«…llegaba casi religiosamente, a media mañana de los sábados, un imberbe universitario que soñaba con ser periodista y escritor…». Era Fausto Pérez Villarreal, de quien hay que decir que, hoy día, es un claro ejemplo del discípulo que —lo que siempre se espera— ha superado al profesor. Mismo que esta vez escribe gustoso el epílogo para la segunda edición del libro ‘Richie & Bobby en el corazón de Barranquilla’, de Fausto.
EPÍLOGO PARA UNA SEGUNDA EDICIÓN
El verdadero discípulo es
el que supera al maestro
Por José Orellano

Con ojos y corazón puestos en este, el más reciente libro de Fausto Pérez Villarreal —16 en trabajo individual, otros cuatro con figuración de su producción en condición de coautor o como capítulo de antología—, debo recrear pensamiento, con sumo placer, en la frase que se le atribuye a Aristóteles dirigiéndose a Platón: «El verdadero discípulo es el que supera al maestro».

Fausto Pérez Villarreal.
No puedo —en afanes de falsa modestia— abstenerme de expresar que, en los albores de los años 80, a mi casa en Soledad-Atlántico, llegaba casi religiosamente, a media mañana de los sábados, un imberbe universitario que soñaba con ser periodista y escritor y, para entonces, se había convertido en un seguidor de mis escritos en El Heraldo.
Me visitaba: cronista activo y aspirante debatíamos sobre periodismo y recuerdo, como si estuviera ocurriendo hoy, que una de las primeras recomendaciones que le hice fue que se leyera el libro ‘Son así’, de Eligio García Márquez —hermano del Nobel Gabriel José—, una serie de reportajes, nueve, con los escritores latinoamericanos Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa, Carlos Onetti, Ernesto Sábato, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Guillermo Cabrera Infante y Alejo Carpentier
—Te presto el libro, pero me lo devuelves apenas termines de leerlo —le dije entregándole un ejemplar de la obra—. Aquí no cabe aquello de que «marica el que presta un libro y más marica el que lo devuelve» —le puntualicé.
Semanas después me lo devolvió, no sin antes haber agradecido por lo feliz que lo pusieron aquellas lecturas y lo mucho que aprendió, no tanto para su desenvolvimiento como estudiante de la facultad de Comunicación Social-Periodismo de la Universidad Autónoma del Caribe, sino como futuro cronista y escritor.
No mucho tiempo después había de verlo ingresar a la nómina de El Heraldo, con un superlativo visto bueno del inolvidable Fabio Poveda Márquez, ‘gran influenciador’ no solo en la carrera periodística de Fausto, sino también en la mía y hasta en la de Jaime De la Hoz Simanca, otro extraordinario escritor barranquillero que —al igual que Fausto con su obra— me concedió el honor de que moderara la presentación de su libro ‘García Márquez y Vargas Vila, un camino dos historias’, en la reciente FilBo.

‘Richie & Bobby en el corazón de Barranquilla’, de Fausto Pérez Villarreal, no solo me ha deleitado como ameno material de lectura, sino que me ha ilustrado —hoy sé más de Rey y de Cruz— y ha despejado cualquier amago de duda sobre el ingreso de la salsa a Colombia.
«Además de contribuir a la consolidación de la bibliografía musical, aclara que, así como el fútbol, la aviación y la radiodifusión, la salsa entró a Colombia por Barranquilla, y no por Cali, como muchos creían», precisó Fausto durante el diálogo que desarrollamos como soporte para la presentación de su libro en Bogotá. Allí, además, reveló una verdad que le da mayor relevancia a su investigación: «Así como en el caso de Bobby Cruz, en el mío, un poste se mueve más que yo. Te confieso que me gusta la salsa, me apasiona, pero no sé bailar».

Nunca ha bailado salsa —que «no es guaracha ni es rock and roll»… pero «mueve las fibras del bailador», como dijo en aquellos antaño el extinto Gabriel Forero Sanmiguel— y eso no fue óbice para que Fausto no desarrollara un trabajo a profundidad, el exhaustivo estudio que aborda un sustancioso pasaje sobre el dúo salsero en Barranquilla. Fausto maneja el tema: la vida y la extensa obra de Richie y Bobby, con una propiedad que le fue otorgada por su minuciosa investigación.
Para terminar, lo replico con orgullo: «El verdadero discípulo es el que supera al maestro». Mi discípulo, durante los inicios de su pasión, se llama Fausto Pérez Villarreal, quien cristalizó aquellos sueños que recreaba en mi casa de Soledad y reiteraba después durante mi correspondiente visita a su residencia.
Hoy, Fausto es escritor. Y con creces. El discípulo supera al maestro: él lleva 16 libros… Yo, ¡ninguno!
Bogotá D.C., junio de 2023