Su ‘celda cristiana’

Su ‘celda cristiana’

Segunda y última entrega de la crónica ‘De Gabriel a Gabriel’ por Fernando Castañeda García… Hoy, semblanza de Escorcia Gravini, quien desde su ‘celda cristina’ produjo ‘La gran miseria humana’.

DE GABRIEL A GABRIEL

Escorcia Gravini…

El responsable de que el nombre de Soledad se conociera internacionalmente

Por Fernando Castañeda García

El municipio de Soledad es la cuna donde nacieron, en un mes de marzo, los dos Gabriel, que son importantes referentes cuando se habla de cultura, y ambos signados por la palabra. Ayer dedicamos un espacio al finado maestro Gabriel Segura Miranda, para celebrar y recordar su cumpleaños número 87; hoy —19 de marzo de 2024— celebramos el cumpleaños 133 del poeta Gabriel Antonio Escorcia Gravini, considerado como uno de los grandes poetas cantores de la muerte y el más importante referente de la lírica en Soledad.

A Gabriel Escorcia Gravini se le debe el reconocimiento de ser el primer soledeño que, a través de su obra poética, hizo posible que el nombre del municipio de Soledad fuese reconocido internacionalmente, allá por la década de los años treinta. Contaba el poeta José Miguel Orozco que, durante una visita de Porfirio Barba Jacob a la ciudad de Barranquilla a comienzos de la década de los años treinta del siglo XX, le entregó ‘La gran miseria humana’, el poema de Gabriel Escorcia Gravini y, al parecer, Porfirio Barba Jacob quedó impresionado con la profunda cavilación poética del bardo soledeño, encargándose de hacerles un reconocimiento internacional al poeta y a su poema ‘La gran miseria humana’, dándolo a conocer en México y Centroamérica, doce o trece años después del fallecimiento de Gabriel Escorcia Gravini.

Condenado al ostracismo en el patio de su casa

El poeta nació el 19 de marzo de 1891, en Soledad, donde falleció el 28 de diciembre de 1920. Hijo de Felipe Gabriel Escorcia e Isabel Gravini.

Ambiente de noche de misterio para enmarcar la portada de un folleto que, desvencijado, contiene la máxima obra del vate soledeño: ‘La gran miseria humana’, y su rostro, en dibujo por el autor de la crónica.

Si a Gabriel Escorcia Gravini no lo confinaron a su suerte en el leprosorio de ‘Caño de Loro’, en la isla de Tierrabomba, frente a Cartagena, en el departamento de Bolívar, fue, al parecer, gracias a la intervención del alcalde Luís De La Hoz C., quien le solicitó al médico no reportara el caso a las autoridades sanitarias, tuviera en cuenta que era un adolescente y les permitiera, a los padres, construirle un cuarto en el patio de la casa para separarlo del resto de la familia con el compromiso, además, de no dejarlo salir a la calle, solicitud que el médico aceptó. Transcurría el año 1907.

Si su niñez en algo fue distinta a la de un niño de esta época, se pudiera decir que lo fue en los juegos infantiles propios de sus respectivos tiempos. Desde niño mostró talento para la poesía y el arte de declamar. En la escuela les declamaba a sus amigos y era tenido en cuenta para que lo hiciera en los actos cívicos; y entre el estudio y demás actividades escolares, hemos de suponer que encontraba tiempo para divertirse, mientras pensaba en versos que echaba a volar como cometas al viento.  Debió disfrutar de una infancia y pubertad alejadas del acercamiento con la muerte. A esa edad, la muerte, nos parece ‘cosa’ para viejos.

El año 1907, es uno de los referentes para analizar, desde un antes y un después,la vida y obra del más grande bardo que ha dado Soledad, porque en ese año, según el poeta José Miguel Orozco, posiblemente para finales del mes de febrero, el médico lanzó la frase que alteró la tranquilidad en la vida de la familia Escorcia Gravini:

Gabriel, tiene lepra”

Cada 28 de diciembre, en el viejo cementerio de Soledad y desde hace casi dos decenios, poetas sin ningún distingo leen apartes de su propia obra para conmemorar la fecha del fallecimiento del poeta Gabriel Escorcia Gravini.

Punteaba la adolescencia cuando le diagnosticaron la enfermedad. Antes de cumplir 16 años, le tocó enfrentar la cruel realidad, envuelto en una tragedia que él volvió poesía. Y fue consciente del ostracismo a que estaba condenado, desde la primera de las casi cuatro mil seiscientas ochenta y seis noches, que le tocó dormir solo en aquel cuarto, durante los últimos trece años de su vida.

Estudió hasta segundo año de elemental, como se le llamaba entonces —primaria actualmente—, en la ‘Escuela del Distrito de Soledad’, que regentaba el profesor Luís Ramón Caparroso.  El nombre de ‘Escuela del Distrito de Soledad’ fue debido a la condición que tenía Soledad de Distrito Municipal y Capital del Segundo Circuito, como dijimos anteriormente. La escuela a la que asistió Gabriel Escorcia Gravini hasta el año de 1906, era un salón largo, en mal estado, construido en paredes de bahareque y techo de enea, que estaba ubicado en la manzana diagonal al actual Museo Bolivariano, sobre la carrera 21. En 1907, el alcalde del Distrito de Soledad Luís De la Hoz C. cedió un espacio en la planta baja de la sede de la alcaldía —hoy Museo Bolivariano—, para que, allí, funcionara la escuela. A la que el joven Gabriel, no pudo asistir más.

Debió recibir un duro golpe y un fuerte impacto sicológico, cuando sus padres le informaron de la enfermedad y del problema de salud pública que ella representaba;  y por tales razones, se habían comprometido con el médico, en separarlo de la familia —con todo el dolor de padres—, no solo para evitar el contagio, sino para trasladarlo al cuarto que le mandaron a construir en el patio de la casa, que él,  llamó su “celda cristiana”, como lo señala  en ‘La gran miseria humana’ cuando dice:

“…llegué a mi celda cristiana,
meditando que mañana,
por firme ley de la parca,
debo habitar la comarca
de la gran miseria humana”.

Aquel confinamiento que, de alguna manera, lo separó de la familia, obligaba al poeta a escaparse por las noches para caminar las desiertas calles de su tierra natal, acompañado de la luna. Forzado a la clandestinidad, porque la Ley 14 de mayo 3 de 1907 ordenaba a los ciudadanos denunciar ante las autoridades a cualquier persona sospechosa de tener lepra, Escorcia Gravini buscaba el contacto con sus amigos bajo la complicidad y soledad de las calles, para visitarlos. El temor al contagio lo marginó de la sociedad, más allá del respeto y la admiración que se sentía por él.

Los dos Gabriel soledeños: Segura Miranda y Escorcia Gravini, personajes de la crónica de Castañeda García. Las imágenes se difuminan, los recuerdos perduran.

Cargado con la fuerza y los bríos de la juventud, que se caracteriza por una condición e inclinación natural de la irreverencia contra dogmas establecidos e impuestos por la sociedad, Gabriel, debió pasar por esa etapa con la madurez propia de condenado a una enfermedad que en su tiempo la medicina consideraba contagiosa y se arriesgaba, durante las noches, para salir bajo la complicidad de la oscuridad y la soledad.

En la soledad de su destino cultivó la poesía, se hizo autodidacta y un maestro de la estructura poética, escribió los versos más sentidos y su poema cumbre ‘La gran miseria humana’. Condenado al ostracismo en su cuarto, fueron la poesía, con su incorregible e inquebrantable vocación de poeta, y un apetito voraz de lector empedernido que cuanto libro cae a sus manos lo devora con deleite, el bálsamo para su vida que era un laberinto.

Resignifación de un nombre

En video, intervención de Andrés Iglesias coordinador académico de la Institución Educativa Gabriel Escorcia Gravini durante una sesión de ‘Entre tumbas’, en el cementerio viejo de Soledad que lleva por nombre Gabriel Escorcia Gravini.