¡Hechizo roto!

¡Hechizo roto!

Una semana después de lo histórico en el Metropolitano de Barranquilla —Colombia 2-Brasil 1 en eliminatorias al Mundial—, José Alfredo Meza Casadiego, exalumno del director, escribe algo muy interesante.

Imagen de portada: El guajiro Luís Díaz, verdugo de Brasil: dos dianas suyas para que David derribara el mito de Goliat.

METROPOLITAZO: COLOMBIA 2 BRASIL 1

Se rompió el hechizo

Escrito por José Alfredo Meza Casadiego

En la segunda mitad del siglo primero —1—, en el Coliseo Romano de Italia se enfrentaban gladiadores y se programaban otros espectáculos.

En Barranquilla-Colombia, América del Sur, el estadio Metropolitano de fútbol ‘Roberto Meléndez’ le abrió las puertas al público y este se apropió de él, así como un amante se adueña de los afectos, del cariño y el amor de su amada, un público que asistió a presenciar la lucha de unos gladiadores modernos, en una confrontación en la cual el derrotado no pierde la vida.

El duelo consistía en un juego inventado en el viejo mundo —Inglaterra—, que llegó a Colombia, precisamente por Barranquilla, ciudad escenario del acaecimiento de esa noche maravillosa. Aquel invento fue ¡el juego de fútbol!

La multitud se presentó a ver el partido entre Brasil-pentacampeón del mundo, versus Colombia. Goliat contra David.

A los pocos minutos de iniciado el enfrentamiento, el gigante Brasil, con tejidos de pases mágicos del balón entre compañeros, abrió el score, con un golazo de altísima calidad. Gooooool de Brasil, uno por cero —1 x 0—; la historia se asomaba con ganas de repetirse nuevamente a favor del visitante. Las tribunas, la ciudad, el país, veían perplejos lo que pasaba sumiéndose en un ruidoso silencio como una eterna condena, maniatada con cadenas de derrota para siempre.

La estructura del Metropolitano soportó, inamovible, el júbilo, saltado al mismo tiempo y en dos ocasiones, del monstruo de las 45 mil cabezas.

Los futbolistas colombianos, no se aturdieron ante esa desventaja; al contrario, ese gol les ‘descascajereó’ el orgullo frente a su gente, sirviendo este para que los soplidos de sus corazones los impulsaran a conquistar la gloria.

El partido se volvió vertiginoso en ambos frentes, opciones de aumentar la ventaja a favor de Brasil no se concretaron; las de Colombia tampoco… Se fueron al descanso del primer tiempo.

Al reiniciarse el encuentro, los nervios y la desesperanza se apoderaron de los hinchas de Colombia; más sus gladiadores, luchaban con los dientes apretados y el corazón, latiendo diferente a un estado de reposo.

Colombia se fue agigantado y Brasil, el Goliat del fútbol, se vio acorralado, aturdido sin brújula, perdiendo su compostura. Toda su estrategia para mantener la ventaja en el marcador no fue suficiente para detener la enjundia de los pupilos de Colombia. Hasta que el esfuerzo dio resultado y se produjo el gol del empate, que puso a prueba el conocimiento de los ingenieros en la construcción del templo del fútbol colombiano, resistiendo los saltos frenéticos de los asistentes.

En un cónclave íntimo de los dioses habidos y por haber, escogieron a Luis Díaz, héroe de héroes… Con la frente en alto, mirando al cielo, mirando a su Dios y mirando a la esférica que venía de lo alto, la golpeó hacia el arco defendido por su compañero y amigo de equipo: Liverpool), mas este sólo pudo recogerla del fondo de la red. Gooooool de Colombia, mi patria querida, gooool de Lucho Díaz. Corrió en forma extraña, como levitando, a dedicar su obra de arte a las tribunas y especialmente a su padre, que disfrutaba de su libertad, arrebatada días atrás contra su voluntad.

Homenaje de El Muelle Caribe a la hazaña de las fechas quinta y sexta de las eliminatorias suramericanas: de seis puntos posibles, seis logrados.

Faltaba más, faltaba otra pincelada del artista del gol para colorear la noche fresca y estrellada: minutos más tarde de la poesía anterior, esta vez por el costado contrario al cabezazo-gol primero, ante un pelotazo elevado enviado por otro crack —James—, Díaz oscureció la suerte de Brasil, en el iluminado coloso Metropolitano… Saltó como despidiéndose de la tierra, volviendo a golpear la pelota con la testa, mandándola a guardar en el closet del guardameta amigo: Alisson Ramses Becker. Gooooool, gooooool, gooooool de Colombia, gooooool de Lucho Díaz.

La mole de concreto se estremeció otra vez ante la euforia de la multitud, congregada sobre sus gradas. Esa afición no quería despertar del sueño que no era sueño, era realidad: ¡se le estaba ganando a Brasil!

Como en un orgasmo colectivo, se disfrutaba sin contención. El árbitro del juego lo prolongó más allá de lo pactado y minutos que eran más que minutos, eran como horas de espera para que la historia del partido, ahora sí, quedara siendo historia para la perpetuidad. Se había roto el tiempo, se había interrumpido —¡se interrumpió!— la paternidad del gigante del fútbol, permitiéndonos llegar a la adultez futbolística. ¡Se rompió el hechizo!

Lucho da gracias al cielo. Lo luchó y lo logró.

EPILOGO

Ya es otro día, la gente no ha regresado del éxtasis de la victoria, donde la elevó el héroe de la jornada. El mortal que nació a la inmortalidad… Lucho Díaz.

Lucho luchó, luchó días, trás días y venció la adversidad de su familia y el martirio de décadas sin victoria a que nos había sometido el Goliat del fútbol.

Gracias, gracias, gracias a la vida… Y ahora, a aspirar a vivir tranquilo y en paz, que cinco días después la victoria se repetía en ‘Defensores de Chaco’, ante sus propios dueños los paraguayos.

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