Compartir oral de una historia larga, con matices de exageración y hasta de ficción, contada de forma amena por un palabrero-guía: un par de aspectos sobre Semana Santa en Pamplona.
Sobre narrativas creadas a favor
del ‘turismo santo’ en Pamplona
Por José Orellano
Pasaba frente al estand de Norte de Santander durante una de las tres jornadas de la pasada 43ª edición de la Vitrina Turística de Anato y desde su interior un palabrero —no la institución social Wayuu— daba inició a una disertación sobre las bondades turísticas de Pamplona, la ‘Ciudad mitrada’, llamada así por su imponente catedral, sede de la arquidiócesis de Nueva Pamplona, primera diócesis católica que se instauró en la región nororiental de Colombia.
El hombre se dirigía a una mujer, su labia me atrajo y ya éramos dos sus oyentes. Me había acercado en el momento en el que él decía que en torno a 16 iglesias que están en el centro histórico de ese municipio —unas 15 cuadras—, se consume durante la Semana Santa, una buena dosis del turismo religioso o ‘turismo santo’, como dicen.
‘Suena como un experto manejador de la palabra’, me digo para mis adentros.
Ojeo en su escarapela: se llama Eduardo Hernandez Afanador. Nos presentamos y con solo escucharlo deduzco que se trata de un guía turístico. Su hablar es fluido y su tono resulta convincente.
Habrá de contar —no lo dudo— la carreta que él domina, “carreta”, que, como expresión coloquial, define el compartir oral de una historia larga, con matices de exageración y hasta toques de ficción, contada de forma amena por un palabrero.
—¿16 iglesias en un área de cuántos metros cuadrados? —le pregunto.
«Digamos que es algo así como el Centro Histórico de Bogotá. En Pamplona, todo está alrededor de la Plaza Principal de la ciudad. Acuérdese de algo: los españoles fundaron toda Colombia con un hijuemadre mapa debajo del brazo. Usted no se pierde en ninguna ciudad de Colombia con solo conocer alguna».
—¿Por qué?
«Porque la arquitectura española es un ‘cuatro–ocho’: cuatro casas por manzana, ocho cuadras a la derecha, ocho cuadras hacia abajo y la plaza. Y dentro de la plaza, la iglesia, el edificio militar, el edificio administrativo, la cárcel y la casa de los fundadores. Fácilmente, se llega a todos lados».
—A Pamplona la conozco de entrada por la mañana y salida por la noche… Acérqueme al Centro Histórico de la Pamplona de hoy…
«El Centro Histórico de Pamplona está en inmediaciones de la Plaza Principal. Son 16 iglesias con particularidades dentro de casi todas ellas: en la puerta de cada una está tallado lo que hay dentro del templo».
A Pamplona la llaman también ‘Ciudad de los mil títulos’ —leo en un folleto del hotel Cariongo que me entrega Hernández Afanador—, debido a las distintas denominaciones que exaltan la belleza “de una ciudad tradicional, culta y llena de arte”.
—¿Y qué hay dentro de los templos?
«En el santuario de nuestra señora del Carmelo vamos a encontrar, en su puerta, el escapulario que la Virgen lleva en la mano izquierda, que en la derecha carga al niño Jesús».
Comienza a avanzar la narración de Eduardo Hernandez Afanador, como si él estuviera frente a un nutrido grupo de turistas en Pamplona… Pero solo está ante dos escuchas.
«En el santuario del Señor del Humilladero, el altar mayor proyecta el misterio del Gólgota. En la puerta encontraremos la corona de espinas, el gallo que cantó después de la negada de Pedro, la esponja, la espada… Todo lo que tiene que ver con la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo».
Preciso, entonces: ‘Humilladero’, término proveniente del verbo humillar, una tradición en la práctica religiosa que conjuga la acción de humillarse ante Dios o ante una imagen sagrada como signo de humildad y arrepentimiento. Durante la conquista española, ‘Humilladero’ era un lugar devoto, con una cruz o una imagen, que los invasores levantaban a la entrada o la salida de los pueblos y donde los fieles se detenían —humildad ante lo sagrado— para rezar, hacer penitencia o expresar contrición por sus faltas.
La esponja tallada recrea una evocación para una reliquia invaluable, por cuanto con ella untaron de vinagre los labios de Jesús crucificado y en medio de su agonía.
La espada es vestigio de una simbología que evoca múltiples capas de significado relacionadas con la historia bíblica y la espiritualidad cristiana.
Tras tales definiciones, sigamos, pues, con el cuento que cuenta Eduardo Hernandez Afanador y que habrá de seguir teniendo interrupciones por mis ‘intromisiones’…
—¿Son como museos?
«Pudiéramos decir que sí: Museos, porque cada iglesia tiene su serie de imágenes representativas. Precisamente, una de las más antiguas tiene 460 años de historia y hace parte del misterio de la aparición de la imagen de nuestro señor del ‘Humilladero’, 8 o 10 días después de la fundación de la ciudad. Sus piezas fueron llevadas por cuatro personas en un cajón muy grande. No había dónde colocar el Cristo, lo único construido era una choza como capilla del oratorio. Dejaron afuera el cajón y entraron al lugar, donde permanecerían encerrados durante ocho días. Cuando salieron se encontrarían con que el Cristo ya estaba armado. Estamos hablando de un periodo comprendido entre 1549 y 1555. Lo asombroso es que la talla, para ser de aquella época, es demasiado perfecta. Se le notan al Cristo los dientes, la lengua y el paladar. Estamos hablando de 1550. Una impresora, ahorita la hace en un santiamén. Para la imagen de este Cristo se usaron un cincel y un martillo, es madera. No se le nota coyuntura y encierra otro gran misterio: el Cristo cambia de color dependiendo el clima o las situaciones que están pasando en el pueblo».
—¿Y si la situación es grave?
«Se pone morado».
—¿Y si la situación es alegre, festiva?
«Hay un término que se da para eso, es ‘Cristo vivo’, que tiene abiertos los ojos, mirando hacia arriba y está como si acabaran de crucificarlo. Pero también hay un ‘Cristo muerto’, el que tiene la cabeza agachada hacia la derecha, porque está mirando a Dimas…».
—El ladrón bueno…
«No, arrepentido porque no hay ladrones buenos…».
—Se volvió bueno…
«Hay que pensarlo».
El relato de Eduardo no para … Y él sostiene que hace parte de una serie de narrativas creadas sobre el interior de Pamplona y esas 16 iglesias. Sigo escuchándolo y planteando inquietudes.
—¿La gente le cree? ¿Convence usted a la gente?
«Claro que sí: usted me está escuchando, la señora que está a su lado también… Sí, la gente me cree».
Y prosigue:
«Tengo otro producto más interesante, se llama ‘Ciudad mística’, que es la oferta del ‘turismo oscuro’».
‘Turismo oscuro’, traducción de ‘Dark tourism’, términos con los cuales se definen las practicas turísticas relacionadas con lugares de muertes y catástrofes reales o ficticias. Y que tiene sus límites.
Ese ‘turismo oscuro’ en Pamplona tiene por epicentro el Cementerio Arquidiocesano, el cual oficialmente está incluido en una ruta turística ‘de cuentería cultural’ —“escuchamos la voz de otros tiempos”, se promocionó en alguna ocasión— y, con apoyo del ministerio de Cultura y el Programa Nacional de Concertación Cultural, extiende invitación permanente a visitarlo a fin de que haya participación foránea en el homenaje “a los difuntos representativos en la historia de Pamplona”.
«Ofrecemos la interpretación del cementerio según lo que quieran los clientes», dice el guía: «Si quieren que los asuste, les cuento la historia de terror que hay dentro del cementerio. Pero si lo que quieren es que yo les dé una explicación del sentido ético y estético de la muerte, les explico por qué se llora cuando muere alguien…».
Lo dice con convicción. Y agrega: «Se llora, pues, por puro y físico egoísmo. El que murió se va directo a la energía suprema y quienes se quedan lloran solo porque “no voy a ver a mi mamá, no voy a volver a hablarle”. Tenemos es que alegrarnos, pues el difunto se fue a un mundo mejor, no hay duda».
—Durante la Semana Santa, ¿cómo es Pamplona?
«No le cabe un tinto… Se concentra muchísima gente… Son días de mucho fervor, somos muy creyentes, somos muy de la religión».
Para esta época, la temperatura en Pamplona puede llegar a ser de 13 grados centígrados, un poquito más o un poquito menos. Para los entendidos en esta materia, sobre los 37 grados centígrados de temperatura del cuerpo humano, 13 grados centígrados representan frío…
—¿Y cómo hacen los foráneos con el frío?
«Si hay muchísima gente, todos terminamos abrigaditos, en medio de una abundancia de calor humano y de fervor cristiano. Entonces, todos los días, a diferencia de otras semanas santa, asistimos a procesiones por la noche, menos el Jueves Santo cuando se pasea la imagen del patrón de la ciudad, emulando las 3:00 de la tarde del viernes, la hora de crucifixión de Nuestro Señor. Jueves Santo, en horas de la tarde, sea el año que sea —en pasado lejano o reciente—, hace muchísimo sol, una inexplicable curiosidad, una imagen ya tradicional».
—Eduardo, ¿No está usted exagerando?
«No… Yo solo exagero cuando usted me pregunta cuánto falta para terminar mi exposición y yo le digo “cinco minutos”, pero en realidad faltan como cuatro horas».
—¿Alguna otra narrativa?
«La del hotel Cariongo. Y comencemos por su nombre».
—¿Cariongo?
Me dedicaría a investigar, para poder precisar —gracias a IA, al igual que para detalles anteriores— que ‘Cariongo’ fue un cacique del territorio indígena en el valle donde se asienta Pamplona, que bien pudo pertenecer a uno de estos tres grupos aborígenes: Guanes, Chitareros o Laches. Precisaría también que hasta 1958 había sido una edificación sede del Seminario Conciliar —«un convento franciscano»— que, en ruinas, fue entregado ese año a la administración de Norte de Santander con el propósito de que se construyera allí una gigantesca obra arquitectónica, la cual, con el pasar del tiempo, había de ser parte integral de la historia y el patrimonio pamploneses y el desarrollo de la región, al brindar hospitalidad a gente de Colombia y el mundo y ser un símbolo de la identidad local para residentes y visitantes por igual.
«La administración de norte de Santander demolió el convento e intuitivamente creó una institución pensando que eso es turismo», continúa Hernández Afanador. «Había un señor de nombre Augusto Ramírez Villamizar que decía “tenemos el mejor hotel, pero no tenemos nada qué hacer”. Y como no había qué hacer, la nueva construcción se volvió por un tiempo zona de espantos. Todavía hoy asustan. Allí, uno ve cosas, ve niños, escucha sus rumores, ve sombras…».
—¿Eso va en serio?
«Certeza total. Y tal es así, que para el turismo el hotel empezó a manejarse como atractivo para que fuera visitado por personas que llegan dispuestas a que las asusten. Eso hace parte de la historia del hotel Carriongo…».
—¿Y de verdad asustan?
«Yo puedo decirle que sí. Y es más: puedo empezar a manejarle la mente. Se sabe que el susto es psicológico. Si usted va a un cementerio en Bogotá le van a decir que “aquel mueve los ojos” y usted verá que sí, esos ojos se mueven. ¿Sí? Y eso es lo que nosotros tratamos de hacer: una experiencia única para que ustedes entiendan que todo es parte del espectáculo».
—Pero… ¿eso atrae turistas? Esas leyendas, que no son historia, atraen turistas?
«Le pongo un ejemplo: Hicimos una experiencia en el cementerio de Pamplona. Contábamos la historia, explicábamos lo que había en el cementerio de Pamplona: tenemos tres santos populares, tenemos un ex presidente, tenemos un exgobernador, 60.000 muertos, ¿sí? Y consultamos a la Iglesia católica y la Iglesia católica nos dice: “¡Háganle!, pero no se pongan a hablar de brujerías ni nada eso”. Convocamos 25 personas, pero nos llegaron 250. ¿Convoca?».
—Los 25 se multiplicaron por 10…
«Ese día yo quedé sin voz. Y yo estuve seguro, de principio a fin, que todos me escuchaban, porque yo gritaba. “¿Me escucharon?”, preguntaba yo… “No”, me decían, pero mentían, si escuchaban.
—Intromisión final: ¿Es usted el alma de este estand? ¿Fundamental aquí?
«Trato de serlo».
Créditos a IA (Inteligencia Artificial) – https://www.ostelea.com/ – https://www.flickr.com/photos – https://www.google.com/s – http://servicios.unipamplona.edu.co/