Vuelve José Meza Casadiego con una épica narración que destila pasión, desilusiones y esperanzas en torno a la Selección Colombia. Derrotas amargas, fervor popular y un fútbol que nunca cesa.
ESQUiNA LiTERARiA
El cuento de la Selección
Por José Alfredo Meza Casadiego
Los cincuenta millones de corazones colombianos fueron perforados, con inmenso dolor, por la selección uruguaya en tres oportunidades aprovechando su estadio ‘Centenario’.
La extrema defensa del equipo de fútbol de Colombia, sumergida en un torbellino inatajable de errores, tanto en los comienzos como en los minutos finales del juego y acosada por el adversario, descompuso su disciplina táctica y permitió que se abrieran grietas por dónde llegó la mala hora en forma de goles
De todas maneras, dejaron el sudor de sus esfuerzos regados en el verdor de la grama para que creciera a su arbitrio, mientras la rasuran en corte perfecto los encargados de su mantenimiento.
Uruguay 3 – Colombia 2.
La delegación colombiana regresó a su madriguera con una carga pesada en sus hombros —la derrota—, pero con la frente en alto, dispuesta a desafiar de nuevo el destino, soñando con una victoria contra el nuevo contrario: Ecuador.
Llegó el día del desafío, los artífices del espectáculo llegaron de diferentes hospedajes de la ciudad de oro: Barranquilla-Colombia.
Al salir de sus hoteles, se rindieron ante el pedido del público por lograr un autógrafo y tomarse una selfie para la posteridad, con sus héroes deportivos. Una afición que provenía de diferentes regiones del país, con las esperanzas perdidas de acceder al estadio, porque las boletas de entradas, cómo fantasmas, desaparecieron en pocos minutos sin dejar rastro.
Ante la vasta expectativa que despertaba el partido, el estómago del coliseo de la ciudadela estaba lleno a reventar de fanáticos, mientras que otra romería de espectadores errantes buscaban sitios donde ver el encuentro y los encontraron en estadios improvisados, desperdigados por todos los rincones de la ciudad y llamados ‘Estaderos de música’. Establecimientos dotados de gigantes televisores modernos, con una calidad de imagen y sonido extraordinarios, donde se podía ver y oír los pensamientos buenos, regulares y hasta malos del árbitro.
Llegaron al estadio, se bajaron de los modernos buses que los transportaron y caminaron tensionados a sus espaciosos camerinos… Se despojaron de sus lujosas indumentarias, procedieron a acomodarse los gloriosos uniformes de sus amados países, dispuestos a exprimir el sudor de sus cuerpos, ante el sofocante calor del estadio ‘Roberto Meléndez’.
Sin que autoridad alguna ordenará a los asistentes acudir con camiseta de color amarillo, atendieron el llamado de no sé quién y así fueron… Parecían a la distancia, miles de pajaritos —canarios silvestres— ondulándose alegremente al son de lo que les tocarán; pero privados de la libertad de desplazamiento por unas horas, en una jaula gigante de concreto eterno, como lo es el estadio.
Por otro lado, los periodistas, cumpliendo con profunda satisfacción su profesión, entrevistaban al que se les atravesara, al uno, al otro, a vosotros, a ellos, al disfrazado de cóndor y en este caso, con una curiosa particularidad: ¡El disfrazado se parece al disfraz!
En una especie de concurso de adivinación del resultado —sin premio—, le preguntaban al barrendero, al calvo, al albañil, al vendedor de helados que se deshacían por el calor, al vendedor de ilusiones y al revendedor de las boletas que habían desaparecido sin dejar rastro y aparecieron en su poder, por arte de no sé qué magia. Interrogaban a los jugadores, utileros, asistentes técnicos y como último peldaño, las joyas de las coronas, sus amigos los técnicos.
«Profe: para el partido de hoy, lo mejor sería utilizar el sistema 1-3-3-3-1, atacando y el 1-20-40-80 defendiendo, evitando las transacciones rápidas o lentas, dependiendo del tiempo, modo y lugar…, bla, bla, bla».
Entre tanto, por la televisión, los expertos del fútbol exhibían un tablero y explicaban con maestría la táctica y la estrategia del juego, usando líneas rectas, curvas, diagonales, círculos, semicírculo, etcétera, que solo entendían los entendidos, pero los entendidos estaban ocupados resolviendo fórmulas algebraicas.
Yo, escuchando la orientación científica, evocaba las noches de pesadillas por las benditas matemáticas.
Llegada la hora de los actos previos del choque, los jugadores cruzaron las puertas de sus respectivos camerinos y su primer encuentro fue en la garganta del túnel… Con pasos seguros fueron apareciendo sobre el gramado, acompañados de niños que sueñan con ser futbolistas de talla mundial. Se acomodaron en línea horizontal frente a la tribuna occidental, entonando el canto de los himnos nacionales de los respectivos sendos países.
Al terminar los acordes, un rugido, ronco y atronador, explotó desde los miles de gargantas presentes, alcanzado allende fronteras del estadio. Un sordo que pasaba por el lugar preguntó: “¿Qué fue eso?”.
A la hora acordada empezó a rodar el balón, iban solo siete inocentes minutos del juego y en un mal manejo del balón por parte del jugador colombiano Ríos, este fue despojado de la esférica y en transición veloz, como una gacela, el jugador ecuatoriano Valencia desequilibró una defensa que, angustiada y vencida, vio como herían el corazón de su valla. ¡Goool!
Colombia cero, Ecuador uno.
Un monumental silencio recorrió como un ciclón el estadio, la ciudad y el país.
Después de ese mazazo certero que surgió de la nada, sin previo aviso, al equipo colombiano se le fue hirviendo la sangre, se le agrandaron sus burbujas y en el segundo periodo del tiempo creció su dominio… Llegó con un frenesí de ataques al arco contrario sin conquistarlo y resistido por un contendor que no declinó, aun estando en inferioridad numérica por la expulsión de uno se sus jugadores y contando con la fortuna de tener un arquero que daba la sensación de crecer en estatura con el paso de los minutos, transformándose en un gigante guardián del arco ecuatoriano.
Una atajada por la derecha, otra por la izquierda, un rechazo con la pierna, otro con las manos, una estirada a la esquina donde duermen la vida las arañas, otras a ras de piso donde construyen casitas de arenas las hormigas… Además, contó con la complicidad de los palos de la puerta, con cabezazos al balón hacia las nubes en un viaje para averiguar por las lluvias que habían de caer durante el partido… Y lo más insólito: ante una portería desguarnecida que imploraba piedad para no ser agujereada por un balón lanzado para gol, sucedió lo inverosímil: en ese instante se produjo el despilfarro más grande de la humanidad: un jugador colombiano de apellido Córdoba estropeó la oportunidad de hacer el gol… Finalmente, el guardameta ecuatoriano salió incólume.
Finalizado el tiempo total del partido, se oyó lúgubre el sonido del pito del árbitro que daba por terminada la historia y sepultaba para siempre las esperanzas de millones de colombianos de que, por lo menos, se produjera el milagro de un empate.
Cómo en Uruguay, le llegó de nuevo la noche al seleccionado nacional de Colombia, más no se habían dado cuenta, porque las luces Led de las pantallas del estadio metropolitano ‘Roberto Meléndez’ de Barranquilla-Colombia estaban encendidas.
FIN
José Alfredo Meza Casadiego.
BREVE EDITORIAL
‘Verdadero +57’
Por José Orellano
Vía WhatsApp recibí un video titulado ‘Verdadero +57’, cuya letra es una crónica positiva que, sobre la base de la diversidad, resalta con orgullo la identidad colombiana.
El contenido de esta obra de puro colombianismo está muy lejos de expresiones como: «Mamacita desde los fourteen/ entra a la disco y se le siente el ki/, mami, estos shots yo me los doy por ti/, es mucho lo que abajo carga, en el machi no cabe la nalga», un fragmento producido e interpretado en ‘colaboración colectiva’ por reguetoneros colombianos como Karol G, J Balvin, Maluma, Feid, Ryan Castro, Blessd, Ovy On The Drums y DFZM. Desde su lanzamiento en redes sociales, esta canción generó un rechazo casi unánime y despertó tanto repudio que una funcionaria del gobierno sentenció: “No hay mercado que justifique esta letra”.
Por el contrario, ‘Verdadero +57’ ofrece versos que realmente rinden homenaje a nuestra cultura y al país:
«57 razones para sentir/ que somos la tierra donde hay que vivir/. Nuestra bandera ondea con pasión/ somos un país de fe y corazón/. 57 razones para sentir/, por el aroma del café al amanecer/, por el sol del Caribe y su poder/, con nuestras montañas grandes y fieles/, por el Amazonas y su intenso verde/, por nuestra fruta de dulce sabor/, por el acordeón que es pura emoción/, por las fiestas que el mundo espera/, por tu sonrisa que es tan sincera/», entre otros.
Estos versos —y son muchísimos más—, cargados de emoción y orgullo, celebran la riqueza y la diversidad cultural de Colombia, en clara inspiración ante el prefijo telefónico internacional ‘+57’ que da título a la obra. Tanto a esta versión, positiva, como a la otra, por casi todos censurada.
El video, proyectado bajo el rótulo ‘NEUROBEATS’, no menciona al autor de la letra ni al intérprete, aunque su ritmo puede encajar en el concepto de reguetón.
Indagamos sobre ‘Neurobeats‘ en el caso de ‘Verdadero +57’ y, dentro de sus apreciaciones, Inteligencia Artificial nos lo sitúa en una experiencia universal con sello colombiano:
“Con el auge del turismo y el interés por Colombia como destino cultural, los neurobeats pueden convertirse en una herramienta para exportar la identidad sonora del país en una forma innovadora”, dice IA, y precisa que podrían ser parte de:
–Aplicaciones de bienestar basadas en sonidos autóctonos.
–Instalaciones artísticas interactivas.
—Nuevos géneros híbridos que mezclen tradición y neurotecnología.
“En esencia, los neurobeats +57 serían una manera revolucionaria de llevar las emociones colombianas al cerebro y al corazón de las personas, con tecnología que respeta y potencia las raíces. Una cumbia binaural o un porro isocrónico… ¡suenan como el futuro!”, concluye IA.
Desde El Muelle Caribe compartimos el video con nuestros amables seguidores por su valioso contenido, agradeciendo a Ingrid Auxiliadora Abdo Orellano por haber tenido la deferencia de enviárnoslo.