El viernes antes del sábado de Carnaval de 2017, José Orellano y Edgardo Caballero sostuvieron un intenso diálogo con Fernando Dávila López. Reportaje actualizado, lean el primero de dos capítulos que van en esta edición.
CAPÍTULO I: Un viaje por el sendero de las emociones
Fernando Dávila López: «Experimentar a
mi Nancy Botello, día a día, en mi corazón»…
Por José Orellano
Viejo zorro de la publicidad y de la vida, sentado sobre la experiencia de sus 77 años, Fernando Dávila López había de recibirnos, sin cita previa, en su cubículo de Dávila Publicidad & Marketing en Barranquilla, para decirnos, entre infinidad de cosas, que a Nancy Botello él la experimentaba a diario en su corazón.
«De noche hablamos», había de decir.
—¿Y cómo transcurre ese diálogo espiritual? —pregunté.
«Todos los días yo la sueño… Y hablamos».
—¿Y de qué hablan?
«Lo normal, hasta de las cosas diarias. De pronto ella me dice: “María Patricia está en un problema. ¡Ayúdala!”. Y llamo a María Patricia y…».
—¿Y saben una cosa? —el que preguntaba ahora era ‘don Ferna’, que así lo llamaba yo cuando él era mi jefe, primero en Sonovista Publicidad, después en el Noticiero Televista.
—Dinos…
«A mí esto me fortaleció más. Y me siento preparado para decirlo: Nancy no se fue, está al lado mío».
Lo decía con voz quebrada, 17 meses después del fallecimiento de quien compartiera con él 53 años de vida… Nos lo contaba a Edgardo Caballero y al suscrito, que habíamos decidido ‘caerle de una’ en su oficina —sin avisar, expuestos a no encontrarlo aquella mañana de viernes antes de Carnaval, en 2017— con el propósito de saludarlo y, de paso, abrir la válvula de los recuerdos, darles rienda suelta a las evocaciones y transitar por el sendero de las emociones.
Y precisamente la decisión de darle inicio esta nota con preguntas y respuestas del final de nuestra conversación obedece a lo conmovedor —el ‘sendero de las emociones’— que había de resultar ese instante del diálogo…
«Al momento en que Nancy murió —12 de septiembre de 2015— yo estaba dormido. María Patricia lloraba, todo el mundo lloraba y yo dormido… De pronto despierto, miro a mi alrededor y me digo: “¡Ya pasó!”… Entonces, monseñor Tamayo se me acercó y se arrodilló ante mí para darme la mala noticia: “Nancy se fue de este mundo, pero está en tu corazón. Y ahí vas a experimentarla. Y ahí vas a tenerla siempre. Antes, ustedes estaban en esta casa, cerca, pero relativamente alejados. A partir de hoy es que van a estar unidos para siempre, desde tu corazón”. Y eso nos ha fortalecido. Y toda la familia tiene conciencia de que esta empresa es un homenaje a Nancy. Esto tenemos que trascenderlo. Es un reto que nos hemos hecho toda la familia».
Y Fernando Dávila López había de referirse a ‘Dávila Publicidad & Marketing’, de la cual María Patricia es su directora ejecutiva, María Patricia, quien nos había recibido efusivamente, quien ahora había de ‘regañarnos’ por no visitar a Fernando con más frecuencia —de su oficina se había venido para la de su padre, había de posar para las fotos con todos— y quien había de anunciar el próximo traslado de la empresa a unas instalaciones más amplias en el Centro Empresarial Buenavista.
Por el comienzo
Mi reencuentro con Fernando Dávila López tras muchos años sin vernos había de resultar emotivo. Incluso, con besos fraternales, besos de hombres curtidos, más allá de los cálidos abrazos transmisores de amistad.
Y de abreboca, un mini-debate… Lo correcto: un vaso de agua y no ‘con agua’. Caballero hace humor y precisa: “Entonces, yo quiero un pocillo de tinto, mi señora”, le dijo a la encargada de servicios generales… “Con ‘a mí deme un tinto’ basta”, le preciso.
Y de abreboca también, recuerdos sobre el noticiero Telemundo de Arturo Meza y Pastacol: “Fabiola (Torres) y yo en el set y este loco —y me pone el índice derecho en el pecho— dirigiéndonos. No nos dejaba pasar una”, anotó Edgardo.
Más recuerdos: aquel 18 de agosto de 1989, cuando la información sobre el asesinato de Galán se registró en el Noticiero Televista leída en directo, pero solo en audio, la leí yo… El informativo, que iba de 9:00 a 9:30 pm., se emitía grabado.
Y otro recuerdo: la característica por mucho tiempo conservada de Fernando Dávila López de firmarlo todo con tinta verde. “Ahora lo hace con tinta roja, porque se reafirma como liberal”, bromeó Caballero.
Aquella vez, viernes antes de sábado de Carnaval de 2017, Fernando Dávila López aceptó contar detalles sobre algunas de las tantas cosas que había vivido por casi ocho decenios y el cronista había de asumir, de una vez, que allí había de imperar la máxima del Nobel de literatura colombiano Gabriel García Márquez: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.
Como lo recordaba Fernando comenzó a contar —sin que pretendiéramos que hubiese apego a lo cronológico— sobre aquellos tiempos de mediados del decenio de los 60, siglo XX, previo al nacimiento de Sonovista Publicidad: “No existía el concepto de publicidad. Yo andaba con una grabadora de radio vendiendo comerciales. Me di cuenta de que a las empresas les faltaba algo que las promocionara tanto a ellas como a sus productos. Llegaba alguien, daba una idea y se convertía en comercial. O en un aviso de prensa, en El Heraldo, que, también, en esa época, no gozaba de un gran fuerte publicitario, porque no había agencias… Me dije: ‘aquí hay una oportunidad’ y lo hablé con Nancy, que era directora de publicidad y mercadeo de una compañía americana: Lanman Kemp, que sí tenía el concepto de la publicidad, y producía Jabón de Reuter Murray & Lanman Kemp y el agua de Florida y otros artículos. Productos que —se ufanaba Lanman en promocionarlo así—, servían, entre otras vainas, para curar, no recuerdo qué vaina, enfermedades de la época”.
Y estando en aquellas vueltas y cavilaciones, una orden perentoria de Nancy Botello para que Fernando coadyuvara la materialización de la génesis de Sonovista: “¡Vendamos todos los muebles y armemos la oficina!”. Un solo escritorio, una máquina Remington a la que le faltaba la Ñ y… Nancy salía con su genialidad: “Donde va el huequito va la eñe, léase ñeñe…”.
Comenzaba a cuajar lo que ya se volvía obsesión: lo hablaban al ir a comer, al estar acostados, al salir a pasear: era pensar en futuro. Hablar y visualizar… Sonido y visión… Sonoridad y Vista… Sonovista… «Nancy visualizó, pero yo era cobarde».
Para aquellos años 60, Fernando Dávila López no solo andaba con una grabadora visitando empresas barranquilleras para proponerles y venderles cuñas radiales, sino que había de hacer radio —como la hacía Nancy Botello—. Su primera oportunidad, su primer trabajo radial, había de ser con Radio Kalamarí, que gerenciaba don Enrique Ariza, quien «vino a Barranquilla a innovar, a causar sensación».
Y Fernando Dávila López recuerda que allí estuvo el mejor equipo radial del momento: Juan Eugenio Cañavera, Juancho Illera Palacio, ‘El loco’ Humberto Acosta, Jaime Jiménez, Marcos Pérez Caicedo…
«“Llegas a codearte con los grandes”, me decían mis amigos. Y me quedé ahí».
Sí, estamos viajando al pasado. Y, en ese paseo, había de revivirse la voz de don Enrique Ariza: “Mira, Fernando, tu voz está bien para un programa romántico en la noche… ¿Tú no escribes? Es que yo te siento poeta”.
En efecto, Fernando se movía en esa línea. «Toda la vida me ha gustado la poesía, mis hermanos eran poetas, literatos… Y don Enrique era hasta medio brujo», había de precisar Fernando: «Me describió mi perfil… El espacio se llamaba ‘Serenata galante’, era de él, de don Enrique, y viene y me dice: ‘Coge este programa y sácalo adelante’. Al principio me ayudó a seleccionar la música».
Y así, la primera emisión en la voz y coordinación de Fernando y ahí va la lectura de versos escritos por él mismo, de trozos de poemas de otros, para ambientar el programa desde la perspectiva de que «el verso más lindo es cuando sale del corazón: cuando uno está enamorado —ya él había comenzado a estarlo para siempre: enamorado de Nancy Botello— o cuando a uno lo deja la mujer…»
—Estados de ánimo o del alma —terció Caballero.
«Y esa primera noche fue impresionante», retomó la palabra Fernando.
—Y dispara a Fernando Dávila el publicista —opinó Caballero.
—No, dispara un nombre: Fernando Dávila López —preciso.
«Aquello llegó al corazón de todo el mundo, especialmente de la clase alta», recordó Fernando. «Y comienzan a llegar las invitaciones y todas esas vainas. Hasta me pidieron que hiciera un ‘Serenata galante’ en el Country Club y lo hice. ‘Serenata galante’ se puso de moda, no había televisión. A partir de las 9:00 de la noche eso era una manta. Era una locura».
Así, Fernando Dávila López se constituyó en ‘el poeta de la radio’. Mientras la oficina de publicidad de Fernando y Nancy seguía rodando por Barranquilla en el maletín de él. Hasta que, en una de esas, recordó Fernando, Nancy le dijo: “Estamos pasándola mal… Falta billete… Así que tú te vas a vender esa vaina… Vamos a montar una serie de cuñas y se las presentamos a un grupo de empresas…”.
«Las empresas eran Café Puro Almendra Tropical, Cervecería Águila, Tabletas 306, baterías Willard —que era Peláez hermanos—, allá en el Paseo Bolívar, bajando por la 46, derecho, Olaya Herrera; eran las únicas empresas que anunciaban», señaló Fernando.
Tampoco es que, en Bogotá, la capital, existiera para entonces el concepto de publicidad. Y en ese ambiente había de surgir la que, por varios años, se constituiría en la única agencia de Colombia: ‘Propaganda Época’. Sus propietarios eran los mismos dueños de El Tiempo: los Santos, que habían regresados graduados del exterior y que vieron por allá por Londres, por Nueva York y por otras importantes capitales y metrópolis del mundo, la importancia de la publicidad y la necesidad de implantarla en Colombia. Un exitazo. «El Tiempo era el único diario y manejaba el país. Por intermedio de Época, todo el mundo comenzó a anunciar en El Tiempo y Época se convirtieron en un monstruo».
En Barranquilla, cervecería Águila y Bolívar comenzaba a proyectarse hacia el interior, desde el mando de don Mario Santodomingo, que, en un principio, era quien manejaba directamente la promoción de la empresa. Necesitaba una agencia y pensó en Época, que por eso se vio obligada a abrir sucursal en Barranquilla. «Trajeron a un cachaco, Navas de Brigard. Alguien que sabía de mí —yo con mi grabadorita—, le dijo: ‘Llámate a Fernando’. «En mi maletín ya tenía a Pinzón y Córdova y ‘La Silla Coja’ y un poco de gente que se me pegaba. Tenía full clientes en el maletín».
Y Fernando se fue a trabajar con Época, razón por la cual abandonó la radio. «Cuando tenía mi puesto en Época, con cinco o seis años, Nancy me llamó a relación: “Tienes que encargarte de los clientes”. Me hizo salir de allá, de Época». Y Fernando, que quiso ser abogado, también había dejado el derecho por la publicidad.
Cuando Sonovista cumplió quince años, Juan Gossain les haría una entrevista que publicó en El Heraldo.
Capítulo II, en esta edición: Álvaro Cepeda sí fue el del “… y siempre igual”. Dávila Publicidad & Marketing, autonomía plena para María Patricia: «Uno no debe hacerles sombra a los hijo».