Crónica de lluvia sin alma y libros con espíritu. José Orellano-Evo Matrix pasean por la FILBo con pie herido y mirada despierta, hallando ternura, cartón poético y palabras que respiran.

FILBo, bajo desalmada lluvia y
esas cajas de cartón con alma

Texto por José Orellano – Fotos por Evo Mátrix
Es una lluvia sin alma.
Impertinente e intermitente, se ha dedicado a invadir y dejar el recinto ferial —y a Bogotá toda— como si se tratara de Pedro por su casa.
Aunque la ha humedecido con persistencia, no ha alcanzado a pasar por agua la fiesta, no la ha ahogado: E imponente, FILBo sigue adelante y ya cumple 7 jornadas, de las 17 que han de ser. Sin embargo, este primero de mayo, Día del Trabajo, hubo una tregua: no llovió, aunque la amenaza despuntaba.
Al haber programado con Evo Matrix la visita dos a la feria del libro, acordamos que, esta vez, él tomara las fotos y yo asumiera el texto de lo que nuestros ojos ven y miran para contarlo sin pretensiones o poses intelectuales: “Mirada compartida, sin afanes de eruditos, la mirada de simples paseantes atentos, muy atentos”, apunta Evo.

La visita dos a FILBo debió cumplirse el sábado 26, pero un accidente provocado por el titileo climático de las últimas semanas en Bogotá —ganas de salir rápido de casa, porque negros nubarrones se habían engullido el brillo del sol en su cénit y pronto lo vomitaría transformado en chorros de agua— dio al traste con ese propósito.
Con afán, este relator buscaba, estirándose hasta el último piso de un closet, un maletín de cuero en el cual cargar sus herramientas de trabajo, pero, por mero descuido, hizo rodar hacia abajo un pesado computador portátil guardado como reliquia: en su veloz viaje, el viejo ordenador cayó justo de canto —antes de aterrizar en el piso—, sobre los tres dedos principales del pie derecho que se apoyaba en un mueble-escalera. Finalmente,- ¡no encontró el maletín!
Confesar que, al instante del contundente golpe recibido, vi al diablo —que crea nuevos modos a diario— no es exageración, pero, para equilibrar las cargas, también miré a Dios y me aferré a Él tras maldecir a aquel: al Todopoderoso le rogué que no hubiera fractura en mis dedos y, al final, me concedió tal deseo. Eso sí, uno de los tres dedos, el corazón —el del medio—, se hinchó como bola de golf y se tiñó del color morado de caimito maduro; el cabezón o gordo resultó con una herida de fácil curación y el que le sigue a este, magullado, pero sin inflamación. ¡No hubo necesidad de rayos X!
Para curar el daño en 72 horas, había que zambullir varias veces, en sesiones de quince minutos, el pie lesionado en una ponchera con agua tibia mezclada con sal rosada, la del Himalaya, y untarse después sobre el área lastimada, con frecuencia, una cataplasma de bicarbonato mezclado con Vick-Vaporub. Fórmula, a modo de tópico, de mi cuñada María Verónica. ¡Efectivo remedio casero!

El sábado 26 —visitantes nacionales de FILBo bajo la lluvia—, nos asomamos por Corferias, pero nos regresamos casi enseguida: “Camino arrastrando un dolor hasta —masoquistamente hablando—, agradable. Duele, pero camino sin cojear, es, diría, un dulce dolor”, le dije a Bladi, médico amigo que, tras haberse enterado del imprevisto accidente, me había preguntado: “¿Ya te tomaron Rx?”, al tiempo que recomendaba: “Debes ir a urgencia”. El dulce dolor estaba allí, persistente, pero no para caminarlo ni someterlo abiertamente a los efectos de la inclemencia del clima —gélido ambiente—, sino para soportarlo arrellanado sobre un sillón reclinomátic, arropado de pies a cabeza, durmiendo películas.
Ida y vuelta, la mejor cobertura de la distancia entre casa y Corferias se hace por Transmilenio, antes que por Uber, taxi o vehículo particular: se llega más rápido, resulta económico y sin contratiempos para parquear porque en el sector no hay dónde, a no ser que te sumes a la oleada de irresponsables que, por estos días, vuelven parqueadero público ilegal las aceras de calles y carreras en los alrededores del recinto ferial, barrio Quinta Paredes.
El domingo 27, después de almorzar, estábamos listos para volver a FILBo —¡ejecutar por fin la visita dos!—, con un interés único definido: asistir, a partir de las 5:00 de la tarde, a ‘El vuelo’, una propuesta artística del grupo ‘Ojo de tigre’ que combina música, poesía e ilustración para narrar la fortaleza de las mujeres, un proyecto impulsado por la fundación cultural ‘Canto verde’.

“Este espectáculo rinde homenaje a maestras, amigas y madres que alimentan la ternura, los juegos infantiles, los cantos de arrullo y la esperanza”, dice la información que nos había animado a ir a verlo. “Resalta el espíritu que las impulsa y sostiene, actuando como un pilar transformador en la vida cotidiana, a menudo de forma silenciosa y anónima”, agrega.
La posibilidad de esa segunda visita —en vespertina dominical— sí se ahogó bajo el tremendo aguacero, “lluvia sin alma”, que cayó por horas y, por enésima vez, convirtió en una inmensa laguna al Distrito Capital, con arroyos y ríos urbanos que arrastran no solo carros, sino también gente, e inundan parqueaderos subterráneos en medio de vientos huracanados que derriban árboles y ponen a volar a algún tejado. ¡El caos era total!

Schlaepfer: ‘1923’.
El lunes 28, gélida mañana, este cronista amaneció revestido de pingarria —modorra, flojera, pereza— como una resignada reacción ante la indolencia invernal: llenó un termo de agua caliente para preparar y beber mate argentino; cuan largo es, se envolvió en una tibia manta, y se echó sobre el sillón, dispuesto a verse, de un tirón, así como se leen los buenos libros, los buenos temas, la serie ‘1923’, con Harrison Ford, mismo de ‘Indiana Jones’, ahora muchísimo mayor en su primer protagónico para televisión. En esta segunda precuela de ‘Yellowstone’ —la primera es ‘1883’—, el viejo Harrison comparte reparto con su contemporánea Helen Mirren, con Aminah Nieves, Darren Mann, Julia Schlaepfer y Brandon Sklenar, entre otras extraordinarias e impactantes actuaciones. En ‘1923’ no hay una sola presa mala.
Recuperados en un 95 por ciento de nuestra afectación para el desplazamiento, el martes 29, hacia las 2:00 de la tarde, nos fuimos para Corferias, en medio de la lluvia, una lluvia que, desalmada, pareciera regodearse opacando, en un santiamén, el brillo dorado del astro rey.
Y aquí estamos, en FILBo, titiritando de frío.
Revisamos programación y nos topamos con que, a partir de las 4:00 de la tarde, en el Pabellón ‘LEO, siento Bogotá’, había de desarrollarse el conversatorio ‘Mediación con primera infancia y familias’.
Para irnos familiarizando, ingresamos al recinto con media hora de antelación y la agradable sensación de que íbamos a encontrarnos con fascinantes experiencias lectoras, escritoras y orales, propiciadas por el acrónimo LEO: Lectura, Escritura, Oralidad, la “política pública de la Secretaría de Educación de Bogotá que busca fortalecer lectura, escritura y oralidad como prácticas fundamentales para el desarrollo de la ciudadanía”: involucra a niños, adolescentes, jóvenes, adultos y tercera edad.

Y descubrimos que, en este instante, aquí ‘manda’ la Red Distrital de Bibliotecas Públicas, BiblioRed: el sistema que impulsa la “construcción pública del conocimiento y el empoderamiento cultural de las comunidades” tiene la batuta para sacar adelante este espacio. Y en las paredes, un mensaje que nos llama la atención: precisa el concepto de ciudad: “Un mapa de muchas capas en movimiento”. La ciudad, ese amplio espacio donde convergen lo real y lo virtual, el territorio material y sus historias, palpables o intangibles y que, gracias a la circulación de la ciudad, conecta.

Ida Vitale, actuante a su 101 años.
Y, entonces, de entre ese espejuelo de palabras, surge la que “manda” aquí: biblioteca, sitio de lectura que recoge tales historias, “como cuencos, oídos, corazones o pulmones que tiene la ciudad. Nodos donde las palabras reposan, descansan y dan vueltas en la cabeza antes de seguir circulando”. Donde leer es como un gran juego que, indefectiblemente, hay que jugar.
Y seguidamente, la invitación que nos anima: “Te invitamos a conocer algunos de estos espacios, algunos de estos murmullos, algunos de estos territorios”.
Recargados, penetramos al auditorio y nuestros ojos chocaron de frente con otro pensamiento en torno a ese signo parlante que sale en busca de oídos oyentes, para que escuchen, interpreten, repliquen, amplifiquen: “Como los árboles, las palabras son seres vivos que se alimentan en la profundidad y buscan la altura”. Su autora, Ida Vitale, quien a sus 101 años sigue siendo activa poeta esencialista uruguaya y hace parte del movimiento ‘Generación del 45’.

Quedamos atrapados entre esas redes de fonemas, de palabras, de pensamientos, mientras el oído se disponía a escuchar no solo ‘La múcura’, interpretada por un grupo musical adscrito a la BiblioRed distrital, sino también el sentimiento de Simón Díaz transmitido por David Armando Alarcón, auxiliar de la biblioteca móvil. David Armando había de encargarse entonces de llenar el salón de soplos que, figuradamente, olían a Orinoquia, a vaca, a toro, a becerro, a campesino, a mujer de trenzas largas, a luna llena, a rancho, a entrega amorosa entre pastizales, a ritmo de cantos de vaquería, a Llanos.
A las 4:00 de la tarde, Oscar Torres Conde y Nataly Giraldo, mediadores de programación en BiblioRed, asumieron el estrado en el auditorio, decididos a pasearnos por un mundo de cartón. Ilustrado con una caja, un fotograma proyectado sobre el telón, rezaba el título de lo que vendría: “Esto no es una caja”.
Y aunque para Alí Primera el cartón, en los techos, es confirmación de tristeza y pobreza, de un mundo sin mañana para habitantes de ‘Casas de cartón’, en esta “franja pabellón: In corpo” —método para transformar la realidad personal a través de la comprensión y el trabajo con el cuerpo—, el cartón es riqueza, es vida, es recreación, es alegría, es elemento indispensable para entretener y espantar los monstruos que habitan la imaginería y el imaginario infantil.

Y si algunas cajas son envoltorio comercial de una marca específica de ropa interior femenina, terminan siendo, por su diseño plegable y reutilizable, como un origami, elemento mucho más fácil de manejar para crear y recrear arte para niños —mostrarlo y guardarlo— tanto en su interior como en sus exteriores. “Una pequeña arquitectura móvil que resguardaba la intimidad de la lencería y que, en manos de Oscar Torres Conde, enriquecen la logística infantil para el aprendizaje”, dice Evo.
Con participación complementaria de Mabel Mora, Mauricio Espinosa Torres, Karen Montoya y Lorena Ramírez, las voces centrales del conversatorio, Oscar y Nataly, aplicaron una efectiva dinámica tendiente a demostrar que Ceci n’est pas une boîte” o “Esto no es una caja” —título del módulo—, más allá de una caja de cartón puede ser un elemento simbólico, o un cuerpo, o un movimiento, o un juego, o cualquier cosa, incluso hasta una representación tangible de la poética. “Una coreografía de cartón que se abre y cierra como telón para un espectáculo concebido para espantar miedos”, dice Evo.

En el arte gráfico que promociona la programación de ‘LEO siento Bogotá #BibloRedenFILBo’, se precisa que el conversatorio ‘Mediación con primera infancia y familias’ debía tener por público a “la primera infancia”, pero los que nos congregamos —no muchos— éramos adultos y, si acaso, cuatro o cinco infantes, más niñas que niños que, cuando pudieron hacerlo, se la gozaron con las cajas. Y dejaban escapar la sensación de que, con ellas en sus manitas, esperaban el momento preciso para esconderse o para mostrarse.
Alí Primera se lamenta por la existencia de “niños color de la tierra, que tristes viven en las casas de cartón, con sus mismas cicatrices y millonarios de lombrices”, pero para BiblioRed, el cartón es materia prima para la construcción de puentes que, al cruzarlos, permitan a los niños que crezcan y aprendan a aprender —alternándolo necesariamente con las nuevas tecnologías—, aprendan a desarrollar la independencia, aprendan a manejar los miedos, aprendan a recrear los imaginarios de una ciudad pensada para los niños y las niñas y en la cual los derechos tienen que estar a la orden del día.

Lástima grande que el lleno no hubiese sido a ‘reventar’ en el auditorio. Pero el paseo imaginado por lo que, en modo creatividad, figuraba cada caja en exposición, terminó siendo fascinante: fueron cajas de interacción plena, cajas para viajar —solo soñando despierto— a donde se quiera llegar y cajas, entre más cajas, para atrapar esa emoción natural que surge, a manera de alerta, cuando, real o imaginariamente, los pequeños perciben amenaza o peligro o ven monstruos en el techo o la pared del cuarto. Que no solo son cajas de cartón que han de servir para los niños, sino también para ahuyentar los temores de los grandes.
Durante una hora en el pabellón de LEO nos sentimos niños. Y durante esa hora —y ahora—, plenamente convencidos de que acertamos cuando respondimos que “leer es como un alimento complementario que fortalece el intelecto”: esa facultad lógica del pensamiento de que gozamos los grandes y que, de una u otra forma, debemos o podemos cultivarla en el jardín de la primera infancia, así seamos rociados o mojados, una y otra vez, por esa lluvia sin alma que, con FILBo como atractivo de temporada, mantiene en jaque a la otrora llamada ‘La Atenas de Suramérica’.