Una vez más, en El Muelle Caribe, el filósofo y docente samario Alonso Ramírez Campo y su visión sobre ese fenómeno de hibridación al que asistimos: real-virtualidad-real-presente, para un mundo-zombi.
De zombis
Alonso Ramírez Campo*
Hace un tiempo la realidad virtual es más real que la realidad presente debido al fenómeno de hibridación al que asistimos de estas dos dimensiones de la realidad. A medida que la Web se profundiza cada vez más en nuestras practicas cotidianas, las fronteras entre realidad virtual y realidad presente se hace borrosa, resbalosa colocándonos en aprietos llegado el momento de la distinción.
La otra vez en clase, reflexionando sobre la película Matrix, una estudiante se me acercó y me dijo casi susurrándome al oído: “Profe, ¿cómo sé yo si esto que estamos viviendo es real, no será que estamos metidos en un video que alguien hizo?”.
Situaciones como estas se presentan por montones en la vida cotidiana y nos aturden los sentidos a tal punto, que si Descartes viviera hoy no dudaría que es presa de un genio maligno llamado internet que le baila por todos los lados.
Hace un tiempo internet era un espacio cerrado al que accedíamos solos desde la intimidad de nuestras casas, pero en poco tiempo todo ha cambiado, ahora es un ciberespacio que se riega como verdolaga en playa sin importar el cuándo, el lugar, con fines cada vez más prácticos, A íbamos a encontrarnos y todo integrado a nuestra existencia cotidiana en todas las circunstancias de modo, tiempo y lugar.
Estamos tan inmersos en la virtualidad que hemos naturalizado habitar en ella en todos los escenarios que nos ofrece la ciudad, en centros comerciales, restaurantes, transporte público, centros educativos, parques y demás sitios, es normal que el 80 por ciento de la gente esté conectada por el móvil a la internet.
Tiempo atrás censurábamos que alguien abriera el periódico ante nuestras narices en una reunión, hoy lo anormal es que alguien no esté conectado con el móvil. Estamos viviendo en un mundo raro y la sociedad del espectáculo todo lo devora, nada se salva a sus tentáculos, es como un mecanismo que nos da cuerda al levantarnos, que nos hace movernos al unísono como zombis.
Como bien dice Fernando Savater “los seres humanos siempre hemos protagonizado existencias virtuales además de las reales, ya que la mitad de nuestra vida transcurre en sueños. Pero la distinción entre realidad y sueño, que ha dado lugar a obras famosas como ‘La vida es sueño’ de Calderón, estaba antes más acotada, mejor delimitada, era sencillo saber en qué lado estabas. Ahora la realidad virtual esta por todas partes y la frontera se ha desdibujado, es bien fácil confundirse”.
Si bien es cierto que las nuevas tecnologías nos permiten saber más, estar en más sitios, no menos cierto es que nos permiten confundirnos más a la hora de saber la verdad y acceder a la realidad.
Pero no hay retorno, la vida aldeana quedo atrás y la vida urbana avanza rauda y es un hecho que uno de los atractivos que tienen las ciudades modernas es precisamente la posibilidad de multiplicar las identidades en medio del anonimato cambiando de pelaje y ser más camaleónico.
La ciudad actual está arrancando los clavos donde antes colgaba su memoria y su nostalgia; ignora toda tradición y todo sentido de intimidad… la ciudad virtual está empezando a ser más real que la real. La televisión y las redes es la única forma de recorrerla y de saber que está pasando en ella, es un ciberespacio jalonado por el gatillo del deseo de la internet que se clava en lo profundo del alma humana.
No hay retorno, así es la vida en la ciudad posmoderna que se reemplaza rápidamente, policroma y hedonista, subversiva, siniestra, lunática, miserable, pero también noble, educadora, refinada.
Ante esta situación, el sistema educativo tiene un reto inmenso como lo es abordar el problema de las identidades de niños y jóvenes que hacen presencia en las aulas y se nos presentan más perdidos que “cucaracha en baile de gallina”.
Pero el sistema educativo parece no reaccionar y se mueve perezosamente frente a esta realidad para coger el toro por los cachos.
Hoy, llamar la atención para que atiendan las clases de los docentes es sin duda un reto en salones con estudiantes que se sientan como zombis conectados por el móvil a esa otra realidad.
Como en los tiempos de los amores —prohibidos o contrariados según el caso— ante este espectáculo, es preciso tener mano fina de seda para meterle mano a ese dispositivo que se nos vino con carnaval y comparsa.
*Docente colegio Jorge Gaitán Cortes.
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