De nuevo José Alfredo Meza Casa Diego y su punto de vista sobre la actuación y logro de Junior en el segundo semestre de la Liga Bet Play: el campeón.
Del vituperio a la gloria
Por José Alfredo Meza Casa Diego
La 10 del inmortal Pelé, la 10 de Diego Armando Maradona, la 10 de Lukas Modric resaltarán por siempre la excelencia futbolística.
El equipo de fútbol Junior de Barranquilla-Colombia, en su ya larga existencia, acaba de conquistar la décima estrella, recurriendo a la excelencia de su juego, a unos cuantos soles y hasta a unas cuantas lunas de celebrar el centenario de su creación.
Al principio del torneo, las perspectivas del equipo estaban arrellanadas en las playas, frente al Mar Caribe, con la vista extraviada, sin esforzarse en mirar hacia el estrecho horizonte por entre el diámetro del ojo de una aguja de coser. Perspectivas que atravesaban un tórrido desierto, sin esperanzas de alucinar con un oasis de resultados.
El equipo fue recorriendo entre claridad y oscuridad —el claroscuro que dicen—, un tortuoso túnel buscando su luz final. Imploraba compañía a oídos sordos, sin llegar a persuadir a los junioristas a que lo respaldaran en su oscura realidad, la difícil travesía para alcanzar la décima estrella. Se coreaba, en tonos altos y bajos de exigencia fanática, la salida del técnico Arturo tercero —la máxima figura de la Liga Bet Play-II—, y la barrida de jugadores por las precipitaciones escasas de resultados. El DT conocía a la mayoría de los jugadores, había trabajado con ellos, dijo en entrevista.
Entre aficionados no faltaba el vituperio… Finalmente, sobre el oprobio, Junior había de desarrollar la gesta que llevaría a la gloria. Y seguía en lo suyo, tanto en casa como de visitante.
De un momento a otro, se inició el recorrido ascendente, aunque dando tumbos en el camino, con empates que lo alejaban de clasificar a los ocho, con victorias que lo acercaban y derrotas inoportunas que herían el corazón de sus aspiraciones… Aun así, logró entrar a los cuadrangulares.
En esta etapa, el ojo de la oportunidad para llegar a la final disminuyó ostensiblemente el tamaño —de arrancada, estrepitosa caída ante Tolima—, pero, recónditamente, agrandaba la fe de lograrlo. Su paso ascendente hacia la cima de la tabla de clasificación, dibujaba la ciudad donde se disputaría el título: Medellín, que es la capital de la montaña.
Después de haber ganado el primer partido, los tiburones tomaron maletas, partieron desde las orillas del Mar Caribe y habían de fungir como cóndores andinos para tomar el vuelo de la conquista de la gloria en la cordillera de los Andes, exactamente en la cordillera central, en la cual se enclava ‘Medallo’.
Los jugadores saltaron a la cancha para aceitar las coyunturas. Noventa mil ojos fijaron sus miradas sobre el césped ayudando a las pantallas de luz a alumbrarla, dándose inicio al juego. El resultado favorecía al local, la afición del Deportivo Independiente Medellín celebraba con cánticos, tambora, pandereta, zambomba y fuegos artificiales de colores y contaban los pocos minutos que faltaban para ser campeones.
Al Junior le quedaba poco oxígeno para ser vencido —recuerda que el Negro Perea decía que para que esto ocurra “al Junior hay que matarlo”—, le quedaba poco oxígeno, pero no perdió la paciencia. En jugada de acierto colectivo y Carlos Bacca allí, como capitán, indicándole a Deiber Caicedo a donde debía mandar el balón de extremo izquierdo a extremo derecho, para que surgiera lo heroico. Tras haber dejado atrás a un contrario, Deiber ganó pleno el carril izquierdo y desde allí metió un centro certero para que Vladimir Hernández dominara la pelota, la pusiera a tono con su intención y pateara una potente volea con botín derecho para dejar al portero Andrés Mosquera Marmolejo reducido a la impotencia. Una anotación de oro, inolvidable, que emparejaba el score durante los 180 minutos jugados. Vladimiro, el héroe.
El mazazo del gol congeló las partes íntimas de los aficionados del DIM y hasta los olfatos empegostados con el hedor a pólvora quemada que hacía como que guardia en todo el estadio.
Ese gol providencial de Vladimiro, provocó un barullo de revoltijo con el miedo y fluyeron entonces los líquidos corporales, las manchas en los interiores de las féminas y los pantaloncillos de los hombres, puestos al revés, para aquello de la buena suerte.
Todo ese entresijo de manifestaciones, no pudo evitar que Junior fuera campeón por décima vez, el número de la excelencia futbolística (10ª): el número de Pelé, de Maradona, de Messi, de Modric, de El Pibe…
Ahora, Junior campeón, celebrando con mesura desde las orillas del mar Caribe, se apresta a conquistar la Copa Libertadores de América.
Escrito por José Alfredo Meza Casa Diego, con la colaboración de Yuris Meza Velásquez.