A partir de la película Invictus, Alonso Ramírez-Campo traza paralelos entre el liderazgo de Nelson Mandela y los desafíos del progresismo colombiano destacando retos, divisiones internas y necesidad de renovación.

Pistas para el proyecto progresista

Por Alonso Ramírez Campo
En la película Invictus (2009), dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon, se recrea la historia real de la selección de rugby de Sudáfrica durante la Copa Mundial de Rugby de 1995. La cinta ilustra las lecciones que pueden ofrecer líderes audaces como Nelson Mandela, quien, tras haber pasado 27 años en prisión, jamás cedió en su lucha contra el apartheid en Sudáfrica.
La película comienza con la liberación de Mandela (interpretado por Morgan Freeman), quien se había preparado mentalmente para asumir el nuevo destino de su nación bajo el lema: “Soy el capitán de mi alma y el dueño de mi destino”. Una vez en la presidencia, gobernó sin sectarismo ni deseos de venganza. Incluso incorporó a algunos de sus antiguos adversarios de la élite blanca en su gabinete para mantenerlos bajo observación. A su gente del Congreso Nacional Africano (CNA), le dijo lo que no querían oír, en lugar de limitarse a complacerlos, como haría un verdadero líder.

Sin embargo, el acto más audaz de Mandela ocurrió cuando reconoció que el equipo de rugby de Sudáfrica, los Springboks, era una fuente de orgullo nacional y decidió utilizarlo como una herramienta de unificación y reconciliación tras más de 50 años de violencia y segregación racial. En aquel entonces, el equipo era percibido como un símbolo del apartheid, pues sus integrantes eran en su mayoría hijos de la élite blanca. Por ello, Mandela impulsó un giro simbólico que representara a la nueva Sudáfrica, la llamada “nación del arcoíris”, donde todos los ciudadanos, sin importar su origen, se sintieran incluidos como sucedió a la postre con el equipo que terminó amado por todos los sudafricanos. Este análisis puede servirnos como antecedente para nuestro contexto político, especialmente a la luz de lo sucedido en la reciente sesión del gabinete del presidente Gustavo Petro, transmitida en directo por televisión. Durante el evento, Petro tuvo que enfrentar una especie de encerrona por parte de algunos funcionarios de su propio gobierno, inducidos, según él, por “el que puse de director del DAPRE o secretario general de la Presidencia”. Petro explicó en su cuenta de X al día siguiente que “comenzó a decir que el jefe de despacho”, en este caso refiriéndose a Armando Benedetti, “es el jefe de los ministros, lo que levantó mucha indignidad y por poco acaba con el gobierno, como quiere la extrema derecha”.

Este infundio, propagado por el director del DAPRE, Jorge Rojas —curiosamente, un ‘pura sangre’ del petrismo— horas antes de la sesión, generó un clima hostil y enrarecido. Durante la reunión, se expresaron incomodidades por la presencia de Armando Benedetti y Laura Sarabia como parte del gabinete.
No deja de ser llamativo que, a poco más de un año de finalizar este gobierno, algunos miembros del alto gabinete sigan sin entender que Benedetti nunca se fue realmente del Ejecutivo. Más sorprendente aún es que reaccionen con indignación, emitiendo un juicio moral en vivo de forma francamente imprudente e inoportuna, como si ofrecieran una ofrenda a una oposición que se alimenta de escándalos porque carece de argumentos y, mucho menos, de autoridad moral para presentarse como salvadora del país.
Frente a esta situación, que todos presenciamos atónitos en vivo y en directo, es pertinente precisar algunos aspectos:
1. Un reality en lugar de una rendición de cuentas
Lo que debía ser un ejercicio de rendición de cuentas de la gestión gubernamental ante el pueblo colombiano terminó pareciendo un reality show, al mejor estilo de melodramas como La casa de los famosos, donde sus protagonistas trinan con el entusiasmo de un colibrí o derraman lágrimas como ‘La llorona’, según el caso.
2. El recelo grupista dentro del gabinete

Quedó en evidencia la fragmentación y los recelos entre ministros y directores del gabinete, alimentados tanto por razones legítimas como por otras que parecen infundadas. La presencia de Benedetti y Sarabia genera tensiones, no solo por sus antecedentes, sino por lo que representan simbólicamente dentro del gobierno.
3. El sectarismo ideológico de la izquierda
La izquierda aún carga con un sectarismo ideológico que la lleva a dividir a las personas en buenos y malos, olvidando que la realidad es mucho más compleja. Parafraseando a Nietzsche en Así habló Zaratustra, el bien y el mal no existen de forma aislada, sino que se entrelazan: “el bien-mal” y “el mal-bien”.
Como afirmaba el maestro Darío Botero Uribe: “El hombre está entre lo bueno y lo malo, entre la grandeza y la mezquindad, entre la constructividad y la destructividad, entre su ser biológico y su ser social, entre Eros y Tánatos. Nadie es bueno ni malo en sentido absoluto, pero sí está en constante movimiento hacia un polo u otro”.

4. El problema de los moralistas
El camino “hacia” es problemático. Los moralistas creen en un nirvana, en un cielo sin nubes donde el bien es absoluto y hacia allí dirigen sus esfuerzos. Pero ningún concepto es unívoco; todo fluye dialécticamente entre extremos. Esto significa que, paradójicamente, hasta la lucha contra la corrupción puede revelar momentos de corrupción, lo que exige un ejercicio permanente de autocrítica.
En toda grandeza puede haber mezquindad, y en toda mezquindad puede haber grandeza. Un ejemplo de esto es Simón Bolívar, quien, pese a su inmensa contribución a la independencia, ordenó fusilar al almirante José Prudencio Padilla, artífice de la batalla del golfo de Maracaibo, sin la cual la independencia de América no habría sido posible.
5. Un gabinete demasiado andino
El alto gabinete del presidente Petro, a mi juicio —o más bien, a mi disgusto— excesivamente andino y tiene una mirada parroquial. Coincido con el presidente en que muchos de sus miembros se quedan mirándose el ombligo y pierden de vista el panorama general.
Benedetti, más allá de su camaleónica trayectoria política, fue pieza clave en el triunfo electoral de este gobierno. Es un caribeño en toda su esencia: desabrochado, dionisíaco. Mucho más que yo, que después de más de 40 años en Bogotá y 25 encerrado en colegios, he adquirido una imagen ceremonial que solo me sacudo cuando regreso al Caribe.

Los caribeños tenemos una visión más amplia que el andino, nacido entre montañas. Tal vez por eso imaginamos mundos posibles y la magia es nuestro pan de cada día. Como dijo Bolívar en su carta de despedida a Fanny Duvillar:
“Ha llegado la última hora. Tengo al frente el mar Caribe, azul y plata, agitado como mi alma por grandes tempestades; a mi espalda se alza el macizo gigantesco de la sierra, con sus viejos picos coronados de nieve impoluta, como nuestros ensueños de 1805. Sobre mí, el cielo más bello de América, la más hermosa sinfonía de colores, el más grandioso derroche de luz”.
Así de mágico es el Caribe. Así me sucede cuando, en las playas de Santa Marta, contemplo el sol hundirse en el mar, provocando una sinfonía de colores digna de un Obregón.
6. El progresismo no puede reducirse a Petro
El progresismo en Colombia no puede limitarse a la figura de Gustavo Petro, pues caería en un mesianismo peligroso, similar al del Centro Democrático con Uribe. El Pacto Histórico debe trascender las próximas elecciones y consolidarse como un proyecto de largo plazo, con cuadros políticos preparados para asumir el poder en todos los niveles. Esto exige una estrategia pedagógica y organizativa inmediata.
7. Renuncia protocolaria del gabinete
Dado lo ocurrido recientemente, el presidente había de solicitar la renuncia protocolaria de todos sus ministros y decidir quiénes se quedan y quiénes se van, sin más dilación.
8. Más resultados, menos discursos

En adelante, las sesiones del gabinete deben continuar transmitiéndose en vivo, pero con menos errores y más resultados concretos. Es clave mostrarle a la ciudadanía que los casos de corrupción dentro del gobierno han sido excepcionales y están siendo corregidos.
A diferencia de los gobiernos de derecha, que operaban a puerta cerrada y se involucraban en escándalos como Odebrecht, Reficar, la Operación Orión o los falsos positivos, este gobierno ha sido transparente. Petro, a quien la derecha acusa de dictador, ha sido el primero en exponer lo que se discute en su Consejo de ministros, el primero en denunciar actos de corrupción en su administración y el primero en reconocer cuándo se ha equivocado.
Este proyecto es vitalista: pone la economía al servicio de la gente y no a la gente al servicio de la economía. Es un proyecto por la vida, que tiene futuro porque está alineado con las necesidades del planeta, de los inmigrantes, de los indígenas y de la Colombia buena.
Así como la Sudáfrica de Mandela marcó un punto de inflexión en la historia, la Colombia Humana de Petro quedará registrada como el gobierno del cambio.