Riguroso análisis del Consultor y Asesor de Marketing y Comunicación Política Miguel Maldonado Martínez sobre el presente y el futuro de Colombia, en manos del tradicionalismo político ‘gerontocrático’ y sin muchas opciones para la renovación.
EN COLOMBIA
La política retrocede, impera la gerontocracia
Por Miguel Maldonado Martínez
En mi lecho de paciente que se recupera de una delicada cirugía, me asaltan las dudas y los miedos por el futuro de Colombia. Luego de 30 años como consultor y asesor de inmensidad de proyectos políticos en toda la geografía colombiana, me consume el temor de ver qué tipo de país le dejaremos a nuestros hijos y nietos. El panorama no puede ser más sombrío, por eso decidí plasmar en letras, mi experiencia y visión del país y sus regiones.
Empecemos por hacer unas claridades. La primera es que las comparaciones son odiosas, pero decidimos analizar el caso Chile y el caso de las elecciones en Colombia y el contraste es mayúsculo, no dejando de lado las connotaciones especiales de uno y otro país.

Los jóvenes en Colombia no son actores destacados en la política, en el caso de Chile, la edad de Boric muestra que las generaciones mayores permitieron la emergencia de nuevos liderazgos sin satanizarlos. Además, las nuevas generaciones fueron responsables, pacientes, persistentes, lo cual les permitió seducir a la mayor parte del electorado en tan solo una década. Es innegable que la clase política chilena se está renovando y está impulsando proyectos programáticos serios que cuentan con el apoyo de distintos sectores de la sociedad. En el caso colombiano, los jóvenes son absorbidos por los partidos tradicionales y se convierten en nuevos delfines con las mismas mañas de sus predecesores. Eso se nota hasta en las campañas que se hacen para escoger personeros escolares y luego en los consejos municipales de juventud.
Es bueno anotar la solidez del equipo de Boric, conformado en su mayoría por buenos y nuevos profesionales íntegros que fueron activistas estudiantiles, líderes gremiales y parlamentarios. A pesar de que han tenido crisis y existen diferencias importantes entre los miembros, el equipo ha logrado mantenerse unido y hacer del relevo generacional una experiencia poco traumática. El mensaje que han enviado a la comunidad dice que le apuntan a una sociedad incluyente, sostenible, cuidadora, equitativa y justa. Es especialmente valioso que el presidente reconozca el progreso logrado por los gobiernos anteriores y procure construir sobre lo construido.
Colombia está lejos de vivir un momento de renovación parecido pese a que el país lo merece, lo espera y, sobre todo, lo necesita. Si bien Duque ha sido el presidente más joven, lo cierto es que representa lo más anárquico de la ultraderecha que tanto pregona y defiende su padrino y apoderado político, Álvaro Uribe Vélez
Primeramente, debemos tener en cuenta que en Colombia ha imperado la gerontocracia, la presencia de políticos retrógrados y pasados de moda es la constante. Y no solo es cuestión de edad, sino de mentalidades anacrónicas. Aún gobiernan señores mayores que no promueven nuevos liderazgos ni creen en la importancia de incluir jóvenes y mujeres en sus equipos. Solo basta ver la lista de senadores, representantes, diputados y concejales, y qué no decir de los “dinosaurios” expresidentes como Uribe, Santos, Pastrana y Gaviria, por solo citar algunos. En las regiones sucede lo mismo, los jerarcas de los partidos son “vejestorios” que no le dan paso a los nuevos y le dan lugar solo es a sus descendientes. El relevo generacional aún se ve muy lejano en nuestro país.
Otro punto importante a considerar es lo efímero de los procesos, los proyectos suelen armarse y desarmarse rápidamente. Prueba de ello es que los partidos, las alianzas y las coaliciones rara vez superan la inmediatez de las elecciones y casi nunca van más allá del protagonismo mediático. A sus integrantes les sobra ego y les falta astucia, compromiso, rigor y liderazgo.

Otro ítem a tener en cuenta en la política local es que todos se creen únicos en su especie. Es una práctica repetida en Colombia creerse el mejor y el más avezado. En nuestro país, reina el “adanismo”, lo cual significa que todos los gobernantes niegan los logros de sus predecesores y creen que son los primeros, los únicos y los mejores. Esto impide desarrollar procesos de mediano y largo plazo.
Repasamos la historia y encontraremos pocos intentos de cambiar las cosas. Los más recordados casos no llegaron a un buen final, caso del cura Bernardo Hoyos en Barranquilla, del actual alcalde de Cartagena William Dau, de los alcaldes del Polo democrático en Bogotá (Moreno, Garzón, Petro), del alcalde ciego de Cali, del exgobernador del Cesar Cristian Moreno Panesso, y muchos más. Aquí parece una empresa imposible lograr que prospere un acuerdo social verdaderamente incluyente, pues en el establecimiento nadie lo propone ni lo lidera. La claridad programática está ausente y prima la confusión sobre las competencias y ámbitos de intervención de los distintos niveles del gobierno. Justamente por eso, los alcaldes quieren tener facultades propias de los presidentes y no hay equipos sino coaliciones coyunturales que carecen de visión de mediano y largo plazo.
En cada región se evidencia la crisis de liderazgo, solo reina el poder económico o el poder corruptor de avaricia de dirigentes que ostentan el poder y que cada vez quieren más y más: sacan tulas de dinero en cada elección y nada les llena el voraz deseo de manejar el poder y el dinero de los entes territoriales. Hay que hacer un pare y reescribir la historia. Para resolver los asuntos que afectan el interés general, es necesario contar con personas confiables que vayan más allá de la vanidad personal y sepan dialogar y tejer sociedad. Lamentablemente, en el país sobran los líderes desubicados e improvisados y faltan los líderes virtuosos, serenos y convocantes. Los hombres que tienen visibilidad en la esfera pública tienen comités de aplausos en vez de equipos sólidos y confiables, lo cual facilita que sus ideas sean alabadas y aprobadas, así sean inviables, indeseables o descabelladas. Esto nos tiene llenos de elefantes blancos por doquier. Caprichos de gobernantes han dilapidado los recursos y limitado las opciones de tener proyectos de desarrollo real para las comunidades.
El bipartidismo y su herencia nos ha matado. Durante muchos años, en las elecciones colombianas solo hubo dos opciones: votar por el partido conservador o por el liberal, lo cual era prácticamente lo mismo. Esto ocurría porque, para acabar una guerra por el control del país, los líderes de ambos partidos decidieron compartir el gobierno, pero el fracaso de la fórmula reforzó el clientelismo y la corrupción y dejó vulnerable el sistema económico y social ante el narcotráfico. Tristemente, hasta el día de hoy ninguno de los partidos reconoce su responsabilidad, aunque Pastrana, Uribe, Santos, Gaviria, Samper son inmensamente culpables del desbarajuste que vivimos todos los colombianos.
Aunque el Frente Nacional tenía fecha de vencimiento (1974), quedó registrado en la institucionalidad colombiana y, por eso, su ADN sigue estando presente en las Cortes, Consejos y otras entidades. Lo cierto es que ni siquiera la Constitución de 1991 permitió superarlo. La creación de organizaciones y partidos alternativos y la reorganización de las fuerzas tradicionales no han sido suficientes para darle fin a esta tendencia. Los partidos Liberal y Conservador siguen vigentes y tiene apéndices que hoy en día se llaman Partido de la U, Cambio Radical, Colombia Renaciente, Partido Verde, Nuevo Liberalismo o Salvación Nacional. Antes, durante el auge del paramilitarismo y el primer gobierno de Uribe, se llamaban Pin, Colombia Democrática, Alas-Equipo Colombia, Colombia Viva; son los mismos bandidos con diferentes disfraces: la corrupción campea, se distribuyen con milimetría política y despilfarran cargos, instituciones y presupuestos. Tenemos un sistema depredador que nos tiene al borde del colapso, una pequeña prueba de ello es que el presidente del Partido Conservador lleva más de 50 años en el ejercicio político y su yerno es el actual Contralor General, militante del Partido Liberal y avalado por el presidente de esa agrupación.
En ese entonces lo más inusual que ocurría era la existencia de disidencias —especialmente del Partido Liberal— que se autodenominaban de izquierda. Estos grupos eran perseguidos, lo cual dificultó que hubiese avances progresistas durante varias décadas.
A diferencia de lo que ocurrió durante mucho tiempo, en estas elecciones una coalición de izquierda tiene posibilidades reales de ganar la presidencia. El Pacto Histórico tiene opciones, porque ha logrado capitalizar el descontento y el deseo de cambio, presente en gran parte de la ciudadanía.
Como hace cuatro años, volvemos a la política de la distorsión. En Colombia nos han querido meter el cuento de que nos vamos a convertir en otra Venezuela. Este cuentico les funcionó porque el electorado nuestro es débil, desordenado, culturalmente hablando. Imponer el terror como herramienta de miedo ha sido efectivo para un expresidente y su corte. Ha sido el medio de ganar elecciones, en contraste, el centro político —que parece estar entre los partidos tradicionales— ha construido una narrativa sobre la “polarización” que daña la cultura política por las siguientes razones: Critica la aparición y consolidación de un partido de izquierda acusándolo de “polarizar” al electorado. Esta es una postura típica de la derecha que interpreta el surgimiento de otras fuerzas políticas como una “ofensa”; si con “polarizar” se refieren a reducir el debate a dos partidos u opciones políticas, estarían desconociendo el pilar de la teoría de partidos según la cual la existencia de más partidos no necesariamente descalifica ni amenaza los dos tradicionales. La existencia de un partido de derecha e izquierda es sinónimo de democracia, no de polarización; afirmar que “los extremos son iguales”, es un error analítico, pues la asimetría entre la extrema derecha y la izquierda democrática y reformista es evidente.
Si se equiparan a izquierda y derecha porque Petro fue guerrillero hace más de 35 años, habría que preguntarse cuál es la capacidad de perdón y olvido del centro y la sociedad colombiana. ¿Acaso seguirán estigmatizándolo por siempre?; criticar y estigmatizar la aparición de partidos de izquierda acerca el centro a la derecha y al bipartidismo tradicional, pues ambos grupos han usado esas estrategias para desprestigiar a la izquierda.

Es de analizar que En Chile y en otros países como Uruguay, la política avanza. Hace 50 años, un socialista ganó la presidencia, pero fue derribado por un golpe militar impulsado por un dictador que, posteriormente, fue juzgado democráticamente. Una coalición de centro izquierda alternó con la derecha durante varios años y ahora el socialismo regresa al poder.
Para desgracia nuestra y en contraste, Colombia parece seguir en la época del oscurantismo, pues confunde demandas sociales y los derechos humanos con extremismo. Así mismo, descalifica y estigmatiza grupos y líderes sociales. Parece que durante los años de gobiernos de Uribe y de Duque hubiéramos vivido en estado de sitio como en épocas de Turbay.
Ha habido mejoras, pero muy leves. Lo cierto es que, aunque muchos indicadores han mejorado, el Estado sigue ausente en gran parte del territorio colombiano. La justicia, la seguridad y la paz están en crisis, las reformas políticas no prosperan, mucho menos la reforma política y electoral. Las finanzas públicas son inciertas, le economía crece, pero los recursos no se distribuyen de forma justa y los riesgos ambientales se agravan día tras día. Todo esto, pese a que, en las últimas décadas, se reformó la Constitución, se hicieron 50 reformas a la nueva Constitución, se expidieron centenares de leyes, se eliminaron viejas entidades y se crearon nuevas, pero el futuro sigue sin llegar.
El sistema colapsó, no funciona. Todo esto pone en evidencia que las instituciones son sumamente precarias, lo cual explica que los ciudadanos desconfíen de ellas, especialmente de los partidos políticos tradicionales y sus representantes.
Es importante señalar que en las últimas décadas ha habido intentos válidos y exitosos de organizaciones políticas distintas del bipartidismo, pero las reacciones del establecimiento han sido desmedidas. Los miembros de la UP fueron perseguidos y asesinados, los esfuerzos de Antanas Mockus fueron trivializados y manipulados. Finalmente, nunca logró que reconocieran la validez de sus firmas para proseguir con la organización política. Mientras tanto, algunos partidos aparecen con firmas y votos de la nada y a otros se les esfuman los votos, como ocurrió en el caso del Pacto Histórico.
Cuando el bipartidismo se diluyó en el Frente Nacional y se borraron sus diferencias o especificidades programáticas, los discursos de los partidos se vaciaron de contenido y perdieron la capacidad de motivar, animar, interpelar y convocar a las mayorías.
La ausencia de partidos relevantes con programas claros y diferenciados a nivel nacional y territorial con capacidad de movilizar a la ciudadanía, dificulta establecer objetivos de mediano y largo plazo que vayan más allá de las promesas momentáneas.
El ejercicio político ha caído en los personalismos. Hay partidos nombrados en honor a sus líderes y la política partidista ha sido sustituida por un nuevo caudillismo que permite que cada uno tenga su propia clientela y espacio político.
Y así la ciudadanía ha quedado en manos de candidatos que se dicen líderes, pero no son más que caudillos populares. Siendo realistas, la mayoría de la baraja tiene poca o ninguna trayectoria para aspirar a las que llaman “altas dignidades”.
En definitiva, el relevo generacional y los avances significativos en el proceso político aún parecen lejanos en Colombia. Sin embargo, no es posible desconocer que, por primera vez en la historia, una fuerza política de izquierda tiene posibilidades reales de llegar al poder.
Aunque el Pacto Histórico no es tan diverso ni tan sólido como el movimiento encabezado por Boric, sí representaría un cambio importante en el juego político colombiano porque propone ideas novedosas e incluye voces y actores que han sido ignorados durante décadas.
A diferencia de otras coaliciones presentes en el debate, alentadas por las presiones y afanes de la coyuntura y el “miedo enfermizo” a perder el control del poder y el Estado, el Pacto Histórico es más orgánico y organizado. Además, a juzgar por las encuestas y los resultados de las legislativas, parece contar con más respaldo ciudadano que las demás coaliciones.
Independientemente de que Gustavo Petro gane o no, es difícil que la situación mejore mientras persista el bipartidismo expreso, vergonzante y anacrónico; se confundan caudillos populistas con líderes públicos, y se promuevan acciones por fuera de las organizaciones responsables y rigurosas que garanticen la continuidad de los grandes propósitos programáticos.
Para lograr un verdadero cambio es necesario conformar nuevos partidos y organizaciones políticas rigurosas que persigan objetivos claros de mediano y largo plazo. Tal vez mirar al sur sea útil para avanzar en esa dirección.