Un paseo por la Soledad actual y la Soledad evocadora que inspira nostalgia y reflexión, hace —cámara en mano— el pintor, poeta y cronista Fernando Castañeda García. Crónica, parte I.
El paso de nombres de calles, esquinas,
callejones y caminos a la nomenclatura
Por Fernando Castañeda García
En el nacimiento y crecimiento urbano de nuestros municipios, las calles y callejones —hoy carreras— fueron bautizados con nombres de próceres de la independencia o de personajes locales cuyas identidades servían de referentes; por la topografía, por un árbol o una tienda, y en fin.
Esa toponimia de calles y carreras fue cambiando por las actuales nomenclaturas, que han enterrado en el olvido y silenciado en el tiempo la sonoridad de sus nombres y, peor aún, atentan contra la memoria de los municipios.
A finales del pasado mes de marzo recibí invitación para asistir a un conversatorio acerca de la toponimia de algunas calles del municipio de Soledad, pero no pude asistir porque tenía un compromiso, ese mismo día y a la misma hora, en otro sitio, donde dicté una charla sobre la vida y obra del poeta soledeño Gabriel Escorcia Gravini.
Mis disculpas públicas para los amigos de la fundación Arajo que me participó de su evento. Para esos días conversé, telefónicamente, con mi amigo y colega José Orellano y este me comentó del evento, pero le manifesté lo de mi charla sobre Escorcia Gravini. Como buen soledeño, Jose aportó su grano de arena a dicho conversatorio, virtualmente, desde elmuellecaribe.co, con un video corto donde hizo memoria de su niñez y de conversaciones sostenidas con algunas personas mayores, referentes a este tema, para un libro que nunca escribió.
Después, en una de nuestras últimas conversaciones, acordé con José Orellano escribir algún apunte o apuntes sobre nuestro municipio natal, sus callesy callejones, sus esquinas, sus barrios, sus personajes y sobre algunos datos extraviados entre los vericuetos de la memoria reciente de Soledad.
Calle San Antonio
Desde que tengo uso de razón, siempre conocí la actual calle 15 como ‘calle 15’. Hasta hace apenas unos dos o tres años atrás, desconocía que también tuvo un nombre: ‘San Antonio’, y hemos de suponer que así la llamaron en honor al santo patrono y porque en ella se levanta la iglesia San Antonio de Padua.
En la década de los años treinta —siglo XX—, el municipio de Soledad era considerado por las autoridades departamentales y de policía como “un foco de infección comunista”, según lo registró el diario La Prensa, de Barranquilla, en una noticia relacionada con el hallazgo de material explosivo en una residencia ubicada en esa calle. En tal noticia encontramos tres nombres, el de la calle 15 y los de las carreras 25 y 25A.
Leyendo hoy el mencionado artículo de La Prensa del día 6 de abril de 1929, nos llevamos la sorpresa relacionada con la historia de principios del siglo pasado y la toponimia de tres vías públicas de Soledad. Allí encontramos que la actual calle 15 se llamaba ‘San Antonio‘, que la carrera 25 era conocida con el nombre de ‘Boyacá‘ y que la 25A se llamaba ‘La Cruz‘. Sin embargo, tanto la calle como las carreras mencionadas perdieron sus denominaciones originales que fueron reemplazadas por números y, después por otros nombres.
Hoy, por ejemplo, a la calle 15 le decimos “la calle de la iglesia” como referente; mientras que la identificación original de la carrera 25, ‘Boyacá‘, se apegó durante algún lapso a la nomenclatura y esta, a su vez, dio paso, por uso y costumbre, a otro nombre: ‘La Ceiba’, en honor a un árbol de ese género sembrado en la esquina con calle 18 —antigua ‘La carretera’— y que era otro referente para pedir la parada del bus: “Déjeme en la Ceiba”.
Lo mismo sucedió con la carrera ‘La Cruz‘, la 25A, que cambió su designación, ocultando nomenclatura oficial, por el de ‘La Turca’, debido al nombre de unos billares que, inicialmente, montó Abelito Vargas Martínez y que después cambió a panadería.
De La Pobreza
La calle ‘De la pobreza’ era el nombre de la hoy establecida como calle 17. Otro nombre originario que la nomenclatura le arrebató a la memoria del municipio, pero en páginas de la historia soledeña queda el famoso acontecimiento del día en que, en tal tramo, mataron a ‘El judío’, allá por 1877-1878.
En esa época, la ‘calle de la Pobreza’ era la vía o camino real para quienes viajaban de Soledad hacia los pueblos del sur del Atlántico.
Sucedió que un día de aquellos años, según cuenta el poeta autor de la letra del himno de ‘La tierra de la butifarra‘ José Miguel Orozco, el día de la celebración de las fiestas patronales del pueblo, en la esquina de la ‘calle de La Pobreza’ con la carrera 13 de junio, un jinete, elegantemente vestido y montado en su caballo, pretendió atravesar la calle justo en el momento en que iba pasando la procesión de San Antonio y al ser detenido por un espectador que le agarró las riendas al caballo y le dijo al jinete que no fuera imprudente y esperara que pasara la procesión, este sacó el revólver, le disparó a quemarropa a su contradictor y siguió adelante …
El suceso, relatado en el documento titulado ‘Recuerdos lejanos del terruño’, fechado en junio de 1965 e impreso en la extinta Tipografía Bolivia, continúa diciendo que varias personas que, desde la acera de enfrente, vieron la acción, atacaron al victimario, quien se bajó del caballo y corrió a esconderse detrás de las puertas de la tienda de doña Joaquina Luque (‘Niña Joaquinita’), en frente de donde estuvo el también desaparecido teatro Colón, de Luis Ramón Arraut. De allí lo sacó la policía y lo condujo a una cárcel que estaba al lado del Teatro Olimpia, en la casa donde funcionaron la escuela Josefa Donado y la Biblioteca Melchor Caro; allí, a usanza de la época —cuenta el poeta José Miguel Orozco—, le metieron los pies en el cepo y le tomaron su filiación.
Fue entonces cuando se supo que el jinete era de religión hebrea y de apellidos López Penha, lo que terminó agravando más la situación por el asunto religioso. El rumor de que el jinete era judío enardeció más los ánimos. Esa noche, a alguien se le ocurrió decir que el herido había muerto, entonces unos amigos de este, animados por el efecto del alcohol, se armaron de machetes y ahí comenzó la de troya. Los amigos del herido, sin confirmar la noticia del fallecimiento, se dirigieron a la cárcel, derribaron la puerta, decapitaron al infortunado hombre y mutilaron todos sus miembros. Aquello fue una carnicería hasta el punto de que, para recogerlo de allí, ha contado la tradición oral, hubo necesidad de llevar un talego.
‘La carretera’ o Calle Santander
En nuestros días la conocemos como ‘la calle 18‘, que empalma con la calle 17 de Barranquilla. Antiguamente se le conocía como ‘La carretera’ —vía vehicular en asfalto—, pero se llamaba ‘Calle Santander’. A los mayores de sesenta años nos retrotrae tiempos en que cada carrera o callejón tenía una esquina que servía como punto de referencia para ubicar alguna dirección cercana o pedir la parada del bus. Esos callejones —así les llamábamos a las actuales carreras— también se identificaban por un nombre propio o el tomado de una tienda, un billar u otros negocios que existieron en aquellos tiempos asentados en sus aceras.
Continuando en orden descendente sobre la historia de la actual calle 18 y sus carreras adyacentes, sobre la carrera 24 existieron dos lugares emblemáticos del pueblo por las actividades que allí se realizaban. De norte a sur, a mano derecha, estaba ‘El Trupillo’, que era una construcción en madera, un amplio salón, donde funcionaba un billar, excepto los cuatro días de Carnaval. Se llamaba así, porque en medio del entablado se levantaba un palo de trupillo, árbol leguminoso que nace y crece en tierra semiárida y árida.
Frente a éste quedaba la famosa ‘Gallera La Reforma’ que, además, era una cantina. Luego, allí, hasta pocos meses antes de escribir esta nota, funcionó una sucursal del Banco de Colombia, hoy un D1. En esa esquina, a principios de la década de los años sesenta, atracaron a ‘Carlos el loco’, quien armaba gigantescas ruedas de billetes minuciosamente entrelazados, con los que recogía limpiando los vidrios de buses y carros particulares, bajo su peculiar forma de pedir una moneda: “Dame cinco y soy tu marío”.
Desde entonces, en el pueblo de ha comentado que, con el fruto del robo, el ladrón —a quien todos conocían, pero nadie ‘sabía’— montó una tienda.
Entre ‘Cuatro vientos’, ‘Tumba techo’ y más…
El finado decimero Gabriel Segura Miranda contaba que su familia era de estirpe campesina y que sus padres vivían en una isla del Río Magdalena y que cuando su madre lo iba a traer a este mundo su padre la trasladó a Soledad, a la calle Santander entre Cuatro Vientos y Tumba Techo… Allí nació el maestro Gabriel Segura, el 18 de marzo de 1937.
Sin embargo, la nomenclatura, que después les designó los números de carreras 22 y 23, respectivamente, no funcionó porque a la primera de esas dos carreras (‘Cuatro vientos‘) la recuerdo, allá por los años sesenta, como ‘El callejón de los ‘monitos’’ nombre extendido de ‘La esquina de ‘Los monitos’’, que, en tiempos anteriores, era una tienda bien surtida propiedad de los mellos Alberto y María Visbal, ‘Los monitos’, rubios de ojos azules, y que se fue a pique porque él lo perdió todo en el juego de cartas…
Después quedó como un ventorrillo de ‘caramelos’, unos cromos con las partes del cuerpo humano y de zoología y todo tipo de nuevas cartillas para coleccionar esos cromos, o ‘caramelos’ como le llamábamos acá en el Caribe colombiano. Como es de suponer, a la tienda se le llamaba ‘Los momitos’ por las características físicas de sus dueños.
Frente a ella, en la acera oriental, la tienda de la señora Graciela Donado, hermana del señor Hernando Donado, propietario de ‘La Imprenta Carteles‘, esa casona de techo alto que aún continúa en pie con algunas modificaciones a su fachada al haber sido convertida en locales comerciales. A esa carrera 22 también se le llamaba en ocasiones ‘El callejón de la imprenta’.
La casa se encuentra frente a la tienda Olímpica o, en antaño, ‘Esquina o tienda de ‘Los monitos’. Esta carrera se ha resistido, por la fuerza de la costumbre, a convertirse en un simple número y su toponimia va desde ‘Cuatro Vientos’ hasta ‘La Esquina de los Monitos’, luego montaron una panadería y fiel a la resistencia de ser un número más, ‘La Imprenta’, quedó ahí para ratificar su existencia. Hoy, esa esquina, sigue siendo referente para los soledeños raizales, que todavía la recordamos por sus antiguos nombres, aunque las nuevas generaciones la referencien con otro apelativo cuando pidan la parada diciendo “en Olímpica, por favor”.
Continuará