María Angélica Aparicio escribe —y con excelencia— sobre lo humano y lo divino… Para esta ocasión, puentes del mundo, para llevarnos desde uno “de miedo” hasta el de ‘Los suspiros’.
Puentes: Una historia
Por María Angélica Aparicio P.
Recuerdo que el puente colgante se tambaleaba. No era un movimiento brusco, pero se movía muy fuerte. Daba la sensación de que cualquiera podía caerse y llegar a ese río angosto, de agua cristalina, con caudal suficiente para recibirnos como un colchón. No era fácil atravesarlo. Cada pisada nuestra hacía que el puente actuara como un péndulo. El ruido que producía el deslizamiento del agua bajo nuestros pies, producía, además, una impresión de muerte.
El puente se había levantado con varios tallos de guadua. Unas cuerdas gruesas ensartadas en argollas de hierro, hacían el papel de barandas. Era un puente inestable, miedoso, que producía ‘culebras mentales’ mientras se cruzaba. Se trataba de una obra rudimentaria, cuya estética, más pobre que lujosa, encajaba de maravilla con la rica vegetación que lo rodeaba.
Nos paramos como unos ‘chorlitos’ en el otro extremo del puente cuando ya fuimos capaces de superarlo. Al rato llegaron un par de campesinos, que se detuvieron al vernos. Lucían sombreros de fique y ropa liviana de tonos claros. De sus hombros colgaban mochilas descoloridas y las herramientas de trabajo. Nos gritaron al unísono, saludándonos con cortesía. Sin turbarse un céntimo, y como ratones perseguidos por un gato, el par de campesinos cruzaron el puente a gran velocidad. ¡Chima! ¡Cómo habíamos sufrido nosotros!
El hombre ha sido ingenioso, muy creativo, para levantar este tipo de obra, conociendo, de antemano, los riesgos mortales que pueden producirse: un deslizamiento de tierra, la caída de un trabajador, o cualquier otro accidente que eche por la borda el esfuerzo de todo un equipo técnico. Gracias a la audacia y a la persistencia, el ciudadano del planeta sigue traspasando, con pasión y ego, los ríos, las quebradas caudalosas, los lagos naturales, las zonas montañosas y las calles pavimentadas de las urbes.
En materia de puentes se han hecho maravillas alrededor del mundo, con distintos tipos de materiales: desde la madera hasta el vidrio. Los primeros se hicieron con un simple tronco, grueso y resistente, puesto en la superficie de las quebradas. Las piedras planas, colocadas en hilera, resultaron igual de eficientes. Los romanos construyeron puentes con el fin de acortar distancias, pues los hombres de las caravanas debían caminar kilómetros para llegar a las ciudades, así que, un puente en un sitio clave, ayudaba a los cargueros con las mercancías que llevaban en sus hombros.
Pensé en los puentes como una valiosa obra de ingeniería. Me situé en el municipio de Honda —departamento del Tolima— donde había contado dieciséis puentes de distintos estilos y tamaños. Sin embargo, el número era irrisorio: habían más de treinta. El puente Navarro de Honda engrandeció, con su restauración, una bonita zona del lugar. Toda la estructura de hierro y acero se pintó de amarillo, dando resplandor a sus elementos. Caminar de punta a punta resultó un placer porque, entre otras, permitía apreciar las indescriptibles riberas del Magdalena, un paisaje natural que enorgullece.
En Japón, el increíble puente construido sobre el lago de Nakauni llamado Eshima Ohashi, tiene la curiosa forma de una montaña rusa. Debajo de su terrible elevación —de 44 metros— pasan enormes barcos cargueros. Al mirarlo de frente da la sensación del más horrible de los vértigos. Un japonés puede sentir ratones, burbujeando en su estómago, cuando observa cómo suben y bajan los carros por dos carriles de cinco metros cada uno. Hasta los mismos conductores han descrito que, al recorrerlo, se viven auténticas pesadillas.
El puente más largo del mundo, de 526 metros de longitud, se ha vuelto un centro de paseo para los chinos. Situado en la provincia de Guangdong —sur de China— tiene una altura de 200 metros. Su gran innovación reside en las tres capas de vidrio templado que forman el piso y en las barandas de acero inoxidable que sirven de apoyo. Cuando los rayos del sol caen sobre el espesor del vidrio, se produce una percepción de brillo extraordinaria. Los chinos lo conocen como el puente de Cristal, una vía inimaginable de la ingeniería moderna.
Unir la isla de Yeongjong con el aeropuerto internacional de Incheon, tercera ciudad más grande de Corea del Sur, se volvió una obsesión. Era una tarea a ejecutar, un eje importante para acortar trayectos y ganar tiempo, razones por las cuales se construyó el fantástico puente de Incheon, inaugurado en 2009. El gran reto era levantarlo en una zona propensa a terremotos —como es esta—, y que una vez sucedieran, el puente permaneciera intacto, sin grietas profundas, sin leves fisuras. Hoy ocupa el puesto catorce entre los puentes más largos del mundo.
En las ciudades ancladas en el mar, como Venecia y Ámsterdam, los puentes peatonales son los brazos embellecedores del urbanismo, que logran, además, mejorar el mobiliario externo y ayudar al tránsito del peatón. El puente de Los Suspiros de Venecia, de estilo barroco, cautiva los ojos de los turistas cuando visitan la ciudad. Fue construido en piedra, encima de un río de aguas oscuras que se llama Di Palazzo. Como otro brazo más, su función ha sido unir el palacio Ducal con la prisión de la Inquisición, hoy una bonita ruta turística. Para los prisioneros de antaño, se volvió un camino peatonal obligatorio, de once metros de largo, que debían salvar para llegar o dejar sus celdas, antes o después de ser juzgados.