A José Orellano le solicitaron escribir un libro sobre anécdotas en su carrera periodística, sin que importara que fueran graciosas, vergonzosas, tristes, trágicas… Lo hizo, en tercera persona, a manera de crónica con una treintena de intertítulos o ladillos que llamaban… Cuando se lo consultó a sus hijas Laura Carolina —escritora inédita— y Claudia Marcela —sicóloga— la decisión de publicar se vino al piso, las dos no lo aprobaron, porque… aunque la obra, con cierta gracia, presenta todas las situaciones sin nombre de los protagonistas ni de las entidades involucradas, las evidencias permiten su casi inmediata identificación, con una certeza clara y manifiesta… Y esta no es época para confrontaciones… Infidencias, sí, pero con cierto grado de lealtad… Los nombres que se revelan corresponden a un reconocimiento a tales personajes…
(Lenguaraz, mentiroso jamás), un libro que no fue, pero del cual se publican tanto la presentación de su propósito como los ladillos —o 30 intertítulos, los títulos de los capítulos—, que en el relicario de recuerdos del autor quedan para muchos más registros… Iba además un conjunto de versos —varios versearios—, los últimos perpetrados… Para el libro iban seleccionados, por lo menos, doce de esos conjuntos de versos, que no poemas…
El infidente redactor
(Lenguaraz, mentiroso jamás)
Más una perpetración de versos
PRESENTACIÓN
Al principio fue el reto
Por José Orellano
En el marco literario de FilBo/2023, le preguntaron que sí acumulaba anécdotas resultantes de su medio siglo en el periodismo y contestó que de eso era lo que guardaba de sobra en su memoria.
Le dijeron que si le alcanzaban para un libro y dijo que para más de uno… Y lo dijo sobre la base de que Natura lo había dotado de una especial facultad para retener, con detalles, hechos del pasado, en especial curiosidades poco conocidas por los demás, inclusive entre el colegaje profesional.
Lo retaron a que se atreviera a escribir tan solo un libro y le dieron noventa días para que lo hiciera. Y aunque a conciencia sabía de su indisciplina para desarrollar proyectos escritos de largo alcance —y de que nunca había soñado con producir libros—, aceptó el reto.
Pocos días después asumiría como una señal a favor de la cristalización del proyecto la coincidencia con un mensaje que leería en un individual de mesa de restaurante con sede en un cachetoso centro comercial del distrito capital…
«Recordar anécdotas siempre es una manera bonita de hacer memoria y traer de vuelta esos momentos…», leyó una y otra vez en el individual aludido. Y aunque tomó la coincidencia como buena señal para decidirse a intentar un libro de anécdotas, percibió que ese mensaje estaba mocho.
—¿Cuáles momentos? —se preguntó.
Buscó desde su celular y halló lo que restaba: «unidos de la familia». Completadas las palabras, el original del sensiblero mensaje reza que «Recordar anécdotas siempre es una manera bonita de hacer memoria y traer de vuelta esos momentos unidos de la familia», frase a lo mejor ‘craneada’ con el propósito de animar, a manera de introducción, la reunión hogareña en torno a la mesa servida. Quizá por eso está sobre un puesto de restaurante, sitio acostumbrado para encuentros familiares.
—A recordar anécdotas vividas y a darle al libro —se animó en monólogo interior, mientras almorzaba—. Tengo que escribir mi primer libro —le espetó a su acompañante, su esposa.
Más tarde, frente al computador pantalla en blanco, determinó para sus adentros que a cada anécdota la revestiría de historia.
—En este ejercicio recordativo, haré croniquillas a manera de contexto para la presentación de cada curiosidad anecdótica… Serán como cuentos cortos, sin pensar siquiera en hacer malos chistes —le dijo a su otro yo—. Graciosa, vergonzosa, triste, trágica, cada anécdota irá con historia, como crónica o tal vez como escueta noticia.
Y se dispuso a hacerlo.
—No habrá orden cronológico —masculló—. Irán como vayan surgiendo de mi viejo ‘disco duro’.
Y sin titubeos, había de comenzar a garrapatear recuerdos… A exponerse a que se configure en él la máxima de Platón que reza que “nadie es más odiado que aquel que habla la verdad”.
O a convencerse de que —como lo sintió en la película ‘Aires de esperanza’ de Netflix— “el mejor engaño es la verdad”.
Y aquí vamos…
I.- “Bendabal” arrasador… II.- “Textes” de testículos… III.- Apocalipsis de una hazaña… (Nota: en su ‘Teoría del diccionario’ —vigente para siempre—, Álvaro Cepeda Samudio escribió: «El hombre abría el diccionario, no para saber qué significaba una palabra, sino para cerciorarse de que figuraba tal como él la había entendido siempre… Sufría al pensar que alguna palabra pudiera serle tan ajena, tan ajena, que apareciera escrita en un alfabeto incomprensible».)…
IV.- Así llegó a coordinador… V.- Embarrada propulsora… VI.- Limalla bellaca… VII.- Calambuquito y un KO al “invatible”… VIII.- Violación con bolillo… IX.- Fue en un 2 X 3… X.- El Monje al ataque… XI.- ‘Al Oído…’: Periodiquito dentro del periódico… XII.- Lolita invita… XIII.- Raphael, ¿mogolla?… XIV.- Julio Iglesias, mano larga… XV.- Insinuación por Menudo… XVI.- ‘Gases del oficio’… XVII.- Designando a su jefe… XVIII.- “Que a usted no le guste”… XIX.- Adolece de lo “intespectivo”… XX.- Prohibido Selecciones… XXI.- Tú lo pones, yo lo coloco… XXII.- ¿Y quién es Margaret Thatcher?… XXIII.- Septiembre rojo… XXIV.- Una de JuanMa… XXV.- Tic Tac en el ojo… XXVI.- Enseñanza rompe cuartillas… XXVII.- Diomedes tenía que perder… XXVIII.- Y ‘Pangue’ fue el rey… XXIX.- El salón epiléptico… XXX.- “Hi… jo… de… pu… ta”.
U N A P E R P E T R A C I Ó N
Testamento
Al morir,
no quiero llantos
ni plañideras…
Para mi gente —los míos—,
no quiero pésames
ni abrazos solidarios,
ni el susurro sombrío…
No quiero el deseo ajeno
de que brille para mí
la luz perpetua…
No quiero funeral
ni exequias,
tampoco oscuridad sepulcral…
Cuando muera,
quiero flotar cielo arriba,
que mis cenizas se esparzan
impulsadas por un hoyo roncador,
sin rumbo fijo,
pero siempre en el cosmos…