Crónica corta de Eduardo García Martínez sobre un paradisíaco sitio en el Atlántico, región Caribe, que acoge al Hostal Casa Loma, oferta turística de naturaleza que reconforta espíritu y llena de energía positiva la mente.
La naturaleza entra por todos los sentidos
Por Eduardo García Martínez
Una bandada de azulejos rompe con sus alas el silencio anclado entre los árboles, logra una extraña figura en el aire límpido y desaparece con la velocidad de un rayo en la tormenta.
Hay una brisa tenue y cálida que acaricia los cuerpos mientras mueve las hojas de los ciruelos, los níspery los robles amarillos, que parecen oro como los frutos de los mangos que se acumulan en el suelo, maduros y apetitosos. Unos ojos juguetones nos observan desde el follaje, son redondos y vivaces. Es un mono colorado, pequeño y juguetón, dueño y señor del bosque tropical de Casa Loma, cuyo ropaje verde contrasta con la resequedad del contorno, suplicante de lluvias que no caen y se esperan con ansiedad.
Hace siete meses Mery Benitez Romero, propietaria del Hostal Casa Loma, presenció la llegada bulliciosa de una manada de monos colorados desde los montes de Chorrera, los vio jugar de rama en rama entre los árboles del lugar y al despedirse con la misma algarabía del arribo, le dejaron una cría que ella acogió con alborozo. Es el monito que nos observa desde los árboles y que ella bautizó con el nombre de Pepe. Lo carga, lo consiente y de cuando en cuando le canta la vieja canción de Daniel Lemaitre mientras lo estrecha contra su cuerpo:
¡Cuando me aprietan bailando
yo me siento sofocar
pero si bailo con Pepe
con Pepe no siento na!
¡Ay, ay mama
Ay, ay pape!
¡Y no es que Pepe no apriete
si no que sabe apretá!
Para disfrutar a plenitud
Mery es el alma de Casa Loma. Ama el lugar, lo disfruta y ofrece para que otros también lo gocen en su esencia. Es una hermosa oferta turística de naturaleza que reconforta el espíritu y llena de energía positiva la mente. Hace diez años llegó de Barranquilla, se enamoró del lugar y comenzó a construir el hostal en dos hectáreas en medio de un bosque tropical que fue cuidando con esmero y es hoy sitio de solaz a la entrada de Chorrera, tranquilo y hermoso corregimiento de Juan de Acosta, que se une con el mar en Santa Verónica por la excelente carretera de Riomar. En esta población costera Casa Loma tiene dos efificaciones turísticas frente a la playa, con con lo que amplía su oferta a los visitantes. En esta labor la acompaña su hijo Francisco Ripoll y un grupo de trabajadores de Chorrera que ofrece a los visitantes toda su calidez para que se sientan llenos de gozo.
Chorrera, tiene 1.200 habitantes, es hermoso y acogedor. Muchos de sus habitantes, especialmente mujeres, se dedican a la artesanía. Tejen hermosas mochilas y otros elementos a base de hilo que comercializan a través del Hostal Casa Loma, y de manera directa en el poblado y Barranquilla. También fabrican rosquitas con queso.
¡En Chorrera me quedo!
Le pregunto a Mery, quien ahora divide su vida entre Barranquilla y Casa Loma, si de nuevo se la “tragará” la ciudad. Me mira a los ojos y no duda al responder. “Mi lugar está aquí donde he hallado la tranquilidad que no ofrece la ciudad. Pero no será un traslado rotundo y definitivo, será gradual… poco a poco”. Y como el gran Joe Arroyo cuando clamó a los cuatro vientos que se quedaba en Barranquilla, dice con convicción: “Lo mío es Casa Loma, ¡aquí en Chorrera me quedo!”.
Nacida en Sincelejo, se marchó temprano a Barranquilla y en esa ciudad aprendió a ejercer el periodismo con una inusitada pasión que todos sus colegas reconocen. Pero es ambiciosa y pragmática. De modo que se le midió al estudio del Derecho, se tituló abogada y ahí hizo carrera. Se declara un luchadora innata, visionaria y ambiciosa en cuanto persigue lo mejor, pero no la mueve el arribismo sino la amistad y la búsqueda del bien común.
Durante la realización del Encuentro de Casa Loma, convocado por periodistas dirigidos por Raimundo Alvarado y al que asistieron maestros expertos en desarrollo regional, Mery Benítez mostró todo su don de gente, su hospitalidad y el afecto que siente también por la causa regional. Sin su concurso, este encuentro de tres días seguramente no hubiese sido posible.