Sufrimiento, amores, poesía, erotismo y letras del poeta nicaragüense… Enfoque de José Orellano a la extensa charla de Martin Katz Darío sobre su bisabuelo en la Sociedad Argentina de Escritores.
DE MARTIN KATZ DARÍO
Sufrimiento, amores, poesía, erotismo
y letras de un impulsor del modernismo
Por José Orellano
Buenos Aires
El lunes 11 de septiembre asistí puntual —de la mano del poeta Emiliano Pintos— a un encuentro con respetables damas y caballeros argentinos, amigos de las letras, de la literatura.
Correspondía a una invitación que se le hizo a este visitante de ocasión para que le escuchara al arquitecto e historiador argentino Martin Katz Darío una charla sobre la vida y la obra del poeta nicaragüense Rubén Darío —con páginas de su historia personal en este país— bisabuelo de aquel.
El evento cultural tuvo por escenario un salón de la sede de la Sociedad Argentina de Escritores-SADE, misma que —situada en la calle Uruguay 1371, inmediaciones del Obelisco, en la capital de Argentina—, fuera la casa-habitación del escritor argentino Leopoldo Lugones, quien además se desenvolvió con comprobada suficiencia en la ciencia y en otras manifestaciones del arte, así como en las humanidades, razones por las cuales fue considerado un polímata.
Sin los artificios de la modernidad tecnológica —de necesaria acogida para el desarrollo de la vida acorde con los tiempos actuales—, teniendo como soporte para respaldo de sus palabras a añejas fotografías en papel de diversos tamaños, a retazos amarillentos de viejos periódicos y revistas, a cuartillas mecanografiadas y a un libro voluminoso repleto de historia adherida a sus innumerables páginas como un álbum-archivo de recortes de escritos y gráficas, Katz Darío sacó adelante una magistral conferencia de más de una hora.
Solo el ‘Personal Digital Assistant’-PDA de un celular fue el recurso tecnológico al que se acudió y le correspondió a Olga Beatriz Luna —presidenta de Artistas Premiados Argentinos-A.P.A. ‘Alfonsina Storni’—, quien, a manera de complemento de la charla, coordinó, apoyada en ese dispositivo, el desfile invocador a poemas de Rubén Darío, como ‘Hortensia’, ‘Phocás, el campesino’, ‘Rubencito’, ‘Francisca Sánchez’, ‘El poeta pregunta por Stella’, ‘Carta a Rosario Murillo y ‘A Emelina’ y que son apenas algunas hojas de la extensa historia, entre afectos y desafectos, del vate.
De entre ese grupo de respetables damas y caballeros argentinos con los que este cronista compartía el acto, iban saliendo —con soporte en el celular para ser llamados al frente— los responsables de recrearnos, mediante declamaciones, la sensibilidad de Félix Rubén García Sarmiento, quien, antes de cumplir 13 años, ya había asumido el seudónimo de Rubén Darío. Y ya escribía poesía. Y crónicas y cuentos en revistas y periódicos.
Después, el mismo poeta contaría que a él le contaban que un tatarabuelo suyo se llamaba Darío y en la población en que vivía sus vecinos le decían “don Darío” e identificaban a sus descendientes como “los Darío” y que la mujer que terminaría por ser bisabuela paterna del muchacho comenzó a firmar documentos como Rita de Darío y así socialmente y legalizado por notaría el Darío dejó de ser el segundo nombre del tatarabuelo para pasar a convertirse en el apellido de una descendencia que jamás dejaría de crecer y que sobre tal soporte patronímico el niño Félix Rubén García Sarmiento había de mandar para la porra los dos apellidos de pila bautismal y, huyéndole de paso a la historia nada constructiva que rodeaba a sus padres naturales —Manuel García y Rosa Sarmiento—, se despojó también de su primer nombre de pila, asumiría el Darío como apellido siguiendo el ejemplo de su papá de sangre que había firmado negocios como Manuel Darío y así el niño que sabía leer desde los 3 años de edad, según lo dijo en su autobiografía, había de pasar a la historia como Rubén Darío.
Como cortes programados al interesante monólogo en voz alta del bisnieto de Rubén Darío, Olga Beatriz declamó ‘Hortensia’ y después llamó, en espaciados intervalos de tiempo, a Emiliano Pintos para que recitara a ‘Emelina’; llamó también a Beatriz Cid, para que verseara a Rubencito’; a Gustavo Villamor, para que entonara a ‘Phocás, el campesino’; a Ana María Sanchis y Mario Fuscaldo, para que lo hicieran con ‘Francisca Sánchez’; a Clelia Volonteri, para que declamara ‘El poeta pregunta por Stella’, y a Olga Beatriz Luna, para que nos recreara con la ‘Carta a Rosario Murillo’.
Yo era el único periodista en el ceremonial literario y le planteé al conferencista la frase que se me ocurría para titular lo que él estaba transmitiéndonos sobre su bisabuelo: “Sufrimiento, amores, poesía, erotismo y letras de Rubén Darío, por Martín Katz Darío”, dije. Y la verdad es que gustó entre los asistentes. Y a Martín también quien, desde cierta sinceridad refleja, me dijo que “usted es el que sabe, usted es el experto”.
Es que Martín expuso sobre lo difícil de la infancia de Rubén Darío, hijo de un padre alcohólico, amante de las prostitutas, y de una madre que, ante el estado de ebriedad permanente de su marido, dejó al niño al cuidado de sus tíos abuelos el coronel Félix Ramírez y Bernarda, a quienes el niño que se llamaba Félix Rubén García Sarmiento creyó en algún momento que eran sus verdaderos padres —es más: como estudiante se hizo llamar Félix Rubén Ramírez— hasta cuando supo que no era así.
A partir de entonces, según el bisnieto Katz Darío, aquel niño comenzó a crear y recrear su propio mundo.
Martín habló de lo precoz que Rubén Darío fue en el amor de pareja, lo sintió desde muy niño —y hasta lo vivió—, pasión comparable, si se quiere, con el prodigio literario que incubaba en aquel imberbe, ‘el poeta niño’ que, después, tras haber tocado los dinteles de la gloria literaria, se convertiría en inspirador de muchos poetas modernistas en aquellos tiempos. A Rubén Darío se le considera el padre del modernismo por estas latitudes. Modernismo, a finales del siglo XIX: actitud abierta y sensible ante todas las culturas, en especial la francesa; rigor en la sonoridad de la lengua y expresiones refinadas, entre otras características de tal movimiento.
Nos presentó mediante fotografías tamaño un cuarto de pliego: 50 cm x 35 cm, a las dos esposas del vate Rafaela Contreras, fallecida a sus 23 años, y Rosario Murillo, su ‘garza morena’, y a Francisca Sánchez, el ‘amor prohibido’ —nombres que dan título a tres de los poemas de Rubén Darío— y nos ilustró sobre las desgracias que lo rodearon como esposo y como amante.
Habló del poeta como diplomático y su imposibilidad legal de mostrar a Francisca, una campesina, en actos sociales relacionados con su misión de embajador de Nicaragua en España. Francisca —concubina—, quien finalmente se casaría con otro y después diría que Rubén Darío había sido el gran amor de su vida.
Habló de los poetas que influyeron en Rubén Darío —entre ellos el mejor de la lengua francesa, Víctor Hugo— y de sus viajes por el mundo… Se refirió al paso de Rubén Darío, durante un día, por nuestra Cartagena Caribe y de su encuentro con el entonces presidente Rafael Núñez, un cuasi poeta autor del Himno Nacional de nuestro país, apasionado por el libro de cuentos y poemas ‘Azul’ del vate nicaragüense —considerado una de las obras más relevantes del modernismo hispano— y a quien Núñez designó como cónsul honorífico de Colombia en Buenos Aires y, de paso, le financiaba un viaje a París.
Aproveché mi condición de colombiano para preguntarle a Martín Katz Darío sobre lo que él sabía de la relación de su bisabuelo, el poeta, con el escritor colombiano José María Vargas Vila, ‘el panfletario’, y me respondió que no había profundizado en ello y me prometió que investigaría con detenimiento al respecto.
A esa relación se refiere ampliamente el periodista y escritor barranquillero Jaime De la Hoz Simanca en su libro ‘García Márquez y Vargas Vila: Un camino, dos historias-Biografía Doble’, presentado oficialmente en la más reciente Feria Internacional del Libro de Bogotá, FilBo.
Desde la distancia, a Jaime le agradezco profundamente el aporte que me brinda en torno a este tema:
“Hubo una gran cercanía entre Rubén Darío y Vargas Vila: fueron grandes amigos después de una enemistad inicial que surgió luego del nombramiento que el gobierno colombiano hizo de Darío para que lo representara diplomáticamente en el exterior. Posteriormente, surgió el rumor de que Vargas Vila había sido encontrado muerto en una casa quinta en Atenas, abrazado a una artista que, según la versión popular, lo acompañó como amante a lo largo de ese viaje de placer. El rumor de la falsa muerte de Vargas Vila, junto a su amante, fue difundido por Darío en una nota publicada en el diario La Nación, de Buenos Aires. Yo conocí esa nota de Darío en el fascímil original que aparece en internet. Está en mi libro… La amistad posterior permitió que Vargas Vila escribiera el libro ‘Rubén Darío’, una biografía del poeta nicaragüense al estilo del escritor colombiano. Ambos coincidieron en eventos como el Tercer Centenario de El Quijote que se celebró en Madrid a principios del siglo XX”.
La de Martín Katz Darío fue una larga charla que, si estuviera grabada y se procesara, habría de dar pie para recrear literariamente una biografía de quien —tras haber nacido el 18 de enero de 1867 en el municipio de León, hoy conocido como ‘Darío’— había de morir el 6 de febrero de 1816, muy joven aun, a los 49 años. Y que, de acuerdo con Katz Darío, no fue un buen final para una vida tan intensa, marcada por el prodigio. “Fue espantoso”, ha dicho Katz Darío.
Diversas son las enfermedades que se le atribuyen a Rubén Darío para relacionar una de ellas como causa de su tempranero deceso. Pudo morir de cirrosis por alcoholismo, de cáncer en el estómago, de infección en la vesícula, de un paro cardíaco posterior al procedimiento a que fue sometido o de un paro respiratorio, ¡quién sabe! Pero lo cierto sí es que, según ha contado su bisnieto, durante la necropsia le fue extraído su cerebro para compararlo con el de Víctor Hugo.
Nota: en la imagen de portada, aparece Olga Beatriz Luna, presidenta de A.P.A. ‘Alfonsina Storni’, haciendo entrega de un pergamino de reconocimiento a su labor a Martin Katz Darío.