Ha muerto Francisco. El Papa del sur, el jesuita de los gestos, el que habló con ternura en tiempos de grietas. Historia, adiós y legado, en nota de Evo Matrix.

Ha muerto la reencarnación
del poverello de Asís: Francisco
Su silencio ante su convulsionado país natal, es quizás el más sabio de los discursos… Un café humeante para el alma del mundo ante la partida de quien, caminando con dificultad bajo la lluvia de marzo de 2020, en plena pandemia, generó la imagen que se convierte en el ícono silencioso del siglo XXI.

Por Evo Matrix
Ha muerto Francisco, tras un papado de 12 años.
Murió el Sumo Pontífice a las 7:35 hora de Roma, 00:35 a.m. o 12:35 de la madrugada en Colombia, como consecuencia de la neumonía y la infección pulmonar que lo mantuvieron hospitalizado durante varias semanas.
Ha muerto el primer Papa latinoamericano, el primer jesuita, el primero que llevó el nombre del poverello de Asís y, para muchos, el último gesto de ternura de una Iglesia agrietada por siglos de solemnidad.

Murió el Papa argentino un día después de haber reaparecido en el balcón de la basílica de San Pedro para dar la bendición Urbi et Orbi —acto principal del Domingo de Resurrección— y de haber recorrido la plaza en papamóvil a pesar de sus deplorables condiciones de salud. Ha muerto Francisco tras haber personalizado, con ese gesto, su último adiós a la feligresía del mundo.
A sus 88 años murió Francisco, y en Buenos Aires —a donde nunca volvió como pontífice— se escucha un susurro de preguntas y se vislumbran duelos no resueltos y se manifiestan sentimientos contradictorios.
Se llamaba Jorge Mario Bergoglio, y había nacido un 17 de diciembre de 1936, en el barrio Flores, entre inmigrantes italianos y tardes de tango. Era hijo de un contador ferroviario y de una madre devota. Fue técnico químico antes de sentir la llamada, pero una enfermedad respiratoria en su juventud le dejó una marca física y un carácter de acero templado. Entró en la Compañía de Jesús en 1958. Desde entonces, fue fiel al voto de pobreza, al silencio interior y a la desconfianza del poder por el poder.
Fue ordenado sacerdote en 1969 y, como buen jesuita, se convirtió pronto en rector, guía, líder. Su ascenso eclesiástico no fue meteórico, pero sí constante. Fue obispo auxiliar de Buenos Aires en 1992, arzobispo en 1998, y cardenal en 2001. Camisa sencilla, sotana discreta, metro colectivo y viajes en ómnibus. En las villas miseria argentinas lo llamaban “el cura de los pobres”. Los poderosos lo miraban con ceño fruncido.
En 2013, tras la renuncia inesperada de Benedicto XVI, el cónclave cardenalicio lo eligió. Sorprendió al mundo: un Papa argentino, del sur, de los márgenes. Y él eligió llamarse Francisco, en honor al santo que despreció el lujo y abrazó la pobreza. Aquel gesto ya era una declaración de principios. No quiso papamóvil blindado, ni lujos vaticanos, ni anillos de oro. Se instaló en la residencia de Santa Marta, comía en el comedor común, y usaba zapatos negros como cualquier cura de barrio. Algunos lo llamaron demagogo. Otros, revolucionario. Todos, ¡Francisco!

Durante su papado, luchó por reformar la Iglesia desde dentro. Se enfrentó a la curia romana con su estilo frontal y pastoral. Denunció el clericalismo, persiguió con firmeza —aunque no sin críticas— los abusos sexuales dentro del clero, y exigió transparencia financiera. Su encíclica Laudato Si’, sobre el cuidado del planeta, fue un hito en la historia de la doctrina social católica. Habló con voz profética sobre el cambio climático, la economía del descarte, la inmigración, el hambre, la guerra.
Pero también supo abrazar sin miedo. Lavó los pies a migrantes musulmanes, abrazó a homosexuales con dignidad, habló de incluir a divorciados vueltos a casar, y usó una frase que se volvió símbolo: «¿Quién soy yo para juzgar?».
No cambió la doctrina, pero sí el tono.
No modificó dogmas, pero sí acercó la mano.
No derribó estructuras, pero abrió puertas y ventanas.
Y aun así, no visitó Argentina.
Durante más de una década como Papa, el hijo de Buenos Aires evitó su país natal. Algunos lo tomaron como desaire. Otros como prudencia. En Argentina, donde todo es pasión política y herida abierta, Francisco fue usado, amado, odiado, interpretado según conveniencia. Kirchneristas, macristas, peronistas, progresistas, conservadores: todos quisieron arrogarse su palabra. Y él optó por el silencio. Quizá, el más sabio de los discursos.
En el Vaticano, fue pastor global. Dialogó con el islam, con los ortodoxos, con los judíos. Viajó a Colombia a hablar de paz, a Irak a hablar de esperanza, a Mozambique a hablar de perdón. En Filipinas, lo esperaron millones. En Cuba, habló de puentes. En Roma, caminó solo por la Plaza de San Pedro en plena pandemia, bajo la lluvia, con el mundo detenido.

Esa imagen, la de un anciano blanco caminando con dificultad bajo la lluvia de marzo de 2020, fue el ícono silencioso del siglo XXI.
En los últimos años, su salud se fue deteriorando. Cirugías, problemas de movilidad, cansancio acumulado. Pero seguía. Casi testarudo. Con bastón o silla de ruedas, siguió recibiendo delegaciones, escribiendo cartas, rezando con los dedos sobre el mundo.
Y entonces, la noticia.
Un comunicado sobrio. Un mensaje sin adornos.
Murió Francisco.
Murió el Papa que quiso ser hermano.
Murió el pastor que hablaba como abuelo sabio y caminaba como profeta descalzo.
En Buenos Aires, habrá de oficiarse una misa improvisada en el barrio de Flores para reunir a vecinos que no olvidan al curita con olor a mate. En Roma, miles se agolparon en la plaza de San Pedro que tantas veces escuchó su voz ronca decir: “Recen por mí”.

En el sur global, muchos sintieron que una parte de ellos había tocado el cielo. Que, por fin, durante unos años, un rostro del sur había habitado el trono de Pedro.
Murió Francisco.
Pero no se fue.
Porque su legado no era de piedra, sino de palabra viva.
Queda su Evangelio encarnado en gestos: abrazar a un enfermo, besar los pies de un migrante, rechazar los anillos del poder.
Ha muerto el Papa Francisco y el mundo se quedó quieto por unos segundos, como si el tiempo hubiese entendido que debía inclinar su cabeza también.
Falleció el Papa argentino y la historia juzgará sus ambigüedades, sus luces y sombras. Pero hoy, en la madrugada del alma, lo que queda es una oración sin dogma:
Gracias, Francisco, por bajarte del trono.
Gracias por hacernos creer —aunque sea por un tiempo— que el Reino de Dios también se construye desde las esquinas del mundo.
De ‘El corroncho’ Villa para Francisco
Créditos por uso de imágenes: IA – https://www.infobae.com/ – https://www.elcolombiano.com/-getty