Tren de plastilina

Tren de plastilina

En el primer día de FILBo, ¡una historia hermosa y simbólica!: Un “TrenSito” que termina siendo, más allá de un error garrafal, ternura y creatividad infantil. Evo-Matrix recrea tal asunto.

Imagen de portada: A modo de bandera, la S en “Mi trensito” ondea para la curiosidad más que para el juzgamiento. Y a eso jugó Evo Matrix: a curiosear.

Crónica por Evo Matrix – Fotos por José Orellano

Digamos que Evo caminaba despacito, como quien no quiere la cosa, por los pasillos de Corferias. Primer día de FILBo 2025, con ese olorcito a papel nuevo y sueños viejos reencontrándose en los estantes. Aun se escuchaban los chasquidos de cinta pegante, los acomodadores de libros afinando el orden de los lomos, como si afinaran guitarras antes de un concierto.

Era un día para curiosear. Sin afán, sin libreta de apuntes, sin itinerario. Pero claro, la vista entrenada no descansa nunca. Evo giró su cabeza hacia la izquierda, hacia el pabellón 19, y ¡zas!, allí estaba: un cuadro enmarcado por la puerta de acceso. Un letrero que decía, sin vergüenza alguna: “Mi trensito”, con esa S como ondeante bandera.

El estand de España, país invitado de honor, y su eslogan: “Más libros —full libros—, más libres”, full libres.

Aquello fue como un trancazo al ojo editorial. De esos que hacen fruncir el ceño y alborotan al corrector de textos interno. ¡¿Cómo que “trensito”?! En plena FILBo, donde el idioma se pasea con saco y corbata, donde la RAE parece tener ojos en todas partes, y el país invitado de honor, España —la madre lengua—, reina justo en el pabellón vecino con su lema: “Más libros, más libres”. ¿Y aquí, qué? ¿Más letras, más libres también?

Pero Evo, que más que señalar, gusta de escuchar historias —descubrir noticias dentro de la noticia: enseñanza de Juanbé Fernández Renowitzky—, se detuvo. Dio unos pasos hacia el estand y se encontró con una mujer sonriente, tranquila como quien sabe que hasta los errores pueden ser dulces: Jenny Gómez, la encargada del espacio.

—¿Y esa S? —preguntó Evo, sin rodeos.

Jenny lo miró con picardía, como anticipando la pregunta. Se notaba que no era la primera vez.

“Un niño bien pequeño, de tres o cuatro años, sabe lo que es un tren”, dijo, “pero al expresarlo en diminutivo no tiene regla para escribirlo. Aún no tiene el conocimiento gramatical para hacerlo correctamente”.

Y así, sin alzar la voz ni sacar manuales, Jenny contó la historia que Evo no imaginaba que iba a encontrarse. La de una niña —nadie recuerda su nombre— que, jugando con plastilina, moldeó un tren chiquito y, con inocencia encantadora, lo bautizó: “Mi trensito”. Lo remarcó con firmeza, como se esculpen los nombres de las cosas importantes. Y proyectando que ya tenía claro eso que se llama “sentido de ´pertenencia”.

Mientras el niño aborda con toda su creatividad “Mi trensito”, Jenny Gómez atiende solícita a Evo Matrix. Y cuenta el hermoso cuento sobre el origen de “Mi trensito”.

“El error de la niña se hizo marca”, soltó Jenny, como si explicara un milagro cotidiano. “Y sí, ha sido cuestionado, claro, pero es que ‘Trensito con S’ es una historia muy bonita. Es un respeto a la inocencia de los niños”.

A Evo se le calmó el ojo ortográfico, pero se le despertó la curiosidad sentimental. La niña, aunque anónima, ya tenía un lugar en la historia: la fundadora involuntaria de una marca que no pide permiso a la gramática, sino que celebra la ternura.

—¿Y qué es “Mi trensito”? —quiso saber Evo.

“Es como una familia“, respondió Jenny. “Un espacio para compartir con los niños, permitirles explorar el arte, la pintura, el cuento, la música… Lo importante es que creen, que jueguen, que se expresen. Que el tren los lleve a donde quieran“. Y también es un almacén legalmente habilitado para la venta de productos escolares infantiles.

Evo miró el estand. Había crayolas, plastilina, libros sin palabras, un niño con su mamá optando a un turno, una niña más allá actuando en otro estand y muchos sueños en formato miniatura. Aquel “trensito” no era de hierro ni de rieles; era de colores, de historias, de infancia bien contada. Un tren que no necesita estación, porque parte desde el corazón.

Más allá de “Mi trensito”, ojos curiosos de niña en FILBo, en otro estand, uno para “lectores de orejas largas”.

Y esa S, que para otros sería un desliz, allí era símbolo. No generaba burlas ni caricaturas, tampoco escándalo gramatical. Solo preguntas con sonrisa. Como cuando uno dice “¿y por qué así?”, pero con curiosidad, no con juicio.

“Cuando a los curiosos se les cuenta la historia de la palabra deformada”, dijo Jenny, “el origen les parece tierno. La gente lo disfruta”.

Y Evo también lo disfrutó. Porque hay errores que no hieren, sino que enseñan. Y porque en este mundo de correcciones y reglas, a veces hay que bajarse del pedestal lingüístico y subirse a un trensito con S. Solo así se entiende que la forma no siempre daña el fondo, y que hay belleza en lo que nace de manera imperfecta.

Jenny no sabía el nombre de la niña, pero tal vez lo sepa el fundador del proyecto. Allí no estaba este primer día, era jornada de montaje y correndillas. Pero Evo intuyó que ese director —donde quiera que estuviera— había entendido algo fundamental: que la infancia no necesita filtros académicos para ser profunda.

En esta FILBo 2025, “Mi trensito” llega con ánimo de expandirse. Desde su estación en Bogotá, quiere recorrer el país, compartiendo un modelo de aprendizaje que no grita, sino que canta bajito. Un vagón de creatividad, un motorcito de imaginación.

En el primer día, aun había montajes y correndillas. Y aun no había presencia masiva de visitantes. El Muelle Caribe era uno de los pocos asistentes al recinto ferial.

“Trensito con S”, insiste Jenny, “va a llegar a la meta. La C es para otro Cuento”.

Y Evo, ya sin ganas de corregir, solo pudo asentir. Porque hay cuentos que no se escriben con tinta perfecta, sino con plastilina, crayones y errores que abrazan. Y porque a veces, el corazón se sube en un trensito… y ni cuenta se da de que la ortografía se quedó en el andén.

Y Evo se quedó un rato más, sin prisa. Afuera, la tarde bogotana descargaba su llovizna persistente, de esas que no mojan rápido pero calan hondo. El viento gélido se metía por las rendijas del pabellón como queriendo leer también. En un rincón discreto de Corferias, Evo pidió un café y lo compartió con quien le hacía las veces de fotógrafo, de reportero gráfico.

Lo bebió lento, como se bebe el tinto cuando la tarde es fría como un trozo de hielo y uno necesita que algo le caliente el pecho.

Entre infinidad de textos, indiscutido homenaje a la sangre del libro: la imprimidora. Y teñido de tal, al libro le hicieron club. ¡Cuánto honor para la tinta!

El reloj marcaba viernes 25 de abril. Primer día de Feria, primera historia hallada por casualidad y escrita con corazón. Y mientras la gente seguía entrando con paraguas y bufanda, Evo pensaba en esa niña sin nombre, en su trensito de plastilina y en la belleza de no corregir lo que nació del juego.

Porque hay días en que una S vale más que mil reglas. Y hay cafés que saben a infancia, incluso en medio del frío.

Porque sí, al final Evo lo entendió: hay errores que no lo son, y letras que, aunque trastabillen, dicen la verdad más honda.

Esta tarde de viernes, bajo la lluvia fría bogotana y el murmullo de los libros que despiertan, mientras bebía su café templado como abrazo de infancia, Evo pensó que tal vez, solo tal vez… Café compartido también se escribe con C, pero de trencito.