Halloween: noche de brujas y fantasmas, celebración de misterios globales con toque caribeño. Evo Matrix explora esta fiesta entre cumbias y leyendas, donde lo sobrenatural y lo festivo se encuentran.
¡ES HALLOWEEN!
Penúltimo 31 del año: noche de
espíritu festivo, misterio y respeto
Por Evo Mátrix
Este jueves cae del calendario uno de los dos 31 que —de los siete que son— le restan a 2024.
Último día del décimo mes de año, que ha amanecido metido entre calabazas y fantasmas, disfraces e imaginería —representación de imágenes evocadas en la mente—, danzando al compás de millones de latidos no solo infantiles, sino de adolescentes y de gente más grande.
Desde hace días el ambiente huele a ‘misterio’ y pudiera imaginarme la noche de este penúltimo 31 del año como el escenario para una reunión de brujas y brujos, en la cual se supone que celebran rituales y practican magia, muchas veces al aire libre y bajo la luna: un aquelarre.
Pero mejor la recreo como una noche mágica y enigmática en casi todos los rincones del mundo, momento propicio para una velada que en muchas culturas se celebra con espíritu festivo, mientras que en otras resuena con un eco de misterio y algún respeto.
En gran parte de Occidente —Europa y América del Norte (Estados Unidos y Canadá), Australia y Nueva Zelanda, en Oceanía— esta fecha significa Halloween, una celebración en la cual predominan los disfraces, el “truco o trato” y los símbolos fantasmagóricos. Y ese concepto se ha traslado a casi todo el mundo.
En noche de 31 de octubre, niños y adultos salen a las calles vestidos como personajes de terror, héroes o figuras extravagantes. La idea es jugar con lo sobrenatural, las leyendas y los relatos de miedo. Además, es una noche de luces y sombras, pues las velas, calabazas y decoraciones tenebrosas crean un ambiente de suspenso y alegría a la vez.
Noche de Halloween —redundante, porque la locución Halloween incluye la idea de noche—, que literalmente traduce ‘Víspera de todos los santos’ si nos atenemos al hecho de que Halloween es una contracción de la expresión inglesa All Hallows’Eve: en inglés antiguo, hallow significa ‘santo’ o ‘sagrado’, y eve hace referencia a la víspera o noche anterior a un día festivo. De modo que Halloween es la noche previa al ‘Día de todos los Santos’, día que —desde siempre— se ha celebrado el 1 de noviembre, fecha que correspondería a los niños o muertos chiquitos y en la que se creía, tradicionalmente, que el mundo de los vivos y el de los muertos se acercaban.
Y por ahí va el asunto, porque el 2 de noviembre se celebra el Día de los Muertos, es decir, de todos los difuntos adultos y pequeños, y en México, por ejemplo, la noche de este día día se vuelve un instante de conexión con y de respeto por los difuntos, razón por la cual se levantan y decoran, profusamente, altares para recordar —y adorar— a quienes ya no están.
En síntesis, la noche del 31 de octubre es un festejo que funde o entreteje tradición, misterio y un toque de diversión: ¡Halloween!, por mucho que se haya querido pelear contra ella —“invasión extranjera a nuestra cultura pura”—, y llamar la noche del pénúltimo 31 del año como ‘Noche de los niños‘.
Situando esta nota hacia el pasado —algo lejano—, vale anotar que en los mediados del siglo XX, en el Caribe colombiano, después del Día de los Muertos, los niños comenzaban a recrear el ‘Mes de las ánimas’. Y las noches de noviembre se volvían de miedo y terror, porque se creía —mentes infantiles de aquellas épocas— que si no se dormía temprano las ánimas aparecerían para asustar a los infractores.
En este relato, con mucho de fantasía —digamos: de ‘ficción tangible‘—, imagino ahora ramalazos de brisa barranquillera mezclándose con un aire de misterio en la noche de Halloween.
Celebro el 31 de octubre —celebración importada, se reitera, que con el tiempo encontró su espacio en el Caribe colombiano—, la celebro, digo, como una excusa perfecta para disfrazarse y salir sin falsos pudores a la calle en tiempo que no es de Carnaval.
Como siempre, el sabor local se mete entre las calabazas y los fantasmas. Porque en esta región, veo a las brujas moviéndose al ritmo de un porro, o de una salsa, o de la una cumbia, e imagino a los duendes actuando con la atrevida picardía de los vendedores ambulantes.
Los niños, con sus caritas pintadas de calaveras o vestidos de superhéroes, recorren los barrios pidiendo dulces. “¡Triki, triki, Halloween, quiero dulces para mí!”, se escucha entre risas y la algarabía de los más pequeños.
Los vecinos, a veces vestidos de espantos y otras con la camiseta de Junior —en Barranquilla y su amplio entorno, claro—, les ofrecen a sus visitantes pequeños desde chocolates hasta galletas caseras. Pero, claro, aquí no se olvida la hospitalidad costeña y de vez en cuando algún adulto recibe un trago de Ron Blanco o de Ron Caña o de Old Parr o de aguardiente, mientras comenta: “Mi llave, mi pana, esto es para espantar espíritus y brujas”. Pero mucho ojo con el licor adulterado.
La noche de este jueves, las calles han de llenarse de disfraces que reflejan esa mezcla única de lo global y lo local: hay zombis con ruanas, brujas que llevan mochilas arhuaca o wayuu y hasta algún diablo que luce con orgullo un sombrero vueltiao. En discotecas y parrandas vallenatas, Halloween también se celebra al compás de acordeones.
En algunos pueblos, donde la tradición se funde con el realismo mágico de García Márquez, Halloween tiene su toque especial. Hay historias de duendes que aparecen en las fincas, de ‘La llorona’ que camina por los arroyos y de aparecidos que, por esta única noche, se mezclan con los vivos para bailar cumbia.
Evoco entonces a los ancianos, sentados en mecedoras frente a las casas, contando cuentos de miedo —de ánimas—, mientras el café caliente se sirve con esa serenidad que solo tiene la gente de esta tierra.
La noche avanza y los disfraces empiezan a desarmarse. Las calaveras se transforman de nuevo en rostros sonrientes, los superhéroes se quitan las capas y los zombis recuperan el paso cansino. Pero queda la sensación de que, al menos por un rato, se le ganó la batalla al miedo y se celebró la vida. Y al final, como siempre en el Caribe colombiano, la fiesta cierra con un brindis, esta vez no con ron ni aguardiente, sino con un buen tinto humeante, que calienta el alma y espanta los últimos fantasmas de la noche.
Un espanto que deja libre el alma para irse a poner en paz con los santos el 1 del 11, preparando el cuerpo para el día siguiente, el 2, cuando hay que salir a visitar cementerios para echarles un saludo, cargado de plegarias y ruegos, a los difuntos, propios o ajenos.
En algunas partes del Caribe colombiano aun pervive el ‘Día de los angelitos’, el 1 de noviembre, y las mañanas han de llenarse de pequeños recorriendo calles y carreras, avenidas y atajos, pidiendo dulces y diciendo “esta casa es de rosas donde viven las hermosas”, si hay dulces, claro… O “esta casa es de aguja donde viven las brujas”, si se niegan los confites… En aquellas épocas de los 50 – 70 del siglo XX, se obsequiaban trozos de caña de azúcar. Y los niños felices.
Este jueves cae, del calendario, el sexto 31 del año… Y entonces habrá que esperar 61 días para que llegue y se vaya el último: celebración de fin de año, para recibir el Año Nuevo, con sus siete 31’s… Será entonces, ¡31 de diciembre!