberlo sabido él, seguramente hubiera hecho algo por evitar tan fatal desenlace —solía decirse.
El haber hablado con personas que habían pasado por su misma experiencia, leído libros, revistas, ensayos; escuchado a conferencistas nacionales y extranjeros por la radio, la prensa, la televisión y las redes sociales que hablaban de la falta de comunicación, la intolerancia, el egoísmo, la violencia intrafamiliar y muchos otros temas relacionados con el caso, no había podido llevarlo a una respuesta que lo convenciera. Para él debía existir una causa principal externa que se encargaba de generar, o agravar al menos, en la pareja, los comportamientos de que hablaban todos aquellos; así que había decidido apartarse de todo discurso e investigar él mismo su caso con un espíritu libre de cualquier vicio afectivo o de interés que pudiera malograr el resultado, y para ello —se había dicho—, debía enfocarse en aquellos casos que la vida suele presentar a las personas para aclarar otros que aparentemente nada tienen que ver con ellos. Por eso, cuando llegó a la Plaza de la Iglesia San Nicolás, la más antigua de la ciudad, y vio a una muchedumbre frente a una tarima que tenía en la parte posterior dos columnas altas que sostenían un aviso en letras grandes: “El reto”, se detuvo y miró fijamente al presentador, un hombre vestido de saco y corbata que estaba en ella con un micrófono en la mano.
—Hoy el reto es para los amantes del baile —dijo aquel en ese instante. El público respondió con un estruendoso aplauso que iba acompañado de toda clase de gritos de euforia.
David Miguel se agarró la barbilla y los miró con el ceño fruncido, como preguntándose si aquel escenario podría ser realmente el indicado para lograr su objetivo.
El presentador llegó hasta una mesa pequeña que se encontraba a un lado, en la que había una grabadora y dos audífonos inalámbricos; tomó estos y volvió al público.
—Presten atención para explicarles en que consiste este reto —dijo alzando la mano para enseñárselos –. Dos personas bailarán abrazadas hasta el final una canción que escucharán por estos audífonos. Recuerden —insistió—, no podrán separarse antes de que ella haya finalizado. Quienes así lo hicieren serán declarados perdedores.
Una pareja de enamorados, que estaba a escasos metros de la tarima, subió corriendo a ella.
El presentador se acercó a ellos con una sonrisa que mostraba unos dientes largos y muy separados y les puso los audífonos; fue hasta la grabadora, viró el botón del encendido, luego otros dos que se hallaban a un lado de este, y les hizo una señal con la mano para indicarles que el reto había comenzado.
Llenos de aquel entusiasmo propio de la juventud, la pareja empezó a bailar, pero pronto pudo verse algo: Los movimientos de uno y otro no iban acordes con un mismo ritmo; mientras la joven bailaba a un compás lento y unos pasos muy suaves que casi no se alejaban del piso de la tarima, su compañero lo hacía rápido y pegando brincos sobre la punta de sus pies. El púbico, en tanto, los miraba con la incertidumbre de cuál de los dos sería el que lo estaba haciendo bien y cuál el que lo estaba haciendo mal. Pero pronto se enredaron en una forma que tuvieron que separase y seguir bailando cada quien con su ritmo. El presentador dejó escapar otra sonrisa que mostró sus dientes, movió la cara hacia uno y otro lado y fue hasta la grabadora y la apagó.
—A ver si hay otros que quieran intentarlo —dijo a través del micrófono.
David Miguel sintió que un escalofrío le recorrió el cuerpo, la escena que acababa de ver podía ser una señal de que no estaba en el lugar equivocado.
—Aquellos se habían separado por no poder entenderse durante el baile —se dijo.
Otra pareja subió a la tarima. El presentador les puso los audífonos y fue hasta la grabadora, la encendió y les hizo la señal con la mano. Los jóvenes empezaron a bailar, pero, al igual que los anteriores, con movimientos muy diferentes; de modo que pronto se separaron y continuaron bailando cada quien a su manera.
El presentador viró la cara hacia uno y otro lado y fue hasta la grabadora y la apagó.
Él, en tanto, se preguntaba en su mente cómo era posible que aquellos jóvenes tan buenos bailadores, pues sus movimientos así lo decían, no pudieran salir airosos en un concurso que parecía de lo más fácil.
—Seguramente este habría de contar con una trampa oculta como la de algunos juegos de azar que se los había impedido —era la única explicación que podía ocurrírsele.
Miró hacia uno y otro lado y vio que la primera pareja que había concursado se hallaba en el mismo lugar en que había estado antes de subir a la tarima.
Caminó por entre la multitud, abriéndose paso a codazos, llegó hasta ellos y les preguntó que por qué no habían podido superar el reto. El joven miró a su novia con una sonrisa algo tímida.
—No sé qué le pasó a ella, hemos bailado muchas veces y nunca la había visto enredarse como hoy —dijo.
La joven, que lo estaba mirando con una expresión de desconcierto en el rostro, gritó:
—¡Mientes, yo estaba haciéndolo bien y tú me hiciste enredar!
David Miguel dio la espalda y se retiró de ellos recordando cuando él y su mujer se culpaban uno al otro de haber causado cuanto problema había entre ellos.
Volvió a mirar hacia uno y otro lado y vio que a unos pocos metros se encontraba la segunda pareja de concursantes. Caminó rápido por entre la gente y llegó hasta ellos y les hizo la misma pregunta. Los jóvenes se miraron y lo miraron a él con una sonrisa algo apenada, sin responder una palabra.
Sintió que un dolor muy profundo invadía hasta el último rincón de su ser.
—¿Cómo era posible que aquellos no pudieran dar una explicación de una situación que habían experimentado juntos? —se preguntaba al retirarse. ¿Pero, qué podía decir cuando esto mismo le estaba sucediendo a él con lo de su divorcio? —seguía preguntándose, cuando el público comenzó a aplaudir y a gritar muy fuerte.
Miró hacia la tarima y vio a dos ancianos bailando abrazados, a un mismo ritmo.
Con una curiosidad que lo hacía palidecer, los observó hasta cuando el presentador alzó el brazo y lo bajó para declararlos ganadores. El público aplaudió y brincó con unos gritos ensordecedores, como si estuvieran frente a dos protagonistas de una hazaña sin precedentes.
El presentador quitó los audífonos a los ancianos y esperó a que el púbico calmara los ánimos.
—Hoy esta hermosa pareja nos ha demostrado que no hay caso en la vida, por adverso que parezca, que no podamos superar si así nos lo proponemos —dijo.
Sí, pero estos debían conocer la trampa para haber podido salir airosos —se decía David Miguel—, pues, ¿cómo podía ser que hubieran resultado mejores bailadores que unos jóvenes modernos y tan llenos de vida?
Pensó que solo interrogándolos podría saber la verdad, así que corrió hasta la tarima, la trepó de un brinco y ya frente a ellos les preguntó que cuál era esa trampa y qué habían hecho para superarla. El viejo lo miró con una sonrisa ingenua.
—Mi mujer y yo hemos bailado abrazados por más de cincuenta años y jamás habíamos tenido problemas de enredo, así que cuando esta noche empezamos a tenerlos, sospeché que los audífonos estaban expidiendo dos canciones diferentes y me dije que lo mejor que debía hacer si no quería perder el reto era ignorar la mía y dejarme llevar por el compás que ella trataba de imponerme.
David Miguel lo miró con un rostro lleno de rabia que, poco, a poco fue tomando un aire de resignación.
FIN.