Descomposición de la política y descreimiento institucional y campañas electorales trasladadas de los mítines a la televisión y de la plaza pública a las redes de TikTok. Detalles del análisis prelectoral de Alonso Ramírez Campo.
Gato por liebre
Por Alonso Ramírez Campo
En el texto “Consumidores y ciudadanos”, Néstor García Canclini analiza los cambios culturales en las formas de hacer política explicando estos a partir de las transformaciones de la vida cotidiana en las grandes ciudades y la reestructuración de la esfera pública generada por las industrias de las comunicaciones. El mencionado autor en el texto se pregunta ¿es posible combinar las formas tradicionales de hacer política con otros ejercicios de la ciudadanía desde las comunidades de consumidores? Sin duda la pregunta sugiere esta otra: ¿Es posible consolidar y profundizar la democracia y sus instituciones cuando nos convocan como ciudadanos y nos interpelan como consumidores?
Lo cierto de esta situación, según García Canclini, es que “Junto con la descomposición de la política y el descreimiento en sus instituciones, otros modos de participación ganan fuerza. Hombres y mujeres perciben que muchas de las preguntas propias de los ciudadanos —a dónde pertenezco y qué derechos me da, cómo puedo informarme, quién representa mis intereses— se contestan más en el consumo privado de bienes y de los medios masivos que en las reglas abstractas de la democracia o en la participación colectiva de los espacios públicos”.
Este fenómeno pronto llevó a que las campañas electorales se trasladaran presurosas de los mítines a la televisión y de la plaza pública a las redes de TikTok o a que las polémicas doctrinarias quedaran desacreditadas frente a la confrontación de imágenes y la persuasión ideológica a las encuestas de marketing.
En esta coyuntura política estamos precisamente los colombianos ad portas de una decisión tan trascendental como lo es la elección presidencial. El escenario parece claro, pero es confuso: los colombianos votaron por el cambio, eligiendo supuestamente a dos candidatos en segunda vuelta que poco o nada tienen que ver con el estamento y los partidos tradicionales, sobre todo con el desacreditado uribismo y sus aliados.
En este sentido, el deseo de cambio se expresó claramente en la mayoría de los votantes, pero se oscurece al tiempo, cuando se constata que al sector que se inclinó por “el independiente” ingeniero Rodolfo Hernández, le metieron gato por liebre, un viejito aparentemente lindo y bonachón para quien es válido y normal ganar ilusionando a los pobres, como sucedió días antes de hacerse elegir alcalde en Bucaramanga repartiendo una carta numerada en los barrios más deprimidos de esa ciudad, prometiendo que si votaban por él, el votante iba a ingresar a un programa llamado “Los veinte mil hogares felices”, el que recibiera esa carta tenía que registrarse en una página, meter el numero de la carta y guardarla bajo llave, porque si salía elegido tenía que ir con esa carta a la secretaria de desarrollo social a reclamar su vivienda. Obtuvo 39 mil solicitudes para las 20 mil viviendas pero al final termino el mandato y todo terminó en promesa de campaña, se ganó la alcaldía con eso y no entregó ni un lote, ni una casa, ni nada por el estilo. Para este personaje, eso simplemente fue una promesa de campaña y nada más, “una oferta de campaña que hice para ganar votos, sin necesidad de gastar ni robarme un peso”, como lo reconoció en una entrevista en el periódico Vanguardia sin sonrojarse el desvergonzado.
Pero lo que habría que resaltar de este personaje es que sin ser lúcido es audaz como todo vendedor de ilusiones, utiliza las redes sociales y se mueve con falsas promesas a punta de TikTok y es un hecho que ha sabido llegarle por este medio a un sector despistado de la ciudadanía que decepcionada de los políticos y descreída de las instituciones es presa fácil del consumo punto com de las redes privadas por donde pasan los consumidores que sueñan con los brazos abiertos y las piernas cerradas tener un chance en la comedia socio-cultural .
Lo preocupante del asunto no está en ganarnos ahora un presidente que promete quitarles la chequera a los políticos ladrones —para quedarse con ella y hacer lo que le venga en gana— ni sonrojarnos de la pena que nos dé por alguna de sus acostumbradas intervenciones boquisucias como la de recibir a la virgen María y a todas las prostitutas que vivan en su barrio con tal de ganar a cualquier costo. Lo preocupante es que este personaje efímero, que nadie recordara en pocos años, sea utilizado por la extrema derecha que se le ha pegado como salvavida y pretende reencaucharse nuevamente.
De todas maneras, pase lo que pase, el país ya no es el mismo al punto de que, visto de otro lado, por primera vez en su historia, Colombia, desde los tiempos de Gaitán, no había tenido la posibilidad de elegir a un presidente de centroizquierda progresista.
Si miramos a Petro —más allá del miedo injustamente infundido en el imaginario colectivo a la población por la extrema derecha—, sus propuestas son moderadas y pertinentes a tono con los tiempos que vivimos: Salir de la pobreza endémica que padecemos lo que nos hace ser uno de los países más desiguales del mundo, requiere una agenda de gobierno seria, sopesada y focalizada en los sectores de la población menos favorecidas comenzando poque las madres cabeza de familia y los adultos mayores tengan una renta básica, los niños y jóvenes tengan un servicio de educación público gratuito y de calidad que les permita el acceso, la permanencia y la continuidad para estudiar lo que quieran de acuerdo con sus gustos; generar empleo decente basado en la producción de riqueza en torno a la agricultura y la industria, desmarcándose de la economía extractivista de fósiles, disfrutar de una vez por todas de una era de paz como derecho fundamental y afirmar la vida como derecho sagrado entre otros.
Eso nada tiene que ver con el socialismo del siglo XXI inexistente, sino con el capitalismo del siglo XXI que sí existe en los países desarrollados y que no tenemos en Colombia —no sobra decir, que el socialismo como fenómeno político-social dejó de existir con la caída de la Unión Soviética— y hoy no tiene vigencia alguna.
Las cartas están sobre la mesa y todo indica que tendremos este domingo un final cerrado al mejor estilo de voto-finish.