Un poema adjudicado a una dama-alemana —con la precisión de que «es tan hermoso que deja sin palabras»—, más tres caricaturas, nos envía el amigo Ignacio Consuegra. Gustosos, hacemos eco.
POEMA
(«Este poema es tan hermoso que deja sin palabras»)
¡Y tuve que aceptar!
Escrito por una pensadora y parlamentaria alemana
Especial colaboración del arquitecto barranquillero Ignacio Consuegra, amigo del director de El Muelle Caribe. Gracias, ‘Nacho’, por tan estupendo envío.
Y TUVE QUE ACEPTAR…
que no sé nada
del tiempo…
que es un misterio
para mi
y que no comprendo.
Yo tuve que aceptar,
que mi cuerpo
no sería inmortal
que él envejecería
y un día se acabaría.
Que estamos hechos
de recuerdos y olvidos;
deseos, memorias, residuos, ruidos,
susurros, silencios,
días y noches,
pequeñas historias
y sutiles detalles.
Tuve que aceptar que,
todo es pasajero
transitorio.
Y tuve que aceptar,
que vine al mundo
para hacer algo por él,
para tratar de dar
lo mejor de mí,
para dejar
rastros positivos
de mis pasos
antes de partir.
Yo tuve que aceptar,
que mis padres
no durarían siempre
y que mis hijos,
poco a poco,
escogerían su camino y
seguirían ese camino
sin mí.
Yo tuve que aceptar,
que ellos
no eran míos,
como suponía, y que
la libertad de ir y venir
es también
un derecho suyo.
Yo tuve que aceptar,
que todos mis bienes
me fueron
confiados en préstamo,
que no me pertenecían
y que eran tan fugaces
como fugaz era
mi propia existencia
en la tierra.
Yo tuve que aceptar que,
los bienes quedarían
para uso de
otras personas
cuando yo,
ya no esté por aquí.
Yo tuve que aceptar,
que barrer mi acera
todos los días
no me daba garantía
de que era
propiedad mía
y que barrerla
con tanta constancia
sólo era una
fútil ilusión
de poseerla.
Yo tuve que aceptar,
que lo que llamaba
“mi casa” era sólo
un techo temporal
que, un día más,
un día menos,
sería el abrigo terrenal
de otra familia.
Y tuve que aceptar que,
mi apego a las cosas,
sólo haría más penosa
mi despedida
y mi partida.
Yo tuve que aceptar,
que los animales
que quiero y
los árboles que planté,
mis flores y mis aves
eran mortales.
Ellos,
no me pertenecían
fue difícil pero
tuve que aceptarlo.
Yo tuve que aceptar,
mis fragilidades,
mis limitaciones y
mi condición
de ser mortal,
de ser efímero.
Yo tuve que aceptar,
que la vida
continuaría sin mí
y que
al cabo de un tiempo
me olvidarían.
Humildemente confieso,
que tuve que librar
muchas batallas
para aceptarlo.
Y tuve que aceptar que,
no sé nada del tiempo
que es
un misterio para mí.
Que no comprendo,
la eternidad y que
nada sabemos
sobre ella.
Tantas
¡palabras escritas,
tanta necesidad de
explicar,
entender y
comprender este
mundo y la vida
que en él vivimos!,
pero
me rendí y
acepté lo que tenía
que aceptar
y así dejé de sufrir.
Deseché,
mi orgullo y
mi prepotencia
y admití que
la naturaleza
trata a todos
de la misma manera,
sin favoritismos.
Yo tuve que
desarmarme
y abrir mis brazos
para reconocer
la vida como es.
Reconocer que,
todo es transitorio
y que funciona
mientras estemos
aquí en la tierra.
¡Eso me hizo
reflexionar
y aceptar,
y así alcanzar
la paz tan soñada!
«Que esta reflexión llegue a lo más profundo de nuestros corazones, y que se transforme en caridad y fraternidad, que te llene de amor y seas un ser con luz propia, pero sin olvidar a tus seres queridos… Un gran abrazo sincero, desde mi corazón, para el tuyo…» (I. C.).