Entre recuerdos y nostalgias, ‘José: con los amigos de José’ —cuento— revive anécdotas de juventud, amistades intactas y la huella del tiempo. Un relato de reencuentros, humor y memoria colectiva.

JOSÉ: con los amigos de JOSÉ

Por José Alfredo Meza Casadiego
‘La Keka’, matriarca de un clan familiar, era una activista, con gran entusiasmo de liderar un organismo comunal, al cual aspiró para ser elegida presidente.
En el alborozo de la victoria, un vecino le solicitó una recomendación laboral y la nueva dirigente le respondió: «Más tarde ve’onde la señora Blanca, la anterior líder, pa’que te la haga en su máquina de escribir, que tiene buena letra».
Mi hermano y yo íbamos de nuestra casa paterna situada en la capital del departamento, al vecino municipio, a recibir clases de bachillerato, en una transformada ambulancia convertida en acorazado minibús por los magos en mecánica y latonería que laboraban en la ‘plaza del boliche’ sitio icónico de mi ciudad natal, cercada por establecimientos comerciales de poca monta. Lo último que supe de estos operarios especiales, fue la construcción de un submarino con chatarra reciclada.

La ruta la iniciamos en el año 1968, por el oriente de las dos ciudades. Duraba alrededor de 15 minutos. El paisaje alzado a la vista era tierra inculta, de escasos árboles, algunos arbustos y mucha maleza silvestre hasta el momento de divisar las primeras casas que nos indicaban la cercanía de nuestro destino.
Las expectativas del mundo giraban en torno a la llegada del hombre a la luna, el mundial de fútbol del año 1970 y, más tarde, el golpe de estado en Chile (1973).
Cincuenta años después, a través de las redes sociales de la internet, un condiscípulo anunció el festejo de los cumpleaños de dos compañeros de estudios necesitando confirmar asistencia: yo levanté la mano
Mi llegada al evento fue de occidente a oriente, para conocer otra ciudad, untada de cemento por todas partes, con hileras de calles y carreras pobladas de casas estratégicamente enrejadas, con la misión de evitar robos en sus viviendas, tras haber variado el accionar de la delincuencia a la extorsión de hoy.
Las mañas de la memoria desahumaron los viejos recuerdos y asomaron a mi mente las imágenes del playón dónde jugaba fútbol bajo la canícula del astro rey, los libros arrumados en una de las aceras de la improvisada cancha, acompañados de la espesura de arbustos silvestre que la custodiaban.

‘La Keka’ se encontraba saboreando unas viandas de su almuerzo, escuchó el fuerte ‘rin-rin’ del teléfono negro y pesado de entonces, se levantó de prisa y antes de llegar al mueble donde colgaba el aparato, espetó un grito de angustia: «¡Cállate, cállate, cállate, ya voy a contestar!».
Pedí orientación para llegar al sitio del festejo, me hicieron saber, que estaba a una cuadra de distancia.
Llegué… Desde el fondo de la vivienda, un mortal con cabeza descapotada de pelo, como yo, amablemente me invitaba a entrar… Lo hice y descubrí cada cuadro que colgaba sobre otro objeto, empotrado en las paredes. Como en un acto de colonización, pisé las primeras baldosas del patio, saludé de manos a los que estaban a la diestra, luego a los condiscípulos acomodados a la siniestra.
Los asistentes eran pocos:
Jairo Vargas, con su bigote elegante que lo identifica, sin él, no sería él; experto en música salsera de los años 70 del siglo pasado y fundador de los ‘Dinámicos Club’, que desarrollaban la actividad de organizar bailes populares en ese entonces.
Pablo Pérez, ataviado con gorra de golfista y un poncho que monta guardia sobre su hombro, elegancia que había adquirido cuando era gerente de la Caja Agraria en un municipio de otro departamento.

Juan Peña, excelente exjugador del Cristal Caldas y Quindío del fútbol profesional colombiano.
Haile Castro, versado de las historias de los personajes de la música salsa e incursionando en los caminos del señor.
William Orozco, condiscípulo que tiene pacto con la juventud.
Wilfrido Orozco, uno de los dos espectadores del escuálido auditorio de un fantástico contador de historia de la comarca: Gonzalo Ucros.
Álvaro Coronado, contador – abogado – cocinero gourmet – especialista en humor negro, refería lo siguiente: «Un amigo pronosticaba la fecha de muerte de sus compañeros, acertando en los cinco primeros, el sexto era su más íntimo amigo, quien padeció un grave accidente, mas no falleció». El hombre de mal agüero lo amonestó contrariado: «No me atasque la lista» (risas). Finalmente, el vidente de difuntos, moriría primero, por ser el yoli del grupo.
José Manuel Villarreal Gravini, quijote de la cultura, en un pare de su misión de recuperar la historia olvidada del paso de El libertador Simón José de la Santísima Trinidad Bolívar Palacio por el municipio.
La cálida noche con cielo despejado invitaba a poblar el tiempo con anécdotas de los grupos organizados en el curso: ‘Los perros de paja’, ‘Los incógnitos’, ‘Los archi-bollos’ (solo eran dos, a falta de uno, no había quórum en sus reuniones), creados para hacer bailes juveniles e invitar a estudiantes de otros colegios a ver proyecciones de películas y bazares bailables.

El olor a carne asada ponía en máxima alerta el olfato y a salivar el gusto, al tiempo que era ofrecida con otras ricuras gastronómicas del lugar, repartida con calculada lentitud, para evitar la desbandada de la fiesta, después de consumirla. Todo esto acompañado con diminutos tragos de whisky.
Mientras tanto, yo, abstemio de varias décadas, estaba ebrio de risa, gracias a las historias que se contaban.
‘La Keka’ respondió una llamada, la cual averiguaba por su hijo, lo ubicó en el cuarto y, dirigiéndose a él, le dijo: «Ponte la camisa, te están llamando por teléfono».
Todavía tengo la duda de que si las historias de ‘La Keka’ contadas por Gonzalo son anécdotas o ficción.
Quién sabe si volvamos a encontrarnos en otro cumpleaños o la historia concluya para algunos de nosotros.
José Alfredo Meza Casadiego-JAM-C