En versos y en prosa

En versos y en prosa

«Un poema prosaico y una poesía a la amistad, para Muelle-Caribe en el día del Amor y la Amistad»: Nota introductoria a la remisión del poeta samario Alfonso Noguera Aarón.

Imagen de portada: Él y ella… Ella y él, echando al aire corazones de amor, en un viaje por los laberintos del mundo entre los cuales se encuentra el Amor o la Amistad.

¡Amigo…!

Del libro:
Flor de Zarzas
Autor:
Alfonso Noguera Aarón
Creación:
Septiembre de 2008

En el laberinto del mundo te encontré,
entre las ignotas y grandes multitudes,
sin buscarte y sin afanarme alguna vez,
cuando vine a ver, brindé por tus virtudes,
virtudes y defectos he llevado como míos
como si tu vida yo mismo la viviera,
y a veces siento que esa palabra amigo…
más que amigo, es mi pobre alma…
¡Que me persigue desde afuera!

Obra del pintor norteamericano Malcolm T Liepke: ‘Little girl waiting’ que, en libre traducción, puede ser ‘El amor en espera. Tomada de https://culturainquieta.com/

Romance del amor divino

Para el libro:
Crónicas y Reflexiones
Autor:
Alfonso Noguera Aarón
Creación:
Septiembre 10 de 2024

Solo somos libres cuando pensamos, decimos o escribimos lo que deseamos en esos plácidos momentos que mezclamos las mil imágenes al vaivén de nuestro antojo. Entonces, abrimos las compuertas de la mente y acuden a la pantalla de la conciencia las cosas y escenas más deliciosas de nuestra vida, tan escasas y esquivas en la cruda realidad diaria.

Esa noche me ocurrió lo que quizás le pasa todos cuando los nudos de la vida se zafan solos sin siquiera mover los dedos: “Es que los tiempos de Dios son  perfectos”, dicen los viles mortales por ahí, porque al menos yo, esa noche dejé de serlo por unos instantes.

Todo pasó en esa linda fiesta, a la que por alegres coincidencias de la vida fui invitado y hasta última hora yo no iba a asistir. Pero como que todo está ya escrito y parece que nuestra vida está trazada desde antes de nacer y tan solo falta que las escenas desfilen en nuestra mente y vivamos ese mundo extraño que llamamos realidad, y que por fuerza de la ignorancia y la rutina a veces lo tomamos por el lado más agreste, pudiendo proyectarlo a nuestra voluntad si conociéramos mejor las reglas del juego de la Conciencia.

Para mí todo fue distinto e inesperado en ese glorioso instante cuando se me apareció aquella mujer. Yo, que ya me había acostumbrado desde hacía muchos años a aceptar que el amor es solo una creencia vana que inventamos para hacer más tolerables las rasquiñas de la vida, y sin buscarla ni pensarla, vi a esa mujer frente a mí como surgida de la nada. Si lo hubiera sabido, otras reacciones, quizás, hubiese tomado. Parece  que las hadas del amor la hubiesen empujado sobre mis brazos sin importar que tengo un corazón que se pudo lastimar con tan repentina aparición, y sin conocernos ni saludarnos bailamos y reímos como si desde siempre ella fuera esa media naranja que me faltaba para encontrarle el sentido a mi vida, como si ella fuera esa otra mitad de mi alma que perdí desde mis soberbias en el Cielo y luego Dios la arrancó de mis entrañas y me desperdigó entre los andurriales del mundo como un errante que solo arrastra medio cuerpo.

Sí. Esa noche fui feliz por un instante, y sentí sus tersas manos entre las fuertes mías, así como el agua fresca se impregna en la piedra seca, y sus desnudos brazos y su perfumado cuerpo se enlazó contra el mío, como se aprietan las enredaderas florecidas con el recio árbol que las protege, y sentí que los corceles de mi corazón ansioso se aplacaron de súbito en un éxtasis de una paz incomprensible; y me sumergí en sus ojos y vi en sus adentros el paisaje de un hogar feliz en otra tierra abierta a otras noches con distintas lunas, y otras constelaciones fulguraban sobre un cielo encantado; y creo haberle dicho unas cosas que yo mismo ansiaba escuchar desde siempre, y cuando sentí su tibia voz en mis oídos ya hastiados de romances baratos, se me despertó en mis entrañas una fogosa emoción, como cuando el náufrago escucha la voz milagrosa del marinero que lo rescata. Ni siquiera pensé en preguntarle el nombre ni sobre su vida, ni mucho menos contarle yo la mía. Al fin y al cabo, todo lo demás sobraba, cualquier cosa que no fuera ella me resultaba torpe, ridículo e innecesario, y entonces fue cuando por un instante sentí el indecible sosiego de tener mi alma otra vez completa, como si tuviera un orgasmo perpetuo en todo mi ser que me hacía sentir como un habitante del Cielo.

Sería largo describir lo que sentí en esos momentos, porque entonces habría que referir paso a paso las hondas melancolías de mis vacíos de amor y las áridas tristezas de mis tardes desoladas, y hasta volví a recobrar la autoestima de saberme digno por soportar el tormento de vivir tanto tiempo sin ella. Tampoco compararé tan plétoro ímpetu con las rosadas ilusiones infantiles, vulgarizadas luego en el loco estallido hormonal de la adolescencia, ni con los enfermizos sentimientos de la juventud, ni mucho menos con los pedregosos amores inconclusos de la vida adulta, salpicados de mil desengaños y traiciones que ya no sanarán; y mucho menos diré una palabra sobre el nexo del  matrimonio, cuyo pacto sacro apenas respetamos y quizás nos consuela en los atajos del destino, en el hastío de la rutina y acaso con la extraña compañía en las compasivas soledades de la vejez; pero gracias a Dios nos prodiga la biológica dicha que los hijos nos regalan, que cual bálsamo santo llegan como motores que nos impelen hacia adelante y dan sentido a nuestros esfuerzos y dolores.

Pero, ¡ay!, cómo nos cuesta decir las cosas por sus nombres: ¡Hablo de ese no sé qué que de infinita dicha  que debe sentir un hombre al lado de la mujer idealizada y amada, y lo mismo que al revés!. Por mi lado, y pese a los múltiples islotes placenteros en que me he detenido a saborear los tantálicos sabores de la felicidad, y así como un pájaro vuela de árbol en árbol buscando su refugio y su sustento, asimismo debo confesar que no había sentido lo que esa noche experimenté. Bien sé que quizás muchos lo han logrado en este mundo y ojalá sea cierto lo que desde afuera vemos en esos hogares felices y dichosos, porque son muchas las cosas que están en juego; y de hecho, aquellos que nos parecen preciosos y envidiables a veces terminan en incomprensibles rupturas, como nidos de palomas desgarrados por el viento.

Es que, viéndolo bien, por hermosas que nos parezcan las mujeres y aún por deliciosos que nos resulten sus dulces encantos, no deja uno de pensar que aquellas bellas figura envueltas en lindos atavíos femeniles, igual que uno, solo somos unos sacos de piel repletos de huesos, sangre, tripas y viles bagazos y fluidos que me parece ver al escueto con los ojos del intelecto. Y pensar que desde tan viscerales intríngulis carnales surgen esos gestos tan graciosos y tiernos que terminan siendo el asunto más importante de nuestras vidas, y deliramos y sufrimos, y nos trasnochan y por su causa tantos amores, comedias, guerras y tragedias han pasado por la tierra, así como todo tipo de dramas, cartas, libros, canciones y poesías y de dolores y muertes por ellas.

Aun así, ese no es mi caso. Porque aquella mujer, así fuera por ese romance fugaz que apenas sospecho como venido del Cielo, sembró en mis adentros esa excelsa plenitud que nada tiene que ver con esas mutuas bellezas físicas atraídas en las trampas del amor, de los frívolos caprichos disfrazados de amores platónicos, del deseo sensual no correspondido, ni aún con el martirio del sexo insatisfecho. ¡Ay!, es que el amor divino es otra cosa distinta de tan primitivas y falsas convivencias terrenales y de las domésticas torpezas de los pactos humanos, tendientes a desgastarse sin remedio entre la rutina y el desperdicio de la belleza física y el interés mezquino de las cursilerías del éxito, la riqueza y la vanidad.

Ahora, cuando ya ella se fue y la vi partir como dos soles se estrechan en el mismo abrazo que los destruye, y siento la delicia de saber que los incordios de la tierra solo son lazos que nos unen, intento comprender que en vez del devaneo y la satisfacción animal que gratifica y perpetúa la especie humana, el Amor divino arde solo con la mansa virtud con que Dios nos dota perfectos y desde el principio, en una patria santa y eterna, hasta que por la locura de la soberbia dejamos de serlo, y por justicia automática y sin embargo misericordiosa, somos arrojados al mundo para sufrir los tormentos de vivir como huérfanos, sin la presencia infinita del Amor de Dios.

¡Feliz día del Amor y la Amistad a mis amigos y amistades en el mundo!