Cuarta visita de José Orellano a FILBo: libros, conversaciones, reencuentros y descubrimientos. Jornada íntima y fecunda junto a su hija, entre autores, recuerdos y certezas sobre el sentido de escribir.

FILBO-VISITA 4
Entre presentaciones, decires
y afectos: jornada con sentido

Por José Orellano
Fotografías por Claudia Marcela Orellano Silva
Visita 4 y jornada de intensa actividad personal en la FILBo, con el sol en pleno brillo: una demostración —aunque verdad de Perogrullo— de que la claridad triunfa sobre lo castaño; de que, vertiendo su armonía, la más grande estrella del universo, en su esplendor, borra o reduce al mínimo las pinceladas plomo que a menudo manchan la bóveda celeste bogotana.
Y esta vez he venido a la FILBo con grata compañía: mi hija Claudia Marcela —interlocutora, reportera gráfica, asesora y crítica de algún errático movimiento de papá suelto en Corferias.
Y empiezo por el comienzo: arrellanarnos, a partir de las 2:30 de la tarde, en una silla del pabellón de Literatura Infantil y Juvenil-LIJ de Corferias, sin que nos afane el discurrir del tiempo, porque vamos a escuchar al sociólogo, historiador y escritor Edgar Rey Sinning a fin de que nos convenza de que adquiramos un ejemplar de Historia del Carnaval de Santa Marta-Fugaz esplendor de una fiesta aristocrática y popular, el libro que ha presentado en la FILBo.
Primero fue el poeta samario José Luis Díaz-Granados, leyendo un hermoso texto titulado “Crónica integral del Carnaval samario” (se publica al final de la crónica), referente a ese “libro docto y placentero debido a la sapiencia y dedicación investigativa del profesor Rey Sinning” y, seguidamente, el autor dictando una charla magistral sobre su obra, cuya cristalización contó con el respaldo de la Asociación de Editoriales Universitarias de Colombia-ASEUC y la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla y que ha sido diagramada e impresa por la editorial ‘El Búho S.A.S.’, cuyo representante, Omar Pedraza, también estuvo en el estrado.

Tras precisar que la primera vez aue estuvo en FILBo fue en 1992 presentando el libro de su autoría Joselito Carnaval, su tesis de grado como sociólogo, Rey Sinning nos ilustró a los asistentes a su acto sobre una infinidad de decires validados por la investigación, debidamente confirmados, investigados y verificados, en torno a esta fiesta vernácula que, en Santa Marta —ciudad colonial, la más antigua de Colombia (1525)—, surgió para que años después llegara a Barranquilla —ciudad republicana (1813)— y se aposentara, se quedara y se robusteciera, hasta que la Unesco, en 2003, la declarara ‘Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad’.
Son tan copiosos los decires sustentados en archivo —datan del siglo XIX— que el libro, de 359 páginas, incluye 846 notas bibliográficas o pies de página, y en sus créditos se extiende a fuentes primarias como archivos, portales en línea, periódicos y fuentes secundarias, o autores de diversidad de textos. La portada, como una compilación gráfica del contenido de la obra, es del pintor banqueño Ángel Almendrales.
La alocución de Rey Sinning, en un evento de una hora de duración —pausada-rítmica, sin titubeos, sin visos de soporífero a pesar de la hora—, me motivó, finalmente, a adquirir el libro, el cual, para alimento de mi vanidad, referencia mi gracia en la página 147:
“Aunque no se conocen los nombres de las soberanas de 1935 y 1936, por medio de decretos e información de prensa, se sabe que sí hubo fiestas. Un detalle significativo para el carnaval de ese año fue que míster William A. Trout, quien había sido presidente del carnaval en 1916, se las ingenió para que un carro a gasolina jalara una carroza en los carnavales de ese año, según le contó el historiador banqueño Jaime Villarreal Torres al periodista José Orellano (‘Carnaval samario, más espectacular que mascarada currambera’. En: El Heraldo, Barranquilla. 13 de febrero de 1994).”

En los previos exteriores antes de la presentación de su libro, Edgar nos había comentado que ahora, además de sociólogo, historiador, gestor cultural, docente universitario, investigador cultural, columnista de periódicos y escritor, ¡es ganadero!… Sucede que allá por Santa Bárbara de Pinto, su cuna en el Magdalena, se pensaba en una fiesta y él compró una novilla con el propósito de sacrificarla con destino al convite.
Irrumpió la pandemia y el planeado festín abortó, pero la novilla quedó viva, se fue haciendo vaca y, después, con el inaguantable paso de los días, las semanas, los meses y los años, vinieron el tiempo de celo —“ciclo de la pasión animal”—, los terneros y terneras, y el número de cabezas y cabecitas de ganado se fue multiplicando. Hoy en día, Edgar tiene, prácticamente, un hatico. Y así, a todo su quehacer académico, él le suma ahora el título de ‘pastor de reses’. ¡Aleluya!
Concluido mi compromiso con Rey Sinning, nos fuimos —mi hija y yo— de almuerzo vespertino y tinto y seguimos después hacia el stand de la Universidad Nacional. Ella, psicóloga egresada de ese templo del saber colombiano, se compró, además de algún libro, un buzo estampado con alusiones gráficas a la principal universidad pública del país. Diez minutos antes de las 5:00 de la tarde salimos de allí y nos dirigimos al stand de la Editorial Uninorte movidos por mi deseo de escuchar la charla entre el rector de Uninorte Adolfo Meisel Roca con el presidente de la Andi Bruce Mac Master en procura de argumentos que me motivaran a adquirir, allí en FILBo, ‘¿Por qué perdió la Costa Caribe el siglo XX?’.
Saludé efusivamente a Meisel Roca, pero su respuesta fue fría, “casi desdeñosa”, me dijo mi hija de acuerdo con lo que alcanzó a observar al momento del estrechón de manos.
Había de hablar por largos minutos Meisel Roca, pero no comenzaba la charla con Mac Master. Después habló el historiador James Torres y seguidamente volvió a hablar el rector, pero nada de charla con el presidente de la Andi, sentado allí, hasta ese momento, como un convidado de piedra.

De pronto, afloraron mis ‘padecimientos auditivos‘ en medio de ese pésimo sonido reinante, insuficiente para amplificar con nitidez los monólogos del rector y el historiador, lo cual echó por tierra mis expectativas. Optamos por retirarnos del recinto y dirigirnos a la oficina de prensa con el propósito de corregir un par de lapsus dedis —errores de dedo— en una publicación de El Muelle Caribe, fallos que un atento seguidor me había hecho notar.
Durante el trayecto, sin poder precisar el contexto debido a la mala audición en el evento, con mi hija rescatamos de la libreta de apuntes una frase de Meisel Roca durante su segunda intervención: “…el comején, los piratas y los cartageneros, enemigos insólitos de Cartagena”.
Soy sincero: una de las razones que me llevaron a programar, para este jueves 8 de mayo, permanencia en Corferias hasta después de las 8:00 de la noche, fue la confirmada presencia en la FILBo del escritor barranquillero Luis Felipe Vásquez Aldana, quien presentaría su libro El inmigrante 1884.
Un día antes, mientras me alistaba para saludar personalmente a Vásquez Aldana —con quien he cultivado amistad mediante intercambios por WhatsApp—, supe, gracias a Alfonso Ávila, gerente de Santabárbara Editores, que el acto sería de carácter tripartito: además de Vásquez Aldana, compartirían estrado Fausto Pérez Villarreal y José Humberto Galiano La Rosa. Pérez Villarreal presentaría ¡su libro número 20!, mientras que Galiano La Rosa —médico de profesión, hombre de edad, varias calendas mayor que este servidor que ya transita rumbo a los 75— mostraría su primera obra. Las tres publicaciones bajo el sello de Santabárbara Editores.
El libro de Pérez Villarreal, 12 notas y un solo sabor, es resultado de diálogos, entrevistas y consideraciones personales sobre figuras de la música como Leo Marini, Nelson Ned, Esthercita Forero, Roberto Ledesma, Rudy Márquez, Olimpo Cárdenas, Diego El Cigala, Henry Fiol, Doménico Modugno, Carmen Delia Dipiní, Juan Gabriel y Cuco Valoy.

El de Galiano La Rosa —su opera prima— lleva por título Cuentos no contados, y constituye, según él mismo expresó, una “oportunidad literaria” mientras aprende a la perfección el arte de escribir en la escuela a la que asiste. “Cuento historias como cuentos”, se lee en la portada de su obra. Antes de la presentación, José Humberto me había confirmado —durante un breve “tête-à-tête”, cara a cara— que se trata de 31 relatos, en su mayoría vivencias personales, con apenas un par de piezas que contienen pinceladas de ficción. “Todo escrito en un lenguaje sencillo”, afirmó. “¡Tienes que leértelos todos!”, me conminó.
Como moderador de la triple presentación fungió Alfonso Ávila, quien dirigió preguntas a los tres autores. En sus respuestas, Luis Felipe se definió como “un sempiterno aprendiz” que transita el “camino sin fin” de la literatura. Al preguntársele por su motivación para escribir, señaló la catarsis como motor esencial. Y no dudó en afirmar que la escritura es su herramienta para aligerar la carga emocional que arrastra desde la infancia, marcada por “la ausencia afectiva de padres”. Recalcó que “la literatura es puente perfecto para la catarsis”, capaz de hacer que el dolor se incline ante las letras.
Por su parte, Pérez Villarreal evocó su trayectoria como periodista y escritor profusamente premiado, y declaró no cargar con heridas de la niñez. Su impulso, dijo, es aspirar a nuevos reconocimientos por la felicidad que le brinda a su padre, un militar retirado, hoy felizmente jubilado.

A José Humberto Galiano La Rosa se le interrogó sobre por qué, tras dejar atrás la práctica médica, optó por escribir cuentos, reunirlos en un libro, buscar editor y publicarlos, en lugar de dedicarse a textos académicos propios de su prolongado ejercicio profesional. Respondió que, con asesoría de psicólogo y neuropsicólogo, avanza en un proceso que ha de desembocar en la producción de un libro científico. Por el momento prepara uno que va más allá de unas meras “pinceladas políticas, con la libertad para contar verdades”.
En resumen, una jornada extenuante de intensa actividad personal durante el jueves 8 de mayo de 2025 en la FILBo: agotadora, sí, pero colmada de satisfacciones. Alcancé los objetivos propuestos, especialmente aquel que hace que la FILBo sea siempre, además de gigantesca vitrina de libros, un punto de encuentro —o reencuentro— de los amigos. O para incrementar el círculo, como lo hizo posible la presencia de Roberto Montes Mathieu, quien, al recocernos, me obsequió un ejemplar de ‘Magazín del Caribe’ —edición 93—, periódico cultural-órgano de la asociación de escritores del caribe, asecaribe, y del cual es editor. Galiano La Rosa también es de los nuevos.
Así las cosas, mientras caminaba con Claudia Marcela hacia la salida del recinto ferial, con la noche bogotana sobre los hombros y el tinto aun rondando en la memoria, pensaba que la FILBo no solo me ofrecía libros, sino también lo que en verdad pesa y a la vez aligera: la palabra dicha, los silencios compartidos, las confesiones de otros que, como uno, escriben para no dolerse tanto. Me llevé más que presentaciones y respuestas: me llevé la certeza de que aún vale la pena seguir asistiendo, escuchando, escribiendo. Porque aquí, entre páginas, amigos y tropiezos auditivos, también se celebran los años vividos.
Crónica integral del carnaval samario

Por José Luis Diaz-Granados
En hermosa y cuidada edición de 360 apretadas páginas, acaba de aparecer el libro Historia del carnaval de Santa Marta. Fugaz esplendor de una fiesta aristocrática y popular (Editorial El Búho, 2024), de la auditoría del notable escritor, historiador y gran conocedor de la cultura ancestral y contemporánea del Caribe colombiano, Edgar Rey Sinning, hombre de profundas disciplinas intelectuales, quien a su vez, se ha desempeñado con singular tesón en importantes cargos públicos en el Magdalena como el de secretario de Cultura Departamental, además de haber regentado cátedras universitarias como la de Sociología de la Cultura, entre otros.
En lenguaje ameno y sencillo y haciendo despliegue de abundante información acerca del tema tratado, Rey Sinning aborda la trayectoria minuciosa y profusa, tanto de los antecedentes históricos como de innumerables crónicas y anécdotas del tradicional festejo, donde no faltan las alusiones políticas y administrativas, el boom del ferrocarril y la fiebre del banano, alguna intromisión episcopal, los decretos, documentos y papeleos tanto oficiales como los bandos, preceptos y edictos reales emanados de las diferentes soberanas, siempre con la presencia de importantes y controversiales dirigentes políticos de la “Perla de América” y de la flor y nata de la aristocracia samaria y la participación masiva de las clases populares en las comparsas callejeras, acompañadas con capuchones, máscaras, guantes, serpentinas y vacalocas, todo ello sumado a los más disímiles convites tanto en el Club Santa Marta (el Centro Social) como en el salón de cine La Morita.

Así mismo, el libro registra situaciones muy divertidas, acotaciones, detalles exquisitos y noticias picarescas. Y también, sus fases de declive, o mejor, de debilitamiento, hasta llegar a las actuales celebraciones que distan muchísimo de aquellas galas rebosantes de esplendor y boato.
En fin, en este libro docto y placentero, debido a la sapiencia y dedicación investigativa del profesor Rey Sinning, cabe en su integridad lo acontecido en todas y cada una de las versiones de las legendarias fiestas del capuchón y la tambora en nuestra bella ciudad de Santa Marta, la primera fundada por los españoles en lo que hoy es Colombia hace ya medio milenio, en pleno corazón del mundo, protegida por los sabios hermanos mayores de la Sierra Nevada, cuya altura alcanza a más de cinco mil metros sobre el nivel del mar de la bahía más hermosa de América.