Con ironía y rigor, un editorial que explora la ‘petrorrea’ y un estilo ‘irres-Petro-so’, definiciones del gobierno actual: largas alocuciones, reacciones presidenciales irrespetuosas, contradicciones políticas y distanciamiento del consenso democrático.
¡Gobierno de ¡‘irres-petro-s’!
Por Evo Matrix
En medio de una creciente ‘petrorrea’ —con áulicos detentando los cargos de gabinete, diplomacia y afines, y también por aquí, por allá y acullá— se ‘consolida’ un ‘gobierno irres-petroso’, en el cual el irrespeto del jefe de Estado se extiende como verdolaga en playa.
De entre una larguísima estela de embarradas de ese tipo —o de ‘emb-petradas’ como preferimos denominarlas—, seleccionamos solo algunas como hilo conductor para esta reflexión editorial.
Si bien en Colombia la figura presidencial ha sido históricamente venerada o cuestionada según las acciones y decisiones de cada mandatario, en la era de Gustavo Petro —en un marco de irrespetos presidenciales frecuentes—, el país parece sumido en una crisis de liderazgo caracterizada por contradicciones flagrantes, decisiones arbitrarias y un desapego al consenso democrático que alarma a la inmensa mayoría ciudadana.
La relación conflictiva del presidente con íconos de la cultura y el deporte, su resistencia a los fallos judiciales y la falta de coherencia en sus políticas de paz y gobernabilidad, han levantado una preocupación creciente por el rumbo de Colombia bajo su mandato.
Recientemente, el presidente Petro se ha visto envuelto en un escándalo que ilustra su incapacidad para asumir con altura y hasta con cierta gracia la crítica en su contra. No es culpa de la organización del evento marco para la despedida en Medellín del ciclista Rigoberto Urán —ícono del deporte nacional—, de que este escenario fuera escogido por inconformes como caja acústica para hacer resonar su desaprobación contra el mandatario: “¡Fuera Petro!”, se escuchó al unísono, entre un buen número de asistentes.
La respuesta de las neuronas que ‘enarbolan’ la dignidad y la majestad de la primera magistratura de la Nación, en lugar de ser respetuosa o reflexiva, mostró un desprecio público hacia un deportista que, con esfuerzo y sacrificio —gracias a lo cual hizo nombre y empresas—, ha puesto bien en alto la bandera colombiana en el ciclismo mundial: “Pagar por un ‘fuera Petro’ para que quienes asesinaron 6.402 jóvenes, se robaron el país y lo dejaron endeudado, vuelvan al poder”, escribió Petro. Y ofendió.
Tal reacción puede terminar ‘oficializando’ —por mera identificación fanática con la actuación presidencial, por mera copia—, una atmósfera de intolerancia hacia la diversidad de opiniones. Petro debería recordar que figuras como Rigo y otros referentes culturales han ganado un lugar en el corazón de los colombianos y que la crítica, aunque incómoda, es parte fundamental de la democracia, pero él es el presidente, convencido de que está investido de todo tipo de poderes, negativos y positivos, destructivos y ‘buenos’.
Incluso, su aliada tradicional, la cantante Caribe Adriana Lucía, no dudó en reprobar la actitud del jefe del Estado, señalando que la dignidad de quienes representan la cultura y el deporte colombianos merece un trato más honroso. Mucho más si ese trato proviene del presidente.
Por otro lado, la relación del Petro con la capital del país, revela otro aspecto de su estilo de gobernar, que parece no considerar la autonomía regional ni las necesidades prioritarias de Bogotá. Al oponerse a la extensión de la Avenida Boyacá, a través de una demanda contra la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR) buscando invalidar la licencia ambiental, el mandatario ignora los reclamos urgentes de la ciudad por mejorar su movilidad. Y se empecina en pasar por encima del alcalde Carlos Fernando Galán.
Bogotá está atrapada en un tráfico infernal, que afecta la calidad de vida de sus habitantes y la competitividad de la ciudad. Petro, en lugar de respaldar iniciativas que buscan aliviar esta problemática, se empeña en obstaculizarlas. Este tipo de decisiones generan un clima de desconfianza hacia su administración y lo distancian de las necesidades concretas de los ciudadanos, quienes perciben en sus gestiones una política centralista y desacoplada de la realidad local.
Y ahí está el desastre del miércoles 6 de noviembre de 2024 en la capital colombiana ocasionado por la represión de las grandes cantidades de agua lluvia caídas sobre el distrito capital y que hicieron colapsar la movilidad en general, pero especialmente en la autopista norte hacia la salida de Bogotá por el norte.
Las recientes acciones del presidente con respecto a temas de paz y reconciliación han sido igualmente desconcertantes. En un gesto que sorprendió y dividió a la opinión pública, Petro se abrazó con Salvatore Mancuso, exlíder paramilitar, como una muestra de su “apuesta por la paz total”. No obstante, semanas después, en un acto que muchos percibieron como insensible, condecoró —en medio de un acto militar— a exmiembros del M-19 justo en el mes en que Colombia conmemora el trágico episodio del Palacio de Justicia, una herida profunda en la historia del país que involucra, precisamente, al grupo armado del cual él fue parte.
Ese doble rasero presidencial en sus gestos de paz cuestiona la sinceridad de sus intenciones. La paz, para ser genuina, debe venir acompañada de reconocimiento, respeto y empatía hacia las víctimas. Los gestos de reconciliación no pueden ser selectivos ni responder a conveniencias políticas; deben ser actos honestos y coherentes con la memoria histórica y el dolor de los afectados.
Y, por si fuera poco, el presidente ha optado en varias ocasiones por desconocer los fallos judiciales que les son adversos, y ha sido incluso declarado en desacato. Esta actitud va en contra del respeto que debe tener cualquier líder democrático hacia las instituciones y el orden jurídico del país, la división de poderes.
Los tribunales existen para velar por el equilibrio de esos poderes —Ejecutivo, Legislativo, Judidial— y para que las decisiones presidenciales se ajusten a la Constitución y las leyes. Al negarse a aceptar los fallos en su contra, Petro envía un mensaje de que las normas y la justicia son elementos maleables a su voluntad, en lugar de ser él un sólido pilar sobre el cual se construya una sociedad justa y ordenada.
Uno de los elementos más desalentadores de su gobierno es la permanencia de funcionarios cuestionados por presuntos actos de corrupción, que siguen en sus cargos pese a los llamados de alerta. Esto contradice la imagen de transparencia que Petro pregonó en campaña y que pretendía reflejar una ruptura con las viejas prácticas políticas del país. Es como si le gustara fungir de mediocre, en medio de sus reconocida inteligencia y afinada zagacidad.
Además, en su afán por conseguir el apoyo en el Congreso para sus reformas, ha recurrido a la misma ‘mermelada’ que en sus tiempos de oposición criticaba con vehemencia. Este uso de incentivos a cambio de respaldo político no solo mancha su imagen de líder incorruptible, sino que también erosiona la confianza de sus seguidores, quienes, después de votar por él, esperaban de él la puesta en marcha de un cambio real en la cultura política del país.
No queda duda de que el país necesita, ahora más que nunca, una figura presidencial capaz de unir, no de dividir. Un líder que escuche y respete las voces críticas, que sea coherente en sus acciones y que actúe con responsabilidad frente a las necesidades de la nación.
El presidente Petro, en su afán de imponer una visión política —y desde una concepción exagerada de la altivez—, parece olvidar que Colombia es un mosaico de ideologías, aspiraciones y realidades que merecen ser representadas con respeto y dignidad.
La democracia exige tolerancia, respeto por las instituciones y compromiso con el bienestar de todos los ciudadanos. Petro todavía tiene tiempo para sacudirse de su modo de mandar para reflexionar y rectificar el rumbo, en busca de un gobierno que realmente represente a todos los colombianos, sin distinción. Y en el cual prime el respeto.
Y en medio de lo que ya mucha gente considera como una creciente ‘petrorrea’ el estilo de sus alocuciones —el término ‘petrorrea’ es original del médico guajiro Bladimiro Cuello Daza—, sin que falten los áulicos que detentan cargos de gabinete, diplomacia y afines y también los de por aquí, por allá y acullá; en medio de todo eso, se elevan voces que han decidido denominar el actual estilo de gobierno colombiano como un ‘Gobierno de irres-Petro-s’. Que irrespetuoso sí que lo es, no queda la más mínima duda: ¡lo es!
Un ‘Gobierno de irres-Petro-s’, en el cual el irrespeto ramplón del jefe de Estado se extiende como verdolaga en playa. Y contagia para mal de todos.