«¿Por qué a mí?»

«¿Por qué a mí?»

Reflexiones sobre nuestra existencia y la actitud que debemos tomar ante la vanidad, los placeres y el inevitable dolor y las pruebas de la vida, con Alfonso Noguera Aaron MD.

Imagen de portada: Burbujas creadas por Inteligencia Artificial, sobre las cuales el diseñador de El Muelle Caribe empotró, difuminadas, imágenes de Jesús y el símbolo del placer a fin de ilustrar el enlace hacia la nota ‘¡Las burbujas del placer…!’

¡Las burbujas del placer…!

Por Alfonso Noguera Aarón MD

Decía Aristóteles que el objetivo de la vida humana es la felicidad. Pero, ¿qué es eso de felicidad?, nos preguntamos casi 2.500 años después. Los animales son felices mientras tienen satisfechas sus necesidades vitales y expresan su contento con sus gestos y lenguajes corporales; pero, por causa de la razón que le permite ver y conocer más allá de lo meramente físico, el ser humano es un ser insatisfecho y esclavo de sus ilimitados deseos, ya que el cuerpo exige unas complacencias orgánicas que nos pueden degradar y enfrentar con los demás, mientras el alma busca las virtudes que solo ejercitándose nos prodigan la paz. El cuerpo tiende hacia la tierra y el alma hacia el Cielo.

Aristóteles y el objetivo de la vida humana: ¡la felicidad!

Pues bien, sin pretensiones filosóficas ni de fácil apologética cristiana deseo plantear estas sencillas inquietudes. Hoy en día encontramos el verbo ‘normalizar’ por todas partes y es objeto de frecuentes alusiones del relativismo moral de nuestras sociedades. Y entonces normalizamos cualquier defecto o extravío para no tener que aceptar nuestras flaquezas y miserias humanas. Por ello, invocando algún relato del psicoanálisis de Freud para hacer aceptable esos monstruos que escapan del ello y a veces nos invaden el Yo y, con mecanismos de defensas psíquicos creemos controlarlos, trato de entender que convertimos en normal lo que en sí mismo son adefesios del humano corazón.

Hace algunos días estuve en una Formación Espiritual y debo aceptar que la mayoría de los allí presentes no recordábamos los Diez Mandamientos y, en la medida que los analizaba, nuestra digna expositora decía que no podemos practicar bien aquello que desconocemos o que no precisamos, o que pasamos por alto, y en eso ella tenía mucha razón.

Vamos por la vida como en piloto automático y solo nos interesa lo cómodo y lo incómodo, y nos colocamos una coraza que supuestamente nos blinda contra todo lo adverso y vivimos en burbujas de placer dónde “todo está bajo control”. La vida humana está planteada para seguir los modelos existenciales consumistas de éxito, potenciales de progreso, manantiales de posibilidades y felicidad ilimitada. Todos tenemos expectativas externas e internas que no siempre se cumplen y ni siquiera son realmente lo más conveniente para nuestro crecimiento integral como seres humanos.

¡Ay!, Díos mío…: “¿Por qué me has hecho esto…?”.

Pero cuando esa burbuja de placer se rompe, nos resulta increíble e inaceptable lo efímero y frágil que es nuestra vida y, entonces, descubrimos que no todo lo podemos controlar. En efecto, ante la enfermedad grave, sea cáncer, infartos, Sida, Lupus, Hepatitis B, etc., y ante nuestra muerte inminente o la de los seres queridos, o la traición por cuenta de los que suponemos fieles, la aplicación de la justicia en casos delictivos, el suicidio inesperado de un ser querido, los accidentes graves impredecibles, la ruina o la quiebra inevitable, y todos esos sucesos “que no vemos venir”, reaccionamos entonces con incredulidad, rabia, odio, rencor, sensación de desgracia, infelicidad, etc., y desde el fondo del dolor escuchamos los consabidos: “¿Por qué a mí? No merezco esto, no puede ser… ¿Dónde estás, Dios mío? ¿Por qué me has hecho esto…?”.

Ante la realidad consumada, como cuando salimos del carro a la vía pública luego de ocurrido un accidente inesperado, entonces buscamos las estrategias y los modos con que creemos ‘solucionar’ la ruptura de la burbuja del placer, y buscamos la anhelada auto redención en el internet y revisamos las mil maneras de resolver los problemas, o acudimos a los  psicólogos y psiquiatras y hasta a los gurús hindúes o a la meditación trascendental, nos apresuramos a leer los best seller de autoayudas y consultamos a los motivadores personales, incluso vamos a los retiros espirituales programados y pagos, y  hasta aceptamos algunas ayudas espirituales; pero eso sí, sin que nos  impliquemos en cambios sustanciales en nuestra vida, como si Dios fuera un cajero automático que nos dispensa lo que queremos o un mecánico que lo repara todo para seguir la vida ‘normalmente’.

La última cena, al margen de las medias tintas del amor mundano, falso e interesado.

También acarreamos a los demás las culpas, y le damos vuelta al asunto de muchas maneras y sufrimos y queremos saber el porqué de nuestros pesares, hasta que empezamos a aceptar la realidad y comprendemos que el dolor nos hace sabios y las cosas visibles son transitorias, falsas y engañosas, como las trampas del amor y la vanidad, y terminamos aferrados a lo invisible, eterno y verdadero, y de buenas a primera pasamos de ser  ateos, agnósticos y ajenos a las cosas espirituales, a ser mansos creyentes y sumisos feligreses de cualquier parroquia católica, de un templo cristiano o incluso un abnegado musulmán.

En mi caso, puedo decirte que es verdad que Jesucristo te ama tal cual eres; pero solo exige de ti un amor incondicional, y no las medias tintas del amor mundano, falso e interesado. Dios me ama como soy, pero no quiere dejarme donde estoy. Si tú no te desprendes intencional y resueltamente de los errores de tu vida, ellos no salen solos. Los pecados o extravíos, o como quiera que llamemos a nuestros errores, son como parásitos que no te sueltan por sí mismos, y hasta te ofrecen las falsas ventajas, los relativismos morales y éticos y las concesiones que ya no aceptarás, sino que serenamente avanzarás hacia el bien, el amor y la paz.

Señor, aparta de mí lo que me aparta de ti. Quien conoce a Dios, ya no vuelve a ser lo mismo de antes.

Muchas gracias.