¡Huele a Nochebuena!

¡Huele a Nochebuena!

La Navidad 2024 ha llegado sin pedir permiso. Desde octubre, Bogotá y muchas ciudades colombianas están en modo navideño, pero la autenticidad aflorará el 7 de diciembre, con las velitas.

Imagen de portada: Una vista del árbol de Navidad que ha instalado el centro comercial Santafé en sus interiores, complementada con motivos alusivos a la época: Papá Noel y un pendón navideño.

«¡Ya es Navidad!»

La dinámica comercial la ha adelantado en casi dos meses

Por Evo Matrix

La niña mira con intensa alegría el gigantesco árbol de Navidad que desde mediados de octubre se eleva en las afueras del Centro Comercial Santafé, en la calle 185 No. 45 – 03, costado occidental de la Autopista Norte-Bogotá, y pregunta: “¿En Halloween, ya es Navidad?”.

—Así parece —le responde un transeúnte—: ¡Ya es Navidad, sí! Desde mediados de este octubre que finaliza hoy, estamos en Navidad, mi niña. Claro, sin mandato presidencial, como ocurre en la Venezuela de Maduro.

La niña no entendió del todo y el transeúnte siguió su camino, como cavilando. Antes de perderse entre la multitud, masculló: “¡Ya nos la metieron… ya nos metieron la Navidad!”.

Y es que, en los últimos años, pero especialmente en este 2024, la temporada navideña se nos ha venido tempranera —sin pedir permiso—, se ha adelantado en algo más dos meses en el calendario, gracias a la dinámica del comercio.

Y así, mucho antes de que se colgaran los disfraces de Halloween y se fueran desinflando las calabazas, el espectáculo navideño había estallado como fuegos artificiales en pleno décimo mes del año, faltando aun dos meses para su fecha exacta.

Versión moderna de Papá Noel o Santa Claus, de acuerdo con Inteligencia Artificial. Todo es posible.

Hoy —a pesar del ambiente gris— resplandecen por doquier los tradicionales colores de navidad: rojo y verde y, por supuesto, una variedad cromática que convierte la Navidad en una especie de arcoíris. Pero resplandece más aún el mercadeo: en oferta hay todo lo que se consume en la temporada.

En Bogotá, donde cada temporada tiene su peculiaridad, esta Navidad temprana llegó con un clima digno de una película de suspenso.  Cada día se despierta como un thriller de tres capítulos: la madrugada, mojada y fría, que se mantiene hasta bien entrada la mañana; después, un sol tan encendido que convierte el centro de la ciudad casi en un asador, y, por la tarde, ¡zas!, tormentas y granizadas como si el cielo se desahogara de todos sus resentimientos…

Los estacionamientos subterráneos se vuelven piscinas improvisadas y las vías son como rugientes ríos urbanos, todo un caos en medio del cual los conductores bogotanos van sorteando charcos y muchos de ellos —como ocurrió este 6 de noviembre— quedan navegando en la corriente pluvial o se estancan en la extensa laguna surgida por el represamiento de las aguas debido a fallas en el sistema de alcantarillado o drenaje. O a la inconsciencia ciudadana que no tiene reparos en lanzar la basura, incluso en gigantescas bolsas de plástico, al paso de los arroyos.

La movilidad bogotana, ya frágil de por sí, colapsa bajo la presión de tanta agua, la confusión y esa especie de vorágine caída del cielo. Y en el sexto día del décimo primer mes de año, se vivieron escenas como sacadas de lo que quedó tras el fenómeno meteorológico Dana que arrasó con gran parte de Valencia, España.

Otra uilustración de IA: los niños, la mañana del 25 de diciembre, y lo que les puso el ‘Niño Dios’.

Y Petro se empecina en retar la autonomía regional de Bogotá y, recurriendo a instancias judiciales, busca ponerle trabas a la extensión de la Avenida Boyacá, gracias a la cual ha de mejorar ostensiblemente la movilidad de Bogotá atrapada en un tráfico infernal.

Sin embargo, a pesar de estas tempestades —que también se están dando en el Caribe y otras regiones colombianas—, la Navidad se instala con fuerza no solo en el Distrito Capital sino, por extensión, en todo el territorio nacional. Los centros comerciales se han esmerado en darle la bienvenida a Papá Noel o a Santa Claus, con sus árboles gigantescos y las luces que parecen competir con los relámpagos. Antes el rojo y el verde dominaban, pero ahora, todo vale: bolas de Navidad y luces rosadas, violetas, doradas, azules, turquíes, ocres y hasta en los mismísimos grises y castaño oscuro. Es como si la Navidad también quisiera vestirse de modernidad y un poco de excentricidad.

Y claro, la fiebre navideña no solo contagia a los grandes centros comerciales. Los apartamentos y casas se van sumando a la ola. Ya es común ver ventanas llenas de luces parpadeantes, adornos en balcones y hasta renos luminosos en los jardines. Es como si una oleada de entusiasmo navideño contagiara cada rincón de las ciudades, de norte a sur, de este a oeste, y —en medio de las adversidades— hasta el más pequeño rincón de Bogotá o de Barranquilla, de Pasto o de Riohacha se pinta con algo alusivo a la Navidad.

Pero seamos honestos: aunque la Navidad se respire por cada esquina, quienes conocen y viven alma adentro la tradición saben que la Navidad verdadera, la de verdá-verdá —esa que calienta el alma, la genuina— no empieza sino el 7 de diciembre. Esa es la fecha en la que cada rincón del país enciende velitas en honor a la Inmaculada Concepción. Es la ‘Noche de Velitas’, un ritual de luces y deseos, un ritual de siempre en el que las familias se reúnen, celebran y dan la bienvenida al espíritu navideño. Es allí, con las velas encendidas, donde el aire se carga de ese aroma inconfundible de la Navidad, que ninguna decoración de centro comercial puede imitar. Y los parques y las aceras y las plazas se llenan de velas encendidas, al aire libre o resguardadas en faroles.

San Victorino, concurrida zona comercial de Bogotá, un hervidero humano en época navideña. Para esta ocasión, reina el pesimismo entre los comerciantes asentados allí.

De ahí, la celebración empalma con las novenas al Niño Jesús, a partir del 16 de diciembre. Esa es la Navidad que nos han enseñado los abuelos, la que trae los nacimientos, las posadas, los aguinaldos, y las oraciones compartidas alrededor del pesebre. Es la época en la que el espíritu se siente más real, la temporada tradicional que anticipa la llegada del Niño y los regalos que trae. Y es que el 24 es la Nochebuena, la fiesta de las familias y de los niños, quienes despiertan el 25 con una ilusión contagiosa, deseosos de estrenar esos juguetes que Papá Noel, Santa Claus o el Niño Dios les dejaron junto al arbolito o al lado de la almohada.

Por supuesto, el calendario no se detiene ahí. Después de la Nochebuena, llega el 28 de diciembre, Día de los Santos Inocentes, cuando nadie está a salvo de las bromas. Desde el más joven hasta el abuelo se convierten en blanco de las tomaduras de pelo, del mamagallismo, de las risas, recordándonos que la Navidad también es tiempo de alegría y humor. Los ecos de la Navidad persisten hasta el fin de año, y el 31, entre canciones navideñas y abrazos, despedimos el año viejo que se va: es víspera de año nuevo y, entre pitos y matracas, risas y llantos, se le da la bienvenida al año nuevo que llega.

A la luz del día, el gigantesco árbol navideño en las afueras del CC Santafé.

Sin embargo, en nuestra tierra, la Navidad no acaba con el primer día del calendario que se estrena. Se viene el 6 de enero, con la celebración de Reyes, verdadero final de las festividades para algunos, cuando los pesebres y los árboles se desmontan y se guardan hasta el próximo año. Pero, en el caso de Barranquilla, ‘Puerta de Oro de Colombia’ o ‘Puerto de Oro’, ‘Curramba la bella’ o ‘La Arenosa’ en otrora, la cosa es diferente. Apenas termina la Navidad, la ciudad ya está en modo Carnaval, y la energía navideña se convierte en ese estallido de ingenio y creatividad, de colorido y espontaneidad, que solo los barranquilleros pueden expresar y entender.

Y así, mi vale, mi llave, mi hermano, mi cuadro, mi pana, nos encontramos en este ciclo eterno de celebraciones, que ahora empieza antes y termina después, como si el calendario se hubiera enamorado de la fiesta y no quisiera dejarla ir.

Tal vez sea cosa de estos tiempos modernos, donde todo parece acelerarse, donde las temporadas comerciales se mezclan y cada día es una excusa para celebrar algo nuevo, aunque, paradójicamente, todo parece diluirse en la prisa.

Aun así, por más temprano que inicien las luces y los villancicos, la Navidad de verdad, la de velitas, novenas y posadas, la de buñuelos y natilla, la de pasteles, tamales y hallacas, la de turrones y mucha uva, la de agüeros y mucha fe, la de anchetas y tarjetas, la de nostalgias y mucha esperanza, llegará con su propia magia, cuando el calendario, con exactitud, lo mande.

La niña ingresa al centro comercial de la mano de sus padres y se dispóne a gritar: “Triqui, Triqui Halloween, quiero dulces para mí”… Era Halloween, noche de brujas metida en ambiente de Navidad.

¡Salud! ¡Y que siga la fiesta!